—Señores pasajeros, estamos a tan solo un par de minutos de comenzar el descenso hacia el aeropuerto de Dublín, les pedimos que por favor se coloquen sus cinturones de seguridad y sigan el protocolo correspondiente, para un aterrizaje seguro —resonó la voz del piloto a través de los altavoces del avión.
¿En serio? ¿Ya estaban a punto de aterrizar? ¿En qué momento se le habían pasado aquellas horas que, antaño, se le habían antojado eternas?
Suspiró y miró por la ventanilla que se encontraba a su lado, antes de colocarse el cinturón de seguridad. No podía creer que, después de tanto tiempo, por fin volvía a Irlanda para quedarse y no solo por Navidad y Año Nuevo. Le parecía que había sido ayer que había pisado el aeropuerto de Dublín para tomar un vuelo rumbo a Londres; un vuelo que lo alejaría no solo de su país, sino también de todos aquellos a quienes amaba. No obstante, en aquel momento, hacía siete años, había creído que era lo correcto, aun cuando se había arrepentido cada segundo por no haber tenido el valor suficiente para plantarse y tomar la decisión de permanecer en Irlanda. Por culpa de aquel viaje y por hacer lo que creía que los demás querían de él había cometido un gran error, un tremendo error que lo reconcomía por dentro, le producía pesadillas y lo dejaba sin respiración, aun después de tanto tiempo.
Por ese mismo motivo, una vez concluyó sus estudios en administración contable y un par de maestrías posteriores, decidió que, en cuanto recibiera el último título, regresaría a casa. Ya era momento de volver, de madurar y de tratar de enmendar —aunque fuese una tarea titánica— los errores que había cometido y que lo habían atormentado durante los últimos años. Siete años de angustia y arrepentimiento habían sido suficientes como para comprender que solo él sabía qué era lo que quería y lo que necesitaba para ser feliz. El estudio, definitivamente, no lo era todo.
Sonrió con nostalgia al pensar en sus padres. Los extrañaba tanto… Si bien durante los últimos años se habían visto en todas y cada una de las fiestas y fechas importantes, además de verse constantemente a través de holo-llamada, no era lo mismo. Nada se asemejaba a vivir una vez más en el hogar en el que había crecido y en donde guardaba los mejores recuerdos de su vida, así como también el más angustiante.
Una vez que las ruedas del avión tocaron la pista de aterrizaje, el estómago de Brendan dio un vuelco de expectación. Estaba a solo unas pocas horas de por fin ver a su familia y a su mejor amigo y eso lo hacía inmensamente feliz; aun cuando a quien más deseaba ver probablemente lo ignorara por completo. No obstante, el solo hecho de verla le hacía una ilusión que solo podía comparar con cuando de niño su padre los había llevado por primera vez a un parque de diversiones de los antiguos, de esos en los que la adrenalina no se obtenía en base a simulaciones con animaciones CGI.
Era más que consciente de que había sido un completo imbécil y que le costaría ganarse su confianza de nuevo; si es que lo lograba, claro. Sin embargo, no podía rendirse antes de luchar. No lo había hecho durante siete años, en los cuales la había llamado y le había enviado infinidad de mensajes que no habían recibido respuesta, no lo haría ahora. Si lo hacía se sentiría aún más idiota de lo que realmente había sido.
Inspiró profundo y, ante la orden del piloto, se incorporó de su asiento, tomó su bolso de mano y siguió las indicaciones de una de las azafatas, mientras pensaba en el viaje que aún le quedaba por delante. Para su suerte el trayecto de Dublín a Waterford era sumamente corto en coche y aún más en avión, sin embargo, aún no sabía si conseguiría un boleto aéreo, dado que no se había preocupado por ese pequeño gran detalle cuando decidió tomar sus pertenencias y mudarse a Irlanda una vez más.
Una vez bajó de la aeronave, se dirigió hacia el interior del aeropuerto, pensando en la sorpresa que se llevarían Adam y Erín cuando lo vieran aparecer en la puerta de casa y les diera a conocer la decisión que había tomado. No sabía por qué, pero había considerado que lo mejor era no decirles nada acerca de su llegada al país y, mucho menos, sobre el hecho de que lo hacía para quedarse.
—Por aquí, por favor —le indicó una joven que vestía el uniforme de la aerolínea que había escogido para realizar aquel viaje, invitándolo a formarse en la fila para poder registrar su arribo al Irlanda del Sur.
Esbozando una sonrisa, obedeció de inmediato y se colocó en la fila detrás de un hombre de mediana edad que no paraba de hablar por teléfono a voz de grito.
—¿Qué? ¿Es que acaso no me oyes? —preguntó el hombre en ingles con un marcado acento alemán—. Marie, escúchame. Estoy en el aeropuerto. Ven a buscarme. —Hizo una pausa y frunció el ceño con disgusto—. ¿Cómo que no puedes? Sí, si te avisé, por eso es que siempre te digo que no me oyes cuando te hablo —repuso con enojo.
Brendan blanqueó los ojos. No solo estaba molestando al hablar a voz de grito, sino que no se movía de su sitio conforme la fila avanzaba.
—Señor —dijo, intentando llamar la atención del hombre, sin mucho éxito, al ver que este no parecía querer moverse ni un solo milímetro—. Señor, es su turno —repuso, alzando la voz, obteniendo idéntico resultado—. ¡Señor! —exclamó, harto, logrando por fin que el sujeto apartara el móvil de su oreja y lo observara con molestia.
—¿Qué quieres, muchacho? —escupió.
—Ha llegado su turno para que rellene el formulario de ingreso al país —respondió con una sonrisa forzada.
El hombre entrecerró los ojos por un momento, antes de voltearse y comprobar que lo que Brendan le decía era completamente cierto.
—Luego te llamo —dijo, acercándose el móvil a la oreja, antes de cortar la llamada, tomar su bolso de mano y dirigirse hacia el guardia que lo miraba con cara de pocos amigos.
Brendan suspiró y movió la cabeza negativamente, antes de tomar sus pertenencias y encaminarse tras aquel desagradable sujeto, rogando que no se demorase demasiado y le llegara su turno.
Una vez por fin se deshizo del maldito control aeroportuario, se dirigió a la taquilla en la que vendían los boletos de avión que conectaban Dublín con Waterford, rogando que no lo hubiesen cambiado de sitio y que tuviesen asientos para el vuelo que, según consultó de manera online, salía en media hora.
Sin embargo, al parecer la suerte no estaba de su lado. Sin saber explicarle el por qué la recepcionista de la aerolínea le informó de que los vuelos entre la capital y su ciudad natal habían sido suspendidos hasta nuevo aviso.
Harto de tanta espera —no veía la hora de llegar a casa—, puso rumbo hacia la salida en la que se encontraban los taxis, dispuesto a llegar a como diera lugar. Sabía que podía tomarse un autobús y que este le saliera menos costoso, sin embargo, no quería esperar más. Llevaba demasiado tiempo despierto y no veía la hora de ver as us padres.
—¿Adónde lo llevo? —preguntó el taxista, en cuanto Brendan se montó en el coche, tras subir su equipaje en el maletero.
—A la calle John’s Hill, en Waterford —dijo en un suspiro.
«Lléveme a casa», completó mentalmente, divertido. Siempre había querido hacer aquello, tanto o más como decir la típica frase hollywoodense: «Siga a ese coche, por favor», mientras señalaba con el dedo; sin embargo, se contuvo. Sabía que era una soberana estupidez, pero que no podía evitar que le hiciera gracia.
—¿Qué haces, cielo? —preguntó Adam, frunciendo el ceño mientras bajaba las escaleras, al ver que Erín se encontraba trapeando el suelo de mármol de la enorme sala de la mansión que él había heredado junto con la cristalería cuando sus padres fallecieron.Si bien le había ofrecido a Rebecka, su hermana, la parte correspondiente a aquella vivienda, esta no había hecho más que rechazarlo una y otra vez, por lo que habían decidido, de común acuerdo, que ella solo se encargaría de la parte de la empresa que le correspondía y se quedaría con la vivienda que sus padres habían adquirido a las afueras de Cork.—Limpio —respondió la mujer, alzando la vista por un segundo, antes de encogerse de hombros y continuar con la tarea—. Veo que la edad te está volviendo cada vez más ciego, cariño —agregó entre risas.—Muy graciosa —repuso Adam, blanqueando los ojos—. Ya sabes lo que opino de…—Lo sé, sé muy bien lo que opinas —lo interrumpió—, pero tú también sabes a la perfección que no puedo vivir en
El gélido aire, atípico para aquella época del año, se colaba a través de la ventana de la cocina, frente a la cual se encontraba Amy, fumando un cigarro mientras leía los resúmenes que había hecho mientras se encontraba en la casa de sus padres.Aún le quedaban unos cuantos días para presentarse a aquel examen, pero, si bien era consciente de que estaba más que preparada, sentía que nunca era suficiente. Aquella asignatura la volvía loca. Era una de las más complicadas de la especialización en psiquiatría, y no quería perder un año para poder rendir las siguientes, si no le iba bien en ese momento. Para ella, un año más, era un año que perdía de poder ejercer y poder ayudar, tal y como deseaba.En ese momento, poseía sentimientos contradictorios. Por un lado, se creía completamente capaz de aprobar sin mayor problema; sin embargo, la ansiedad le hacía pensar en que quizás no era más que una ilusión. Por eso mismo, en lugar de descansar, tal y como le había prometido a su madre, se en
Brendan se desperezó en el sofá y abrió los ojos, ante el insistente sonido de su teléfono móvil, preguntándose en qué momento se había quedado dormido.La noche anterior, la tercera tras su regreso, después de cenar con sus padres y Nessa, su hermana de catorce años, había decidido recostarse en el sofá de la sala con la intención de ver una de las tantas películas que coleccionaba su padre. Sí, por su puesto podría haber ido a la sala de cine que poseían en la mansión, pero para él nada se comparaba al sofá y a la televisión.Hacía demasiado tiempo que no se permitía ser ocioso y creía que aquella era una buena oportunidad de recuperar aquel viejo hábito; a pesar de que le había prometido a su padre que comenzaría a trabajar en la empresa al día siguiente.Sin embargo, al parecer, aquella antigua película que había sacado de la videoteca que su padre había comenzado a armar cuando era tan solo un adolescente, no había sido lo suficientemente entretenida, dado que ni siquiera recorda
—¡Es hora de despertar! —exclamó la voz de Kendra, a través de los altavoces del departamento, acompañada por una melodía que poco permitía un despertar tranquilo y relajado.Nancy se despertó de un sobresalto, con el corazón palpitando. Desorientada, miró a su alrededor, recordando que la noche anterior se había quedado a dormir en casa de Amy.Bostezó y se incorporó en la cama que compartía con su amiga, notando que esta no se encontraba a su lado. Frunciendo el ceño, se levantó de la cama y se encaminó hacia la cocina, desde donde provenía un intenso aroma a café sobrecargado.—Gracias, Kendra —dijo Amy, divertida, al ver a su amiga con el rostro enrojecido, con la marca de la almohada en su mejilla derecha y el cabello despeinado.—Buenos días, Amy querida —repuso Nancy, mirándola con cara de asesina serial—. Me alegra que seas tan considerada y me hayas despertado tan amable y dulcemente —agregó, mientras se encaminaba hacia la cafetera.—Lo siento. —Rio su amiga—. Intenté desper
Brendan salió de la empresa con una sonrisa que abarcaba todo su rostro. Jamás había pensado que trabajar junto a su padre sería tan increíble, por el contrario, si bien sabía que su padre era bastante considerado y permisivo, en ciertos aspectos, con sus empleados, sabía que le gustaba la excelencia y, aunque él se había capacitado para alcanzarla, de camino hasta la cristalería, había sentido los nervios a flor de piel por lo que pudiese suceder. Sin embargo, todo había ido viento en popa, como solía decir Adam, mucho mejor de lo que él podía esperar de su preparación.El problema con las cuentas administrativas había sido por un fallo general en la empresa. No eran pérdidas como su padre pensaba, sino que, por el contrario, las ganancias eran abismales. Eso le confirmaba lo exacto de las matemáticas, un número, por muy pequeño que fuera su valor, podía cambiar todo y pasar de ganancias a pérdidas en cuestión de segundos.Suspiró y se montó en su BMW, dispuesto a marcharse a donde s
Ébha, durante sus primeros años de vida, había sido como su segunda madre. Ella era la que estaba siempre para él, para consentirlo y mimarlo como solo una abuela es capaz de hacer, pero sin dejar de regañarlo cuando era necesario, marcándole así los límites necesarios que, él consideraba, lo habían llevado a ser quien era. Sí, tenía mil defectos, pero las virtudes que había desarrollado a lo largo de sus treinta años habían sido gracias a su familia, en especial a su «Ena» como se había acostumbrado a llamarla desde que había pronunciado sus primeras palabras.Luego de enterarse de su fallecimiento por causas naturales, —había sufrido un infarto mientras dormía—, Brendan había entrado en una etapa de negación. No, no podía creer que su abuela hubiese fallecido. Sí, tenía trece años y era consciente de que aquello sucedería tarde o temprano. Poco a poco, esa negación de la realidad se había transformado en enojo. No era posible que su Ena ya no estuviese con él, que ya no le preparase
Al principio, la ruptura lo había dejado completamente descolocado y el bajón propio de dicha situación lo había dejado devastado. Sin embargo, con el tiempo terminó por comprender que lo que más le dolía era la soledad. Marga era increíble, pero…, aunque le costara admitirlo, no la amaba. La quería muchísimo, como a una amiga o a una hermana, pero no le era posible sentir por ella más que eso; un simple cariño fraternal.No, lamentablemente, en todo ese tiempo, no había conocido a nadie que le «moviera el piso» como solía decir su padre cuando le preguntaba por su vida sentimental. No entendía por qué era, pero tampoco le preocupaba demasiado, pero sabía que, tarde o temprano, terminaría por encontrar alguien que fuera para él, alguien que lo amara y él pudiese corresponder con la misma intensidad. Porque sí, era un romántico empedernido y, aunque no tenía problemas con entablar una relación con cualquier mujer que llamase mínimamente su atención, jamás cometería el mismo error que s
Cuando su móvil comenzó a vibrar acompañado de una melodía tranquila y relajante, Nancy alzó la vista del libro que tenía entre sus manos y se incorporó en el sofá. Ya era hora de llamar a su amiga, tal y como le había prometido. Si por ella fuera la dejaría dormir mucho más, sin embargo, ella era de las personas que creían que las promesas debían ser cumplidas.Suspiró, tras comprobar que, en efecto, era la hora que había programado, se puso de pie y se encaminó hacia la habitación de su amiga.Al ingresar en el dormitorio, pudo observar como el pecho de su amiga subía y bajaba acompañando a su acompasada respiración. Realmente no le apetecía en lo más mínimo sacarla de aquel sueño que tanto necesitaba, mas no podía evitarlo. Sí, podía dejar que descansara un poco más, pero cuando despertara y se diera cuenta de que no había tenido tiempo de darle, aunque solo fuera, un repaso simple a sus apuntes pondría el grito en el cielo.Tragó saliva y se dirigió hasta la cama, sentándose al bo