Irina se pintaba los labios con un perfecto y llamativo tono rojo mientras observaba a su amante a través del espejo.
Por fin, podía dejar de fingir que estaba enamorada. La espera para terminar esa misión le había resultado eterna.— ¿A dónde te crees que vas? — le preguntó su amante.— Es hora de decirnos adiós — respondió Irina, terminando de subirse los tirantes del vestido y echando su largo y rubio cabello a un lado, sobre uno de sus hombros, para dejar su espalda al descubierto. Se movió hasta quedar de espaldas a la puerta que conectaba con la habitación, observándolo de frente con una frialdad que distaba mucho del gesto cariñoso, amable e incluso inocente que le había mostrado hasta entonces. — ¿Te importa abrocharme la cremallera, cariño?— Claro que me importa, no pienso salir del jacuzzi para eso y tú no deberías estar vestida. Queda mucha noche por delante todavía, vamos, vuelve a quitarte ese vestido y deja que disfrute de nuevo de tu cuerpo.— Ella no te estaba hablando a ti — aseguró la voz masculina de uno de los hombres de confianza de Asad, quien se dejó ver y salió de la penumbra. Se acercó a Irina, subiéndole la cremallera del vestido y dejando un delicado beso en su hombro izquierdo. — Encantado de ayudarte en lo que sea, preciosa — añadió, mientras otro hombre entraba rápidamente para apuntar con un arma al amante de Irina.— No te atrevas a disparar delante de ella — dijo el hombre que acababa de abrochar el vestido de Irina, cambiando completamente el tono de voz que había usado con ella a uno mucho más autoritario. Acariciaba el cuello de Irina con la nariz, inhalando su aroma y haciéndola sonreír.Sabía que la deseaba, y aunque jugaba con su deseo, él tenía claro que no debía pasar de ahí, Asad jamás lo permitiría.—Gracias por protegerme siempre —dijo Irina, girándose para acariciar la mejilla del guardia.Dejó un beso en su otra mejilla antes de salir de allí.Su padre, Asad, les había prohibido matar a nadie frente a ella.Tenía una extraña concepción de como debía protegerla: no le importaba mandarla a seducir a cuántos hombres necesitará embaucar, pero luego la sobreprotegía como a una niña pequeña con la excusa de mantener su inocencia.Esa inocencia se había perdido entre las sábanas de todos los hombres a los que había ayudado a hundir, aunque cada uno de ellos pagó con su vida la desfachatez de creerse merecedor de tocarla, o al menos esas eran las palabras que Asad usaba, casi como si odiara que ella se abriera de piernas para todo aquel que él mismo le ordenaba.Irina tomó su bolso y salió de la habitación en dirección al ascensor, ignorando los insultos del hombre que, de un momento a otro, cesaron, haciéndola sonreír.Sabía que los hombres de Asad habían terminado con su último amante, y con ello se acababa el espectáculo.Por fin, después de un mes entero fingiendo amor por ese cerdo, se había liberado de él para siempre, tras conseguir las pruebas que Asad quería desde un principio.—Aquí está todo —aseguró Irina poco después de subir a la furgoneta donde Asad la esperaba, como siempre que completaba un trabajo.Se metió una mano en el escote y sacó un pendrive con todo lo que se le había pedido, claves, cuentas bancarias, informes, fotos y una lista exhaustiva de socios de cada uno de sus negocios.—Siempre puedo confiar en ti, hija mía, lo ves, eres mi más preciado tesoro, mi arma perfecta, jamás podría desprenderme de ti —aseguró Asad. Irina sabía que era cierto; él nunca la dejaría marchar, lo había comprendido el día en que Amir desapareció.—No podría ser de otro modo, padre —respondió Irina, fingiendo una sonrisa. Toda su vida se había basado en fingir una y otra vez cosas que no eran ciertas, pero no tenía otra opción que esa, ella solo era una muñeca que siempre hacía lo que le ordenaban.Entonces Asad ya no respondió, sonrió satisfecho y tomó del mentón a Irina para acercarla a su rostro, dejando un ligero beso en sus labios y luego subiendo hasta dejar otro en su frente.Era extraño que ese hombre llenara a Irina de sentimientos encontrados.Por supuesto, no era su padre biológico; de hecho, ningún lazo de sangre los unía, pero sí era su creador, el responsable de la persona en la que se había convertido.¿No sería todo diferente si sus padres no hubieran muerto muchos años atrás, si ella no hubiera sido secuestrada y vendida como esclava?¿Seguiría siendo la hija menor de una poderosa familia rusa?Si había algo que Irina debía agradecer en esta vida, era que fuera Asad quién la comprara esa noche, cuando la vistieron con una prenda de lencería que le quedaba algo grande y la subieron a una tarima para subastarla como si fuera ganado.Su precio de salida fueron 5000 dólares que se incrementaron en varios cientos de miles.Era demasiado joven como para estar preparada para que un hombre la tocara, incluso para que lo hiciera uno que hubiera elegido ella misma, aun así, allí estaba, demasiado asustada como para dejar de llorar mientras la llevaban, casi a rastras, hasta la habitación donde la esperaba el hombre que la había comprado.Recordaba perfectamente estar temblando cuando cerraron la puerta y la dejaron allí.Él era atractivo, cabello moreno, ojos igual de negros, mirada imponente, grande y elegantemente vestido. La observó con cierta incomodidad y caminó hasta donde la joven se mantenía en pie frente a él, abrazándose a mí misma como si eso pudiera protegerla de algo.—
Durante los siguientes cuatro años, Irina fue adiestrada para convertirse en el arma de Asad. Al menos tres horas diarias dedicaba al entrenamiento físico, lucha cuerpo a cuerpo, distintas artes marciales y manejo de armas. También aprendió protocolo, cultura general y cinco idiomas: inglés, italiano, alemán, ruso -que, por supuesto, era su idioma natal- y turco, además de chapurrear algo de español. Pero dos años antes de cumplir la mayoría de edad, sus clases cambiaron y tomaron otro rumbo.Aprendió cada una de las formas de seducción, cómo moverse, bailar, mirar o tocar a un hombre, todo lo que pudiera convertirla en alguien sumamente seductora, aunque solo en teoría. También aprendió a maquillarse como una experta y a sacar el mayor partido posible a su imagen.Asad organizó citas para Irina con los hijos de algunos de los hombres más poderosos de Turquía, siempre bajo vigilancia. Era una forma de probar todo lo que iba aprendiendo y ella pensaba que tal vez un día decidiría
—Pero sus normas...—A la mierda con sus normas, yo me marcharé de aquí algún día y tú deberías hacer lo mismo, Irina. Hazlo antes de tu fiesta, parece un cumpleaños, pero es solo la presentación al mundo de su obra, la mujer perfecta creada para conseguirle lo inimaginable. Es un maldito enfermo —aseguró Amir, observándola con una intensidad que era capaz de parar la respiración de Irina.En poco más de una semana, Irina cumpliría 18 años y Asad insistía en presentarla a la alta sociedad de Turquía. Ni siquiera, tras la muerte de su primera esposa, había anulado los planes para dicha ceremonia.—Pero yo no puedo decepcionarlo, le debo mucho a Asad —dijo Irina.—¿Entiendes para lo que te ha estado preparando todos estos años, verdad? Dime que no eres tan inocente como para no comprenderlo —preguntó Amir.—Para ser su arma y ayudarle a terminar con sus enemigos —respondió ella.—¿Y tienes idea de cómo quiere que lo hagas? —Amir tomó una respiración profunda y la observó de nuevo. —Ni
—Me estás pidiendo demasiado esta vez, Padre —dijo Irina, después de enterarse de cuál era el trabajo que debía hacer. Estaba casi segura de que no sería capaz; todo tenía un límite y ella acababa de descubrir el suyo justo en el momento en que Asad le mostró la fotografía de su siguiente objetivo.—Será el último, te lo prometí. ¿Alguna vez he roto una promesa? —preguntó Asad.Irina negó, mientras él la llevaba hasta la ventana de su despacho. Desde allí se veía todo el salón de fiestas al completo. Desde fuera, solo se podía observar un enorme espejo en una de las paredes, que no daba sospechas de que hubiera alguien observando detrás.Asad señaló a un hombre que en ese instante recibía una copa de champán de uno de los camareros. Era norteamericano, alto, guapo, rubio, de entre treinta y cinco y cuarenta años, pero sin desperdicio alguno.—Haz lo que haga falta para traerme lo que quiero —dijo Asad. No era la primera vez que decía esas palabras; casi parecía un mantra que repe
—Debió ser la cabeza de Asad la que pintara con sus sesos esa pared, él es el verdadero culpable —murmuró Amir al pasar por el lado de Irina sin detenerse. Ella iba a contestarle, pero él ya se encontraba demasiado lejos como para seguir aquella conversación con la certeza de que nadie los escucharía. Y aún, siete años después, si cerraba los ojos, Irina podía volver a aquel primer baile y a la seguridad de unos brazos que siempre la hicieron sentir a salvo.—Es usted sin duda la mujer más hermosa que hay en este lugar —murmuró una voz masculina a su espalda con ese acento americano que hizo voltear y sonreír a Irina al ver que su presa había venido a ella sin siquiera tener que hacer nada.—Con certeza le aseguro entonces, que es usted el hombre más atrevido —contestó Irina sonriendo amablemente, con una dulzura fingida que sin duda tenía muy ensayada y aprendida.—Yo diría que más bien sincero —respondió el hombre.—Soy Irina —se presentó ella.—William —dijo él.Terminar en su ho
Irina no podía creer que estuviera en ese jet privado, propiedad de William, saliendo del país, hubiera resultado tan fácil. Se emocionaba con la idea de alejarse por fin de la seguridad de Asad y sus hombres. Pero le producía cierta ansiedad pensar que jamás, desde que fue comprada en aquella subasta cuando era apenas una adolescente, había salido a ningún lado sin vigilancia. Siempre había al menos un hombre de Asad para, según él, protegerla, aunque ella sabía que la verdadera misión de esos hombres era vigilarla.¿Sería capaz de moverse sola en un país diferente al que había sido su hogar durante tantos años? ¿Podría encontrar a Amir? Y lo que quizás más le preocupaba: ¿todavía seguiría sintiendo lo mismo por ella que años atrás? Porque si cualquiera de las respuestas a esas preguntas era negativa, su esperanza de vida, en el mejor de los casos, sería de unos meses, lo que tardarían los hombres de Asad en encontrarla y eliminarla por traición, por haber hecho lo único que él
William reveló algo que dejó a Irina sorprendida, sin entender cómo había logrado esa información. —Sé mucho más de ti y de todos los miembros de tu familia de lo que podrías imaginar —aseguró, acomodándose en el sofá. —Tienes razón, si quiero algo de ti —confesó, observándola sin ningún recato mientras ella se vestía. —Lo descubrirás mañana en esa fiesta a la que voy a llevarte. Tú eres la llave para conseguir lo que más anhelo y tú también recibirás como pago eso que tanto deseas.—¿Y qué es lo que un hombre como tú puede desear que no pueda conseguir solo? —Irina había terminado de vestirse, así que decidió sentarse a su lado. —Eres muy rico, muy guapo y parece que podrías conseguir cualquier cosa que te propusieras sin ayuda de nadie. ¿Por qué me necesitas a mí para eso?—¿Eso crees? —preguntó William, observándola de un modo que solo sirvió para alimentar más su curiosidad. —Lo único que no se puede conseguir con dinero y nos hace cometer cualquier locura que vuelva posible lo i
Irina despertó al escuchar varias voces conversando fuera de la habitación, abrió los ojos y observó todo a su alrededor, tardó unos segundos en recordar dónde estaba al darse cuenta de que aquella no era su cama. Se levantó y caminó hasta el salón donde varias personas conversaban alegremente, había dos mujeres y un hombre hablando con William sin ser conscientes de su presencia durante unos segundos, hasta que una de las mujeres se giró y le sonrió con amabilidad.— Vaya, si que es hermosa, tenías mucha razón William. De repente el anfitrión de la casa y las otras dos personas se giraron también, los tres a la vez examinando a irina en un gesto casi idéntico que la hizo querer desaparecer por un instante.— Ya me gustaría a mí verme así recién levantada — aseguró la otra mujer mientras caminaba en su dirección, la tomaba de la mano y la hacía acercarse al resto del grupo, allí pudo comprobar que el lugar estaba lleno de cosas, varios percheros tapados que, por supuesto, contenían