La visita a la iglesia georgiana no resultó ser horriblemente aburrida, pero tampoco fue tan interesante como Denise había deseado. Sin embargo, aquellas apreciaciones se las guardó para sí misma y a Liam tan solo le dijo que le había parecido uno de los mejores sitios que había visitado, lo cual no era una completa mentira, dado que consideraba que la arquitectura de aquella iglesia era históricamente bellísima.
Liam se sentía satisfecho con el resultado de aquel improvisado plan, a pesar de que había podido notar como Denise, poco a poco, había ido perdiendo el interés y la concentración en lo que le decía. Sin embargo, aquello no le disgustó, ya que al menos había logrado reflotar, aunque solo fuese un poco, a la Denise bromista que lograba sacarlo de sus casillas y que tanto le divertía.
—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó, una vez se montaron en el coche.
—No sé tú, pero yo necesito un té y una ducha caliente, cuanto antes.
—Entiendo, creo que yo también —dijo, encendiendo nuevamente la calefacción.
Hacía un par de horas que había dejado de llover, pero la humedad que se había acumulado en sus ropas, tras salir de la torre, estaba haciendo tiritar a Denise.
—¿Tienes hambre? —preguntó Liam, luego de un largo silencio, durante el cual se había dedicado a concentrarse en la húmeda calzada.
—Siempre tengo hambre y lo sabes bien —respondió la muchacha, apartando la vista de la ventanilla y sonriéndole.
—¿Qué quieres de cenar? —preguntó, tomando su móvil del bolsillo delantero de sus vaqueros y tendiéndoselo, sin apartar la vista de la carretera.
—No lo sé. Anoche decidí yo —repuso.
—Lo sé, pero tú siempre te quejas de que yo solo sé pedir lo mismo.
Denise suspiró. Tenía razón. La había atrapado con sus propias quejas.
—No puedes negar que es cierto —dijo, levantando una ceja y sonriendo de lado.
Liam se limitó a devolverle el gesto mientras se encogía de hombros, con la vista al frente.
—Vamos, pide algo —dijo, entregándole su teléfono móvil—. En la lista de contactos encontrarás varias opciones, elige una y envía un W******p.
Denise obedeció y comenzó a navegar por aquella interminable lista de números telefónicos.
—¡Estás de broma! —exclamó, al cabo de un minuto.
—¿Qué sucede? —preguntó Liam, frunciendo el ceño, confundido.
—En primer lugar, ¿por qué diablos tienes tantos números de delivery? —preguntó, anonadada.
Liam la observó por el rabillo del ojo antes de responder.
—Me gusta tener opciones —dijo, poniendo énfasis en la última palabra.
—Ya, opciones —repuso Denise, volteando los ojos—. ¿Es que acaso nunca cocinas?
—No, no acostumbro a hacerlo —respondió, encogiéndose de hombros, una vez más —. Cuando papá pasa por casa, cosa que sucede relativamente poco, Ébha también se encarga de la cocina. Pero cuando estoy solo, prefiero que solo limpie y se marche a descansar.
—¿Por qué? ¿No te gusta cómo cocina? —preguntó, intrigada.
—Al contrario, Ébha cocina de maravillas, pero no me gusta que se ocupen de mí.
—¿Por…?
—Porque me siento más inválido de lo que soy.
—Si es que eres imbécil —dijo Denise en un suspiro.
Liam guardó silencio. No quería discutir con Denise el cómo se sentía con respecto a su discapacidad. Ser cuestionado por sus sentimientos le resultaba igual o más molesto que sentirse observado con pena.
Sabía que era un imbécil, pero…
Suspiró.
—Podríamos pedir comida mexicana —propuso, luego de un momento.
—No está nada mal, para venir de ti.
—¡Oye! —se quejó Liam—. Por cierto, no me dijiste cuál era el segundo punto por el que exclamaste que estaba de broma.
Denise frunció el ceño mientras buscaba el contacto del delivery de comida mexicana y comenzaba a escribir.
—No importa —murmuró, luego de enviar el mensaje.
—¿Por qué no te creo?
—No me sorprende, tú nunca me crees —aseveró.
—Vamos, dime.
—Es que… —dudó—, no tengo derecho a meterme en tu vida.
—Vives conmigo, si eso no es meterse en mi vida… —dijo, burlonamente.
—Muy gracioso —repuso, con desgana—. Te recuerdo que fuiste tú el de la idea. Yo solo accedí.
—No estoy poniendo en duda eso —aseguró—. Pero, vamos, me da curiosidad, dime qué fue lo otro que te sorprendió.
Denise suspiró. No tenía derecho a aquello, pero ya que insistía…
—Tienes a Clara, a Rebecka y a Adam Warren entre tus contactos.
—Lo sé —afirmó—, pero…
—Tienes a una de tus antiguas pretendidas, a tu exnovia y al hermano y esposo de ellas, respectivamente —dijo, mirándolo con el ceño fruncido.
Liam no pudo evitar darse cuenta del brusco cambio anímico de su amiga. Maldijo para sus adentros y suspiró. Ya le parecía que la cosa había ido demasiado bien. Sin embargo, no entendía por qué le molestaba, si es que había sabido interpretar su reacción.
—¿Es que acaso aún sientes algo por ellas? —preguntó, incrédula.
—No, Denise, no —respondió, repentinamente cansado—. No siento nada por ellas, pero son buenas clientes. Y Adam… —dijo, cortándose—. Sinceramente, no entiendo por qué estamos teniendo esta conversación.
—¿Clientes? —Bufó—. Tienes suficientes clientes como para poder rechazar los pedidos de cualquiera de ellos tres.
—¿Qué te sucede? —preguntó, cada vez más confundido.
—Nada —respondió cortante, para luego suspirar y agregar—: Es solo que no entiendo qué es lo que pasa contigo. ¿Cómo puedes seguir en contacto con ellos?
—Adam…
—¿Adam qué? Adam fue quien se quedó con Clara, tu novia.
—Hace años —comenzó a decir Liam, mientras estacionaba en el garaje de su vivienda y se apeaba del coche—, Adam era mi mejor amigo.
Denise frunció el ceño, con incredulidad. Aquello era lo último que esperaba oír. Liam le había ocultado aquel importante detalle y, a pesar de intentarlo, no lograba encontrarle el sentido.
—Espera —dijo, siguiendo a su amigo hacia el interior de la casa—. ¿Adam era tu mejor amigo? ¿Hablas en serio?
Liam permaneció en silencio mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba del pechero que había en el pequeño recibidor. No se sentía seguro de hablar sobre aquello y se maldecía por haberlo mencionado. Sí, hacía demasiado tiempo que lo había superado, pero eso no significaba que había dejado de dolerle el recuerdo de como Clara lo había abandonado. En un principio, no estaba del todo seguro de qué le dolía más: si el hecho de que su mejor amigo se hubiera quedado con su novia, o que esta lo hubiese dejado por Adam Warren. Con el paso de los años, había comprendido que ambos habían tenido parte de culpa, pero lo que más le dolía y le dolería siempre era que su amigo había traicionado su confianza, aunque Clara había sido quien le había clavado el puñal, retorciéndolo en su interior.
Recordaba aquel día con la misma nitidez que si hubiese sucedido el día anterior y no hacía más de una década.
Todo había comenzado a sus veintidós años, el día en el que había sufrido aquel maldito accidente automovilístico. Ese día, su pierna izquierda había sufrido un gran daño, por lo que los médicos se habían visto obligados a amputarla, arrancándole así también la posibilidad de practicar surf, su deporte favorito.
El desgraciado accidente había sucedido hacía doce años, durante el último verano que pasaría con sus tíos y sus primos en Inglaterra. En aquel momento, Alek, Marine y él mismo, en busca de adrenalina, pensaron que era una maravillosa idea subirse al coche de su tío y pisar el acelerador al máximo, sin tomar ninguna precaución. Liam jamás había participado de algo como aquello, y la emoción lo había invadido por completo. Sin embargo, lo que en un primer momento se le había antojado como un chocolate en plena dieta, en un abrir y cerrar de ojos, había terminado convirtiéndose en el principio de sus desventuras.
Después de doce años, Liam seguía sin poder precisar en qué momento había ocurrido todo. Lo único de lo que estaba seguro era de haberse subido al vehículo, para luego despertar en la cama de un hospital sin sensibilidad en su pierna izquierda. Marine y Alek habían corrido con mayor suerte que él, ya que solo habían recibido un par de rasguños.
Cuando por fin pudo preguntar qué había sucedido, le explicaron que su mala suerte estaba dada por haberse encontrado ocupando el asiento del acompañante. El coche había recibido todo el impacto del lado izquierdo, dejando su pierna apresada entre los hierros doblados.
En un primer momento, los médicos habían mencionado la posibilidad de salvar aquella extremidad, intentando hasta lo impensable. Pero una horrible gangrena terminó por obligarlos a tomar la drástica decisión que cambiaría por completo su vida.
Liam logró convencerse de que aquello no le supondría más problemas que los evidentes, a pesar de que debería dejar de lado ciertos hobbies. Lo que en ese momento no pudo ni siquiera imaginar era que aquel accidente no solo le había arrebatado una extremidad, sino que también destruiría su noviazgo y su mejor amistad.
Al regresar a Irlanda, luego de cuatro semanas —de las cuales, había pasado tres hospitalizado—, Liam le pidió a su padre que lo acercase hasta la casa de Clara, su novia. No veía la hora de verla, de abrazarla y de confesarle lo mucho que la había echado de menos durante esas últimas semanas.
En cuanto llegaron a la vivienda, su padre lo ayudó a llegar hasta la puerta, donde fueron recibidos por la madre de la muchacha, quien los invitaba a retirarse, en nombre de su hija.
Liam no podía creer lo que estaba sucediendo. Aquello no podía ser más que una vil y asquerosa broma de Clara, por lo que decidió que lo mejor era insistir. Quería que le confirmara que solo se estaba burlando de él.
Luego de veinte minutos de insistencia, en los que la madre de la muchacha había comunicado los mensajes de uno y otro, pacientemente, Liam logró que Clara accediese a recibirlo.
Al verla, tuvo el instinto de abrazarla, recibiendo por su parte una rotunda negativa.
—Dime lo que quieras, pero que sea breve, no quiero hablar contigo —dijo, sin un ápice de compasión por su estado. Los sentimientos que alguna vez le había profesado parecían haberse esfumado en el último mes.
—Clara, por favor, explícame qué sucede —murmuró, con el corazón en un puño—. Me marcho una semana, que tristemente se convierten en cuatro, regreso con unas ganas locas de verte, ¿y este es el trato que recibo? Explícamelo. Prometo que sabré entenderlo.
La muchacha, quien se encontraba mirando a través de la ventana de su habitación, lo observó de reojo con hastío, para luego clavarle un imaginario puñal en el corazón, haciéndolo trizas.
—No te quiero. Me desagradas —respondió, apartando la mirada.
El corazón de Liam comenzó a retorcerse, quebrándose en miles de diminutos fragmentos que se clavaban como astillas en su pecho. Unas gruesas lágrimas, las cuales se apresuró a secar con el dorso de su mano, comenzaron a brotar de sus ojos de cambiante color. En aquel momento, deseó poder volver atrás en el tiempo y que el accidente se hubiese cobrado más que su pierna izquierda.
—Estás bromeando —aseguró, intentando mantener la compostura.
—No, no es broma, Liam. Me desagradas y… y hay alguien más —contestó, tras suspirar.
—P-pero… —tartamudeó—. ¿Por qué? ¿Qué sucedió? Estábamos tan bien…
—No puedo estar contigo, Liam, lo siento.
—¿Por qué?
—¿Acaso no puedes entender que no te quiero? —preguntó, con desprecio—. Lo siento, ¿o no? En fin, con Adam estamos saliendo desde hace un par de semanas. Es atractivo. No tanto como tú —reconoció—, pero al menos tiene las dos piernas y acaba de heredar una enorme fortuna.
Liam había salido de allí con la certeza de que ya nada valía la pena. Había perdido a su novia y a su mejor amigo de una sola vez.
Tras aquella decepción, decidió dedicarse a los estudios, procurando así no caer en depresión. Había perdido tanto en tan poco tiempo…
Su padre le había asegurado que no era necesario que estudiase, ya que, a fin de cuentas, y siendo hijo único, heredaría el negocio familiar. Sin embargo, Liam siempre había creído que el saber no ocupaba lugar y, buscando evadirse de sus pensamientos negativos, decidió desoír a su progenitor y matricularse en la carrera de administración empresarial. Al menos, si no ejercía, le serviría el día en que tuviese que hacerse cargo de la joyería. Y así había sido.
Con el tiempo había terminado por perdonar a Adam, en cierta manera, ya que, después de todo y a pesar de la culpa que tenía, Liam sabía que la real culpable de aquella historia era y siempre sería Clara Walsh; lo había visto en su rostro.
Por supuesto que la relación con su amigo no había vuelto a ser la misma, sin embargo, siempre lo había considerado un hermano y no podía con la sensación de romper cualquier lazo, a pesar de que ya no confiara en él como lo había hecho en algún momento.
Durante el tercer año de carrera, y para su mala fortuna, terminó enamorándose de la hermana de Adam, quien, tras fallecer sus padres, había decidido comenzar los estudios en administración, buscando sacar a flote la empresa familiar, junto a su hermano.
Con el tiempo, Liam y Rebecka, quienes en un principio no eran más que simples conocidos, habían entablado una buena relación, a pesar de que por momentos lo sacaba de quicio. Sin embargo, había aprendido a quererla, con sus defectos y virtudes, llevándolo a que, meses más tarde, le pidiese ser su novia. No obstante, ella lo había rechazado tajantemente, confesándole que estaba enamorada de una de sus mejores amigas.
—¡Liam! —exclamó Denise, llamando su atención y apartándolo bruscamente de sus recuerdos.
—¿Qué? —preguntó, confundido, dándose cuenta de que aún permanecía en la entrada.
—¿Me dejarías pasar? —preguntó la muchacha, haciéndole señas con las manos e invitándolo a ingresar en su propia casa.
—Lo siento —se disculpó, adentrándose y permitiéndole el paso.
Denise, con el ceño fruncido, se encaminó hacia la cocina, no sin antes comprobar que su amigo la seguía.
—¿Qué te sucedió? —le preguntó, mientras sacaba de su bolso unos pequeños sobrecitos de té.
—¿Te has traído el té desde Argentina? —preguntó, alzando las cejas, incrédulo.
—No me juzgues —suspiró, mientras tomaba dos tazas del armario—. No sabía si aquí encontraría boldo, tilo y manzanilla. ¿Quieres uno?
—Recuerda que aquí lo tenemos todo, querida —dijo, guiñándole un ojo.
—Lo tendré en cuenta —asintió—. ¿Quieres o no? —preguntó de nuevo, moviendo los sobrecitos en el aire.
—Está bien —accedió—, prepárame uno.
—¿Cuál?
—Elige tú, solo espero que no sea tan horrible como la factura de alcayote.
—Alcayota —lo corrigió.
—Lo que sea.
—Bueno, te prepararé uno de tilo; estoy segura de que te encantará —aseguró, mientras llenaba con agua el hervidor eléctrico—. Por cierto, no me respondiste.
—¿Qué cosa?
—¿Qué te sucedió en la entrada? —preguntó, una vez más—. Te hablé de Clara y de Adam y te quedaste congelado. Igual tampoco me has dicho por qué entre tus contactos tienes también a Rebecka, tu antigua pretendida.
—Es la hermana de Adam —respondió, como si eso lo explicara todo—. Creo recordar que te lo he mencionado.
—Ay, cierto. Perdona, lo había olvidado. Es que también tú, ¿no podías buscar una mujer heterosexual y, en lo posible, en otro sitio? Entre Clara y Rebecka…
—Gracias por recordarme lo imbécil que soy —dijo, mientras Denise colocaba los saquitos de té en cada taza y vertía el agua caliente sobre ellos.
—En fin, esa no es la cuestión —dijo, la muchacha, encaminándose a la mesa y entregándole una taza humeante.
—Gracias —dijo, tomando la infusión que le tendía su amiga.
—Ahora, dime, ¿en qué pensabas? —insistió, tomando asiento.
Liam la miró, pensativo, mientras se llevaba la taza de té a los labios.
—No está tan mal —dijo, asintiendo, tras beber un sorbo.
—¿Por qué evades la pregunta?
Liam suspiró.
—Estaba recordando como fue… —comenzó a decir con resignación.
—¿Cómo fue…? —lo instó a seguir.
—Cómo fue que sucedió todo.
—¿Qué pasó? —preguntó—. Sé algo de la historia, pero jamás me contaste qué fue lo que realmente ocurrió.
—Es algo que jamás he dicho —aclaró—. Yo terminé, en cierta medida, perdonando a Adam. La víbora, trepadora e interesada, siempre ha sido Clara. Adam solo aprovechó la oportunidad, o cayó en sus redes, depende de cómo quieras mirarlo. No lo justifico, pero…
—¿Cómo? No logro entenderte.
Liam inspiró profundo y, por primera vez en doce años, dejó fluir sus recuerdos, confiándoselos a su amiga. Ni siquiera su padre, quien lo había acompañado hasta la casa de Clara en aquel entonces, sabía lo que realmente había sucedido.
Cuando Liam terminó su relato, Denise no podía creer lo que acababa de oír. Era más que consciente de que había gente enferma en el mundo, su madre era una de ellas, pero…
—No puede ser cierto —fue lo único que atinó a decir.
—Pues así fue y sé que soy un imbécil por seguir en contacto con ellos, pero se dejan una buena cantidad de dinero en joyería… —justificó, encogiéndose de hombros.
—La verdad es que yo no lo diría de ese modo, pero… sí eres un poco imbécil —dijo, soltando una sonora carcajada, logrando que Liam la reprendiera con la mirada.
—¡Oye! —exclamó, sin poder evitar esbozar una sonrisa—. Te acabo de contar algo que nadie sabe, ni siquiera mi padre conoce por completo la historia, ¿y tú te limitas a reírte?
—Ya —dijo Denise, serenándose—. Perdona. Tienes razón. Lo siento.
—No te preocupes, estoy bien —dijo Liam, quitándole importancia.
Denise sabía que no era del todo así, aunque lo dejó estar, dado que percibía que había algo más rondando la cabeza de su amigo; y había sido capaz de notarlo desde que había llegado.
Tras observarlo por un momento, se levantó, lo rodeó y, contrariando a su razón, lo abrazó por detrás. Había extrañado tanto aquella costumbre, y ahora por fin podía retomarla, aún a riesgo de… Alejó aquellos pensamientos de inmediato. No podía permitirse pensar de ese modo, de lo contrario, corría el riesgo de estropearlo todo.
—Lo siento, en serio —dijo, enterrando su nariz en la coronilla de su amigo. Su estómago dio un vuelco. Aquella cercanía terminaría por arruinarla, pero no le importaba. Al menos, no en ese momento.
—En serio, no tienes por qué disculparte. Sé que no soy un genio, pero esos recuerdos ya no duelen. Hay otras cosas…
—Sé que no estás así solo por La m*****a trinidad.
Liam frunció el ceño, se deshizo del abrazo y se giró en la silla para mirarla a los ojos.
—¿A qué te refieres, entonces? —preguntó.
—Lo último que dijiste. Hay otras cosas… Sé que hay algo que no te está haciendo bien. Hay algo que te estás guardando, y no tiene nada que ver con Clara, Adam y Rebecka.
Liam la observó sin comprender.
—Has estado más animado de lo normal, y no me malinterpretes, no me molesta, por el contrario, pero te conozco lo suficiente como para saber que toda esa emoción se debe a algo más.
—Podría deberse a que estoy feliz, simplemente.
—Tú lo has dicho: podría. Pero sé que no es así, de lo contrario me lo hubieses dicho.
—No tengo por qué contarte todo —se defendió.
—No, pero siempre terminas haciéndolo —dijo, con una media sonrisa.
—¿Es que no puedo estar feliz porque mi mejor amiga llegó y vive conmigo? —preguntó, alzando las cejas.
Denise tragó saliva, confirmando que aquello resultaría más difícil de lo que había previsto.
Suspiró.
—No te creo —dijo con firmeza—. Sé que hay algo más. ¿Acaso no confías en mí?
—Confío en ti de la misma manera que tú en mí —repuso.
«Inteligente», pensó Denise. No le quedaría más remedio que contarle la verdad de lo que había sucedido en Argentina, si quería sonsacarle algo.
—Bien… —comenzó a decir, en el mismo momento en el que el timbre sonó, llamando su atención.
«Salvada por la campana», pensó. O, mejor dicho, por el delivery. Aunque no por mucho tiempo. Denise blanqueó los ojos y, con una leve inclinación de la cabeza, le indicó a Liam que se quedara en su sitio, al ver que tenía la intención de ponerse de pie.
Liam permaneció pensativo, mientras Denise se dirigía a abrir la puerta. Sinceramente, no tenía por qué ocultarle aquello, pero acababa de confesarle que, técnicamente, era un imbécil y, si le decía lo que se había empeñado por ocultar, se lo terminaría confirmando.
Cuando Denise regresó a la cocina, tomó un par de platos del armario empotrado y los colocó en la mesa, junto con las bolsas que contenían la cena.
—¿Qué pediste? —preguntó Liam, abriendo las bolsas de papel madera y sacando su contenido.
—Tamales y tacos al pastor —respondió.
—¿Y tú cómo sabes de comida mexicana?
—Es lo que suele pedir mi madre…
—¿No me lo dirás jamás? —preguntó, notando como Denise titubeaba ante la mención de su progenitora.
Denise suspiró, sabía que no le quedaría más remedio que ceder, si quería saber por qué diablos estaba tan enérgico y dispuesto a salir, cuando él siempre prefería quedarse en casa trabajando, leyendo o simplemente viendo una serie o una película. Suspiró. Sí, definitivamente, si quería conocer qué le sucedía, tendría que contarle la verdad, aun cuando aquello le doliese en lo más profundo de su ser. Intentó convencerse de que hacerlo la ayudaría a liberarse, alivianando el peso que sentía sobre sus hombros, tras aquella discusión con su progenitora.
—Te equivocas —dijo, al cabo de un par de minutos, en los que solo se dedicaron a comer. Liam alzó la mirada, sorprendido—. Te lo contaré, aunque no ahora, no hoy al menos, y no hasta que no me digas qué sucede contigo. ¿Qué es lo que te empeñas en ocultar, sobre todo, ante ti mismo? —preguntó.
Liam la observó, pensativo.
—Me parece justo, pero ¿estás segura?
—Sí, te lo contaré. No me es fácil, pero lo haré. Tal vez mañana, luego de que me dedique a buscar empleo —dijo, con una media sonrisa.
—Ya te conté… —comenzó a decir Liam, siendo inmediatamente interrumpido por su amiga.
—No tengo que repetirte que no me refiero a eso, ¿cierto? —preguntó, alzando las cejas, para luego tomar uno de los tacos al pastor y llevárselo a la boca, dándole un mordisco—. Es más, creo saber de qué se trata —dijo con la boca llena mientras tomaba un trozo de piña que había caído en su plato.
—¿Sí?
—Ajá… —asintió—. Creo que tiene algo que ver conmigo, con el hecho de que esté en tu casa.
—Ya sabes que…
—No. Tampoco hablo de eso, Liam Carter —Aquella conversación comenzaba a desesperarla—. Me refiero a que vi una buena cantidad de cajas en el armario del guardarropa del cuarto que me asignaste —aclaró—. Por la tarde, cuando desperté, pensé en acomodar mi ropa, pero al abrir el armario me lo encontré a rebosar de cajas. Pensé en preguntarte en dónde podía poner mis cosas, pero lo olvidé —agregó—. En fin, cuando más tarde volví a subir por mi bolso, la curiosidad me ganó y observé, solo por encima, de qué se trataba. Son las cosas de tu madre, ¿o me equivoco?
Liam negó con la cabeza, mientras suspiraba.
—No, no te equivocas —contestó al fin.
—¿Qué sucede Liam? —preguntó—. Puedes decírmelo. Confía en mí —dijo Denise, poniéndose de pie y, acuclillándose frente a él, alzó la cabeza y lo miró directo a los ojos.
—Cuando te dije que vinieras… —Tragó saliva—. Cuando te dije que vinieras —repitió—, pensé en desalojar la habitación que mi madre utilizaba para sus pinturas, sus escritos y demás. —Sonrió con nostalgia—. Saqué todo y lo puse en cajas con la intención de clasificar las cosas, ver lo que guardaría y qué botaría. Pero, a pesar de que mi padre estuvo de acuerdo y de que Ébha intentó convencerme de hacerlo de una buena vez, no pude.
—¿Por qué no? —preguntó. Liam la miró, apenado—. Entiendo que aún te duele su partida, no ha pasado demasiado tiempo y por mucho que pase siempre sentirás su ausencia, pero…
—Pero sí, tengo que superarlo. También sé que es lo que ella esperaría de mí, pero… ¿revisar sus cosas?
—¿Qué sucede con eso?
—Siento que, si lo hago, estaré violando su privacidad. Sobre todo, si llegase a leer los diarios que escribió. Hay algunos que datan de mil novecientos setenta y uno...
—Liam, no creo que a ella le molestara que los leyeras. Puedes solo darles una hojeada y solo si quieres. Es más, quizás así puedas conocerla un poco más.
Liam permaneció en silencio por un eterno minuto.
—No lo sé —murmuró—. No estoy seguro. Además, tantos recuerdos... No sé, no creo poder.
—¿Tú quieres hacerlo? —preguntó, comprendiendo su incomodidad.
—Me gustaría, pero… no puedo solo —dijo, con la mirada clavada en un punto fijo de la pared que tenía enfrente.
—Tu padre…
—No —la cortó Liam—. He intentado hablar con él del tema, pero…
—Dijiste que Byrne estaba de acuerdo con que revisaras las pertenencias de Nahomí, incluso con que te deshicieras de algunas.
—Sí, está de acuerdo. Él ya guardó todo lo que deseaba, pero el resto lo dejó en mis manos. No está dispuesto a ayudarme —dijo—, ni siquiera pasa demasiado tiempo en casa, entre viaje y viaje, porque le duele que la simple construcción le recuerde a ella. No lo culpo, pero no ha pensado que a mí también me duele.
—¿Y Ébha?
—No sé, no quiero pedírselo de nuevo. Ya lo hice una vez y terminó hartándose. —Suspiró.
—Si quieres… —dudó. Liam la observó expectante, ladeando la cabeza—. Si quieres puedo revisarlo contigo.
—¿Estás segura? Ya has visto que no es poco.
—Lo que tú estás haciendo por mí es mucho más, así que no tengo problema. Lo haría con gusto —aseguró.
—¿En serio? —preguntó, aún inseguro.
—En serio.
Liam sentía que había tenido razón desde el principio de aquella relación de amistad, Denise jamás lo dejaría solo y él haría lo mismo.
—Gracias —susurró, estrechándola en un abrazo.
—No tienes por qué —murmuró.
—Eres la mejor amiga que jamás imaginé tener. —Estrechó el abrazo.
Denise sonrió mientras intentaba evitar que una lágrima traicionera se desbordara de sus ojos.
—Y tú el mejor hombre del mundo —dijo, en un susurro prácticamente inaudible.
Suspiró y se limitó a disfrutar de aquel contacto que, aunque no era del modo que ella deseaba, la reconfortaba y, en cierta medida, le llenaba el alma.
Liam se sentía inquieto y no podía dejar de dar vueltas en la cama. La llegada de Denise lo había tranquilizado lo suficiente como para, por primera vez en un año, confesarle que sentía miedo y hasta vergüenza de revisar las pertenencias de su madre. Sin embargo, lo que lo inquietaba era que, tras aquella confesión, cuando Denise lo había mirado a los ojos y luego lo había abrazado, había sido capaz de notar algo diferente en ella. Sus ojos tenían un brillo distinto, y hasta sus gestos y sus muestras de cariño hacia él le resultaban extraños. Era Denise, pero a la vez sentía que era alguien completamente diferente.—Es obvio que está diferente, Liam —se dijo, mientras observaba el techo de su habitación, sin siquiera entender por qué diablos se dirigía a sí mismo en segunda persona.Sí, era más que obvia la razón por la que Denise probablemente había cambiado, pero no podía evitar sentir que había algo más, como si quisiera decirle algo con la mirada. Si tan solo… —Cállate, Liam, dej
Denise se mordió las uñas con fuerza, cada vez más impaciente. Sabía muy bien que no podía esperar encontrar trabajo en los casi tres días que llevaba buscando, pero empezaba a pensar que conseguir empleo en Irlanda resultaría igual o más difícil que en Argentina. No sabía qué se había creído; el trabajo jamás llovía, por mucho que cambiara de país. Suspiró y miró la pantalla de su ordenador portátil en la cual aparecía la página web que Liam le había recomendado para buscar trabajo. No era la página más cómoda del mundo, pero le permitía enviar su currículum sin demasiados problemas. Sin embargo, de los cientos de trabajos a los que había aplicado —algunos habían sido por consejo de su amigo, a pesar de que ella no se sentía demasiado capacitada para los puestos—, solo había recibido respuesta de uno, y esta había sido negativa. Aquello la había entristecido, pero, tras un leve momento de angustia, había alzado la cabeza y había continuado con la búsqueda, consciente de que no podía
Liam se sentía demasiado cansado. Habían pasado toda la tarde y gran parte de la noche anterior revisando la ingente cantidad de cajas con las pertenencias de su madre, hasta por fin terminar con aquello, mientras oían el repiqueteo de las gotas sobre el tejado. En un principio, él se había negado a continuar, dado que le dolía demasiado la espalda; aunque, más que por su propio cansancio, estaba preocupado por el de Denise, quien a la mañana siguiente debía presentarse a su primera —y esperaba que última— entrevista laboral en Irlanda. Sin embargo, había sido ella quien se había empeñado en convencerlo para terminar, alegando que, si conseguía el empleo, dudaba mucho de poder seguir ayudándolo. Liam no tuvo más remedio que reconocer que tenía razón y, por ese motivo y por el hecho de no querer hacerlo solo, había terminado cediendo.Bostezó y se levantó de la cama, dirigiéndose al cuarto de baño, con la intención de darse una ducha caliente, confiando en que esta la ayudaría a despej
Denise bajó las escaleras a toda velocidad, sintiendo que no llegaría a tiempo. Se había quedado dormida, y lo odiaba con todo su ser, aún más cuando eso significaba que corría el riesgo de llegar tarde a su primer día de trabajo. Sin embargo, tenía sentido que hubiese resultado así. Después de casi una semana de dormir mal, por fin se había relajado lo suficiente como para lograr conciliar el sueño sin demasiados problemas.Tras recibir la aprobación de Adam para que comenzara a trabajar para él, al menos durante tres meses de prueba, Denise se había dejado convencer por Liam para recorrer la ciudad, para luego, a la hora del almuerzo, parar en uno de los sitios de comida rápida favoritos de su amigo. En un principio, Denise había dudado de los gustos culinarios de Liam, al ver que el local presentaba una apariencia de abandono y su dueña no le daba buena espina. Sin embargo, y tras probar el primer bocado de la hamburguesa y las papas fritas que él había ordenado por ella, no tuvo m
Denise abrió los ojos, sobresaltada y completamente desorientada. Miró su móvil y sintió que su corazón se paralizaba. ¿Se había quedado dormida, una vez más? ¿Cómo podía ser posible? Sí, había pasado una noche horrible, dado que había vuelto a soñar con la maldita pelea que había tenido con su madre, pero no podía darle esa explicación a Adam. La noche anterior había evitado por todos los medios contarle la verdad de por qué había decidido mudarse a Irlanda. Había inventado una razón sobre la marcha, lo suficientemente creíble, aunque no por ello menos cierta, para que no hiciera demasiadas preguntas. No podía confesarle la verdad. Ya lo sabían demasiadas personas y no se sentía cómoda.Suspiró. ¿Es que acaso aquella mujer no la dejaría jamás en paz, ni siquiera en sus sueños? Había sido una estúpida al creer que aquella pesadilla la había dejado en paz, cuando tan solo le había otorgado una tregua mínima de un día.Se refregó los ojos, maldiciendo y se levantó de la cama tan rápido
—No me gustaría que te guardes nada con respecto a Clara y Rebecka —dijo Adam, extendiendo su brazo y posando la palma de su mano sobre el dorso de la de Denise. —En serio, no ha pasado nada —dijo, por milésima vez en los últimos diez minutos, intentando ignorar la sensación de urgencia que experimentaba su cuerpo ante aquel simple contacto por parte de su jefe.Sabía que, ante la mínima insinuación, podía propiciar lo que tanto le pedía su piel. Sin embargo, no era lo correcto. Liam era su amigo y estaba enamorada de él. Si consentía una relación con Adam, no solo lo estaría usando y se engañaría a sí misma, tirando por la borda todo en lo que creía, sino que también le haría daño a Liam. Aquella sensación de calor que la recorría de pies a cabeza, era lo último que necesitaba para terminar de colmar su vida de problemas.Se detestaba. Detestaba ser tan débil, aun cuando quería aparentar lo contrario. Odiaba el hecho de no poder rechazar aquel simple y cálido contacto de sus manos,
Denise se adentró en el estudio, con el cuadro que su amigo le había regalado, bajo el brazo.—¿Puedo poner esto aquí? —preguntó.Liam la observó con el ceño fruncido, sin comprender.—¿Por qué quieres ponerlo aquí?—Es que… —se mordió el labio inferior.Ante aquel gesto, Liam apartó la mirada y continuó con el tallado en cera que estaba realizando. ¡Maldita sea! ¿Por qué le gustaba tanto? Iba a terminar por creerse las palabras de Antaine y de su padre, y eso...Denise suspiró, apoyando el pesado lienzo en el suelo.—Es que —repitió—, siento que es una pintura bellísima que merece ser apreciada y en mi habitación eso no sucederá. —Hizo una mueca, encogiéndose de hombros.—¿Y tú crees que aquí se puede apreciar? —preguntó, alzando una ceja.—Bueno, pensé que…, como recibes clientes…—No suelo recibirlos aquí —aclaró—. Solo lo hago en ocasiones muy específicas, por ejemplo, cuando una pareja tiene que medirse sus alianzas, pero poco más.—Qué privado, señor Carter. —Rio—. Pero, en seri
—Bueno —dijo Liam, tomando sus muletas, una vez que todos terminaron su porción de tiramisú—, creo que ya es momento de que nos pongamos con lo que los ha traído hasta aquí, así que acompáñenme al estudio, por favor.Michael y Caitlín asintieron, poniéndose de pie y siguiéndolo, en tanto Denise los observaba alejarse mientras recogía los platos y las copas de la mesa, para colocarlos en el lavavajillas.Cuando llegaron al estudio, Liam sacó la llave magnética y abrió la puerta, permitiéndoles el paso a Michael y Caitlín, antes de adentrarse y cerrar tras de sí.Una vez que estuvieron los tres en el interior, Liam abrió de inmediato el primer cajón del lado derecho de su mesa de trabajo y extrajo una funda aterciopelada, la cual desplegó sobre el escritorio para que la pareja pudiese observar los trabajos que podía realizar para ellos.En cuanto las alianzas quedaron expuestas ante ellos, Caitlín abrió los ojos de par en par al ver la magnificencia del trabajo del hombre que se encontr