Capítulo 4 - La Verdad

 

Liam se sentía inquieto y no podía dejar de dar vueltas en la cama. La llegada de Denise lo había tranquilizado lo suficiente como para, por primera vez en un año, confesarle que sentía miedo y hasta vergüenza de revisar las pertenencias de su madre. Sin embargo, lo que lo inquietaba era que, tras aquella confesión, cuando Denise lo había mirado a los ojos y luego lo había abrazado, había sido capaz de notar algo diferente en ella. Sus ojos tenían un brillo distinto, y hasta sus gestos y sus muestras de cariño hacia él le resultaban extraños. Era Denise, pero a la vez sentía que era alguien completamente diferente.

—Es obvio que está diferente, Liam —se dijo, mientras observaba el techo de su habitación, sin siquiera entender por qué diablos se dirigía a sí mismo en segunda persona.

Sí, era más que obvia la razón por la que Denise probablemente había cambiado, pero no podía evitar sentir que había algo más, como si quisiera decirle algo con la mirada. Si tan solo… 

—Cállate, Liam, deja de pensar estupideces —murmuró, cortando en seco el flujo de sus pensamientos—. Ni siquiera lo pienses. No puedes aprovecharte de… No, no puedes. 

Suspiró una vez más, consciente de que no podría dormirse con tantos pensamientos rondando su mente y, menos, con Denise durmiendo en la habitación de enfrente. 

Se incorporó en la cama, se vistió rápidamente, tomó sus muletas y se dirigió al estudio. Si no iba a poder dormir, al menos intentaría trabajar. Realmente, durante los últimos días no había avanzado nada y necesitaba remediarlo. Debía terminar con el engarce de rubíes que había dejado olvidado y continuar con una de las entregas de Adam Warren; no porque este tuviera prioridad, sino porque el encargo era uno de los más sencillos. Le gustaba trabajar de esa manera: hacer los trabajos más fáciles de una vez, para luego poder dedicarse con mayor tranquilidad a los diseños más complejos.

Bostezó, encendiendo la luz de aquel espacio en el que se sentía tan cómodo creando, y sonrió, al recordar que cuando era niño se negaba rotundamente a pensar siquiera en heredar el negocio familiar. Sin embargo, conforme crecía, la curiosidad por aquel trabajo había ido en aumento, al punto en el que había terminado pidiéndole Byrne que le enseñara aquel curioso oficio. Por eso, cuando Liam había decidido estudiar administración de empresas, Byrne no lo había podido creer y, de inmediato, se había opuesto a la idea. No obstante, con el tiempo, no le había quedado más remedio que reconocer que las decisiones de su hijo habían sido más que acertadas, al ver como los estudios le habían permitido administrar el negocio de manera mucho más eficaz. 

Liam amplió su sonrisa, tomó el molde de los pendientes que le había encargado Adam, el cual había dejado en el horno por la tarde, y lo llevó hasta el escritorio, para luego tomar una pieza de oro blanco para fundir. Sin embargo, antes de comenzar a trabajar, necesitaba una buena dosis de cafeína, por lo que, tras dejar todo preparado, se dirigió a la cocina. 

Mientras esperaba que la cafetera filtrara hasta la última gota, miró su móvil. Eran las cuatro de la mañana, por lo que aún tenía varias horas antes de que Denise se levantara. 

Suspiró. Le daba temor pensar en lo que su amiga le había prometido mientras subían las escaleras hacia sus respectivas habitaciones. Le había asegurado que, luego de buscar trabajo por la mañana, le ayudaría a revisar y clasificar las pertenencias de Nahomí. Tragó saliva, consciente de que debía hacerlo. Que lo aplazara no le aseguraba que fuese a dolerle menos. Además, no quería hacerlo en soledad, y, para ello, ¿qué mejor compañera que Denise, quien tan bien lo conocía? Una leve sonrisa apareció en su rostro, pero la borró automáticamente. No podía pensar en ella de esa forma. Era su mejor amiga y punto. No podía, ni quería, estropearlo todo. 

Cuando se percató de que la cafetera había terminado de hacer su trabajo, tomó su vaso térmico y lo rellenó por completo, para luego taparlo con fuerza. Bebió un sorbo de café, a través de la pequeña boquilla de la tapa, en tanto se apoyaba contra la encimera, pensativo. Inspiró profundamente y soltó el aire con lentitud, antes de colocar el vaso bajo su brazo, tomar sus muletas y dirigirse hacia el estudio una vez más. 

Una vez allí, y procurando silenciar cualquier pensamiento, se colocó los audífonos, seleccionó su lista de reproducción favorita y se sentó, dispuesto a comenzar a trabajar.

Denise no podía dormir. El jetlag y sus pensamientos no la dejaban en paz. Se sentía intranquila y su estómago no paraba de retorcerse, provocándole náuseas. Tragó saliva e inspiró profundo en un vano intento por calmar aquella creciente ansiedad. Odiaba sentirse así: tan pequeña. Las imágenes de su madre gritándole y culpándola por todas sus desgracias no se alejaban de su mente, y estaba segura de que jamás lo harían; al menos, por completo.

A lo largo del día había logrado evitar aquella m*****a escena, sin embargo, una vez se había encontrado en la cama, había comenzado a reproducirse en su mente en un bucle imparable, torturándola y haciéndole plantearse el por qué se empeñaba en continuar, cuando ni siquiera debería haber nacido.

Cada vez más alterada, pensó en bajar y, sin que Liam se diese cuenta, beber un trago del minibar que se encontraba en la sala. Sin embargo, en el momento en el que se disponía a salir de su habitación, oyó como su amigo abría la puerta de su propio cuarto. 

Suspiró. Sabía que encontrarse con él en plena madrugada borraría las imágenes que no le permitían dormir, pero estas serían reemplazadas por otras que tampoco le hacían bien. Aunque de maneras totalmente diferentes, ambas escenas la herían en lo más profundo. 

Resignada, se acercó a su maleta, tomó uno de sus libros de fantasía favoritos y una diminuta cajita, que, para su suerte, había pasado desapercibida en el control aeroportuario. Dejó el libro de portada azul sobre la cama y abrió la caja de idéntico color, de cuyo interior tomó una diminuta píldora amarilla que la colocó bajo su lengua, rogando que aquel ansiolítico y la lectura que había escogido le ayudasen a conciliar rápidamente el sueño.

No sabía cuánto tiempo había pasado sumido en aquella tarea, pero había sido el suficiente como para que, al alzar la cabeza, pudiese ver el sol a través de la ventana que se encontraba frente a él. El trabajo y la música lo habían relajado al punto de perder la noción del tiempo; aunque sus pensamientos no lo hubiesen abandonado del todo.

Mucho más relajado, miró con detenimiento los pendientes que acababa de terminar, a los cuales les había engarzado tres diminutos rubíes, a juego con el dije que Adam le había entregado como muestra. Aún le faltaba pulirlo, pero eso podía esperar; todavía estaba a tiempo para la entrega. Sí, podía terminarlo en ese mismo momento y entregarlo cuanto antes, sin embargo, necesitaba una nueva dosis de cafeína y de descanso. 

Estiró los brazos por sobre su cabeza, tomándose de las manos, e inclinó su espalda contra el respaldo de la silla, oyendo como sus vértebras y articulaciones crujían una a una. Sí, definitivamente necesitaba estirarse, beber un café y, quizás, comer alguna de las facturas que el día anterior había comprado para Denise. Se sentía cansado, pero le restó importancia. Durante las últimas horas, había logrado pensar lo menos posible en su madre y en su amiga, y eso, conociéndose, era todo un logro. 

Bostezó y, tras enmudecer a The Beatles, cuyas voces cantaban a coro «we’re live in the yellow submarine», guardó su móvil en el bolsillo trasero de sus jeans y puso rumbo, una vez más, hacia la cocina.

Denise se despertó sobresaltada, sintiendo que su corazón saltaba en su pecho, desenfrenado. Sin embargo, cuando cayó en la cuenta de dónde se encontraba, inspiró profundamente y soltó el aire con lentitud, sintiendo que sobre su abdomen aún descansaba su lectura en la que se había sumergido la noche anterior, mientras sus signos vitales poco a poco recuperaban el ritmo habitual. Ojeó la página en la que el libro había quedado abierto y se sorprendió al no recordar que había avanzado tanto, sin lograr comprender como había sido capaz de quedarse dormida en aquel capítulo repleto de acción. No obstante, no podía estar más que agradecida, ya que eso significaba que el ansiolítico y aquella historia habían cumplido con lo que ella había deseado. 

Bostezó, cerró el libro y lo dejó sobre la mesilla de noche, antes de tomar su móvil y revisar las notificaciones, en especial, las de su red social favorita, comprobando que no había nada que llamara su atención. 

Suspiró y, tras acomodar el libro sobre la mesilla de noche, de tal manera que se pudiese apreciar la hermosa lámpara de noche, y abrió la cámara de la aplicación, procurando sacar una foto lo suficientemente atractiva para sus historias de I*******m.

Una vez obtuvo el resultado deseado, escribió la palabra «releyendo» en la parte superior de la imagen, y le dio a publicar. No le agradaba sentirse obligada a subir contenido; pero temía que, de no hacerlo, su alcance disminuyera. No le hubiese importado demasiado si no hubiera sido porque quería vender los libros que había autopublicado. En definitiva, sentía que debía hacerlo aun cuando no tenía ni la más mínima gana; así como tampoco se le antojaba salir de cama, pero no me quedaba más remedio. No, cuando le había prometido a Liam, e indirectamente a sí misma, que aquella mañana la dedicaría a la búsqueda de empleo, aun sin tener ni la más remota idea de por dónde comenzar, y que por la tarde le ayudaría a su amigo con las cosas de su madre. Sabía que podía darse tiempo para buscar trabajo, cuando siquiera llevaba dos días en la ciudad, pero no quería convertirse en una carga para Liam también, por ese motivo se había propuesto ponerse cuanto antes con aquella tarea.

Resignada, apartó las mantas de un tirón y se sentó en la cama con tanta rapidez que le sobrevino un intenso mareo. Cerró los ojos e inspiró y exhaló repetidas veces hasta que dejó de sentir que todo daba vueltas. Una vez se hubo recuperado, estiró sus extremidades. Aún le dolía todo el cuerpo, pero no podía quejarse, después de todo, había logrado dormir y, afortunadamente, sin pesadillas que perturbasen su sueño.

Ahogando un nuevo bostezo, se levantó de la cama con lentitud, procurando evitar una nueva sensación de vértigo. Había decidido que bajaría a desayunar, antes de preguntarle a Liam cuáles eran las mejores páginas webs para buscar trabajo. Era consciente de que quizás también debería salir a buscarlo, pero no pensaba hacerlo sin antes conocer el terreno; además de que primero prefería saber qué tipo de ofertas laborales se podían hallar por la zona.

Blanqueó los ojos al recordar que, antes de comenzar a buscar empleo, tenía que traducir su currículum al inglés. ¿Cómo era posible que lo hubiese olvidado? Suspiró. Si bien consideraba que su inglés era lo suficientemente bueno como para defenderse de manera oral ante una posible entrevista, era más que consciente de que el idioma se le daba pésimo cuando se trataba de escribir. Se mordió el labio inferior, pensativa. Su currículum era su carta de presentación y no podía permitirse fallar en ello; por lo que no le quedaría más remedio que comerse su orgullo y pedirle a su amigo que la ayudase con la traducción.

Tras decidir aquello, se dirigió hacia su maleta y eligió la ropa que consideraba más cómoda y apropiada para estar en casa, aunque eso no significase «menos llamativa»: unos leggins de leopardo, una ajustada blusa color crema y unos tenis negros con una pequeña plataforma. Pasaría todo el día junto a Liam y no quería… «No seas imbécil», pensó, cortando sus pensamientos en seco. No, no podía permitirse pensar así, aun cuando reprimirse requiriera de un esfuerzo titánico.

Intentando mantener su mente en blanco, tomó las prendas escogidas y el móvil que había dejado sobre la cama y se dirigió al cuarto de baño que había en el interior de la habitación. Se daría una ducha rápida y bajaría a desayunar, consciente de que aquel día, a pesar de quedarse en casa, prometía ser de lo más largo. 

Una vez salió de la ducha, se apresuró a vestirse y se miró en el espejo de cuerpo entero que se encontraba en una esquina del dormitorio, observando con detenimiento como la lycra se ajustaba a su curvilíneo cuerpo. 

Por mucho tiempo, su sobrepeso había sido uno de sus mayores problemas. Durante su niñez y su adolescencia había sufrido demasiado por el bullying derivado de su aspecto físico, y, lamentablemente, no había podido hacer nada para detenerlo, ya que, por aquella época, aquello era ignorado, quitándole importancia con la típica frase: «son cosas de chicos». A Denise, a falta también del apoyo de su madre, le había costado sangre, sudor, lágrimas, trastornos alimenticios e interminables horas de terapia comprender que debía quererse y aceptarse tal y como era. Con el tiempo, había logrado superarlo, sin embargo, existían ocasiones en las que la confianza en sí misma flaqueaba; como en ese momento, en el que las palabras de su madre resonaban en su cabeza con la intensidad de una docena de tambores.

Apretó los párpados y trató de enmudecer aquel maldito recuerdo. Lo último que quería era ponerse a llorar. En ese momento necesitaba ser fuerte. No sabía por qué seguía adelante, pero…

Cuando bajó las escaleras y se encaminó hacia la cocina se encontró con que Liam estaba preparando café. 

Buenos días —saludó en español, ahogando un bostezo. 

Dia duit.

—¿Cómo has dormido? 

—No lo he hecho —respondió Liam, bostezando—. ¿Quieres café? —preguntó. 

—Por supuesto —dijo Denise, colocándose a su lado, para, luego de que él llenara ambas tazas, tomarlas y llevarlas hasta la mesa—. ¿Por qué no has dormido? 

—Simplemente no pude, así que decidí ponerme a trabajar —dijo, llevándose la taza a los labios.

—¿Por qué eso no me sorprende? —preguntó con una sonrisa.

—¿Será porque siempre he pensado que trabajar es mejor que mirar el techo de mi habitación?

—Ya, te entiendo —aseguró Denise, levantándose y encaminándose hacia la alacena. 

—Y tú, ¿qué tal dormiste? —preguntó Liam, tomando una factura de dulce de leche de la bandeja que su amiga acababa de depositar en el centro de la mesa. 

Denise se encogió de hombros. 

—Me costó bastante —respondió—, pero, gracias a la lectura y el ansiolítico que me tomé antes de irme a la cama, pude relajarme lo suficiente y dormirme. 

—No sabía que tomabas ansiolíticos —dijo Liam, alzando las cejas, sorprendido. 

—Prácticamente nadie lo sabe. 

—¿Desde cuándo los tomas? 

—Desde los quince. 

—¿Tanto tiempo? —preguntó, frunciendo el ceño. 

—Siempre sufrí de ansiedad, desde muy chica, pero recién a los quince fue cuando pedí ayuda y, bueno… —respondió, tímidamente. 

—Me alegra saber que tu madre… —comenzó a decir Liam. 

—Mi madre nunca supo que estaba medicada para la ansiedad —lo cortó en seco—. Jamás le importó como me sintiera. Sí, a la primera persona que le pedí ayuda y le conté como me sentía fue a ella, pero… 

—¿Entonces? —preguntó, cada vez más confuso—. Eras menor de edad, ¿cómo…? 

—Le conté a la madre de la que entonces era mi mejor amiga —respondió—. Ella fue la que me ayudó a conseguir un buen psicólogo y un buen psiquiatra. La verdad es que le debo demasiado a esa mujer. No sé qué será de ella ahora, perdí contacto con Malena hace años. Lo único que hizo mi madre por mí fue pagar las consultas.

—Podrías buscar a tu amiga y a su madre en redes sociales —sugirió Liam. 

—No creas que no lo intenté, pero fue en vano. En fin… —Suspiró. 

Liam permaneció en silencio por un eterno minuto, pensativo. 

—¿Qué sucede? —preguntó Denise, alzando una ceja. 

—Nada, pensaba en tu madre… No, no me hagas caso. 

—Dime —lo instó. 

—Nunca pensé que llegara a ese nivel de desapego emocional. 

—Y eso no es todo de lo que ha sido y es capaz —dejó escapar Denise, maldiciéndose. 

—¿Por qué lo dices?

—No, Liam, yo… 

Denise sabía que se lo debía, se lo había prometido, pero no estaba del todo segura de ser capaz. Suspiró. Quizás le hiciera bien decirlo en voz alta; tal vez así la voz de su madre, que se reproducía en bucle en el interior de su cabeza, se acallaría lo suficiente como para poder relajarse por fin. Sin embargo, existía la otra posibilidad; la de que, al decirlo, sus sentimientos se intensificaran y no pudiese tolerarlo. 

—Sé que no debe ser fácil para ti, pero necesitas desahogarte. No todo tu cansancio es culpa del jetlag. Algo me dice que no dejas de reproducir en tu mente lo que sea que haya sucedido, y eso, a la larga, te hará peor.

—Lo sé, pero ¿y si, por el contrario, el decirlo me afecta más? —preguntó, cabizbaja.

—Si no lo haces, nunca lo sabrás. Además, estamos en confianza.

—¿Prometes no decir nada? 

—¿Acaso estás de broma? —preguntó, incrédulo—. Sabes muy bien que solo vivo contigo, no me relaciono más que con mis clientes y mi única amistad eres tú. 

—Y Adam Warren —repuso.

—Sí, Adam fue mi mejor amigo, pero ahora solo somos buenos conocidos. Nada más. Hace más de una década que no le confío nada. Repito, es solo un buen conocido, un buen cliente. 

—No lo sé… —dudó. 

—No es que quiera resultar pesado, pero ¿qué ganas torturándote así?

—Podrías burlarte, e incluso alejarte de mí. 

—¿Burlarme? —preguntó, en un bufido. 

—No lo sé… Cuando me peleé con mi madre, llamé a mis amigas —dijo, poniendo énfasis en la última palabra—, para no molestarte a ti en primer lugar, y ninguna fue capaz de darme consuelo o cobijo. No se burlaron, no al menos delante de mí, pero sí me dejaron abandonada

—Entonces esas personas no eran realmente tus amigas. 

—Lo sé —murmuró con tristeza.

—Vamos, suéltalo. Te aseguro que no me burlaré ni me alejaré de ti —«No puedo, ni quiero», pensó―, aunque ya sabes que no tengo por qué prometer algo tan estúpido. 

Denise sabía que tenía razón, aunque eso no lograra reducir su miedo. Sin embargo, si no podía confiar en él, ¿en quién más lo haría? Suspiró, mientras ponía en orden sus pensamientos; no estaba segura de como comenzar aquella conversación.

Tras un par de segundos de silencio, Denise se levantó de su silla, de un salto, decidida. Lo haría, se lo contaría, pero antes necesitaba buscar aquello que probaría que sus palabras eran ciertas. No quería correr el riesgo de perder a la última persona que le quedaba en el mundo.

—¿A dónde vas? —preguntó Liam, abriendo los ojos de par en par. 

—Espérame un momento —pidió, mientras salía por la puerta de la cocina. 

—¿Seguirás evitándolo eternamente?

—¡Tú solo espérame un minuto! —exclamó, desde las escaleras. 

Liam no entendía qué diablos pasaba. Por un segundo, Denise había estado dispuesta a contarle por fin qué había sucedido, pero algo la había echado para atrás, haciéndola correr hacia las escaleras.

«No pienses cosas que no sabes. Tú solo espérala», se dijo, bebiendo un nuevo sorbo de café, a la espera de que Denise se dignara a regresar.

Una vez que Denise obtuvo lo que necesitaba, lo guardó en su bolso y bajó hacia la cocina, comprobando que Liam no se había movido de su sitio y la seguía con la mirada mientras ella tomaba asiento frente a él, una vez más.

Suspiró, intentando retomar el valor que había sentido minutos antes, por lo que Liam consideró que lo mejor era darle un pequeño empujoncito. 

—¿Me dirás qué fue lo que sucedió en Buenos Aires? —preguntó, mirándola a través de sus pestañas. 

—Bien, como ya te conté, discutí con mi madre —dijo, tras tomar aire. Liam deseaba que fuera directamente al grano, pero era consciente de que le costaba demasiado lo que tenía para decir—. Tras la discusión, llamé a mis amigas y, después de su rechazo, a ti. No quería preocuparte, pero…

—¿Me dejaste como última opción? —preguntó, buscando quitarle hierro al asunto. 

—Muy gracioso —respondió Denise, poniendo los ojos en blanco—. Sabes que no es así, ¿verdad? —Liam asintió—. En fin, discutí con ella y me echó de casa. Si no fuera por ti… —Suspiró—. Bien, como ya conoces una parte de la historia, la evitaré para no hacerla tan larga —dijo, antes de proseguir—. Okey, en cuanto a lo que te conté de la discusión es cierto, pero…

—Denise, no lo tomes a mal, pero sigues dando vueltas en torno lo mismo —le cortó, con impaciencia—. Perdóname, pero así no lograrás nada. Hazlo lento, si así lo quieres, pero no repitas lo mismo una y otra vez en un bucle interminable.

—Está bien, tienes razón; pero no pienses que soy una niña estúpida —pidió, sintiendo como un nudo comenzaba a formarse en su garganta. 

—Te juro por lo que más quiero que, si me lo dices, no te juzgaré. Ya te lo he dicho, mi intención siempre ha sido, es y será ayudarte

Denise suspiró. Liam estaba en lo cierto, si no lo hacía de una vez no lo haría nunca.

—Mi madre me confesó que no me quería. Liam… —dudó—, soy un aborto fallido —logró decir mientras las lágrimas comenzaban a manar de sus ojos sin control, empapando sus mejillas.

Liam no daba crédito a lo que acababa de oír. No, Denise tenía que estar exagerando las cosas. Era incapaz de creer que alguien en su sano juicio, por muy poco apego emocional que sintiese, tuviese el descaro de decirle algo como aquello a un hijo.

Suspiró, sacando un pañuelo de su bolsillo y se lo entregó a su amiga. El desconsuelo en aquel llanto le hizo pensar que había más verdad en aquellas palabras de la que él era capaz de asimilar.

—¿Cómo puede ser eso posible? —preguntó, inclinándose sobre la mesa y tomando la mano de Denise.

—Discutimos —respondió, y apartó la mano para tomar su bolso, el cual había colgado del respaldo de la silla—. Como ya sabes, soy diseñadora gráfica, aunque lamentablemente eso nunca me ha permitido ganar demasiado dinero. Sí, me da la posibilidad de trabajar en cualquier parte del mundo, pero sin la experiencia necesaria… —agregó, sorbiendo su nariz mientras sacaba de su bolso un folio doblado en cuatro—. Mi madre insistió en que dejara mis sueños y que comenzara a trabajar en algo que me permitiera dejar de depender de ella. Jamás tuve problema con la idea de conseguir trabajo y marcharme de aquel departamento, pero la situación del país, sumada a mi poca experiencia, no me lo estaban poniendo fácil. Aquello me frustró muchísimo, por lo que tomé mi portátil y comencé a escribir y a publicarme; aunque, bueno, esa parte ya la conoces.

»El día que te llamé, mi madre había entrado a mi cuarto echa una furia, gritándome que lo único que sabía hacer era perder el tiempo; que esos míseros dólares que ganaba no servían para nada, que tendría que haber terminado mi carrera de Derecho para así tener una buena posición económica que me permitiera vivir por mi cuenta e irme de su casa. Realmente no me va tan mal con los libros, pero, claro, no era ni es suficiente como para mantenerme por mis propios medios. Le pregunté que, si tanto quería que me fuera, por qué diablos no me pagaba un departamento y dejaba que me las arreglara de ahí en más por mis propios medios. Le dije que, para ella, nada de todo lo que había hecho en mi vida para contentarla había sido suficiente. Ahí fue cuando empezó a insultarme y yo hice lo mismo. Me dijo que había querido abortarme, pero que no había salido bien. No le creí, para mí era imposible. Imaginé que solo lo decía con la intención de herirme. Sin embargo, después de la discusión, cuando logré calmarme un poco, salí de mi cuarto y me encontré con esto sobre la mesa de la cocina —dijo, entregándole el folio que había desdoblado.

Liam leyó con detenimiento. Lo que constaba allí era algo que nadie desearía saber jamás, y mucho menos del modo en el que Denise decía que había ocurrido. En sus manos tenía una prueba de que lo que ella le decía era la más pura verdad, pero la incredulidad era más fuerte.

—Discúlpame, pero no lo entiendo —dijo Liam, alternando la mirada entre Denise y el informe médico en el que constaba el intento de aborto y la fecha en la que había sido solicitado; veinticinco años atrás—. Esto debe ser una broma de tu madre; una de muy mal gusto, por cierto, pero broma, al fin y al cabo. 

—Es tan real como que yo estoy aquí —murmuró la muchacha, enjugando sus lágrimas y negando con la cabeza—. Hallé al médico que firmó ese documento. Me lo confirmó después de que le entregué casi todos mis ahorros. —Tragó saliva—. Lo siento. Debes pensar que soy una estúpida, pero…

—No sé qué clase de monstruo crees que soy, pero de las mil cosas que pienso ninguna se acerca a lo que acabas de decir —aclaró Liam. 

—Gracias —dijo, esbozando una sonrisa triste—. Como ya te dije, cuando se lo conté a las pocas personas que consideraba amigas, estas se alejaron de mí. En el único en el que podía confiar, entonces, era en ti, pero no estaba segura de hasta qué punto podías pensar lo mismo que aquellas supuestas amistades; por eso te lo oculté y solo te dije que había peleado con ella, quedando en malos términos, y que no sabía a dónde ir. Quería escapar cuanto antes. Me sentía perdida y sola, y tú me diste la salida que estaba buscando, que tanto necesitaba.

Tragó saliva y observó a Liam con pena.

 —Disculpa que te haya arrastrado a esto —agregó, borrando el rastro de las últimas lágrimas; por fin había logrado serenarse—. Es hasta que consiga estabilidad. Lo prometo.

—Tú no me arrastraste a nada, fui yo quien te lo propuso —le recordó. 

Denise asintió con una sonrisa tirante, y Liam pudo comprobar que tras la máscara de seguridad con la que ella se enfrentaba al mundo ocultaba demasiado dolor; y la comprendía. Por fin, comenzaba a conocer a la verdadera Denise. Estaba seguro de no poder olvidar aquellos dos últimos días, en el que ambos habían comprobado que se tenían el uno al otro, a pesar de los miles de defectos que pudiesen caracterizarlos a ambos. Sabía que las cosas no saldrían de ellos por sí solas, pero al menos contaban con la seguridad de que siempre estarían allí cuando el otro lo necesitase, y, lo mejor de todo, sin juzgarse. 

—Gracias —dijo la muchacha con una sonrisa. 

—No tienes por qué agradecer. 

—Espero que no te arrepientas de haberme instado a venir, ni te canses de mí. —Rio, con timidez. 

—Puedo asegurarte que no será así —dijo en un susurro, mientras la invitaba a abrazarlo. «Jamás podría cansarme de ti. Jamás», pensó. 

Al cabo de un largo par de minutos en silencio, Liam la tomó por la cintura y la alejó lo suficiente como para poder mirarla directo a los ojos. 

—¿Cómo te sientes? —preguntó Liam, sintiéndose un tanto culpable por haberla presionado para que le contara aquello.

—¿Sinceramente? —Liam asintió—. Mucho mejor. No deja de dolerme el saber que mi madre nunca me quiso, pero la opresión en el pecho acaba de alivianarse mucho más de lo que podía haber imaginado.

—Me alegra oírte decir eso. —Sonrió con ternura—. Por un momento temí que el haberte impulsado a hablar te hubiese hecho aún peor. 

—Nada podría hacerme más daño del que mi madre me ha hecho. 

—Lo siento… —comenzó a decir con pena. 

—¡No! —exclamó Denise, alejándose de él. 

—¿Qué sucede? —preguntó, confundido. 

—No me tengas lástima, por favor —suplicó, mientras sus ojos volvían a anegarse en lágrimas—. Lo último que necesito es que sientas pena por mí. No lo hagas. 

—Lo siento, yo solo… —dudó Liam, temeroso de haberlo estropeado todo—. No era mi intención molestarte. De hecho, no siento lástima por ti, pero créeme cuando te digo que lo que acabas de contarme me duele. Nadie se merece lo que has pasado. Me alegra que me hayas llamado y haberte insistido para que viajaras. Me hace sentir bien saber que estás aquí, donde siempre has sido bienvenida. 

—¿Por qué eres así conmigo? —preguntó, enjugando las lágrimas que habían empapado nuevamente su rostro, sintiendo como su estómago daba un vuelco. 

Sinceramente, no comprendía por qué Liam se comportaba de aquel modo. Sí, eran amigos, pero jamás había sentido tanta comprensión por su parte. Siempre la escuchaba y estaba allí para ella, pero ahora… Sacudió la cabeza, convenciéndose de que el comportamiento de su amigo no tenía por qué significar nada.

—¿Así cómo?

—Atento, comprensivo… —enumeró—. No sé, nunca nadie me ha tratado como tú. — «Ahora», precisó, para sus adentros—. En los últimos días, he sentido que no merezco todo lo que haces por mí.

—Que en la vida te hayas encontrado con personas que no han estado para ti, que no han sabido comprenderte…, no significa que no te lo merezcas. 

—Me encontré contigo. 

—Siempre he sido la excepción a cualquier regla, ya lo sabes —respondió con una media sonrisa—. En fin, lo hago porque deseo que estés bien y porque te quiero. —«Más de lo que crees», pensó.

—Gracias —dijo, sonriendo—. Bueno… —comenzó a decir, intentando cambiar de tema—, ya que te lo he contado todo, creo que debería comenzar a preocuparme por el presente y por el futuro, ¿no? —Liam asintió, sin terminar de comprender—. Necesito que me ayudes con mi currículum.

—¿Qué sucede con él? —preguntó, no estaba del todo sorprendido por el repentino cambio de tema.

No podía quejarse, Denise le había contado todo lo que había sucedido con su madre y no necesitaba ahondar más en aquel punto. Podría haberle preguntado cómo se sentía con respecto a aquella situación, pero era inútil; desde que ella había llegado a Irlanda había podido notar en su rostro el dolor que le había causado y aún le causaba aquel recuerdo. No, no podía forzarla más. Sabía que ya lo había hecho lo suficiente y, en cierta medida, se sentía mal por ello, aun cuando le había asegurado que se sentía mucho mejor. 

—Es que lo tengo en español, jamás lo traduje. Vivir en Irlanda no estaba entre mis planes. ―Rio. 

—Pero tú siempre dices que tu inglés no es malo. Y, pese a que siempre bromeo con eso, sé muy bien que estás en lo cierto. 

—¿Gracias? —Sonrió—. No, sí. El problema es escribirlo.

Liam la miró, pensativo. Denise tenía razón, escribir en inglés era totalmente diferente a hacerlo en español, en donde uno podía escribir y leer sin problemas con solo aprenderse el sonido del abecedario. El inglés no tenía ni la más mínima lógica en ese sentido.

—Bien, si así lo quieres, te ayudaré.

—¡Gracias! —exclamó Denise, encaminándose hacia la puerta—. Espérame un momento. 

—¿A dónde vas? 

—A buscar mi portátil, obvio. 

—¿Quieres hacerlo ya? —preguntó. 

—Claro, si no es ahora, ¿cuándo? Vamos, es solo un momentito. 

—Pero ¿después de todo…? ¿No prefieres relajarte?

—No, hagámoslo ahora —dijo con determinación desde el umbral de la puerta—. Salvo que tengas que hacer algo más.

—No, yo por el momento no pienso trabajar. Necesito relajar la vista y mis articulaciones. 

—Es que estás viejo —dijo Denise, soltando una carcajada. 

—No, forever young, ¿recuerdas? —replicó, haciendo referencia a la canción de Alphaville, la cual era la favorita de ambos. 

—No lo creo, abuelo. —Rio.

—Vamos, ya, ve y busca lo que necesites. Aunque ya sabes que no tienes por qué apurarte… 

—Lo sé, pero necesito hacerlo —aseguró—. Y no solo por el dinero. Creo que mantener la mente ocupada en otra cosa me hará bien. 

Liam asintió de acuerdo mientras la observaba desaparecer tras la puerta de la cocina. Sabía que su amiga tenía razón, había comprobado en demasiadas ocasiones —sin ir más lejos, la noche anterior— que el trabajo lograba calmar los pensamientos, aun cuando no los alejara por completo. 

Un minuto después de que Denise se encaminara a su cuarto, Liam tomó sus muletas; se dirigió a la sala; descorrió las cortinas, permitiendo así que entrase mayor cantidad de luz, y se sentó en el sofá de tres cuerpos, esperando a que su amiga regresase. 

Deseaba poder ayudarla en todo lo que fuese posible. Incluso, la noche anterior, había pensado en proponerle que trabajase con él; sin embargo, había rechazado de inmediato aquella idea. Denise necesitaba construir su propio camino en Irlanda, conocer gente nueva y hasta hacer nuevos amigos. Por mucho que la quisiera y por mucho que desease protegerla, no podía permitirse encerrarla en una burbuja protectora.

Minutos más tarde, mientras él se encontraba ensimismado en sus pensamientos, Denise bajó las escaleras con el bolso de su computadora portátil colgado del hombro.

Liam comprobó que se había lavado la cara y se había maquillado sutilmente, haciendo desaparecer cualquier posible rastro de las lágrimas que había derramado.

Denise sonrió, acercándose a él, y se sentó a su lado. 

—¿Estás listo? —preguntó con una media sonrisa. 

—Sí, aunque no sé cómo quieres que lo hagamos. Recuerda que el español no es mi fuerte —dijo en castellano. 

—Lo sé, no te preocupes —lo tranquilizó—. Yo lo iré traduciendo al inglés, a mi manera, y tú me irás diciendo cuál es la mejor forma de expresarlo por escrito. Luego te pediré que te enfoques en la ortografía. 

—Bueno… con respecto a eso… 

—Vamos, sé que lo harás bien. 

—Está bien —asintió en un suspiro, logrando que su amiga sonriese una vez más. 

—En fin, comencemos, entonces —dijo Denise, abriendo el portátil y encendiéndolo, para luego tomar un par de folios del interior del bolso. 

Liam la observó con una sonrisa. No estaba seguro de si su amiga era una excelente actriz o si realmente al contarle todo se había quitado un enorme peso de encima, pero no podía negar que la Denise que él había conocido estaba de regreso; demostrándole que estaba en lo cierto al pensar que era una mujer que pese a todo seguía adelante. Sin embargo, y a pesar de que, en cierta medida, la actitud de su amiga había vuelto a ser la de siempre, no podía ignorar la sensación de que existía en ella algo que era incapaz de descifrar. No obstante, bloqueó aquellos pensamientos, en el momento en el que Denise comenzó a traducir su currículum en voz alta. Sabía que tarde o temprano volverían a salir a superficie, pero no quería darle más vueltas al asunto. Al menos, no por el momento, si podía evitarlo.

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