Capítulo 3: Una mujer parlanchina

Kassio revisó los contratos una última vez antes de firmarlos y devolverlos a Susan, su secretaria.   

—¿Has tenido alguna noticia de tu suegro? —preguntó su amigo, con una sonrisa divertida, en cuanto su secretaria los dejó a solas.

Nadie, además de Domenico, se atrevería a bromear con él. Su amigo se había hecho inmune a sus miradas heladas y comentarios rudos en los años de amistad que tenían. Se habían conocido cuando eran unos adolescentes y Domenico se había abierto un espacio en su vida, casi a la fuerza. Su larga amistad no evitaba que a veces fantaseara con lanzarlo por la ventana cada vez que soltaba un comentario impertinente.

—Ya deja de decirle así, y ha intentado contactarme desde el día de la infructuosa boda. No he atendido a ninguna de sus llamadas. Lo necesito desesperado para que acepte mis términos.

Su madrastra no era la única que esperaba frutos de su boda y ahora necesitaba encontrar un nuevo curso de acción.

—¿No crees que se cansará e irá tras de otro inversor?

—Que lo haga. Los números de su empresa no son lo que eran antes.

—Todavía no puedo creer que su hija te dejara poco antes de la boda, me habría gustado estar allí para verlo.

—Lo has repetido varias veces. ¿Cómo van las cosas en nuestra sede en Alemania? —preguntó cambiando de tema.

Domenico adoptó una expresión seria. Ese era otro motivo por el cuál no lo había lanzado desde lo alto de su oficina. Cuando se trataba de trabajo, siempre actuaba con profesionalismo. No se arrepentía de haberlo nombrado como su segundo al mando, aun cuando tuvo que enfrentarse a su madrastra. Maxim jamás habría podido hacer ni la mitad de trabajo que hacía Domenico, ni siquiera podía lidiar con el trabajo que le había delegado.

—Todo en orden. Hans me informó que existe una posibilidad de que Energetics buildings cambie de aseguradora. Ganaríamos millones si los conseguimos como clientes. Hans ya tiene a su equipo trabajando en una propuesta para ellos, debería hacértela llegar en el transcurso de esta semana.  

—Estaré pendiente.

El sonido del teléfono sobre su escritorio los interrumpió.

—Señor, hay una señorita aquí que quiere hablar con usted. No tiene cita, pero es muy insistente.

—¿Cuál es su nombre?

—Sienna Morelli.

Kassio se quedó en silencio. No se le podía ocurrir ni una sola razón por la cual la hermana de Vincenzo había decidido ir a verlo. Consideró pedirle a su secretaria que llamara a seguridad para que se deshiciera de ella, no estaba de humor para enfrentarse a la impertinente mujer; sin embargo, su curiosidad fue mayor.

—Déjala pasar.

—Por supuesto, señor. —Dejó el teléfono en su lugar y miró a su amigo—. ¿Hay algo más que tengas que informarme?

—No, los detalles específicos de mi reunión con los directores en Alemania ya los remití a tu correo. —Domenico se puso de pie al mismo tiempo que la puerta—. Estaré en mi oficina.

Se escuchó un par de golpes en la puerta y su secretaria entró seguida de la señorita Sienna.

—Buenos días —saludó esta última, sonriendo.

Su entusiasmo resultaba molesto. Kassio no recordaba haber conocido a nadie que pareciera irradiar tanta alegría con solo una sonrisa. Era como si toda la energía positiva del mundo se hubiera concentrado en una sola mujer. Casi esperaba que la mujer entrara a su oficina dando saltitos como una niña pequeña, pero, en su lugar, caminó con toda seguridad, haciendo repiquetear sus tacones en el suelo.

—Buenos días —dijo su amigo y se acercó Sienna con la mano extendida. Era como ver a una polilla volar hacia la luz—. Domenico Barone, a sus órdenes.  

—Sienna Morelli.

Su amigo lo miró sobre el hombro con la interrogante en los ojos. Al parecer, había hecho las conexiones.

—Domenico, ya puedes dejarnos a solas. —Era obvio que su amigo iba a querer respuestas después.

—Por supuesto. Hasta luego, señorita Morelli.

—Oh, no. Solo Sienna, por favor.

Se cruzó de brazos mientras se cuestionaba si esa era la misma mujer con la que había intercambiado unas cuantas palabras en oficina de Vincenzo un par de semanas atrás. Viéndola allí, parecía casi inofensiva.

—¿Desean algo de beber? —preguntó su secretaria.

—No, estamos bien —dijo antes de que Sienna dijera algo—. Esta será una reunión corta.

Sienna puso los ojos en blanco y se dejó caer en la silla frente a su escritorio. Su secretaria se retiró y cerró la puerta al marcharse.

Kassio esperó en silencio a que la mujer hablara primero, observándola con atención, y esa extraña inquietud se apoderó de él otra vez.

—No estaba segura de que me recibirías.

Sienna rara vez se sentía intimidada por alguien. Crecer con dos hermanos llenos de testosterona la había vuelto audaz. Especialmente si eran unos tontos sobreprotectores a los cuales les encantaba dar órdenes. Sin embargo, había algo en Kassio que la ponía un poco nerviosa. Probablemente era debido a esa aura de hombre dominante que lo rodeaba. No había ningún rasgo de fragilidad en él. Era una lástima que fuera demasiado gruñón porque era bastante sexy.

—¿Qué haces aquí?

—¿Siempre estás de tan buen humor? ¿O solo me tratas así porque mi hermano te robó a tu futura esposa? —Sienna sonrió—. Hola. ¿qué tal? ¿Cómo estás? Son frases que están en cualquier manual de cortesía. —Ella miró el lugar—. Bonita oficina, por cierto. Te diste cuenta —Sienna se señaló a sí misma—. Esta soy yo tratando de ser educada. No era sincera al decir que tu oficina es linda, es demasiado fría, justo como tú, pero a veces uno tiene que ser educado. Vamos, inténtalo.

—Hablas demasiado. 

Sienna soltó un suspiró.

—Eres un caso perdido.

Kassio estiró la mano para tomar el teléfono.

—¿Qué haces? —preguntó la parlanchina.

—Llamar a seguridad para que te acompañen a la salida.

Sienna ni siquiera fingió sentirse intimidada, simplemente se cruzó de brazos y lo miró con una sonrisa desafiante.

—Adelante. Quiero ver cómo apagas los rumores que circularán por este lugar luego de que me saquen gritando porque no me pagas la manutención de nuestros dos preciosos hijos.

Kassio la miró con los ojos entrecerrados. Estaba a punto de darle una jaqueca.

—Pensé que podría ser uno solo —continuó su indeseada invitada—, pero te verán mucho peor si creen que me dejaste después de embarazarme dos veces.

La escudriñó hasta donde su escritorio le permitió y sacudió la cabeza.

—Dudo que lo crean, no eres precisamente mi tipo.

Sienna se llevó una mano al pecho.

—¡Auch! Eso sí dolió. ¿Es así como tratas a tus amigos?

—Debo haberme perdido de algo porque no recuerdo cuando acepté ser tu amigo. 

—¿Es en serio? Y yo creí que habíamos tenido una especie de conexión en la oficina de mi hermano. 

—¿Siempre eres una molestia?

—No, a veces puedo ser encantadora —susurró ella un tono ronco y seductor antes de guiñarle un ojo. 

Kassio se desconcertó por un instante antes de recobrar la compostura. Era hermosa, aunque lo único en lo que podía pensar cada vez que ella abría la boca era en cómo hacer que se calle. Estaba acostumbrado a que las personas se guardaran sus pensamientos para ellos mismos, no a que se los compartieran.

Revisó su reloj y luego volvió a fijar su mirada en ella.

—Llevas un tiempo aquí y aún no se lo que quieres. Tengo una reunión en breve, así que date prisa.

—Este fin de semana haremos una fiesta para celebrar el matrimonio de mi hermano.

—Debería enviarle una tarjeta de felicitaciones.

—Eso sería un gesto muy lindo —dijo ella sin darse cuenta del sarcasmo o, lo más probable, ignorándolo deliberadamente—, pero creo sería mejor si asistieras a la fiesta.

—No.

—¿En serio? ¿Ni siquiera vas a tomarte un tiempo para pensarlo?

—¿Por qué asistiría a la boda de la mujer que me dejó plantado en el altar?

—Técnicamente no estaban en el altar.

Sí, era más que un hecho que le iba a dar una jaqueca.

—Seré tu chofer por una semana o lo que necesites, solo tienes que aparecer allí. —Sienna le lanzó una mirada suplicante que casi lo hizo dudar. Había un encanto natural en ella que lo molestaba.

—Suena tentador, pero la respuesta sigue siendo la misma.

Sienna soltó un suspiro y se puso de pie.

—Bueno, les avisaré a los de seguridad por si cambias de opinión. Fue un gusto verte otra vez. —Ella se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.

Kassio no pudo evitar que sus ojos descendieran por su cuerpo hasta detenerse en el balanceo de sus caderas, sintiendo una reacción inesperada en sus pantalones.

—¿Qué diablos?

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