Habían pasado cinco años desde la boda, y la vida de todos había cambiado de forma inimaginable. La familia había crecido, los sueños se habían realizado y el amor se había fortalecido. Para celebrar este aniversario tan especial, decidieron embarcarse en una aventura inolvidable: un viaje al Palacio del Sultán, un oasis de lujo y belleza en medio del desierto,.el lugar al que años atrás, varios de ellos habían llegado creyendo que era un secuestro para convertirse en una de las mejores experiencias de sus vidas.Con los ojos vendados y la emoción a flor de piel, llegaron uno a uno al destino secreto. William y Said fueron los primeros en quitarse las vendas, y al hacerlo, se encontraron frente a la imponente fachada del palacio. La majestuosidad del lugar los dejó sin aliento.Said contempló el palacio con nostalgia. En esos mismos muros había vivido uno de los mejores momentos de su vida: su luna de miel con Nadia, un viaje lleno de sorpresas y amor al encontrarse allí a Jamal y Wil
Irina se pintaba los labios con un perfecto y llamativo tono rojo mientras observaba a su amante a través del espejo. Por fin, podía dejar de fingir que estaba enamorada. La espera para terminar esa misión le había resultado eterna.— ¿A dónde te crees que vas? — le preguntó su amante.— Es hora de decirnos adiós — respondió Irina, terminando de subirse los tirantes del vestido y echando su largo y rubio cabello a un lado, sobre uno de sus hombros, para dejar su espalda al descubierto. Se movió hasta quedar de espaldas a la puerta que conectaba con la habitación, observándolo de frente con una frialdad que distaba mucho del gesto cariñoso, amable e incluso inocente que le había mostrado hasta entonces. — ¿Te importa abrocharme la cremallera, cariño?— Claro que me importa, no pienso salir del jacuzzi para eso y tú no deberías estar vestida. Queda mucha noche por delante todavía, vamos, vuelve a quitarte ese vestido y deja que disfrute de nuevo de tu cuerpo.— Ella no te estaba hablan
Si había algo que Irina debía agradecer en esta vida, era que fuera Asad quién la comprara esa noche, cuando la vistieron con una prenda de lencería que le quedaba algo grande y la subieron a una tarima para subastarla como si fuera ganado.Su precio de salida fueron 5000 dólares que se incrementaron en varios cientos de miles.Era demasiado joven como para estar preparada para que un hombre la tocara, incluso para que lo hiciera uno que hubiera elegido ella misma, aun así, allí estaba, demasiado asustada como para dejar de llorar mientras la llevaban, casi a rastras, hasta la habitación donde la esperaba el hombre que la había comprado.Recordaba perfectamente estar temblando cuando cerraron la puerta y la dejaron allí.Él era atractivo, cabello moreno, ojos igual de negros, mirada imponente, grande y elegantemente vestido. La observó con cierta incomodidad y caminó hasta donde la joven se mantenía en pie frente a él, abrazándose a mí misma como si eso pudiera protegerla de algo.—
Durante los siguientes cuatro años, Irina fue adiestrada para convertirse en el arma de Asad. Al menos tres horas diarias dedicaba al entrenamiento físico, lucha cuerpo a cuerpo, distintas artes marciales y manejo de armas. También aprendió protocolo, cultura general y cinco idiomas: inglés, italiano, alemán, ruso -que, por supuesto, era su idioma natal- y turco, además de chapurrear algo de español. Pero dos años antes de cumplir la mayoría de edad, sus clases cambiaron y tomaron otro rumbo.Aprendió cada una de las formas de seducción, cómo moverse, bailar, mirar o tocar a un hombre, todo lo que pudiera convertirla en alguien sumamente seductora, aunque solo en teoría. También aprendió a maquillarse como una experta y a sacar el mayor partido posible a su imagen.Asad organizó citas para Irina con los hijos de algunos de los hombres más poderosos de Turquía, siempre bajo vigilancia. Era una forma de probar todo lo que iba aprendiendo y ella pensaba que tal vez un día decidiría
—Pero sus normas...—A la mierda con sus normas, yo me marcharé de aquí algún día y tú deberías hacer lo mismo, Irina. Hazlo antes de tu fiesta, parece un cumpleaños, pero es solo la presentación al mundo de su obra, la mujer perfecta creada para conseguirle lo inimaginable. Es un maldito enfermo —aseguró Amir, observándola con una intensidad que era capaz de parar la respiración de Irina.En poco más de una semana, Irina cumpliría 18 años y Asad insistía en presentarla a la alta sociedad de Turquía. Ni siquiera, tras la muerte de su primera esposa, había anulado los planes para dicha ceremonia.—Pero yo no puedo decepcionarlo, le debo mucho a Asad —dijo Irina.—¿Entiendes para lo que te ha estado preparando todos estos años, verdad? Dime que no eres tan inocente como para no comprenderlo —preguntó Amir.—Para ser su arma y ayudarle a terminar con sus enemigos —respondió ella.—¿Y tienes idea de cómo quiere que lo hagas? —Amir tomó una respiración profunda y la observó de nuevo. —Ni
—Me estás pidiendo demasiado esta vez, Padre —dijo Irina, después de enterarse de cuál era el trabajo que debía hacer. Estaba casi segura de que no sería capaz; todo tenía un límite y ella acababa de descubrir el suyo justo en el momento en que Asad le mostró la fotografía de su siguiente objetivo.—Será el último, te lo prometí. ¿Alguna vez he roto una promesa? —preguntó Asad.Irina negó, mientras él la llevaba hasta la ventana de su despacho. Desde allí se veía todo el salón de fiestas al completo. Desde fuera, solo se podía observar un enorme espejo en una de las paredes, que no daba sospechas de que hubiera alguien observando detrás.Asad señaló a un hombre que en ese instante recibía una copa de champán de uno de los camareros. Era norteamericano, alto, guapo, rubio, de entre treinta y cinco y cuarenta años, pero sin desperdicio alguno.—Haz lo que haga falta para traerme lo que quiero —dijo Asad. No era la primera vez que decía esas palabras; casi parecía un mantra que repe
—Debió ser la cabeza de Asad la que pintara con sus sesos esa pared, él es el verdadero culpable —murmuró Amir al pasar por el lado de Irina sin detenerse. Ella iba a contestarle, pero él ya se encontraba demasiado lejos como para seguir aquella conversación con la certeza de que nadie los escucharía. Y aún, siete años después, si cerraba los ojos, Irina podía volver a aquel primer baile y a la seguridad de unos brazos que siempre la hicieron sentir a salvo.—Es usted sin duda la mujer más hermosa que hay en este lugar —murmuró una voz masculina a su espalda con ese acento americano que hizo voltear y sonreír a Irina al ver que su presa había venido a ella sin siquiera tener que hacer nada.—Con certeza le aseguro entonces, que es usted el hombre más atrevido —contestó Irina sonriendo amablemente, con una dulzura fingida que sin duda tenía muy ensayada y aprendida.—Yo diría que más bien sincero —respondió el hombre.—Soy Irina —se presentó ella.—William —dijo él.Terminar en su ho
Irina no podía creer que estuviera en ese jet privado, propiedad de William, saliendo del país, hubiera resultado tan fácil. Se emocionaba con la idea de alejarse por fin de la seguridad de Asad y sus hombres. Pero le producía cierta ansiedad pensar que jamás, desde que fue comprada en aquella subasta cuando era apenas una adolescente, había salido a ningún lado sin vigilancia. Siempre había al menos un hombre de Asad para, según él, protegerla, aunque ella sabía que la verdadera misión de esos hombres era vigilarla.¿Sería capaz de moverse sola en un país diferente al que había sido su hogar durante tantos años? ¿Podría encontrar a Amir? Y lo que quizás más le preocupaba: ¿todavía seguiría sintiendo lo mismo por ella que años atrás? Porque si cualquiera de las respuestas a esas preguntas era negativa, su esperanza de vida, en el mejor de los casos, sería de unos meses, lo que tardarían los hombres de Asad en encontrarla y eliminarla por traición, por haber hecho lo único que él