Si había algo que Irina debía agradecer en esta vida, era que fuera Asad quién la comprara esa noche, cuando la vistieron con una prenda de lencería que le quedaba algo grande y la subieron a una tarima para subastarla como si fuera ganado.
Su precio de salida fueron 5000 dólares que se incrementaron en varios cientos de miles.Era demasiado joven como para estar preparada para que un hombre la tocara, incluso para que lo hiciera uno que hubiera elegido ella misma, aun así, allí estaba, demasiado asustada como para dejar de llorar mientras la llevaban, casi a rastras, hasta la habitación donde la esperaba el hombre que la había comprado.Recordaba perfectamente estar temblando cuando cerraron la puerta y la dejaron allí.Él era atractivo, cabello moreno, ojos igual de negros, mirada imponente, grande y elegantemente vestido.La observó con cierta incomodidad y caminó hasta donde la joven se mantenía en pie frente a él, abrazándose a mí misma como si eso pudiera protegerla de algo.— ¿Cómo te llamas?— Fue lo primero que dijo.Su voz era potente por naturaleza tanto como su apariencia, pero de algún modo él parecía querer suavizarla al dirigirse a la joven, como si no quisiera asustarla mientras se quitaba la chaqueta del traje y la observaba detenidamente.Su cercanía hacía que todo su cuerpo temblara de miedo y, a pesar de que las lágrimas empezaron a brotar de nuevo de los ojos de Irina, le hizo caso.¿Qué otra opción tenía?El único consejo que le habían dado las otras chicas era que no se resistiera o sería peor.De todas las cosas inimaginables que creyó que ese hombre le haría, lo que sucedió era lo único que no se le había pasado por la cabeza.Puso su chaqueta sobre los hombros de Irina y abrochó todos los botones de forma paternal, él era tan grande y ella tan poca cosa que aquella prenda le quedaba a la altura de las rodillas.— Ninguna chica de tu edad debería estar prácticamente desnuda frente a un hombre — aseguró llevando los pulgares a sus ojos y secándole las lágrimas con delicadeza—. Eres hermosa, un ángel, incluso con el rostro hinchado por haber llorado a saber cuánto tiempo — negó y se alejó de ella para devolverle su espacio —. Deja de llorar, no voy a hacerte daño, tengo muchos crímenes a mis espaldas, pero abusar de niñas no es, ni será nunca uno de ellos.— ¿Y entonces para qué me compró?— se atrevió a preguntar Irina, algo confundida por la situación.— Para darte la vida que mereces, tú serás mi arma perfecta — sonrió de un modo que le dio escalofríos, luego le tendió la mano con la intención de que la agarrara y Irina lo hizo — Vámonos de aquí.Y no mentía, Asad realmente moldeó a Irina a su antojo hasta que ella se convirtió en esa arma perfecta que tantas veces le había repetido que era.La presentó al mundo como su protegida, la niña huérfana de un socio europeo que, en un acto de caridad, decidió resguardar bajo su cuidado.La recibió en su hogar como una más de su familia, sin hacer diferencias con los dos hijos biológicos que ya tenía, ambos varones y algo mayores que ella.Amir, cinco años mayor, y Saíd, tres años mayor, eran hijos respectivamente de su primera y su segunda esposa.Cualquiera que observara a Asad con ellas podía diferenciar el cariño que le tenía a la segunda, con el amor que le procesaba a la primera.Esa fue la razón por la que, a pesar de ser un hombre muy rico y con derecho a casarse con dos esposas más, jamás lo hizo.Todavía podían sentirse los celos y el rencor cada vez que su esposa presenciaba algún gesto de Asad con la madre de su segundo hijo.No la amaba del mismo modo, eso estaba claro, seguramente había sido un simple matrimonio de conveniencia.Pero la ley decía que había que dar y tratar a cada una de las mujeres, con las que un hombre se casaba, de igual manera y Asad, a su extraña forma de ver la vida y bajo sus normas, era un hombre justo, sobre todo cuando se trataba de sus esposas, aunque también era posesivo y celoso de lo suyo.La segunda esposa de Asad jamás vio a Irina con buenos ojos, siempre creyó que era la hija de una supuesta amante rusa que su esposo había tenido escondida.Pero, a pesar de eso, Asad jamás negó su primera versión, donde Irina era hija de uno de sus socios.Tal vez se protegía a sí mismo y prefería que nadie supiera la clase de sitios que frecuentaba o quizá, nunca quiso que pudieran ver a Irina como una esclava.Como ella explicó, las formas en que Asad creía que debía protegerla eran realmente extrañas.Pero fue tan ingenua como para pensar que volvía a tener una familia…Durante los siguientes cuatro años, Irina fue adiestrada para convertirse en el arma de Asad. Al menos tres horas diarias dedicaba al entrenamiento físico, lucha cuerpo a cuerpo, distintas artes marciales y manejo de armas. También aprendió protocolo, cultura general y cinco idiomas: inglés, italiano, alemán, ruso -que, por supuesto, era su idioma natal- y turco, además de chapurrear algo de español. Pero dos años antes de cumplir la mayoría de edad, sus clases cambiaron y tomaron otro rumbo.Aprendió cada una de las formas de seducción, cómo moverse, bailar, mirar o tocar a un hombre, todo lo que pudiera convertirla en alguien sumamente seductora, aunque solo en teoría. También aprendió a maquillarse como una experta y a sacar el mayor partido posible a su imagen.Asad organizó citas para Irina con los hijos de algunos de los hombres más poderosos de Turquía, siempre bajo vigilancia. Era una forma de probar todo lo que iba aprendiendo y ella pensaba que tal vez un día decidiría
—Pero sus normas...—A la mierda con sus normas, yo me marcharé de aquí algún día y tú deberías hacer lo mismo, Irina. Hazlo antes de tu fiesta, parece un cumpleaños, pero es solo la presentación al mundo de su obra, la mujer perfecta creada para conseguirle lo inimaginable. Es un maldito enfermo —aseguró Amir, observándola con una intensidad que era capaz de parar la respiración de Irina.En poco más de una semana, Irina cumpliría 18 años y Asad insistía en presentarla a la alta sociedad de Turquía. Ni siquiera, tras la muerte de su primera esposa, había anulado los planes para dicha ceremonia.—Pero yo no puedo decepcionarlo, le debo mucho a Asad —dijo Irina.—¿Entiendes para lo que te ha estado preparando todos estos años, verdad? Dime que no eres tan inocente como para no comprenderlo —preguntó Amir.—Para ser su arma y ayudarle a terminar con sus enemigos —respondió ella.—¿Y tienes idea de cómo quiere que lo hagas? —Amir tomó una respiración profunda y la observó de nuevo. —Ni
—Me estás pidiendo demasiado esta vez, Padre —dijo Irina, después de enterarse de cuál era el trabajo que debía hacer. Estaba casi segura de que no sería capaz; todo tenía un límite y ella acababa de descubrir el suyo justo en el momento en que Asad le mostró la fotografía de su siguiente objetivo.—Será el último, te lo prometí. ¿Alguna vez he roto una promesa? —preguntó Asad.Irina negó, mientras él la llevaba hasta la ventana de su despacho. Desde allí se veía todo el salón de fiestas al completo. Desde fuera, solo se podía observar un enorme espejo en una de las paredes, que no daba sospechas de que hubiera alguien observando detrás.Asad señaló a un hombre que en ese instante recibía una copa de champán de uno de los camareros. Era norteamericano, alto, guapo, rubio, de entre treinta y cinco y cuarenta años, pero sin desperdicio alguno.—Haz lo que haga falta para traerme lo que quiero —dijo Asad. No era la primera vez que decía esas palabras; casi parecía un mantra que repe
—Debió ser la cabeza de Asad la que pintara con sus sesos esa pared, él es el verdadero culpable —murmuró Amir al pasar por el lado de Irina sin detenerse. Ella iba a contestarle, pero él ya se encontraba demasiado lejos como para seguir aquella conversación con la certeza de que nadie los escucharía. Y aún, siete años después, si cerraba los ojos, Irina podía volver a aquel primer baile y a la seguridad de unos brazos que siempre la hicieron sentir a salvo.—Es usted sin duda la mujer más hermosa que hay en este lugar —murmuró una voz masculina a su espalda con ese acento americano que hizo voltear y sonreír a Irina al ver que su presa había venido a ella sin siquiera tener que hacer nada.—Con certeza le aseguro entonces, que es usted el hombre más atrevido —contestó Irina sonriendo amablemente, con una dulzura fingida que sin duda tenía muy ensayada y aprendida.—Yo diría que más bien sincero —respondió el hombre.—Soy Irina —se presentó ella.—William —dijo él.Terminar en su ho
Irina no podía creer que estuviera en ese jet privado, propiedad de William, saliendo del país, hubiera resultado tan fácil. Se emocionaba con la idea de alejarse por fin de la seguridad de Asad y sus hombres. Pero le producía cierta ansiedad pensar que jamás, desde que fue comprada en aquella subasta cuando era apenas una adolescente, había salido a ningún lado sin vigilancia. Siempre había al menos un hombre de Asad para, según él, protegerla, aunque ella sabía que la verdadera misión de esos hombres era vigilarla.¿Sería capaz de moverse sola en un país diferente al que había sido su hogar durante tantos años? ¿Podría encontrar a Amir? Y lo que quizás más le preocupaba: ¿todavía seguiría sintiendo lo mismo por ella que años atrás? Porque si cualquiera de las respuestas a esas preguntas era negativa, su esperanza de vida, en el mejor de los casos, sería de unos meses, lo que tardarían los hombres de Asad en encontrarla y eliminarla por traición, por haber hecho lo único que él
William reveló algo que dejó a Irina sorprendida, sin entender cómo había logrado esa información. —Sé mucho más de ti y de todos los miembros de tu familia de lo que podrías imaginar —aseguró, acomodándose en el sofá. —Tienes razón, si quiero algo de ti —confesó, observándola sin ningún recato mientras ella se vestía. —Lo descubrirás mañana en esa fiesta a la que voy a llevarte. Tú eres la llave para conseguir lo que más anhelo y tú también recibirás como pago eso que tanto deseas.—¿Y qué es lo que un hombre como tú puede desear que no pueda conseguir solo? —Irina había terminado de vestirse, así que decidió sentarse a su lado. —Eres muy rico, muy guapo y parece que podrías conseguir cualquier cosa que te propusieras sin ayuda de nadie. ¿Por qué me necesitas a mí para eso?—¿Eso crees? —preguntó William, observándola de un modo que solo sirvió para alimentar más su curiosidad. —Lo único que no se puede conseguir con dinero y nos hace cometer cualquier locura que vuelva posible lo i
Irina despertó al escuchar varias voces conversando fuera de la habitación, abrió los ojos y observó todo a su alrededor, tardó unos segundos en recordar dónde estaba al darse cuenta de que aquella no era su cama. Se levantó y caminó hasta el salón donde varias personas conversaban alegremente, había dos mujeres y un hombre hablando con William sin ser conscientes de su presencia durante unos segundos, hasta que una de las mujeres se giró y le sonrió con amabilidad.— Vaya, si que es hermosa, tenías mucha razón William. De repente el anfitrión de la casa y las otras dos personas se giraron también, los tres a la vez examinando a irina en un gesto casi idéntico que la hizo querer desaparecer por un instante.— Ya me gustaría a mí verme así recién levantada — aseguró la otra mujer mientras caminaba en su dirección, la tomaba de la mano y la hacía acercarse al resto del grupo, allí pudo comprobar que el lugar estaba lleno de cosas, varios percheros tapados que, por supuesto, contenían
El guardia la observó de arriba a bajo y asintió apartándose de la puerta e invitándolos a pasar, pero justo cuando caminaban a su lado, agarró a William del brazo haciendo que él lo observara con cierto desdén por haberse atrevido a tocarlo.— No puede pasar de la recepción, esto es algo fuera de lo común, así que voy a avisarle y deben esperar hasta que reciba instrucciones.El asintió y el guardia le soltó el brazo para que prosiguieran con su camino.— Tranquila, esto estaba en mis planes, llamar su atención desde el principio.No habían pasado ni cinco minutos cuando uno de los guardias que estaban discretamente vigilando en los extremos del lugar, se les acercó y les pidió que lo siguiersn haciéndolos entrar en un despacho en el que un hombre elegantemente vestido con de riguroso negro permanecía de pie dándoles la espalda mientras observaba algo por un ventanal. Sólo cuando el vigilante se marchó, fue que aquel hombre se giró y caminó hasta ellos con un andar imponente que hi