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Capítulo 5 - Secretos y Noticias.

Denise se mordió las uñas con fuerza, cada vez más impaciente. Sabía muy bien que no podía esperar encontrar trabajo en los casi tres días que llevaba buscando, pero empezaba a pensar que conseguir empleo en Irlanda resultaría igual o más difícil que en Argentina. No sabía qué se había creído; el trabajo jamás llovía, por mucho que cambiara de país.

Suspiró y miró la pantalla de su ordenador portátil en la cual aparecía la página web que Liam le había recomendado para buscar trabajo. No era la página más cómoda del mundo, pero le permitía enviar su currículum sin demasiados problemas. Sin embargo, de los cientos de trabajos a los que había aplicado —algunos habían sido por consejo de su amigo, a pesar de que ella no se sentía demasiado capacitada para los puestos—, solo había recibido respuesta de uno, y esta había sido negativa. Aquello la había entristecido, pero, tras un leve momento de angustia, había alzado la cabeza y había continuado con la búsqueda, consciente de que no podía dejarse desanimar. Confiaba en que, en algún momento, la suerte y sus conocimientos estarían de su lado. O, al menos, de eso se intentaba convencer. No era como que hubiese trabajado mucho a lo largo de su vida, sin embargo, consideraba que sus anteriores empleos como secretaria ejecutiva —si es que no podía aplicar como diseñadora gráfica o copywriter— podían abrirle una posibilidad, por muy pequeña que esta fuera.

Humedeció sus labios, mientras dirigía el cursor hacia la opción de «enviar CV» que aparecía debajo de la solicitud de secretaria. No sabía cuál era la empresa, dado que ni siquiera figuraba el nombre de la misma, pero no le importaba, no tenía nada que perder. Tampoco confiaba demasiado en que la llamaran, aun cuando las especificaciones del puesto coincidían ampliamente con sus capacidades y conocimientos. Poco a poco, comenzaba a realizar aquella tarea de manera persistente pero automática.

Inclinó su cabeza a un lado y a otro, haciendo crujir las vértebras de su cuello. Le dolía todo el cuerpo. Durante los últimos tres días, no había hecho más que estar en casa; leer; dormir mal; pasarse toda la mañana frente al ordenador intentando conseguir empleo, mientras que por la tarde se dedicaba a ayudar a Liam, tal y como le había prometido, con la clasificación de las pertenencias de Nahomí.

Su amigo tenía razón, aquello era mucho peor de lo que había pensado. No solo por la cantidad exorbitante de cajas —de las que solo habían alcanzado a revisar un diez por ciento—, sino también por la cantidad de emociones que surgían en Liam con cada artículo que sacaban de ellas. En más de una ocasión, Denise se había encontrado consolándolo. Entendía que le dolía, pero a ella le dolía más no poder empatizar del todo con él. No sabía lo que era querer a una madre, no sabía lo que se sentía que se hubiese marchado para siempre. Sin embargo, y aún en desconocimiento de lo que era el amor maternal, en cierta medida, podía comprenderlo y era por ese motivo que había decidido ayudarlo, y seguir haciéndolo, pese al dolor de espalda que había comenzado a sentir por culpa de estar tanto tiempo en cuclillas o agachada, revisando cada uno de los objetos. Y, aunque podía quejarse y decirle que no se sentía bien —sabía que Liam lo comprendería—, aquella actividad le gustaba. No solo la hacía sentir útil, sino que también alejaba todos los fantasmas de su reciente pasado —al menos por un par de horas— y le permitía conocer más a quien se empeñaba en llamar amigo.

Cuando llevaba más de seis horas buscando empleo, su estómago comenzó a rugir, llamando su atención.

Bostezó y miró la hora en la esquina inferior derecha de su portátil y comprobó que era más de medio día, y no había comido nada desde el desayuno. Por ese motivo, decidió que bajaría a prepararse algo de comer. Sin embargo, le resultaba extraño que Liam, contra la costumbre de los últimos dos días, no hubiese ido en su búsqueda. Frunció el ceño, pensativa, y se encogió de hombros, pensando en que, tal vez, al igual que ella, su amigo había perdido la noción del tiempo.

Se levantó de la cama y, tras pasar por el baño y lavarse la cara para despabilarse un poco, salió de la habitación, rumbo a la cocina.

No estaba segura de qué preparar. Los dos días anteriores había sido Liam quien se había encargado de pedir delivery. Sin embargo, y pese a que la comida había sido buena, estaba deseosa de comer algo hecho en casa.

Abrió la puerta de la nevera y, pensativa, observó el contenido. Suspiró y abrió la puerta del congelador. Puso los ojos en blanco. No tenía muchas opciones, pero creía ser capaz de lograr algo lo suficientemente bueno como para calmar su estómago y, de paso, sorprender a Liam.

Tomó un trozo de carne del congelador, lo metió al microondas y lo programó para descongelar, antes de dirigirse nuevamente a la nevera y sacar los ingredientes que consideraba útiles para lo que se había propuesto.

Una vez que la carne se descongeló, puso música y comenzó a trabajar en el almuerzo. Esperaba que le saliera algo decente. No era que creyese que no se le daba bien cocinar, pero jamás lo había hecho para nadie más que no fuera ella misma. Suspiró e intentó convencerse de que lo lograría.

Liam frunció el ceño, confundido, ante la música que había comenzado a sonar en la casa, mientras observaba los pendientes que le había encargado Adam Warren y que acababa de terminar de pulir. ¿Qué era aquello? Estaba seguro de que se trataba de Denise, ¿quién más si no?, pero ¿por qué? Era sumamente extraño, dado que, durante los últimos días, ella se había opuesto rotundamente a que él pusiese música mientras se dedicaban a clasificar los objetos de su madre, sin embargo, ahora…

Suspiró y colocó los pendientes dentro de una diminuta cajita de interior aterciopelado, la cual colocó en una bolsa que llevaba escrito, en letras itálicas, su nombre y número de contacto.

Estiró los brazos por sobre su cabeza, para luego mirar la hora en su móvil. Abrió los ojos de par en par. ¿En qué momento habían pasado seis horas? Había olvidado por completo pedir el almuerzo.

Bostezó, mientras tomaba sus muletas y se levantaba del asiento, y se encaminó hacia la puerta del estudio.

Vería qué estaba haciendo Denise y le preguntaría qué quería de comer. No le gustaba pedir por su cuenta, ya que ella no se cansaba de recalcar que sus gustos culinarios eran de lo más tristes. Sonrió, divertido, escuchándola en el interior de su cabeza.

Cuando abrió la puerta que comunicaba el estudio con la sala de estar, no pudo evitar hacer una mueca de confusión mientras olfateaba el aire.

—¿Denise? —la llamó, intentando hacerse oír por sobre el sonido de la música.

—¡Aquí! —exclamó, asomándose a la puerta con las mangas de la blusa arremangadas hasta los codos.

—¿Qué haces? —preguntó, adentrándose en la cocina.

—Algo que tú no, al parecer —respondió, secándose las manos con un paño que llevaba enganchado a la cintura de su pantalón, antes de bajar el volumen de la música—. Cocino, ¿es que acaso no es obvio?

—No sabía que cocinabas.

—Tampoco sabes que soy bailarina de ballet.

—¿En serio? —preguntó, alzando una ceja.

—No, pero con eso confirmas que no me conoces demasiado —respondió, riendo—. De lo contrario, sabrías que eso es lo último que haría en mi vida.

Liam volteó los ojos y negó con la cabeza, divertido.

—Vamos, lávate las manos y siéntate a la mesa —dijo, mientras trasteaba con las cacerolas que se encontraban sobre el fuego—. Esto ya casi está listo —agregó.

—Sí, mamá —respondió, agachando la mirada en actitud sumisa.

—Muy gracioso, Liam Carter. Vamos, hazme caso —dijo, apagando la hornalla.

Sonriendo, Liam se encaminó hacia el fregadero y, tras dejar sus muletas a un lado, abrió el grifo, se colocó un poco de jabón para platos y comenzó a frotarse las manos con lentitud.

—¿Tienes el baño al lado y te lavas las manos en la cocina? —preguntó Denise, tomando los platos del armario.

—Está demasiado lejos.

—Son solo dos pasos.

—Para ti que tienes dos piernas.

Denise blanqueó los ojos y negó con la cabeza, colocando los platos sobre la mesa.

—¿Qué has preparado? —preguntó Liam, tomando asiento.

—Estofado de carne con papas.

—¿Carne? ¿Papas? —preguntó, sorprendido.

—Sí —respondió, encaminándose hacia los fogones y tomando la olla con un par de guantes térmicos—. Hice lo que pude con lo que tenías en la nevera; que no era mucho, a decir verdad. Un poco de carne y papas con una buena salsa puede resultar delicioso, te lo aseguro.

—Al horno o a la parrilla, también —objetó Liam.

—No digo que no, pero uno puede variar de vez en cuando, ¿no te parece?

—Ya veremos —repuso con una ceja levantada—. Solo espero no indigestarme.

Denise frunció el ceño mientras se acercaba a la mesa, depositó la olla en el centro y tendió una mano hacia Liam, pidiéndole que le entregara su plato.

—Contigo, ¿para qué tener enemigos? —dijo, sarcástica, sirviendo una buena cantidad de carne, papas y salsa en el plato de su amigo.

—Ay, no te enojes —pidió él, recibiendo el plato.

—No me enojo.

—¿Segura? —preguntó, tomando sus cubiertos y cortando un trozo de carne, para luego llevárselo a la boca y comenzar a masticarlo con lentitud, desesperando a Denise, quien lo observaba entre ofendida y expectante.

Liam tragó y frunció el ceño.

—¿Y? —preguntó Denise, abriendo los ojos.

—No está mal —murmuró, haciendo una mueca de aprobación y asintiendo con la cabeza, en tanto cortaba un nuevo trozo.

—¿Solo eso? ¿No está mal? —preguntó, decepcionada.

—Podría haber sido peor.

—¡Oye! —exclamó Denise, cruzándose de brazos—. ¿Llevo dos horas cocinando para que me digas eso?

—Sabes que era broma —dijo, esbozando una sonrisa divertida—. Creo que podría acostumbrarme a esto.

—¿Debería sentirme halagada, señor Carter?

—Así es —asintió—. Jamás pensé que la señorita Denise Isaurralde tuviera semejantes dotes culinarias. Creo que estoy en deuda con usted.

—No se me acostumbre, ¿eh? —le advirtió—. La cocina no es mi pasión. Solo lo hago muy de vez en cuando.

—No explotes mi burbuja soñadora —pidió, volteando los ojos.

—Estoy segura de que algún día encontrarás una persona que cocine mejor que yo —dijo, sintiendo como sus propias palabras la herían en lo más hondo—. O, mejor aún —agregó—, podrías aprender y hacerlo tú.

—Ni lo sueñes. No quieres que incendie la casa, ¿verdad?

—No, la verdad es que no sería agradable.

—Muy bien, estamos de acuerdo, entonces. —Sonrió—. Por cierto, ¿has tenido noticias de alguno de los empleos a los que aplicaste?

Denise sonrió con desgana.

—Solo uno y fue un rechazo. —Suspiró.

—No te desanimes —dijo con una sonrisa, intentando infundirle ánimos—. Estoy seguro de que te llamarán mucho antes de lo que crees.

—Eso espero. Si no es así, tendré que regresar a Argentina.

—No hablas en serio, ¿cierto? —preguntó Liam, sintiendo un repentino malestar en la boca del estómago, y se maldijo por haber abordado aquel tema.

—Sí, hablo en serio —respondió Denise, cortando un trozo de papa y llevándosela a la boca. Liam frunció el ceño, contrariado—. Sé muy bien lo que dirás —aseguró—, y no, no pienso vivir contigo sin aportar nada.

—Denise, sabes muy bien que no me interesa el dinero. Yo te invité a vivir conmigo. No te estoy pidiendo que aportes ni un mísero céntimo.

—Veremos cuánto te dura tamaña generosidad —murmuró.

—Me ofendes —dijo Liam, entendiendo a la perfección por qué su amiga se comportaba de aquella manera—. Yo no soy Amelia Isaurralde. —Denise hizo una mueca de disgusto, ante la mención de su madre—. ¿Te invité a vivir conmigo? Sí. ¿Quiero que me pagues por ello? La respuesta es un rotundo no. Por favor, deja de sentir que me debes algo —pidió, suplicante—. Te apoyé desde el principio para que consigas empleo, y lo seguiré haciendo porque creo que es lo mejor para ti, te ayudará mucho y lo sé, pero no quiero que pienses en ello por el dinero —dijo, dejando los cubiertos a un lado—. Sabes que puedes vivir aquí, sin deberme nada —agregó, poniendo énfasis en la última palabra—, todo el tiempo que necesites y quieras.

«Me quedaría toda la vida, si tan solo…», pensó Denise, camuflando sus sentimientos en una sonrisa de agradecimiento.

—¿Por la tarde seguiremos con la clasificación? —preguntó, cambiando de tema mientras se servía un poco más y procuraba ignorar lo que había comenzado a sentir tras las palabras de Liam—. ¿Quieres más?

—Por supuesto. Está delicioso —dijo, apartando los cubiertos y tendiéndole el plato—. Y sí, seguiremos. Siempre que tú quieras, claro.

—Por mí, genial. Me encanta poder ayudarte —aseguró, ignorando el dolor de cintura.

—¿Segura? —Denise asintió—. Muy bien, entonces lo haremos —dijo con una media sonrisa que hizo brincar el corazón de Denise.

La muchacha suspiró. ¿Es que nunca se acostumbraría? Aparentemente no, y eso la llenaba de angustia.

Continuaron comiendo sin decir nada más, oyendo de fondo la música que Denise no había apagado, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Pensamientos que ambos querían evitar, pero que les era imposible.

Cuando cada uno terminó su tercer plato, Liam se recostó contra el respaldo de la silla con las manos sobre el estómago, satisfecho.

—Estuvo genial —dijo, sonriendo—. Gracias.

—Me alegra oír eso —aseguró Denise, devolviéndole la sonrisa—. Solo espero que no te indigestes.

—Y aquí vamos otra vez… Solo era una broma. En serio, estuvo delicioso —aseguró.

—Gracias —dijo, riendo.

—Podrías repetirlo —dijo Liam, colocando sus manos entrelazadas detrás de su nuca.

—Ha quedado suficiente como para que lo disfrutes en la cena —aseguró Denise, mirando el contenido de la cacerola—. No sé cocinar para más de una persona y creo que me excedí un poco.

—Bastante. —Rio—. Pero no me molesta. No recuerdo cuándo fue la última vez que comí algo hecho en casa.

—Eso es porque no dejas que Ébha te cocine.

Liam volteó los ojos al cielo por enésima vez.

Denise tomó la vajilla y se encaminó hacia el fregadero, en donde, antes de meter los platos, vasos y cubiertos en el lavavajillas, se encargó de quitar los restos de comida con una servilleta de papel. Liam la observaba, distraído. Se sentía tan satisfecho que creía que, por primera vez en sus treinta y dos años de vida, podría dedicarse a dormir una pequeña siesta.

—¿Vamos? —preguntó Denise, al terminar con la vajilla.

—¿A dónde?

—A continuar con la clasificación. ¿Es que acaso el almuerzo no te ha indigestado, pero te ha dejado tonto? —preguntó, divertida.

—Muy graciosa —dijo en un bostezo—. ¿En serio quieres empezar ahora? ¿No quieres esperar a hacer la digestión?

—Si hago eso, lo más seguro es que me duerma —dijo, encogiéndose de hombros—. Si quieres que te ayude, tienes que aprovechar mientras tenga energía —agregó, mientras terminaba de limpiar la mesa con un paño húmedo—. Salvo que tú no quieras.

—No, por mí está bien —dijo, tomando sus muletas—. Prefiero que continuemos. Llevamos tres días y no hemos llegado ni a la mitad.

—Quizás hoy encontremos algo que nos sorprenda, como el cuadro de aquel artista desconocido —dijo, sonriendo y encaminándose hacia las escaleras, recordando la bellísima pintura al óleo que habían encontrado la tarde anterior—. Ese cuadro de la pareja junto al mar y el trébol en el cielo…, ¿cómo me dijiste que se llama?

Shamrock —respondió Liam, subiendo uno a uno los escalones.

—¡Ese! —exclamó—. ¿Crees que…? —titubeó—. ¿Te molestaría…? Bueno, solo si…

—¿Lo quieres? —preguntó con una nota de diversión en su voz.

—Solo si tú… —dudó—. Nada, olvídalo. Recuerdo que dijiste que era uno de tus favoritos.

—Puedes quedártelo —le aseguró.

—¡No! Yo pensaba en que me lo vendieras. No tengo mucho por ahora, pero si me esperas a que consiga trabajo…

—¿Tenemos que tener esta conversación otra vez? —preguntó, con voz cansada—. Es un obsequio, Denise.

—¿Hablas en serio? —preguntó, deteniéndose en seco en mitad de camino, sorprendida.

—¡Oye! —exclamó Liam, logrando mantener el equilibrio a duras penas.

—Lo siento, pero es que… no me lo creo.

—¿Y por qué no? —preguntó, alzando una ceja—. ¿Quién mejor que tú para tenerlo? Estoy seguro de que mi madre estaría de acuerdo —aseguró—. Además, tú lo apreciarás y cuidarás mejor que yo.

Los ojos de Denise se anegaron en lágrimas de felicidad.

—Gracias —dijo, con la voz estrangulada, lanzándose sobre Liam y estrechándolo en un abrazo.

Liam sonrió, Denise jamás dejaría de sorprenderlo. Y aquel abrazo…

«Sí que eres estúpido Liam», se reprendió mentalmente, tragando saliva.

—¿Vamos? —dijo Denise, una vez se hubo separado de él.

—Vamos —asintió, siguiéndola hasta su habitación con el corazón desbocado.

—Liam, mira —dijo Denise, tomando un pequeño libro de cuero negro del interior de una de las cajas.

—¿Qué sucede? —preguntó, mientras su amiga se acercaba a él, hojeando el pequeño cuaderno.

Llevaban más de dos horas sentados en medio de la habitación, rodeados de cajas. Dos horas en las que habían clasificado decenas de artículos de todo tipo: joyas, fotografías y cientos de adornos, recuerdos de las decenas de viajes que los Carter habían realizado en familia. Y, a través de aquellos objetos, Denise había sido capaz de conocer un poco más del pasado de Liam, sin la necesidad de que este se lo contara.

—¡Denise! —exclamó Liam, llamando su atención.

—¿Qué? —preguntó con la mirada perdida en la primera página.

—¿Qué querías que viera?

—Ah, esto —dijo, agitando el diminuto y negro cuaderno frente a su amigo.

—¿Qué es? —preguntó, tomándolo y mirándolo, confundido.

—Lee la primera página —le ordenó Denise.

Liam observó a su amiga con el ceño fruncido, para luego hacerle caso y abrir el cuaderno por la primera hoja. Automáticamente, reconoció la letra de su madre y comenzó a leer aquellas palabras que solo lograron confundirlo más.

Waterford, 22 de julio de 2018

Liam, cariño, si estás leyendo esto es porque yo ya no me encuentro en el mundo de los vivos. En estas líneas encontrarás una verdad que quizás no debí callar, pero he sido demasiado cobarde como para decírtela a la cara. Sin embargo, creo que debes y te mereces saberlo. Léelo con calma, relajado, con paciencia y entendiendo que lo que te contaré fue hecho sin la más mínima intención de herir a nadie, y mucho menos a ti.

Espero que me sepas comprender.

                                                                                                        Con amor,

Mamá.

Liam terminó de leer y tragó saliva, sin hallarle el más mínimo sentido a las palabras que su madre había escrito poco antes de su muerte. ¿Qué verdad le había ocultado? Siempre había creído que no había secretos en su familia, pero, al parecer, se había equivocado por completo.

Hojeó el cuaderno procurando no leer nada de lo que allí había escrito —no se sentía preparado para hacerlo, aquello lo había dejado confundido y una horrible sensación de malestar se había instalado en su pecho—, y notó que las hojas estaban numeradas, lo que le permitió comprobar que aquel cuaderno contaba con cuarenta páginas escritas de puño y letra de Nahomí.

—¿Tienes idea de a qué se refiere? —preguntó Denise, sacándolo de sus pensamientos.

Liam negó con la cabeza.

—No —respondió, con la mirada aún fija en el cuaderno.

—¿No hay nada que alguna vez te haya intrigado?

—No lo sé. No lo recuerdo, al menos —murmuró, pasando las hojas rápidamente con su dedo pulgar—. Está fechado unos meses antes de su muerte. —Suspiró—. Siendo sincero, supongo que, si dejó esta verdad por escrito y no me lo dijo en persona, es porque creía que me sería difícil de asimilar.

—¿En serio crees que es algo muy malo? —preguntó.

—No lo sé, solo estoy suponiendo.

—Creo que deberías leerlo —opinó, sentándose frente a él con las piernas cruzadas.

—A veces es mejor dejar los secretos como estaban, guardados —dijo Liam, mirándola a los ojos—. Si mi madre no me dijo esto en vida y se lo guardó, por Dios sabe cuántos años, es por algo. Tal vez, miedo a como yo pudiera reaccionar.

—Muchas veces guardamos lo que tenemos para decir o lo que sentimos, por miedo a estropearlo todo, sin saber qué es lo que el otro realmente puede pensar. Tendemos a pensar que somos capaces de prever las acciones y reacciones de los demás, cuando no es así. Entiendo a tu madre, más de lo que crees. Quizás lo que ha dejado escrito no es tan complicado como imaginas, ni cambie tu vida en lo más mínimo… Tal vez, simplemente consideró que era mejor callarlo o imaginó que reaccionarías de una manera que no es real.

—Era mi madre, me conocía más que nadie.

—Nunca conocemos el cien por ciento de una persona, Liam. Solo podemos imaginarlo, gracias a lo que los demás nos permiten ver de sí mismos.

Liam la observó, pensativo. Sabía que tenía razón, pero…

—¿Y si lo que contiene este cuaderno es más complicado de lo que imaginas?

—Si es así, lo verás tú, pero no creo que, después de haber demostrado la fortaleza que tienes, no puedas sobrellevarlo, sea lo que sea que haya escrito aquí —dijo, tocando la negra cubierta con la punta de su dedo índice.

—No lo sé. —Suspiró—. No creo estar preparado para, como tú dices, sea lo que sea que esté escrito aquí —agregó, con incomodidad.

—No tienes por qué estarlo —le aseguró Denise, viendo la angustia reflejada en aquel rostro que tanto adoraba.

No sabía cómo consolarlo. En ocasiones como aquella no tenía idea de cómo debía actuar. Había comprobado, de la peor manera, que las verdades dolían; pero, aun con el daño que podían causar, estaba convencida de que era mejor conocerlas.

—Puedes tomarte todo el tiempo quieras. No tienes por qué leerlo ya, pero siento que es importante que, tarde o temprano, descubras esa verdad. Luego verás qué haces con ella y como te afecta. Créeme cuando te digo que no hay nada peor que vivir en una mentira —dijo, posando su mano sobre la de Liam, en el momento en que su móvil comenzaba a sonar.

La muchacha sacó el teléfono del bolsillo de sus pantalones deportivos y observó la pantalla con el ceño fruncido.

—¿Quién es? —preguntó Liam, al ver la expresión de su amiga.

—No tengo idea, es un número irlandés y tú estás aquí… —dijo, confundida.

—No soy el único irlandés en el mundo —dijo, volteando los ojos—. ¡Vamos, atiende de una vez! —exclamó, divertido y agradecido por aquella interrupción—. Deja de mirar el móvil como si fuera la aparición del mismísimo Jesucristo.

—¿Quién sabe? —dijo, encogiéndose de hombros.

Se levantó de un salto y tomó la llamada mientras se encaminaba hacia el pasillo, sintiendo como su corazón latía deprisa.

—Denise Isaurralde —dijo, una vez fuera de la habitación—. ¿Cómo? Claro, sí, por supuesto —asintió, ante lo que le decía aquella voz femenina, sintiendo como un nudo comenzaba a formarse en la boca de su estómago, a la par que sus manos empezaban a temblar por el nerviosismo—. ¿Cuándo? ¿Mañana? Sí, perfecto. Sí, sin ningún problema. Ahora mismo lo anoto, deme un segundo —pidió, adentrándose nuevamente en el dormitorio, en busca de una pequeña libreta y un bolígrafo que había guardado en el cajón de la mesilla de noche—. Dígame, por favor —pidió, y comenzó a apuntar—. Perfecto, ¿a las diez, entonces? Genial. Sí, muchísimas gracias —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Disculpe, ¿por quién debo…? —comenzó a preguntar, dándose cuenta de que su interlocutora había finalizado la llamada.

Suspiró, encogiéndose de hombros. Ya vería como se las arreglaría, una vez lograra procesar la noticia. No lo podía creer, en menos de lo esperado, ¡la habían llamado para una entrevista de trabajo! Y, nada más ni nada menos, que de la última solicitud que había enviado aquella mañana. No entendía cómo había sucedido ni de dónde había obtenido tanta suerte, pero no quería darle demasiadas vueltas. La fortuna estaba de su lado y debía aprovecharla.

—¿Quién era? —preguntó Liam, intrigado, mientras alzaba las cejas a la espera de una respuesta—. ¿Qué pasó? —preguntó, viendo la radiante sonrisa en el rostro de su amiga.

—¡Tengo una entrevista! —gritó, y se lanzó al suelo, rodeando a Liam con sus brazos.

La respiración de Denise se detuvo, al percatarse de que sus rostros habían quedado a un palmo de distancia. Con el corazón desbocado, observó el rostro de su amigo, tan cercano al suyo, consciente de que, con un simple movimiento, podría responder a su eterna pregunta: ¿cómo sabrán sus labios? Las manos de Liam permanecían en su cintura mientras ella sentía que todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas, por lo que, si no se alejaba pronto, estaba segura de que terminaría por arruinarlo todo. Liam jamás le había dado el más mínimo indicio de querer más que una simple amistad, y ella disfrutaba tanto de estar con él que, con tal de permanecer a su lado, había asumido el rol de amiga prácticamente sin rechistar. No obstante, no había podido evitar insinuársele en infinidad de ocasiones, pero, o bien él no había comprendido sus indirectas, o bien se había limitado a ignorarlas.

Liam sabía que con tan solo mover su rostro unos milímetros, podría besarla. ¿Quería hacerlo? Sí. ¿Quería arriesgarse a arruinarlo todo? Absolutamente, no. Siempre había sentido que Denise ponía una barrera entre ambos al llamarlo amigo, cerrando las puertas a algo más; por mucho que él hubiese sentido en más de una ocasión que ella le mandaba otro tipo de señales. Sin embargo, al poco tiempo de percibirlas, estas desaparecían, haciéndole pensar que aquello no había sido más que una ilusión creada por su estúpido cerebro.

Tragó saliva y, dominando a duras penas sus instintos y el deseo que Denise despertaba en él, se alejó de ella.

Denise comprendió aquella acción como un intento por marcar los límites de su relación, por lo que, intentando calmarse, sonrió, separándose de él y sentándose a su lado a una distancia prudencial.

—Cuéntame —pidió Liam, procurando serenarse.

—Como te dije, me llamaron para una entrevista laboral —respondió Denise, dibujando una sonrisa.

—¿De qué empresa?

—No lo sé. —Se encogió de hombros.

—¿Cómo que no lo sabes? —preguntó, confuso.

—Apliqué en una especie de consultora, algo así como una empresa que se dedica a buscar empleados para otras —explicó.

—Entiendo —asintió, con una sonrisa—. Sé a lo que te refieres, pero ¿cuál es el puesto al que postulaste? ¿En qué tipo de empresa?

—No lo sé —dijo, con una mueca de incomodidad.

—¿Cómo es que aplicas a un puesto sin saber de qué se trata?

—Ah, sí, el puesto sí lo sé, lo que desconozco es qué tipo de empresa es.

Liam puso los ojos en blanco.

—Apliqué al puesto de secretaria ejecutiva.

—¿Y tú sabes de eso?

—Algo —respondió—. Trabajé en varias empresas, encargándome de ese puesto. Sé que puedo arreglármelas. Pero tú no deberías preguntarme eso, sabes bien cuál es mi preparación. Me ayudaste a confeccionar mi currículum —le recordó.

—Lo sé, pero si no recuerdo mal, me confesaste en ese momento que la mitad de tus aptitudes no eran más que una mentira.

—Bueno, si conseguía puesto como mesera, sabía que me las arreglaría sin ningún problema. ¿Qué hay de malo en mentir un poco, si sabes que podrás con ello? —Suspiró—. En fin, tengo una entrevista de trabajo mañana a las diez, en esta dirección —agregó, tendiéndole la libreta en la que había apuntado los datos que la mujer le había brindado.

Liam leyó con detenimiento.

—Esto no queda demasiado lejos de aquí —dijo, al cabo de un momento—. Si quieres puedo acercarte, tengo que llevar un pedido en las cercanías. Debía entregarlo pasado mañana, pero dado que está terminado y que tú tienes que ir hasta allí… —agregó—. Puedes presentarte a la entrevista mientras yo te espero en el coche, y cuando salgas me acompañas a realizar la entrega. Luego podríamos ver qué hacemos. Has pasado los últimos tres días encerrada en casa.

—Ha estado lloviendo, no hay problema —dijo, con una media sonrisa.

—Perdón, es una pena que los últimos hayan sido unos de los trescientos sesenta días de lluvia. —Denise rio—. En serio, si quieres puedo acercarte. No me gustaría que andes sola por la calle.

—Me parece una excelente idea —aseguró Denise, sonriente.

Hasta ese momento, no había tomado consciencia de lo peligroso que sería andar sola en una ciudad que no conocía. Liam se le había adelantado y le agradecía por ello. Sabía que la inseguridad en Irlanda era mucho menor que en su país, pero no por eso ella dejaba de ser un objetivo fácil. Era una extranjera que, aunque se manejaba medianamente bien con el idioma, su acento y sus rasgos develaban su procedencia, llamando la atención más de lo deseado.

—Me alegra que te hayan llamado tan pronto —dijo Liam, al cabo de unos pocos minutos, pensando en lo que su amiga le había dicho aquella misma mañana—. Ahora no tienes excusa para marcharte―. «Así podré estar contigo, aunque no sea como realmente deseo», pensó.

—A mí también me hace feliz pensar en que, quizás, pueda quedarme —contestó, pensando en la perspectiva de no tener que volver a su país y de poder pasar más tiempo junto a él—. Pero aún no cantemos victoria. No sabemos si pasaré la entrevista —agregó, encogiéndose de hombros.

—¡Vamos! —dijo Liam con una amplia sonrisa— Estoy seguro de que te darán el puesto. Tente fe, yo no puedo tenerla toda por ti.

—Lo intentaré. Espero que tengas razón —repuso en un suspiro mientras miraba seriamente un punto fijo frente a ella—. ¿Continuamos? —preguntó, un instante después, poniéndose de pie y dirigiéndose hasta la caja que había estado revisando hasta dar con el diario de Nahomí Carter.

Liam sonrió, moviendo la cabeza de un lado a otro, divertido. Jamás la entendería por completo, pero eso era lo que más le gustaba de ella; todo en su ser resultaba un enigma.

A desgana, dejó de mirarla, se dio la vuelta y atrajo hacia sí la caja que había estado revisando hasta que Denise había encontrado el cuaderno con los secretos de su madre. Tomó el diario que había dejado encima de los demás objetos y lo colocó a un lado. Aún no estaba seguro de si en algún momento se animaría a conocer su contenido, sin embargo, lo guardaría en su habitación hasta decidir qué hacer con él.

Suspiró y, tras mirar de soslayo a Denise, quien se encontraba enfrascada en un álbum de fotos, se dispuso a terminar de revisar el contenido de la caja que tenía frente a él.

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