Valeria revisó el diseño en el que había estado trabajando la última semana, casi estaba finalizado, pero había algo en él que no terminaba de convencerla. Frunció los labios en señal de frustración mientras intentaba descifrar como hacer que cada parte funcionara en conjunto con el resto, pero finalmente soltó un suspiro y se rindió. No había nada que pudiera hacer para mejorarlo, no sin hacer cambios significativos, cambios que el cliente se negaba a aceptar.Su negocio había prosperado mucho en los últimos meses, y parte de ese éxito se lo debía a Maxim. Él tenía conexiones en todas partes y se había asegurado de promocionar su trabajo. Por supuesto, lo había consultado con ella primero. Al principio, Valeria dudó en aceptar su ayuda —su orgullo la impulsaba a querer lograr todo por sí misma. Maxim, sin embargo, le recordó que solo le estaba dando una mano, y que el mérito de mantener a sus clientes satisfechos dependería únicamente de ella y su talento. Con el tiempo, Valeria acep
Maxim mecía a su hija, mientras se acercaba a la cuna que habían trasladado a su habitación. Él y Valeria habían dedicado meses a preparar una habitación especial para su bebé, pero cuando finalmente la trajeron a casa, no eran capaces de separarse de ella por mucho tiempo y menos de dejarla dormir en otra habitación. Sonrió al ver cómo la bebé hacía un mohín. Irina era tan delicada tierna y perfecta, que a veces le parecía irreal. Y también era demasiado pequeña. Aunque ya había ganado peso desde su nacimiento, dos semanas atrás, Maxim aún la veía diminuta, como si con un movimiento descuidado pudiera romperla.La primera vez que la sostuvo en sus brazos, un sudor frío había recorrido su espalda. Nunca había sentido tanto temor de cometer un error. Cada fibra de su ser había estado en tensión, temiendo aplastarla o dejarla caer. Pero mentiría si dijera que la inquietud había desaparecido por completo. Una parte de él sabía que ese temor nunca se desvanecería del todo. Siempre estarí
Valeria tomó una bocanada de aire y luego lo soltó lentamente. No podía creer que aquel momento había llegado por fin, dentro de poco se convertiría en la esposa de Maxim.—¿Nerviosa? —le preguntó Kassio.Las chicas habían salido de la habitación unos minutos antes, justo segundos después de que Kassio llegara. Valeria no tenía a su padre para llevarla hasta el altar, y aunque había considerado la opción de caminar por el pasillo sola, al final decidió que quería a Kassio a su lado. Con el tiempo, él había llegado a ser en una especie de hermano para ella.Cuando le mencionó la idea a Maxim, él se había mostrado más que de acuerdo.—Un poco. Ni siquiera sé por qué. Amo a tu hermano y quiero casarme con él.—Es un momento importante en tu vida, es normal que sientas algo de nervios. Te sentirás mejor cuando veas a Maxim.—¿También te pusiste nervioso el día de tu boda?—Sí, más que nada porque temía que Sienna no apareciera.—¿Qué habrías hecho si eso hubiera sucedido?—Salir a buscarla
Maxim se quitó el saco y lo dejó a un lado, avanzando hacia el patio trasero mientras se desabrochaba las mangas de la camisa. A cada paso, las risas de sus hijos se volvían más fuertes.Al llegar al umbral de la puerta, Maxim se detuvo y apoyó un hombro en el marco de la misma. Sonrió al ver la escena que se desarrollaba frente a él. Su esposa corría detrás de sus hijos, que la esquivaban con risas y brincos para evitar ser atrapados.Valeria llevaba un vestido floreado que le llegaba a medio muslo, su cabello caía libremente sobre su espalda y una enorme sonrisa adornaba su rostro. La recorrió lentamente con la mirada. Después de dos embarazos, se vía aún más bella. Maxim no podía esperar para poner sus manos sobre ella.Había pasado un par de días fuera de la ciudad, resolviendo asuntos de negocios, y durante cada momento había extrañado a su esposa y a sus hijos. Ya no viajaba tanto como antes y odiaba cada vez que debía alejarse de ellos.—¡Papi! —chilló su hija antes de comenzar
Un año antesKassio observó el pétreo rostro de su padre, casi parecía que solo estaba durmiendo. La última vez que lo había visto, antes de viajar a Londres hace casi una semana, él se veía bastante bien, quizás no como el hombre fuerte y lleno de vitalidad que había sido alguna vez, pero tampoco notó en él ninguna evidencia de que fuera a morir pronto. Y, aun así, allí estaba, recostado dentro de su ataúd.—Mis condolencias, hijo —le dijo uno de los amigos de su padre parpándose junto a él—. Tu padre fue un hombre ejemplar y todos lo extrañaremos. Él estaba muy orgulloso de ti.Kassio lo sabía, aunque su padre nunca se lo había dicho. Su relación no era lo que se llamaría cercana. Maxim Volkov había tenido un orden de prioridades en la vida y el trabajo siempre había estado en la cima de la lista, mientras que criar a su hijo estaba casi al final. Pero no fue un mal padre. Se aseguró de darle la mejor educación posible, cubrir sus necesidades y nunca lo había maltratado.Iba a extrañ
Sienna soltó una maldición que, de no haber estado sola, habría hecho que más de una persona la volteara a ver con reprobación. Los autos llegaban sin parar y ocupaban todo el lugar sin darle opción a salir de aquel atolladero. Se sintió muy tentada a tocar la bocina, pero eso atraería atención que no necesitaba.Revisó la hora en la pantalla del vehículo y tamborileó los dedos en el volante con impaciencia. Su hermano iba a salir del Torcrescenza en algún momento y si no se movía pronto, no estaría allí cuando eso sucediera.—Quizás debería llamarlo y decirle que llame a un Uber. —Sonrió, eso seguro lo irritaría, pero no creía que fuera buen momento para provocarlo.Los carros empezaron a desaparecer de su camino mientras uno a uno se acomodaban en el amplio estacionamiento.—Al fin, maldita sea —dijo, mientras arrancaba su auto.Estaba por llegar cuando vio a un tipo, de espaldas a ella, parado en medio del camino a unos metros de distancia. La idea de llevárselo de encuentro cruzó
—Señorita, buenos días. Sienna casi rodó los ojos al escuchar a la agradable secretaria de su hermano. Grazia nunca había hecho nada para molestarla; por el contrario, siempre la recibía con una sonrisa. El problema es que no parecía sincera, ni cuando sonreía, ni al mostrar interés cuando le preguntaba sobre su vida. —Grazia —saludó—. ¿Está mi hermano en su oficina? —Sí, pero está en una reunión en este momento. —¿Crees que tarde demasiado? —El señor Volkov llegó hace poco, así que es lo más probable. —Espera, ¿dijiste Volkov? ¿Estás en una reunión con Kassio Volkov? —Sí. —Grazia la miró con curiosidad. Sienna se dio la vuelta y se dirigió directo a la oficina de su hermano. A unos metros de la puerta vio a un par de hombres de traje mirando todo con desconfianza. «Guardaespaldas». —Señores, buenos días —saludó con una sonrisa y continuó de largo. —Señorita, no puede entrar allí. Se detuvo, regresó sobre sus pasos y se plantó frente al hombre que había hablado, mirándolo d
Kassio revisó los contratos una última vez antes de firmarlos y devolverlos a Susan, su secretaria. —¿Has tenido alguna noticia de tu suegro? —preguntó su amigo, con una sonrisa divertida, en cuanto su secretaria los dejó a solas. Nadie, además de Domenico, se atrevería a bromear con él. Su amigo se había hecho inmune a sus miradas heladas y comentarios rudos en los años de amistad que tenían. Se habían conocido cuando eran unos adolescentes y Domenico se había abierto un espacio en su vida, casi a la fuerza. Su larga amistad no evitaba que a veces fantaseara con lanzarlo por la ventana cada vez que soltaba un comentario impertinente. —Ya deja de decirle así, y ha intentado contactarme desde el día de la infructuosa boda. No he atendido a ninguna de sus llamadas. Lo necesito desesperado para que acepte mis términos. Su madrastra no era la única que esperaba frutos de su boda y ahora necesitaba encontrar un nuevo curso de acción. —¿No crees que se cansará e irá tras de otro inve