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Capítulo 2 - La Torre de Reginald

Cuando Denise despertó, frunció el ceño al percatarse de la oscuridad reinante en la habitación que Liam le había asignado, recordando que este le había mencionado que el ventanal del cuarto contaba con una gruesa cortina que impedía que, en verano, la temprana luz del alba ingresara en el dormitorio. Confundida, tomó el móvil que había dejado cargando sobre la mesilla de noche y comprobó que tenía un par de mensajes privados en su I*******m o, mejor dicho, reacciones a las últimas historias que había subido.

Suspiró. Nadie sabía por qué diablos se había montado en aquel avión y no tenían por qué conocer la verdad. Por eso le gustaban las redes sociales, podía mostrar solo lo que quería. Sonrió ante uno de los mensajes, el cual decía: «Buen viaje, cariño, disfruta». Si aquella seguidora conociera el motivo de su partida… Sin embargo, a pesar de la incomodidad que le causaba pensar en su ignorancia, le agradeció por los buenos deseos, para luego de apretar los párpados por un segundo, antes de observar la hora en la esquina superior derecha de su Smartphone.

Abrió los ojos de par en par.

No, no podía ser. ¿De verdad había dormido toda la noche, toda la mañana y buena parte de la tarde? La noche anterior se sentía cansada, pero ¿tanto? Desconectó su teléfono del tomacorriente, lo dejó junto a ella y frotó los ojos, intentando alejar los últimos rastros de sueño.

Suspiró una vez más y se puso de pie, para luego dirigirse hacia sus maletas, preguntándose por qué diablos Liam no la había despertado.

Al abrir la valija más grande, se encontró con un revoltijo de prendas que ella no recordaba haber colocado así, sin embargo, haciendo memoria, cayó en la cuenta de que la noche anterior, presa del cansancio, había buscado su pijama sin ningún cuidado. Volteó los ojos al cielo, maldiciéndose. No le quedaría más remedio que acomodarlo todo.

Con ese pensamiento en mente, se encaminó hacia el guardarropa y comprobó que este se encontraba a rebosar de cajas. Debería preguntarle a Liam en dónde diablos podía colocar sus cosas, pero antes tenía que atender a las súplicas de su estómago, que no dejaba de rugir. Estaba hambrienta. La lasagna de la noche anterior había estado deliciosa, tal y como había prometido Liam, pero, después de dormir prácticamente todo el día, sin dudas necesitaba comer algo más.

Esperaba poder desayunar antes de que Liam cenara. Se sentía horrible. ¿Por qué había dormido tanto? No lo sabía, y no tenía más remedio que resignarse, al fin y al cabo, no podía hacer nada al respecto. De todos modos, tampoco podía quejarse demasiado, ya que aquello, a pesar de todo, tenía algo positivo: la angustia dolía bastante menos que los días anteriores. Al parecer, el sueño le había proporcionado un descanso a su pecho, o quizás se debía a que se encontraba lejos de su ciudad natal; lejos de su madre; lejos de todo aquello que le recordaba que no debía existir. Aunque, tal vez, era producto de ambas cosas. No estaba segura, pero lo que sí sabía, era que se sentía mucho mejor.

Tomó un par de prendas de su maleta —un ajustado jean y una blusa color verde— y puso rumbo hacia el cuarto de baño.

Una vez se terminó de duchar, se vistió velozmente y se maquilló lo suficiente como para ocultar las enormes ojeras que habían comenzado a aparecer bajos sus ojos color miel, antes de colocarse las lentillas y encaminarse hacia el pasillo de la segunda planta.

—Buenos días, bella durmiente —la saludó Liam, saliendo de su habitación, la cual se encontraba justo frente a la que ella ocupaba.

—Muy gracioso —repuso, con cara de pocos amigos, mientras tomaba las muletas de Liam y comenzaba a bajar las escaleras—. ¿Por qué no me llamaste? Y, ¿por qué duermes en el piso de arriba?

—En primer lugar, no te llamé porque anoche estabas demasiado agotada, llevabas casi dos días sin dormir y necesitabas descansar. En segundo lugar, duermo arriba porque, no sé si lo habrás notado, no hay habitaciones en la planta baja. —Rio.

—Ya, entiendo —suspiró Denise, en cuanto bajaron el último escalón—. ¿Qué hacías arriba?

—Leía. Terminé un trabajo y decidí relajarme un poco —respondió, recibiendo las muletas—. ¿Tienes hambre? —preguntó, oyendo como el estómago de Denise rugía ante la pregunta.

—Lo siento. —Sonrió—. Pero sí, estoy hambrienta.

—Ven —dijo, encaminándose hacia la cocina—. Por la mañana me tomé el atrevimiento de pedir unas facturas en una pastelería argentina que acaba de abrir por aquí cerca. La pareja es mendocina y me caen genial.

—No bromees —dijo Denise, alzando las cejas, en tanto se adentraba en la cocina—. ¿Hay facturas en Waterford?

—Waterford lo tiene todo, querida —dijo, mientras se encaminaba hacia la alacena y bajaba una gran bandeja, que depositó sobre la mesa—. Allí encontrarás las tazas —agregó, señalando un alto armario empotrado—, y puedes calentarte el café que quedó de la mañana.

—Gra-gracias —dijo Denise, sin poder salir de su asombro.

—De nada —respondió su amigo, sentándose a la mesa y comenzando a abrir el envoltorio de las masas argentinas—. No estaba seguro de que quisieras comer un desayuno típico irlandés, así que… En fin, hay de todo un poco. No recordaba cuáles eran tus favoritas. Hay de dulce de leche, membrillo y alca-no-sé-qué.

—Alcayota —aclaró Denise con una sonrisa, mientras introducía en el microondas la taza que había llenado con café.

—Eso —confirmó Liam.

—Gracias, son mis favoritas.

—¿Cuáles?

—Todas, pero en especial las de alcayota.

—¿Estas? —preguntó Liam, mostrándole la que contenía una mermelada extraña—. ¿Te gustan los pelos caramelizados?

—No son pelos —dijo, volteando los ojos al cielo, en el mismo momento en que el pitido del microondas le informaba que su café ya estaba listo—. Se le llama hilachas o Cabellos de Ángel, pero es la pulpa de la fruta.

—Sí, sí, como tú digas. Las compré solo porque los dueños de la pastelería me dijeron que podían gustarte y que era un dulce típico, pero no deja de verse asqueroso.

—¿Lo has probado?

—No, y no pienso hacerlo.

—Anda, solo un poco.

—¡No!

—Por favor —pidió, poniendo cara de súplica.

—No, estoy seguro de que sabe asqueroso.

—Solo prueba un poco, si no te gusta no lo comes.

Liam puso los ojos en blanco y tomó una de aquellas masas con aquel extraño dulce sobre ella, y se la llevó a la boca, mientras Denise lo observaba expectante.

—Lo que hago por ti —suspiró Liam, antes de darle un mordisco.

Masticó lentamente aquel bocado y frunció el ceño.

—¿Y? —preguntó Denise, alzando las cejas—. ¿No es delicioso?

—Emmm… —dudó Liam, luego de tragar con dificultad—. No, es horrible. No entiendo cómo puede gustarte esto.

—¡Qué mal gusto tienes! —exclamó Denise, tomando la factura que su amigo había dejado a medio comer, y le dio un bocado—. Es delicioso —aseguró, con la boca llena.

—Está bien, lo que tú digas. No volveré a probar esa asquerosidad.

Denise puso los ojos en blanco. No entendía por qué tanta exageración, pero así era él y no podía ni quería cambiarlo.

—¿Qué pasó… —comenzó a preguntar Liam, unos segundos más tarde, logrando que Denise bajara la taza de café, alerta—, con la novela que estabas escribiendo?

Denise suspiró, aliviada.

—No lo sé —respondió, mientras tomaba una nueva factura, agradeciendo que no le hubiese hecho la bendita pregunta—. Por ahora quedará ahí.

—¿Ahí dónde? —preguntó Liam con el ceño fruncido.

—En la carpeta de archivos olvidados.

—No, no puedes hacer eso.

—¿Por qué no? —preguntó, alzando una ceja—. Es mi historia y puedo hacer con ella lo que quiera. De todos modos, aunque quisiera continuarla, no tengo cabeza para ello.

Liam la miró, pensativo. Aquello reafirmaba su creencia de que Denise le estaba ocultando la parte más importante de la discusión con su madre. Que no tuviera cabeza para aquello solo podía significar que no había sido una simple pelea, como le quería hacer creer.

—No digas eso —le pidió—. Entiendo que puedas estar cansada, pero…

—No dejaré de escribir, Liam. No te preocupes por eso. Por muy mal que me vaya, por muy mal que me sienta, más allá de las decenas de críticas destructivas y de las escasas ventas, no dejaré de hacerlo —le aseguró—. Es solo que no puedo seguir escribiendo sobre el amor de una madre, cuando no lo he conocido.

Liam la observó, apenado.

No tenía idea de qué era lo que había sucedido, pero sí sabía que aquella no era Denise, al menos, no era la misma muchacha que había conocido hacía siete años.

—No sé qué fue lo que sucedió en Buenos Aires… —comenzó a decir, dubitativo.

—Liam, por favor, no quiero hablar de eso —lo cortó, con una mirada de súplica.

—Y yo no pienso hacerte hablar de ello. Lo siento —se disculpó—. Te escucharé cuando quieras contármelo, cuando te sientas preparada.

—Piensas que te he mentido.

—Sí —respondió, aun sabiendo que no se trataba de una pregunta—. Perdóname, pero siento que lo has hecho, o, mejor dicho, creo que me has ocultado una parte importante de la verdad. Pero no te culpo —aclaró, al ver como su amiga comenzaba a abrir la boca para responder ante aquella acusación—, cada uno tiene sus tiempos y, aunque me gustaría saber qué fue lo que sucedió y así poder ayudarte, no te presionaré.

—Lo siento, pero no puedes ayudarme —dijo, bebiendo el último sorbo de su café—. De todos modos, gracias. —Sonrió.

Liam asintió. No le gustaba aquella versión de su amiga. No, Denise no era así. Denise era alegre, divertida. Denise era quien siempre se encargaba de encontrar un modo de sacarlo de sus casillas, no aquella muchacha desanimada, triste y resignada.

—¿Tienes un cigarro? —preguntó Denise, mientras se levantaba y colocaba su taza vacía en el lavavajillas.

—Solo armados —respondió, sacando un pequeño sobre de tabaco y un paquete de papel de liar del bolsillo de su chaqueta.

—Por mí está bien.

—Es sin filtro —aclaró.

—No hay problema, podré tolerarlo. Solo te pediré que me lo armes tú, yo no me doy maña con eso.

Liam asintió y comenzó con la tarea.

—Oye —dijo, al cabo de un momento, tendiéndole el cigarrillo recién liado—. Si no piensas continuar con la historia que estabas escribiendo, ¿por qué no comienzas otra?

Denise encendió el cigarro y lanzó la primera bocanada de humo hacia el techo, antes de contestar:

—No creas que no lo he pensado. De hecho, de camino hacia aquí, se me ocurrió una idea, pero le falta mucho antes de que me anime a escribirla.

—¿De qué va? —preguntó, intrigado, al ver que aquel tema le había devuelto la sonrisa.

—Aún no lo tengo muy claro, como ya te dije, le falta mucho desarrollo. Lo único que sé es que quiero que la historia se desarrolle aquí.

—Ah, ¿sí? —preguntó, alzando las cejas.

—Sí —asintió—. Ya sabes que esta es mi primera vez en el país y me pareció maravillosa la idea de ambientar una historia aquí, en Waterford. Es bellísimo, al menos por lo poco que pude ver cuando llegué.

—Bellísimo como tu mejor amigo —dijo, sonriendo.

Denise le devolvió el gesto, mientras su estómago daba un vuelco.

—No —dijo, con una mueca de burla—. Tan hermoso como yo —enfatizó, bromeando e intentando alejar la sensación que las palabras de Liam habían despertado en ella.

—Como usted diga, señorita —dijo Liam, con gesto teatral—. Me parece perfecto que quieras ambientar una historia aquí, pero creo que antes de hacerlo deberías conocer la ciudad. Podríamos recorrer un poco, si quieres.

—¿Hablas en serio? —preguntó, con la ilusión grabada en el rostro.

Liam asintió.

—Pero ¿y tu trabajo?

—Puede esperar, no tengo demasiado —respondió, tomando sus muletas y poniéndose de pie.

—¿Cuándo iremos?

—¡Ahora mismo! —exclamó, sonriente. Haría todo lo que estuviese al alcance de sus manos para verla sonreír.

—¿Ahora?

—Exacto, tienes quince minutos para ponerte algo cómodo mientras yo me ocupo de unos detalles en el estudio —dijo, saliendo de la cocina, seguido de Denise, quien lo miraba con el ceño fruncido.

—Esto es lo más cómodo que tengo —dijo, abriendo los brazos.

Liam dio media vuelta y valoró su atuendo.

—Si tú lo dices —dijo, alzando una ceja—. No quiero ni imaginar qué es lo más incómodo que hay en tu guardarropa. Solo espero que luego no te quejes del dolor de pies —agregó, mirando el calzado de su amiga.

Denise bajó la mirada.

—¿Qué tienen mis zapatos?

—Son demasiado altos —respondió, retomando su camino.

—No pensarás que iré de tenis, en compañía del Yeti.

—Como quieras —dijo, con una media sonrisa, perdiéndose tras la puerta.

—¡Tú porque ni siquiera puedes usar un par de pantuflas! —exclamó, molesta. ¿Qué tenían de malo sus botas de tacón?

—Muy graciosa —se oyó desde el interior del estudio—. Vamos, ve y prepárate que en quince minutos salimos. No te esperaré.

—Ya estoy lista.

—Si tú lo dices…

Denise intentó valorar cada aspecto de su atuendo, sin encontrar el problema. Sin embargo, luego de aquel análisis, recordó que no estaba del todo preparada. Necesitaba retocar su maquillaje y tomar su bolso.

Velozmente, subió de dos en dos los escalones que la separaban de la planta superior y se dirigió hacia el dormitorio.

Veinte minutos después, Denise bajó a la sala, encontrándose con la mirada acusatoria de Liam, quien la esperaba al pie de las escaleras.

—¿No era que ya estabas lista?

—Lo siento, recordé que necesitaba algunas cosas. Antes muerta que sencilla, ya lo sabes —respondió—. ¿Y no era que tú te irías sin mí, si no estaba a tiempo?

Liam la miró entre sus pestañas y suspiró.

—Da lo mismo. ¿Vamos? —Denise asintió—. ¿Estás segura de que no te olvidas de nada?

—Ay, qué eres pesado —suspiró—. Sí, llevo todo. No me hagas dudar, que podrías estar esperándome una media hora más.

—Si fuese así, no podríamos ir, ya sería demasiado tarde.

—Y si seguimos hablando, pasará lo mismo.

Liam sonrió y asintió, de acuerdo con Denise, antes de encaminarse hacia la puerta que conducía al garaje en el cual guardaba su Nissan automatizado.

Al llegar al sitio que Liam había escogido para el recorrido, Denise frunció el ceño, al ver como una alta torre se alzaba ante ellos. Sin dudas, aquello no era lo que esperaba.

—¿Qué es esto? —preguntó, confundida.

—La torre de Reginald —respondió Liam.

—¡No me digas! —exclamó, con fingida emoción—. No había logrado deducir que se trataba de una torre —agregó con sarcasmo—. Y, a ver, déjame adivinar: el nombre es en honor a un antiguo gobernante vikingo.

—Sí, así es —respondió su amigo, poniendo los ojos en blanco, en tanto se apeaba del coche y tomaba sus muletas del asiento trasero—. ¿Vienes o no?

—Ya voy, ya voy —respondió con desgana.

Sinceramente, no entendía qué tenía de interesante aquella enorme construcción de piedra. Sí, era atractiva, eso no podía negarlo, sin embargo…

—¿Por qué me has traído hasta aquí? —preguntó, en cuanto lo alcanzó. No dejaba de sorprenderse de la capacidad de su amigo de moverse más rápido que cualquiera, aun cuando debía hacerlo con el apoyo de un par de muletas.

—Es historia. Si quieres escribir sobre Waterford no te vendrá nada mal un poco de contexto histórico, ¿no crees? —preguntó.

Denise se limitó a asentir. Su amigo tenía razón, sin embargo, eso no quitaba el hecho de que estaba segura de que terminaría aburriéndose. Le gustaba la historia, pero le costaba horrores prestar atención y…

—Esta torre es un museo —comenzó a explicarle Liam, en tanto se adentraban—. El Museo de los tesoros de Waterford. O el Museo Vikingo de Waterford. Llámalo como quieras —agregó—. ¡Ven! Vamos, te contaré todo lo que sé. A esta hora hay poca gente y podemos hacer nuestro propio recorrido.

—¡Espera! —lo detuvo—. Tienes razón, lo mejor es saber un poco de historia, pero dime, ¿por qué diablos me lo contarás tú y no un guía?

—Porque me gusta la historia y quisiera ser yo quien te la cuente de manera resumida. Si contratásemos a un guía, probablemente terminarías perdiéndote la mitad de la explicación —respondió con una media sonrisa—. Reconoce que no eres muy buena con los idiomas.

—Que mi inglés no sea del todo bueno, no te da derecho a…

—Deja de quejarte y vamos —la cortó, indicándole con la cabeza que lo siguiera.

Una vez en el interior del edificio, Denise sintió como su mandíbula descendía de golpe, maravillada ante lo que sus ojos veían. Aquel lugar era majestuoso. Se trataba de un sitio enorme e increíble; un lugar repleto de historia, que guardaba en su interior los vestigios de una época antiquísima.

A Liam no le pasó desapercibida su reacción, por lo que se limitó a sonreír y a comenzar con el recorrido, acompañándolo de su relato.

Denise procuraba prestar atención a las palabras de su amigo, sin embargo, era incapaz de lograrlo por completo. No podía concentrarse lo suficiente, ya que intentaba abarcar todo con la mirada, sin perderse ningún detalle.

—Es precioso —murmuró, interrumpiendo el relato de Liam.

—Lo sé, sé que soy precioso, pero espero que hayas oído todo lo que he dicho, porque acabo de terminar.

—Oye, por supuesto que te oí —dijo Denise, ofendida.

—¿Segura? —preguntó, inquisitivamente.

—Déjame ver —murmuró, llevándose el índice a los labios—. Dijiste que estabas encandilado con mi belleza y que eso te impedía pensar en nada más que en mi maravilloso cuerpo —bromeó—. También confesaste que estabas deseoso de cumplir tus fantasías con esta bella dama en lo alto de la torre. Pero, lo siento, eso no podrá ser, caballero. Primero deberá rescatarme —dijo con gesto teatral, sin causar en Liam el efecto que deseaba. Suspiró y se mordió el labio inferior, resignada—. Está bien, lo siento. Solo era una broma.

Liam sonrió, le gustaba que la antigua Denise hubiese regresado, aunque tan solo fuera por un momento.

—En fin, me hablaste de que esta torre fue construida por los anglonormandos después de que conquistaran Waterford. Dijiste también que este sitio era un fuerte vikingo antes de su construcción y que al parecer yo tenía razón y Reginald es la malformación del nombre de un gobernante vikingo. Lo siento, olvidé el nombre original —dijo, y tomó aire para continuar—: Mencionaste que la torre tiene cincuenta y cuatro pies de altura, y cuarenta y dos pies y medio de diámetro, aproximadamente.

»Además, comentaste que formaba parte de las antiguas murallas de la ciudad; ubicada estratégicamente entre una rama de Saint John’s River (creo que se llama así) en el sureste y el río Suir al norte, cerca de una iglesia francesa.

»Desde mil ochocientos y algo, es propiedad de Waterford Corporation y la residencia del Jefe de la Policía. Se habitó hasta mil novecientos «no-sé-cuánto» y luego, cuando el último que vivió aquí se fue, se convirtió en museo. En la actualidad se exhiben hallazgos arqueológicos de una excavación en el río Suir, o algo por el estilo —dijo, concluyendo su monólogo, un tanto agitada, mientras observaba a Liam con las cejas arqueadas, esperando su aprobación.

Liam sonrió, satisfecho.

En el momento en el que le había propuesto aquella salida, una parte de su ser le había dicho que Denise no se enteraría de nada de lo que intentara mostrarle. Sin embargo, y a pesar de que la muchacha no recordaba todos los detalles, había retenido lo suficiente como para sentirse complacido.

—¿Qué sucede? —preguntó Denise, viendo el rostro sonriente de su amigo—. Lo siento si no he retenido demasiado, ya sabes que no se me dan bien las fechas y los nombres, y…

—Al contrario, lo has hecho más que bien. Es verdad que hay ciertos detalles que has pasado por alto, pero viniendo de ti es todo un logro —dijo, en tono de burla.

—¡Oye! —exclamó la muchacha, dándole un manotazo en el hombro—. ¿Debo tomar eso como un insulto o como un halago?

—Yo diría que más bien como un halago —repuso, divertido.

Denise asintió, feliz. Había logrado retener la información suficiente como para hacerlo sonreír. Amaba aquella amistad y temía echarla a perder por cualquier estupidez que pudiese cometer.

Suspiró, al ver como Liam salía por la puerta mientras una cortina de lluvia se precipitaba una vez más sobre la ciudad.

—¿Vamos a casa? —preguntó, sintiendo como el agua la empapaba de pies a cabeza.

—Antes haremos una última parada en una iglesia georgiana. Si quieres, claro.

—¡Por fin! —exclamó, haciendo que Liam se parara de golpe con la llave del coche en la mano y la mirara con el ceño fruncido—. Por fin comprendes que no puedes vivir sin esta deidad y quieres casarte conmigo.

Liam volteó los ojos al cielo, procurando no sonreír.

—Te informo que ya vivo contigo —dijo—. Y no, por el momento no planeo casarme. Vamos. Súbete al bendito coche. No quiero estar esta noche en tu cama, tomándote la fiebre —agregó en tono de burla.

—Admite que quieres acostarte conmigo.

Liam rio, ahogando sus pensamientos, y Denise no pudo evitar reír junto a él, aun cuando su corazón latía desbocado ante sus últimas palabras.

Una vez en el interior del coche, y un poco más calmada, dirigió la mirada hacia la ventanilla y dejó que sus ojos se empaparan del paisaje.

Esperaba que la catedral resultase igual o más interesante que la torre. Su cuota de prestar atención comenzaba a agotarse y empezaba a sentirse hambrienta y cansada. No veía la hora de llegar a casa y darse una ducha, pero la curiosidad aún podía con ella.

Sonrió y se dejó envolver por el calor de la calefacción que Liam acababa de encender, permitiéndose cerrar los ojos y dejando que sus pensamientos fluyeran libremente.

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