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Capítulo 1: Un estúpido en mi camino

Sienna soltó una maldición que, de no haber estado sola, habría hecho que más de una persona la volteara a ver con reprobación. Los autos llegaban sin parar y ocupaban todo el lugar sin darle opción a salir de aquel atolladero. Se sintió muy tentada a tocar la bocina, pero eso atraería atención que no necesitaba.

Revisó la hora en la pantalla del vehículo y tamborileó los dedos en el volante con impaciencia.  Su hermano iba a salir del Torcrescenza en algún momento y si no se movía pronto, no estaría allí cuando eso sucediera.

—Quizás debería llamarlo y decirle que llame a un Uber. —Sonrió, eso seguro lo irritaría, pero no creía que fuera buen momento para provocarlo.

Los carros empezaron a desaparecer de su camino mientras uno a uno se acomodaban en el amplio estacionamiento.

—Al fin, m*****a sea —dijo, mientras arrancaba su auto.

Estaba por llegar cuando vio a un tipo, de espaldas a ella, parado en medio del camino a unos metros de distancia. La idea de llevárselo de encuentro cruzó por su mente, pero fue más fuerte su sentido de responsabilidad o quizás el miedo a terminar en prisión por el resto de su vida.

Las ruedas chirriaron cuando frenó bruscamente y el sujeto se dio la vuelta. En lugar de salir de inmediato de su camino, simplemente se quedó parado observándola con la cara inexpresiva. Sus miradas se encontraron por un breve instante y Sienna tuvo la impresión de conocerlo de algún lugar, pero no tenía tiempo que perder tratando de recordarlo. 

Levantó una mano y le hizo un gesto para que se quitara del camino, pero él siguió sin moverse.

—Genial, es un estúpido —resopló sacando la cabeza por la ventanilla—. ¿Te molesto? —preguntó con una sonrisa nada sincera—. Si no te has dado cuenta, necesito pasar y estás justo en mi camino.

El tipo todavía no se movió, así que Sienna piso el acelerador con la caja de cambios aun en neutro. El sonido de su motor pareció hacer reaccionar al hombre del esmoquin y por fin se hizo a un lado, sin parecer nada contento.

—¡Gracias! —gritó al pasar junto a él. 

Sienna detuvo el auto en el mismo lugar en el que había dejado a su hermano al llegar, pero no podía verlo cerca. O se había ido al no verla allí o seguía adentro. Se inclinó por la segunda opción, ya que no había recibido ningún mensaje o llamada. Necesitaba crear una distracción hasta que él apareciera.

El valet parking se acercó a su puerta y Sienna preparó su mejor sonrisa. 

—Hola de nuevo. —Apoyó un brazo sobre en el borde de la ventanilla y colocó su mentón encima de su brazo—. David ¿verdad? —preguntó, después de leer su gafete—. ¿Te importa si me quedó aquí? Te prometo que no tardaré mucho.

David la miró, la indecisión brillaba en sus ojos.

—Esta es solo una zona de paso, tiene que ir a la zona de estacionamiento.

—Vamos, solo un rato. —Hizo un mohín y le dio una mirada llena de súplica. Su hermano le iba a deber una grande.

—Está...

El joven no terminó de hablar cuando alguien más intervino.

—Tiene que mover su auto. 

«Maldición», pensó y se giró a ver al otro hombre que acababa de llegar. Su expresión severa le dijo que no lograría salirse con la suya con él. Presionó el botón de encendido y piso el acelerador. Por supuesto, su coche no fue a ningún lado, tal y como era su intención. Tenía sus ventajas saber de autos.

 —¡Demonios! —exclamó golpeando el volante—. Debe ser una jodida broma.

Apagó su auto y se bajó. Golpeó la puerta con fuerza solo para darle credibilidad a su actuación.

—Señorita, tiene que sacar ese auto de allí —repitió el hombre, probablemente el supervisor del valet parking.

—¿Y qué crees que estoy tratando de hacer? Pero este maldito traste no enciende. —Abrió el capó de su auto y fingió buscar cual era el problema—. Pague una fortuna por esta cosa y sigue malográndose en los peores momentos —vociferó—. De todos los lugares, tenía que fallar aquí. Seré la comidilla por las siguientes semanas.  

—Señorita…

—A menos que te ofrezcas a cargar mi auto, será mejor que te calles. No he tenido un buen día y tú lo estás empeorando.

Unos metros más allá, Kassio se despidió de su investigador y se dio la vuelta para ver a qué se debía el alboroto. La misma castaña que había estado cerca de embestirlo con su auto parecía estar en el centro del escándalo, lo cual no le sorprendió. A pesar de su estatura y su delgada complexión, los dos hombres junto a ella lucían algo intimidados mientras la mujer hablaba sin parar.

A Kassio no podía importarle menos lo que estaba sucediendo y su humor no era el mejor después de que su investigador le informara que aún no tenía nada nuevo, un año y seguía sin tener ni una sola prueba para confirmar que la muerte de su padre había sido orquestada. Sin embargo, decidió intervenir antes de que la castaña subiera a su auto y optara por atropellar a los pobres hombres. Tenía el presentimiento de que era capaz.

Apenas había dado un paso cuando vio a dos personas acercarse a toda prisa al auto. Eran Serena, su prometida, y Vincenzo, el mejor amigo de Serena.

—¿Qué demonios?

Kassio se quedó inmóvil observando a Serena y Vincenzo subirse atrás mientras la castaña se montaba detrás del volante. Por instante, nada sucedió. Luego, el auto cobró vida y salió disparado a toda velocidad al mismo tiempo que un grupo de hombres apareció con la clara intención de detenerlos, aunque llegaban un poco tarde.  

Allegra, la madre de su prometida, llegó un poco después y se acercó a los hombres. Fue entonces cuando Kassio empezó a acercarse. 

—Bueno, esa sí que fue una salida —comentó, deteniéndose junto a ella.

La mujer abrió los ojos con sorpresa al verlo y titubeó antes de esbozar una sonrisa.

—Kassio, no te vi aquí.

Se abstuvo de hacer una mueca de desagrado al oírla decir su nombre. Incluso si Allegra era mayor que él, odiaba cuando lo trataba como si fueran amigos cercanos. No tenían ningún tipo de relación, y al parecer nunca no la tendrían.

—Supongo que no habrá boda. Debería asegurarse de informarle a los invitados.

—Serena solo está un poco nerviosa. Hablaré con ella y la boda seguirá su curso. 

Se alejó de Allegra sin decirle nada más, seguro ella era lo suficientemente inteligente para entender su silencio. No creía que su prometida hubiera huido por nervios y tampoco esperaba que regresara.

Desde el compromiso, Serena no se había molestado en ocultar su desagrado por su inminente boda. Kassio tampoco había estado particularmente entusiasmado con aquella unión, pero lo consideró un sacrificio menor para lograr su objetivo.

—Necesito mi auto.

—Por supuesto, señor. —El valet tomó su radio y le dio órdenes a alguien más, mientras tanto Kassio buscó su teléfono y llamó a su asistente.

—Contacta a nuestro cliente en Francia y dile que hay un cambio de planes. Después de todo si podré verlo mañana temprano.

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