Liam se encontraba impaciente. La brisa posterior a la tormenta, que entraba por la ventana que se encontraba frente a su escritorio, no hacía más que irritarlo, por lo que, frunciendo el ceño, cerró los postigos de un fuerte golpe.
Suspirando, se quitó las gafas de ver de cerca y las dejó junto al fino anillo con incrustaciones de rubí en el que había intentado focalizarse en los últimos treinta minutos; tarea que le había resultado por demás imposible.
No era capaz de concentrarse cuando su mente estaba completamente enfocada en Denise.
«¿Por qué diablos no me ha llamado?», pensó, abriendo el último cajón de su escritorio y sacando un paquete de tabaco y papel para liar.
No podía negar que estaba preocupado.
La última conexión con su amiga había sido hacía más de un día, horas antes de que ella se montara en el avión, en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza de Buenos Aires, con rumbo a Dublín.
Él se había ofrecido a viajar hasta la capital irlandesa con la intención de esperarla allí; sin embargo, su amiga se había opuesto rotundamente, y él no entendía por qué había terminado por ceder a sus deseos.
Sabía que ya era adulta y que podía valerse por sí misma, pero eso no quitaba los riesgos que conllevaba estar en un país desconocido; aún peor en el caso de Denise, quien poseía un marcado acento hispano y su dominio del inglés era bastante básico.
Sin embargo, y contra a lo que le dictaba su sentido común, había permitido que viajase sola en bus las dos horas y cuarenta minutos que separaban Dublín de Waterford, y se arrepentía por completo.
Frunció los labios y procuró calmarse. «No le pasará nada», se dijo, intentando convencerse mientras encendía el cigarro que acababa de liar, y miró la hora en el móvil que descansaba cargando a su lado.
Según sus cálculos, a Denise le quedaba aún una hora y media de viaje. Si en ese tiempo no se comunicaba con él, no le quedaría más remedio que llamarla.
La última vez que habían hablado, su amiga no se encontraba precisamente en el mejor estado anímico y eso era algo que hacía aumentar su incomodidad.
No entendía por qué se preocupaba tanto por ella. Sí, era bastante más joven que él, pero ya podía valerse por sí misma, y, además, no había razón para que le pasara nada malo, ¿o sí?
Suspiró, frustrado. No importaba cuanto intentara convencerse de aquello, la intranquilidad no desaparecía.
Miró el diminuto y fino anillo en el que había intentado trabajar e, irritado, lo guardó en el primer cajón del escritorio.
Hasta que Denise no llegase a casa, no podría continuar engarzando. Aquella tarea requería una concentración que en ese momento no poseía.
***
Denise sabía que debía llamar a Liam, sin embargo, aún no se sentía del todo tranquila.
No lo quería preocupar más de lo que ya lo había hecho durante la última comunicación telefónica. Porque sí, estaba más que segura de que, por mucho que él intentara negarlo, lo había inquietado con su llanto.
Lo conocía mucho más de lo que él podía imaginar.
Suspiró y miró por la ventanilla del segundo bus que tomaba aquel día.
Ni siquiera el bello paisaje que veía a través del vidrio lograba aliviarla.
Se sentía sumamente cansada. No había podido dormir durante las últimas treinta y seis horas, y no deseaba hacerlo, a pesar de que sus ojos amenazaran con cerrarse de un momento a otro.
Ya tendría tiempo para descansar, si es que sus pensamientos se lo permitían.
Se sentía horrible por no haber sido sincera con Liam. Sabía que su amigo no le había creído ni la más mínima palabra de la media verdad que le había contado, pero no le importaba; al menos no de momento.
Más adelante, cuando estuviera mejor anímicamente —si es que eso sucedía—, le confesaría todo.
Por eso, esperaba que al llegar no le preguntara nada, ya que necesitaba pensar lo menos posible en todo lo que había sucedido en los últimos dos días.
Cerró los ojos e inspiró profundo. Sabía que, si quería superar aquello, si deseaba que ese viaje marcara el inicio de una nueva vida, tenía que lograr que desapareciera ―o al menos disminuyera― lo que en ese momento la hería en lo más profundo.
Sin embargo, no sabía cuánto tiempo le tomaría hacerlo.
Cerró los ojos y suspiró una vez más. No podía estar más agradecida con Liam por recibirla, aun cuando le había mentido, o, mejor dicho, le había ocultado la verdad.
Denise frunció el ceño, sintiendo una extraña vibración en su pierna derecha.
Por un momento, no supo de dónde provenía hasta que su entumecido cerebro logró comprender que no era otra que su móvil, el cual había configurado en modo vibrador antes de subirse al autobús.
Abrió su bolso y tomó el teléfono. Cerró los ojos por un segundo y, tras abrirlos y comprobar quién era, tomó la llamada, mientras dirigía su mirada hacia el exterior, notando cómo, poco a poco, el sol iba desapareciendo en el horizonte.
—¿Hola? —dijo, con voz cansada.
***
Liam estaba harto de tanta espera. Miró el cenicero que había colocado frente a él, en donde las colillas, lentamente, se habían ido acumulando.
Sabía que aquello terminaría por matarlo, sin embargo, la impaciencia, los nervios y la ansiedad que estaba experimentando lo obligaban a recurrir a aquella nociva droga.
Dio la última calada al séptimo cigarro que había encendido en los últimos cincuenta minutos y lo apagó encima de los demás.
Denise seguía sin dar señales de vida, y aquello le preocupaba cada vez más, a pesar de que sabía que no tenía por qué significar que le hubiese sucedido algo. Esperaba que así fuera, pero…
Cerró los ojos y frunció el ceño. Esperaría diez minutos más; si en ese tiempo no tenía noticias de ella, la llamaría.
Guardó el móvil en el bolsillo delantero de sus jeans, tomó las muletas que había dejado apoyadas contra la pared que se encontraba junto al escritorio y se incorporó.
Hacía meses que no bebía, pero su garganta clamaba a gritos por un trago.
Lentamente, se dirigió hacia la puerta que comunicaba el estudio con la vivienda y cerró tras de sí, para encaminarse hacia el pequeño minibar, en el que su padre guardaba el whisky de reserva.
Tomó la botella, tras dejar caer sus muletas sobre la alfombra, y vertió un poco de aquel líquido ambarino en el interior de uno de los vasos que descansaban sobre el mueble, para luego sentarse en el sofá que había justo al lado.
«¿Cómo estará papá?», se preguntó, mientras observaba la enorme fotografía de la boda de sus padres, que descansaba sobre la chimenea.
Hacía un mes que Byrne se había embarcado en uno de sus tantos viajes por el mundo y, a pesar de que hablaban todos los días, Liam no podía evitar extrañarlo.
Se sentía tan solo desde que su madre, la rubia mujer que posaba sonriente junto a su padre, había fallecido.
Desde que ella se había marchado, un año atrás, Byrne había rechazado la idea de permanecer en aquella casa por más de un par de semanas, alegando que aquella construcción le traía demasiados recuerdos y que no era capaz de sobrevivir a ellos.
Le había jurado a Liam que jamás olvidaría a Nahomí, pero que prefería recordarla recorriendo aquellos destinos que ella tanto había deseado conocer y que el cáncer le había impedido.
Liam suspiró y enjugó una diminuta lágrima que había decidido rodar por su mejilla izquierda. La extrañaba y necesitaba tanto...
Durante los últimos dos días, con la ayuda de Ébha, la mujer de la limpieza, había intentado poner en orden las pertenencias de su madre, buscando así desocupar la habitación que sería destinada a Denise.
Sin embargo, aquella misión había sido prácticamente imposible. No se sentía preparado para deshacerse de nada de todo aquello, y las emociones no le ayudaban.
En más de una ocasión había terminado llorando, observando aquellos objetos repletos de la esencia de quien le había dado la vida.
Ébha había terminado desistiendo y recomendándole que guardara todo aquello en cajas, para, de esta manera, despejar el cuarto.
Sin embargo, estas cajas permanecían en la habitación que su madre había utilizado para sus hobbies.
Había decidido que Denise ocupara aquel cuarto, con la idea de que su presencia atenuara los recuerdos que Nahomí había dejado grabados allí.
No tenía idea de si funcionaría, pero creía que ella podría ayudarlo a sobrellevar la soledad y aquel luto que se le estaba haciendo eterno.
Apretó los párpados por un momento y, sacando el móvil del bolsillo de sus jeans, comprobó que ya habían transcurrido los diez minutos que se había prometido esperar.
Tomó el vaso y bebió de un sorbo el resto del contenido, para luego buscar el número de Denise y darle a la opción de llamada, consciente de que su amiga había contratado un pack de telefonía internacional que le permitiría comunicarse con ella sin ningún problema.
—Soy Liam —dijo en cuanto Denise recibió la llamada.
—Lo sé —respondió, con el cansancio grabado en la voz—. Vi tu nombre en la pantalla.
—¿Estás bien? —preguntó. Una parte de sí quería recriminarle el hecho de que no lo hubiese llamado, sin embargo, logró contenerse; no quería hacerla sentir peor.
—Estoy viva —contestó, con una risa más parecida a un bufido—, si es a eso a lo que te refieres. Perdóname por no llamarte. Sé que debí hacerlo. Lo siento —se disculpó.
—No me refería a eso, o quizás un poco sí —dijo con una sonrisa torcida—. ¿Por dónde andas?
—Ni idea —respondió la muchacha—. Déjame que pregunto.
Liam notó cuando Denise se levantó de su asiento y se dirigió hacia el chofer del autobús.
Esperó pacientemente, oyendo como su amiga se comunicaba con el hombre en su básico inglés y sonrió, sintiéndose culpable por haber dudado de sus capacidades.
No lo hacía tan mal después de todo.
Sabía cómo defenderse.
—En diez minutos llegaremos a la terminal de buses de Waterford —le informó Denise, al cabo de un momento.
—Eso ha sido mucho más rápido de lo que esperaba —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Tomaste el bus que te indiqué? —preguntó.
—Emmm… realmente no. Sorpresivamente, el vuelo se adelantó unos minutos, por lo que no me quedó más remedio que preguntar cómo llegar hasta Waterford. En el aeropuerto me indicaron como tenía que hacer para tomarme este bus, y así lo hice. Me dijeron que llegaría bastante más rápido —respondió, dudosa—. Creo que está bien, ¿no?
—Sí, sí, tranquila. Ahora mismo salgo hacia la terminal a buscarte.
—Puedo tomarme un taxi…
—No me dejaste ir por ti a Dublín, al menos déjame que te busque aquí.
—Pero…
—No sé por qué intentas evitarlo. Al fin y al cabo, me verás cuando llegues.
—Tienes razón, pero…
—¡Basta de peros! —exclamó—. En cinco minutos estaré allí. Llámame en cuanto te bajes del bus. ¡Llámame!, ¿entendido?
—Entendido, mi capitán —dijo, en tono de burla.
—Más te vale…
—Lo prometo.
—Bien, ahora mismo salgo para allá. Adiós —dijo, dando por finalizada la llamada.
Realmente, no entendía por qué no quería que la buscara, no obstante, si pretendía vivir con él, tendría que acostumbrarse a su presencia.
Sonrió, pensando en la terquedad de su amiga, antes de tomar sus muletas y levantarse del sofá, encaminándose hacia la puerta que comunicaba la sala con el garaje.
***
Denise no comprendía el porqué de la insistencia de Liam por ir en su búsqueda, sin embargo, se lo agradecía.
No sabía cuánto le hubiese costado un taxi. Había deducido que la casa de su amigo no se encontraba demasiado lejos de la terminal, pero le alegraba no tener que gastar más.
Sus ahorros habían prácticamente desaparecido al realizar aquel viaje.
Suspiró y miró por la ventanilla, mientras el bus comenzaba a adentrarse en la ciudad. Y sus ojos se abrieron de par en par al observar la arquitectura de aquel lugar.
Siempre le había llamado la atención todo lo que fuera antiguo y, a pesar de que había visto Waterford a través de fotos en Internet, no podía evitar sorprenderse ante la majestuosidad de todo lo que la rodeaba, aun cuando la noche había caído ya y no podía apreciar todos los detalles.
Al bajarse del autobús, sintió como el frío aire de enero, en Irlanda del Sur, golpeaba su rostro mientras esperaba que el hombre encargado del equipaje abriera el maletero del vehículo.
Al ver los cuatro enormes bultos de color fucsia, se acercó al hombre para reclamarle sus valijas.
Quizás se había excedido un poco, sin embargo, todo lo que había llevado consigo era aquello que consideraba que no podía dejar atrás.
Sí, había tenido que abonar una buena suma extra por el exceso de peso, pero no le había importado demasiado.
No podía estar sin sus libros, su computadora portátil, ni mucho menos sin su guardarropa completo y su maquillaje.
Había procurado organizar todo de tal forma que sus cosas cupieran en el menor espacio posible, y eso era todo lo que había logrado.
Le sonrió al hombre que le tendía las maletas y, haciendo un esfuerzo abismal por transportarlas, se dirigió hacia un pequeño banco y tomó asiento.
Sin perder de vista sus pertenencias —no sabía cuál era el índice de criminalidad de aquella zona—, tomó su móvil y marcó el número de Liam.
Liam miraba como llegaban, uno a uno, los buses provenientes de Dublín, sin ver a Denise por ninguna parte.
Frunció el ceño, dudoso, en el momento en que su móvil comenzó a sonar estridentemente.
Sosteniendo la muleta derecha bajo su brazo izquierdo, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta, miró la pantalla y sonrió antes de responder.
—Hola —saludó—. ¿Dónde estás? —preguntó, escuchando atentamente a su amiga—. Bien —asintió—, dame un par de minutos —agregó, dando por finalizada la llamada.
Guardó el móvil, sin prestarle mucha atención, y, tras acomodar sus muletas, puso rumbo hacia donde se encontraba Denise.
En cuanto vio que Liam se encaminaba hacia ella, Denise se puso de pie, admirando al hombre que se encontraba cada vez más cerca.
No pudo evitar notar las grandes ojeras que adornaban y, en cierta medida, resaltaban sus ojos de incierto color.
Sus iris jamás dejarían de ser un enigma para ella.
Nunca había sido capaz de prever qué color encontraría cuando lo mirase a los ojos.
Sonrió, al apartar la mirada del rostro de su amigo y al enfocarse en su rubio y cobrizo cabello, que había sido salpicado por unos cuantos mechones de color plata.
En el momento en el que Liam estuvo junto a ella, olvidó por completo sus pertenencias y se lanzó hacia él, envolviéndolo en un fuerte abrazo.
Sonriendo e intentando no perder el equilibrio, Liam le devolvió el abrazo con un suave apretón.
Ya casi había olvidado la efusividad con la que Denise siempre se dirigía a él.
Aquel abrazo logró que sus ojos, que en ese momento eran de un azul intenso, se anegaran en lágrimas.
Había perdido la cuenta de cuánto tiempo hacía que no recibía una muestra de afecto como aquella; ni siquiera se había percatado de cuánto lo necesitaba, hasta ese momento.
Denise se separó con lentitud.
—No te recordaba tan delgado ni tan viejo —dijo con una sonrisa cansada, mirándolo de arriba abajo.
—Muy graciosa —respondió Liam, observándola del mismo modo—. Yo no te recordaba tan bajita y extravagante —agregó, valorando el atuendo de la muchacha.
Denise había escogido para aquel largo viaje un ajustado y para nada cómodo jean, roto en partes estratégicas, y una escotada e igual de ajustada blusa color rojo que dejaba muy poco a la imaginación.
Sobre esta última llevaba una chaqueta de cuero color negro, lo único de aquel atuendo que Liam podía considerar apropiado para un viaje tan largo como el que había realizado.
Alzó las cejas, pensativo, mientras continuaba observando a su amiga, percatándose de como las prendas se amoldaban a sus prominentes curvas, favoreciéndolas y resaltándolas.
¿Cuántas miradas habría recibido de camino a allí?
—Me alegro de que ya estés aquí —dijo, mientras Denise se alejaba unos pasos de él y tomaba sus maletas, luego de colgarse al hombro su bolso de mano—. Me encantaría poder ayudarte, pero… —agregó con una sonrisa de disculpas, mirando significativamente hacia donde debería encontrarse su pierna izquierda.
—No te preocupes, no creas que lo había olvidado —respondió, con una sonrisa—. No quiero que por mi culpa te quedes sin tu pierna derecha también. —Liam rio, poniendo los ojos en blanco—. Creo que podré sola, mientras no hayas dejado el coche demasiado lejos.
—No, está en casa, a unas diez cuadras de aquí. Denise lo fulminó con la mirada.
—Ay, no seas así, es solo una broma. ¿Acaso no eres tú la que siempre dice que soy amargado? Solo intenté dejar de serlo y mira quien es la amargada ahora —dijo, mientras Denise bajaba la cabeza y lo observaba a través de sus largas pestañas—. Vamos —agregó—. El auto está en el estacionamiento. Es obvio que no he venido andando, si de casualidad puedo permanecer parado.
Denise rio, mientras blanqueaba sus ojos y lo seguía hacia el aparcamiento de la terminal de buses.
No sabía cómo, pero Liam siempre, absolutamente siempre, lograba mejorar su humor.
Mientras la pregunta de lo que había sucedido en Buenos Aires no se hiciera presente, sentía que aquella podía ser una buena noche.
Creía que la decisión de llamar a Liam, tras la fuerte discusión con su madre y de descubrir cosas que hubiese preferido que se mantuvieran ocultas, había sido una excelente idea.
Sí, sabía que había actuado de manera impulsiva, pero, después de ver a su único y mejor amigo, estaba convencida de que aquella decisión había sido la correcta, aunque una parte de ella aún tuviese miedo de lo que viniese después.
Una vez junto al Nissan de Liam, este quitó la alarma y el seguro y abrió el maletero, permitiéndole a Denise guardar allí sus tres pesadas maletas.
—¿Por qué has traído tanto? —preguntó, mirándola con el ceño fruncido.
—Ropa, maquillaje, libros… —enumeró, mientras rodeaban el coche y cada uno ocupaba su asiento.
—¿Sabes que eso también lo puedes conseguir aquí? —preguntó, mientras colocaba la llave en el contacto.
—Sí, pero ya sabes que no se me da muy bien el inglés y...
—En los libros, entiendo, pero ¿la ropa, el maquillaje?
—Ya, sé que tienes razón, pero yo no soy el joyero Liam Carter y mis ahorros ya están en las últimas —dijo, mirándolo de reojo en tanto se colocaba el cinturón de seguridad—. Necesitaré conseguir trabajo cuanto antes.
—Tranquila, yo puedo ayudarte. No tienes que preocuparte por eso ahora —le aseguró, saliendo del aparcamiento.
—No quiero que tengas que ocuparte de mí —murmuró, con la vista clavada en sus rodillas.
—Te conozco y sé que te molesta, pero escúchame —dijo, mirándola de reojo, para luego volver a posar la vista en la carretera—, puedo hacerlo mientras buscas trabajo, e incluso puedo ver cómo puedo ayudarte con eso último.
—¿Seguro? —preguntó—. Lo último que quiero es ser una carga para ti. —«Demasiada carga he sido ya para todos», agregó para sus adentros.
—Seguro —afirmó, con una media sonrisa.
Un nudo se instaló en la garganta de Denise.
No sabía cómo diablos había hecho, pero había sido merecedora del mejor amigo del planeta, aunque ya le gustaría que…
Frunció el ceño y apartó aquel pensamiento de su cabeza. Sabía que no sería fácil, pero debía procurar mantenerlo lo más alejado de su conciencia.
—¿Qué quieres comer? —preguntó Liam, al cabo de un momento.
—Lo que tú quieras, pero nada de bistec y papas, por favor —respondió, con un gesto de súplica.
—Pero hay un restaurante en el que sirven unos bistecs deliciosos…
—Perdón, si no te molesta, preferiría pedir algo para llevar. Estoy demasiado cansada.
—Bien, pero ¿qué quieres comer? —repitió, mientras doblaba en una esquina.
—Pasta —contestó, sin dudarlo.
—Pasta, ¿eh? Bien, conozco el lugar perfecto —dijo, sonriendo—. Espero que cumpla con tus expectativas.
—No he comido desde que me subí al avión. Cualquier cosa estará bien.
Liam la observó de reojo y asintió, dibujando una media sonrisa.
Sabía muy bien por qué le había sugerido aquel viaje y no se arrepentía en lo más mínimo.
No estaba seguro de por qué, pero tenía la sensación de que Denise le ayudaría más de lo que podía imaginar y él también la apoyaría en todo lo que fuese posible.
Nunca había conocido una mujer como ella y, a pesar de sus mil y una locuras, la quería demasiaLiam se encontraba impaciente. La brisa posterior a la tormenta, que entraba por la ventana que se encontraba frente a su escritorio, no hacía más que irritarlo, por lo que, frunciendo el ceño, cerró los postigos de un fuerte golpe.
Suspirando, se quitó las gafas de ver de cerca y las dejó junto al fino anillo con incrustaciones de rubí en el que había intentado focalizarse en los últimos treinta minutos; tarea que le había resultado por demás imposible.
No era capaz de concentrarse cuando su mente estaba completamente enfocada en Denise.
«¿Por qué diablos no me ha llamado?», pensó, abriendo el último cajón de su escritorio y sacando un paquete de tabaco y papel para liar.
No podía negar que estaba preocupado.
La última conexión con su amiga había sido hacía más de un día, horas antes de que ella se montara en el avión, en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza de Buenos Aires, con rumbo a Dublín.
Él se había ofrecido a viajar hasta la capital irlandesa con la intención de esperarla allí; sin embargo, su amiga se había opuesto rotundamente, y él no entendía por qué había terminado por ceder a sus deseos.
Sabía que ya era adulta y que podía valerse por sí misma, pero eso no quitaba los riesgos que conllevaba estar en un país desconocido; aún peor en el caso de Denise, quien poseía un marcado acento hispano y su dominio del inglés era bastante básico.
Sin embargo, y contra a lo que le dictaba su sentido común, había permitido que viajase sola en bus las dos horas y cuarenta minutos que separaban Dublín de Waterford, y se arrepentía por completo.
Frunció los labios y procuró calmarse. «No le pasará nada», se dijo, intentando convencerse mientras encendía el cigarro que acababa de liar, y miró la hora en el móvil que descansaba cargando a su lado.
Según sus cálculos, a Denise le quedaba aún una hora y media de viaje. Si en ese tiempo no se comunicaba con él, no le quedaría más remedio que llamarla.
La última vez que habían hablado, su amiga no se encontraba precisamente en el mejor estado anímico y eso era algo que hacía aumentar su incomodidad.
No entendía por qué se preocupaba tanto por ella. Sí, era bastante más joven que él, pero ya podía valerse por sí misma, y, además, no había razón para que le pasara nada malo, ¿o sí?
Suspiró, frustrado. No importaba cuanto intentara convencerse de aquello, la intranquilidad no desaparecía.
Miró el diminuto y fino anillo en el que había intentado trabajar e, irritado, lo guardó en el primer cajón del escritorio.
Hasta que Denise no llegase a casa, no podría continuar engarzando. Aquella tarea requería una concentración que en ese momento no poseía.
***
Denise sabía que debía llamar a Liam, sin embargo, aún no se sentía del todo tranquila.
No lo quería preocupar más de lo que ya lo había hecho durante la última comunicación telefónica. Porque sí, estaba más que segura de que, por mucho que él intentara negarlo, lo había inquietado con su llanto.
Lo conocía mucho más de lo que él podía imaginar.
Suspiró y miró por la ventanilla del segundo bus que tomaba aquel día.
Ni siquiera el bello paisaje que veía a través del vidrio lograba aliviarla.
Se sentía sumamente cansada. No había podido dormir durante las últimas treinta y seis horas, y no deseaba hacerlo, a pesar de que sus ojos amenazaran con cerrarse de un momento a otro.
Ya tendría tiempo para descansar, si es que sus pensamientos se lo permitían.
Se sentía horrible por no haber sido sincera con Liam. Sabía que su amigo no le había creído ni la más mínima palabra de la media verdad que le había contado, pero no le importaba; al menos no de momento.
Más adelante, cuando estuviera mejor anímicamente —si es que eso sucedía—, le confesaría todo.
Por eso, esperaba que al llegar no le preguntara nada, ya que necesitaba pensar lo menos posible en todo lo que había sucedido en los últimos dos días.
Cerró los ojos e inspiró profundo. Sabía que, si quería superar aquello, si deseaba que ese viaje marcara el inicio de una nueva vida, tenía que lograr que desapareciera ―o al menos disminuyera― lo que en ese momento la hería en lo más profundo.
Sin embargo, no sabía cuánto tiempo le tomaría hacerlo.
Cerró los ojos y suspiró una vez más. No podía estar más agradecida con Liam por recibirla, aun cuando le había mentido, o, mejor dicho, le había ocultado la verdad.
Denise frunció el ceño, sintiendo una extraña vibración en su pierna derecha.
Por un momento, no supo de dónde provenía hasta que su entumecido cerebro logró comprender que no era otra que su móvil, el cual había configurado en modo vibrador antes de subirse al autobús.
Abrió su bolso y tomó el teléfono. Cerró los ojos por un segundo y, tras abrirlos y comprobar quién era, tomó la llamada, mientras dirigía su mirada hacia el exterior, notando cómo, poco a poco, el sol iba desapareciendo en el horizonte.
—¿Hola? —dijo, con voz cansada.
***
Liam estaba harto de tanta espera. Miró el cenicero que había colocado frente a él, en donde las colillas, lentamente, se habían ido acumulando.
Sabía que aquello terminaría por matarlo, sin embargo, la impaciencia, los nervios y la ansiedad que estaba experimentando lo obligaban a recurrir a aquella nociva droga.
Dio la última calada al séptimo cigarro que había encendido en los últimos cincuenta minutos y lo apagó encima de los demás.
Denise seguía sin dar señales de vida, y aquello le preocupaba cada vez más, a pesar de que sabía que no tenía por qué significar que le hubiese sucedido algo. Esperaba que así fuera, pero…
Cerró los ojos y frunció el ceño. Esperaría diez minutos más; si en ese tiempo no tenía noticias de ella, la llamaría.
Guardó el móvil en el bolsillo delantero de sus jeans, tomó las muletas que había dejado apoyadas contra la pared que se encontraba junto al escritorio y se incorporó.
Hacía meses que no bebía, pero su garganta clamaba a gritos por un trago.
Lentamente, se dirigió hacia la puerta que comunicaba el estudio con la vivienda y cerró tras de sí, para encaminarse hacia el pequeño minibar, en el que su padre guardaba el whisky de reserva.
Tomó la botella, tras dejar caer sus muletas sobre la alfombra, y vertió un poco de aquel líquido ambarino en el interior de uno de los vasos que descansaban sobre el mueble, para luego sentarse en el sofá que había justo al lado.
«¿Cómo estará papá?», se preguntó, mientras observaba la enorme fotografía de la boda de sus padres, que descansaba sobre la chimenea.
Hacía un mes que Byrne se había embarcado en uno de sus tantos viajes por el mundo y, a pesar de que hablaban todos los días, Liam no podía evitar extrañarlo.
Se sentía tan solo desde que su madre, la rubia mujer que posaba sonriente junto a su padre, había fallecido.
Desde que ella se había marchado, un año atrás, Byrne había rechazado la idea de permanecer en aquella casa por más de un par de semanas, alegando que aquella construcción le traía demasiados recuerdos y que no era capaz de sobrevivir a ellos.
Le había jurado a Liam que jamás olvidaría a Nahomí, pero que prefería recordarla recorriendo aquellos destinos que ella tanto había deseado conocer y que el cáncer le había impedido.
Liam suspiró y enjugó una diminuta lágrima que había decidido rodar por su mejilla izquierda. La extrañaba y necesitaba tanto...
Durante los últimos dos días, con la ayuda de Ébha, la mujer de la limpieza, había intentado poner en orden las pertenencias de su madre, buscando así desocupar la habitación que sería destinada a Denise.
Sin embargo, aquella misión había sido prácticamente imposible. No se sentía preparado para deshacerse de nada de todo aquello, y las emociones no le ayudaban.
En más de una ocasión había terminado llorando, observando aquellos objetos repletos de la esencia de quien le había dado la vida.
Ébha había terminado desistiendo y recomendándole que guardara todo aquello en cajas, para, de esta manera, despejar el cuarto.
Sin embargo, estas cajas permanecían en la habitación que su madre había utilizado para sus hobbies.
Había decidido que Denise ocupara aquel cuarto, con la idea de que su presencia atenuara los recuerdos que Nahomí había dejado grabados allí.
No tenía idea de si funcionaría, pero creía que ella podría ayudarlo a sobrellevar la soledad y aquel luto que se le estaba haciendo eterno.
Apretó los párpados por un momento y, sacando el móvil del bolsillo de sus jeans, comprobó que ya habían transcurrido los diez minutos que se había prometido esperar.
Tomó el vaso y bebió de un sorbo el resto del contenido, para luego buscar el número de Denise y darle a la opción de llamada, consciente de que su amiga había contratado un pack de telefonía internacional que le permitiría comunicarse con ella sin ningún problema.
—Soy Liam —dijo en cuanto Denise recibió la llamada.
—Lo sé —respondió, con el cansancio grabado en la voz—. Vi tu nombre en la pantalla.
—¿Estás bien? —preguntó. Una parte de sí quería recriminarle el hecho de que no lo hubiese llamado, sin embargo, logró contenerse; no quería hacerla sentir peor.
—Estoy viva —contestó, con una risa más parecida a un bufido—, si es a eso a lo que te refieres. Perdóname por no llamarte. Sé que debí hacerlo. Lo siento —se disculpó.
—No me refería a eso, o quizás un poco sí —dijo con una sonrisa torcida—. ¿Por dónde andas?
—Ni idea —respondió la muchacha—. Déjame que pregunto.
Liam notó cuando Denise se levantó de su asiento y se dirigió hacia el chofer del autobús.
Esperó pacientemente, oyendo como su amiga se comunicaba con el hombre en su básico inglés y sonrió, sintiéndose culpable por haber dudado de sus capacidades.
No lo hacía tan mal después de todo.
Sabía cómo defenderse.
—En diez minutos llegaremos a la terminal de buses de Waterford —le informó Denise, al cabo de un momento.
—Eso ha sido mucho más rápido de lo que esperaba —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Tomaste el bus que te indiqué? —preguntó.
—Emmm… realmente no. Sorpresivamente, el vuelo se adelantó unos minutos, por lo que no me quedó más remedio que preguntar cómo llegar hasta Waterford. En el aeropuerto me indicaron como tenía que hacer para tomarme este bus, y así lo hice. Me dijeron que llegaría bastante más rápido —respondió, dudosa—. Creo que está bien, ¿no?
—Sí, sí, tranquila. Ahora mismo salgo hacia la terminal a buscarte.
—Puedo tomarme un taxi…
—No me dejaste ir por ti a Dublín, al menos déjame que te busque aquí.
—Pero…
—No sé por qué intentas evitarlo. Al fin y al cabo, me verás cuando llegues.
—Tienes razón, pero…
—¡Basta de peros! —exclamó—. En cinco minutos estaré allí. Llámame en cuanto te bajes del bus. ¡Llámame!, ¿entendido?
—Entendido, mi capitán —dijo, en tono de burla.
—Más te vale…
—Lo prometo.
—Bien, ahora mismo salgo para allá. Adiós —dijo, dando por finalizada la llamada.
Realmente, no entendía por qué no quería que la buscara, no obstante, si pretendía vivir con él, tendría que acostumbrarse a su presencia.
Sonrió, pensando en la terquedad de su amiga, antes de tomar sus muletas y levantarse del sofá, encaminándose hacia la puerta que comunicaba la sala con el garaje.
***
Denise no comprendía el porqué de la insistencia de Liam por ir en su búsqueda, sin embargo, se lo agradecía.
No sabía cuánto le hubiese costado un taxi. Había deducido que la casa de su amigo no se encontraba demasiado lejos de la terminal, pero le alegraba no tener que gastar más.
Sus ahorros habían prácticamente desaparecido al realizar aquel viaje.
Suspiró y miró por la ventanilla, mientras el bus comenzaba a adentrarse en la ciudad. Y sus ojos se abrieron de par en par al observar la arquitectura de aquel lugar.
Siempre le había llamado la atención todo lo que fuera antiguo y, a pesar de que había visto Waterford a través de fotos en Internet, no podía evitar sorprenderse ante la majestuosidad de todo lo que la rodeaba, aun cuando la noche había caído ya y no podía apreciar todos los detalles.
Al bajarse del autobús, sintió como el frío aire de enero, en Irlanda del Sur, golpeaba su rostro mientras esperaba que el hombre encargado del equipaje abriera el maletero del vehículo.
Al ver los cuatro enormes bultos de color fucsia, se acercó al hombre para reclamarle sus valijas.
Quizás se había excedido un poco, sin embargo, todo lo que había llevado consigo era aquello que consideraba que no podía dejar atrás.
Sí, había tenido que abonar una buena suma extra por el exceso de peso, pero no le había importado demasiado.
No podía estar sin sus libros, su computadora portátil, ni mucho menos sin su guardarropa completo y su maquillaje.
Había procurado organizar todo de tal forma que sus cosas cupieran en el menor espacio posible, y eso era todo lo que había logrado.
Le sonrió al hombre que le tendía las maletas y, haciendo un esfuerzo abismal por transportarlas, se dirigió hacia un pequeño banco y tomó asiento.
Sin perder de vista sus pertenencias —no sabía cuál era el índice de criminalidad de aquella zona—, tomó su móvil y marcó el número de Liam.
Liam miraba como llegaban, uno a uno, los buses provenientes de Dublín, sin ver a Denise por ninguna parte.
Frunció el ceño, dudoso, en el momento en que su móvil comenzó a sonar estridentemente.
Sosteniendo la muleta derecha bajo su brazo izquierdo, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta, miró la pantalla y sonrió antes de responder.
—Hola —saludó—. ¿Dónde estás? —preguntó, escuchando atentamente a su amiga—. Bien —asintió—, dame un par de minutos —agregó, dando por finalizada la llamada.
Guardó el móvil, sin prestarle mucha atención, y, tras acomodar sus muletas, puso rumbo hacia donde se encontraba Denise.
En cuanto vio que Liam se encaminaba hacia ella, Denise se puso de pie, admirando al hombre que se encontraba cada vez más cerca.
No pudo evitar notar las grandes ojeras que adornaban y, en cierta medida, resaltaban sus ojos de incierto color.
Sus iris jamás dejarían de ser un enigma para ella.
Nunca había sido capaz de prever qué color encontraría cuando lo mirase a los ojos.
Sonrió, al apartar la mirada del rostro de su amigo y al enfocarse en su rubio y cobrizo cabello, que había sido salpicado por unos cuantos mechones de color plata.
En el momento en el que Liam estuvo junto a ella, olvidó por completo sus pertenencias y se lanzó hacia él, envolviéndolo en un fuerte abrazo.
Sonriendo e intentando no perder el equilibrio, Liam le devolvió el abrazo con un suave apretón.
Ya casi había olvidado la efusividad con la que Denise siempre se dirigía a él.
Aquel abrazo logró que sus ojos, que en ese momento eran de un azul intenso, se anegaran en lágrimas.
Había perdido la cuenta de cuánto tiempo hacía que no recibía una muestra de afecto como aquella; ni siquiera se había percatado de cuánto lo necesitaba, hasta ese momento.
Denise se separó con lentitud.
—No te recordaba tan delgado ni tan viejo —dijo con una sonrisa cansada, mirándolo de arriba abajo.
—Muy graciosa —respondió Liam, observándola del mismo modo—. Yo no te recordaba tan bajita y extravagante —agregó, valorando el atuendo de la muchacha.
Denise había escogido para aquel largo viaje un ajustado y para nada cómodo jean, roto en partes estratégicas, y una escotada e igual de ajustada blusa color rojo que dejaba muy poco a la imaginación.
Sobre esta última llevaba una chaqueta de cuero color negro, lo único de aquel atuendo que Liam podía considerar apropiado para un viaje tan largo como el que había realizado.
Alzó las cejas, pensativo, mientras continuaba observando a su amiga, percatándose de como las prendas se amoldaban a sus prominentes curvas, favoreciéndolas y resaltándolas.
¿Cuántas miradas habría recibido de camino a allí?
—Me alegro de que ya estés aquí —dijo, mientras Denise se alejaba unos pasos de él y tomaba sus maletas, luego de colgarse al hombro su bolso de mano—. Me encantaría poder ayudarte, pero… —agregó con una sonrisa de disculpas, mirando significativamente hacia donde debería encontrarse su pierna izquierda.
—No te preocupes, no creas que lo había olvidado —respondió, con una sonrisa—. No quiero que por mi culpa te quedes sin tu pierna derecha también. —Liam rio, poniendo los ojos en blanco—. Creo que podré sola, mientras no hayas dejado el coche demasiado lejos.
—No, está en casa, a unas diez cuadras de aquí. Denise lo fulminó con la mirada.
—Ay, no seas así, es solo una broma. ¿Acaso no eres tú la que siempre dice que soy amargado? Solo intenté dejar de serlo y mira quien es la amargada ahora —dijo, mientras Denise bajaba la cabeza y lo observaba a través de sus largas pestañas—. Vamos —agregó—. El auto está en el estacionamiento. Es obvio que no he venido andando, si de casualidad puedo permanecer parado.
Denise rio, mientras blanqueaba sus ojos y lo seguía hacia el aparcamiento de la terminal de buses.
No sabía cómo, pero Liam siempre, absolutamente siempre, lograba mejorar su humor.
Mientras la pregunta de lo que había sucedido en Buenos Aires no se hiciera presente, sentía que aquella podía ser una buena noche.
Creía que la decisión de llamar a Liam, tras la fuerte discusión con su madre y de descubrir cosas que hubiese preferido que se mantuvieran ocultas, había sido una excelente idea.
Sí, sabía que había actuado de manera impulsiva, pero, después de ver a su único y mejor amigo, estaba convencida de que aquella decisión había sido la correcta, aunque una parte de ella aún tuviese miedo de lo que viniese después.
Una vez junto al Nissan de Liam, este quitó la alarma y el seguro y abrió el maletero, permitiéndole a Denise guardar allí sus tres pesadas maletas.
—¿Por qué has traído tanto? —preguntó, mirándola con el ceño fruncido.
—Ropa, maquillaje, libros… —enumeró, mientras rodeaban el coche y cada uno ocupaba su asiento.
—¿Sabes que eso también lo puedes conseguir aquí? —preguntó, mientras colocaba la llave en el contacto.
—Sí, pero ya sabes que no se me da muy bien el inglés y...
—En los libros, entiendo, pero ¿la ropa, el maquillaje?
—Ya, sé que tienes razón, pero yo no soy el joyero Liam Carter y mis ahorros ya están en las últimas —dijo, mirándolo de reojo en tanto se colocaba el cinturón de seguridad—. Necesitaré conseguir trabajo cuanto antes.
—Tranquila, yo puedo ayudarte. No tienes que preocuparte por eso ahora —le aseguró, saliendo del aparcamiento.
—No quiero que tengas que ocuparte de mí —murmuró, con la vista clavada en sus rodillas.
—Te conozco y sé que te molesta, pero escúchame —dijo, mirándola de reojo, para luego volver a posar la vista en la carretera—, puedo hacerlo mientras buscas trabajo, e incluso puedo ver cómo puedo ayudarte con eso último.
—¿Seguro? —preguntó—. Lo último que quiero es ser una carga para ti. —«Demasiada carga he sido ya para todos», agregó para sus adentros.
—Seguro —afirmó, con una media sonrisa.
Un nudo se instaló en la garganta de Denise.
No sabía cómo diablos había hecho, pero había sido merecedora del mejor amigo del planeta, aunque ya le gustaría que…
Frunció el ceño y apartó aquel pensamiento de su cabeza. Sabía que no sería fácil, pero debía procurar mantenerlo lo más alejado de su conciencia.
—¿Qué quieres comer? —preguntó Liam, al cabo de un momento.
—Lo que tú quieras, pero nada de bistec y papas, por favor —respondió, con un gesto de súplica.
—Pero hay un restaurante en el que sirven unos bistecs deliciosos…
—Perdón, si no te molesta, preferiría pedir algo para llevar. Estoy demasiado cansada.
—Bien, pero ¿qué quieres comer? —repitió, mientras doblaba en una esquina.
—Pasta —contestó, sin dudarlo.
—Pasta, ¿eh? Bien, conozco el lugar perfecto —dijo, sonriendo—. Espero que cumpla con tus expectativas.
—No he comido desde que me subí al avión. Cualquier cosa estará bien.
Liam la observó de reojo y asintió, dibujando una media sonrisa.
Sabía muy bien por qué le había sugerido aquel viaje y no se arrepentía en lo más mínimo.
No estaba seguro de por qué, pero tenía la sensación de que Denise le ayudaría más de lo que podía imaginar y él también la apoyaría en todo lo que fuese posible.
Nunca había conocido una mujer como ella y, a pesar de sus mil y una locuras, la quería demasiado.
do.
Cuando Denise despertó, frunció el ceño al percatarse de la oscuridad reinante en la habitación que Liam le había asignado, recordando que este le había mencionado que el ventanal del cuarto contaba con una gruesa cortina que impedía que, en verano, la temprana luz del alba ingresara en el dormitorio. Confundida, tomó el móvil que había dejado cargando sobre la mesilla de noche y comprobó que tenía un par de mensajes privados en su Instagram o, mejor dicho, reacciones a las últimas historias que había subido.Suspiró. Nadie sabía por qué diablos se había montado en aquel avión y no tenían por qué conocer la verdad. Por eso le gustaban las redes sociales, podía mostrar solo lo que quería. Sonrió ante uno de los mensajes, el cual decía: «Buen viaje, cariño, disfruta». Si aquella seguidora conociera el motivo de su partida… Sin embargo, a pesar de la incomodidad que le causaba pensar en su ignorancia, le agradeció por los buenos deseos, para luego de apretar los párpados por un segundo,
La visita a la iglesia georgiana no resultó ser horriblemente aburrida, pero tampoco fue tan interesante como Denise había deseado. Sin embargo, aquellas apreciaciones se las guardó para sí misma y a Liam tan solo le dijo que le había parecido uno de los mejores sitios que había visitado, lo cual no era una completa mentira, dado que consideraba que la arquitectura de aquella iglesia era históricamente bellísima. Liam se sentía satisfecho con el resultado de aquel improvisado plan, a pesar de que había podido notar como Denise, poco a poco, había ido perdiendo el interés y la concentración en lo que le decía. Sin embargo, aquello no le disgustó, ya que al menos había logrado reflotar, aunque solo fuese un poco, a la Denise bromista que lograba sacarlo de sus casillas y que tanto le divertía. —¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó, una vez se montaron en el coche. —No sé tú, pero yo necesito un té y una ducha caliente, cuanto antes. —Entiendo, creo que yo también —dijo, encendiendo n
Liam se sentía inquieto y no podía dejar de dar vueltas en la cama. La llegada de Denise lo había tranquilizado lo suficiente como para, por primera vez en un año, confesarle que sentía miedo y hasta vergüenza de revisar las pertenencias de su madre. Sin embargo, lo que lo inquietaba era que, tras aquella confesión, cuando Denise lo había mirado a los ojos y luego lo había abrazado, había sido capaz de notar algo diferente en ella. Sus ojos tenían un brillo distinto, y hasta sus gestos y sus muestras de cariño hacia él le resultaban extraños. Era Denise, pero a la vez sentía que era alguien completamente diferente.—Es obvio que está diferente, Liam —se dijo, mientras observaba el techo de su habitación, sin siquiera entender por qué diablos se dirigía a sí mismo en segunda persona.Sí, era más que obvia la razón por la que Denise probablemente había cambiado, pero no podía evitar sentir que había algo más, como si quisiera decirle algo con la mirada. Si tan solo… —Cállate, Liam, dej
Denise se mordió las uñas con fuerza, cada vez más impaciente. Sabía muy bien que no podía esperar encontrar trabajo en los casi tres días que llevaba buscando, pero empezaba a pensar que conseguir empleo en Irlanda resultaría igual o más difícil que en Argentina. No sabía qué se había creído; el trabajo jamás llovía, por mucho que cambiara de país. Suspiró y miró la pantalla de su ordenador portátil en la cual aparecía la página web que Liam le había recomendado para buscar trabajo. No era la página más cómoda del mundo, pero le permitía enviar su currículum sin demasiados problemas. Sin embargo, de los cientos de trabajos a los que había aplicado —algunos habían sido por consejo de su amigo, a pesar de que ella no se sentía demasiado capacitada para los puestos—, solo había recibido respuesta de uno, y esta había sido negativa. Aquello la había entristecido, pero, tras un leve momento de angustia, había alzado la cabeza y había continuado con la búsqueda, consciente de que no podía
Liam se sentía demasiado cansado. Habían pasado toda la tarde y gran parte de la noche anterior revisando la ingente cantidad de cajas con las pertenencias de su madre, hasta por fin terminar con aquello, mientras oían el repiqueteo de las gotas sobre el tejado. En un principio, él se había negado a continuar, dado que le dolía demasiado la espalda; aunque, más que por su propio cansancio, estaba preocupado por el de Denise, quien a la mañana siguiente debía presentarse a su primera —y esperaba que última— entrevista laboral en Irlanda. Sin embargo, había sido ella quien se había empeñado en convencerlo para terminar, alegando que, si conseguía el empleo, dudaba mucho de poder seguir ayudándolo. Liam no tuvo más remedio que reconocer que tenía razón y, por ese motivo y por el hecho de no querer hacerlo solo, había terminado cediendo.Bostezó y se levantó de la cama, dirigiéndose al cuarto de baño, con la intención de darse una ducha caliente, confiando en que esta la ayudaría a despej
Denise bajó las escaleras a toda velocidad, sintiendo que no llegaría a tiempo. Se había quedado dormida, y lo odiaba con todo su ser, aún más cuando eso significaba que corría el riesgo de llegar tarde a su primer día de trabajo. Sin embargo, tenía sentido que hubiese resultado así. Después de casi una semana de dormir mal, por fin se había relajado lo suficiente como para lograr conciliar el sueño sin demasiados problemas.Tras recibir la aprobación de Adam para que comenzara a trabajar para él, al menos durante tres meses de prueba, Denise se había dejado convencer por Liam para recorrer la ciudad, para luego, a la hora del almuerzo, parar en uno de los sitios de comida rápida favoritos de su amigo. En un principio, Denise había dudado de los gustos culinarios de Liam, al ver que el local presentaba una apariencia de abandono y su dueña no le daba buena espina. Sin embargo, y tras probar el primer bocado de la hamburguesa y las papas fritas que él había ordenado por ella, no tuvo m
Denise abrió los ojos, sobresaltada y completamente desorientada. Miró su móvil y sintió que su corazón se paralizaba. ¿Se había quedado dormida, una vez más? ¿Cómo podía ser posible? Sí, había pasado una noche horrible, dado que había vuelto a soñar con la maldita pelea que había tenido con su madre, pero no podía darle esa explicación a Adam. La noche anterior había evitado por todos los medios contarle la verdad de por qué había decidido mudarse a Irlanda. Había inventado una razón sobre la marcha, lo suficientemente creíble, aunque no por ello menos cierta, para que no hiciera demasiadas preguntas. No podía confesarle la verdad. Ya lo sabían demasiadas personas y no se sentía cómoda.Suspiró. ¿Es que acaso aquella mujer no la dejaría jamás en paz, ni siquiera en sus sueños? Había sido una estúpida al creer que aquella pesadilla la había dejado en paz, cuando tan solo le había otorgado una tregua mínima de un día.Se refregó los ojos, maldiciendo y se levantó de la cama tan rápido
—No me gustaría que te guardes nada con respecto a Clara y Rebecka —dijo Adam, extendiendo su brazo y posando la palma de su mano sobre el dorso de la de Denise. —En serio, no ha pasado nada —dijo, por milésima vez en los últimos diez minutos, intentando ignorar la sensación de urgencia que experimentaba su cuerpo ante aquel simple contacto por parte de su jefe.Sabía que, ante la mínima insinuación, podía propiciar lo que tanto le pedía su piel. Sin embargo, no era lo correcto. Liam era su amigo y estaba enamorada de él. Si consentía una relación con Adam, no solo lo estaría usando y se engañaría a sí misma, tirando por la borda todo en lo que creía, sino que también le haría daño a Liam. Aquella sensación de calor que la recorría de pies a cabeza, era lo último que necesitaba para terminar de colmar su vida de problemas.Se detestaba. Detestaba ser tan débil, aun cuando quería aparentar lo contrario. Odiaba el hecho de no poder rechazar aquel simple y cálido contacto de sus manos,