Durante los siguientes cuatro años, Irina fue adiestrada para convertirse en el arma de Asad.
Al menos tres horas diarias dedicaba al entrenamiento físico, lucha cuerpo a cuerpo, distintas artes marciales y manejo de armas.También aprendió protocolo, cultura general y cinco idiomas: inglés, italiano, alemán, ruso -que, por supuesto, era su idioma natal- y turco, además de chapurrear algo de español.Pero dos años antes de cumplir la mayoría de edad, sus clases cambiaron y tomaron otro rumbo.Aprendió cada una de las formas de seducción, cómo moverse, bailar, mirar o tocar a un hombre, todo lo que pudiera convertirla en alguien sumamente seductora, aunque solo en teoría.También aprendió a maquillarse como una experta y a sacar el mayor partido posible a su imagen.Asad organizó citas para Irina con los hijos de algunos de los hombres más poderosos de Turquía, siempre bajo vigilancia.Era una forma de probar todo lo que iba aprendiendo y ella pensaba que tal vez un día decidiría casarse con alguno de estos hombres.Quizá era por su cabello rubio o sus ojos claros, tan escasos en ese país, pero desde sus dieciséis años era común que al menos una vez al mes recibiera una oferta de compromiso.Sin embargo, Asad jamás cedía."Es demasiado joven".Era la excusa que daba, y en realidad lo era, pero esa no era la verdadera razón por la que se negaba.Por suerte o tal vez por desgracia, el interés de Irina en los hombres estaba únicamente puesto en Amir, el mayor de sus "hermanos", quien, para desgracia de ella, parecía no tolerar su presencia.Tal vez por influencia de su madre o tal vez simplemente porque le caía mal.Pero eso no evitaba que Irina fuera incapaz de no buscarlo con la mirada en cada instante, de recorrer los jardines y pasillos de la mansión hasta encontrarlo y observarlo de lejos, al menos un rato.Sin embargo, él solo le mostraba su desprecio cada vez que se percataba de su presencia y se alejaba de ella cuanto antes.Pero un día, todo cambió cuando la primera esposa de Asad apareció muerta en una bañera, ensangrentada a causa de los cortes que ella misma se había hecho en las muñecas.Por primera vez, Irina pudo ver al hombre destrozado que se ocultaba bajo la fachada de frialdad y desprecio que Amir siempre le mostraba.Aquella noche, tras el entierro, mientras paseaba por los jardines, se encontró con él.—¿Qué haces aquí, Irina? Márchate. Eres la persona que menos deseo ver en este instante —advirtió Amir, secándose las lágrimas. Irina no supo cómo moverse del lugar; aunque quería hacerle caso, su cuerpo no respondía.La impresionó tanto ver llorando a ese hombre, tan parecido a su padre pero mucho más guapo y joven, que se quedó completamente estática.—Yo...—Tú, sí tú, ella se quitó la vida por tu culpa, odiaba saber que existías — dijo Amir, negando, tal vez dándose cuenta de que culparla de eso era cruel y exagerado. Se sentó en un banco de los que había instalados a la orilla del lago. —Solo quería marcharse, dejar de tenerte cerca, eras el vivo recuerdo de la infidelidad de su esposo. Él solo debía dejar que se marchara a vivir a otro lugar , como ella le había pedido tantas veces, dejar que se retirara a una discreta casa donde no pudiera verte. Donde pudiera alejarse de él.Irina sabía que esto era cierto.Había escuchado muchas veces a la madre de Amir pedirle eso a Asad, pero él siempre se negaba diciendo que sus esposas debían estar donde él estuviera y que ella debía obedecerlo, que era su deber como mujer.Lo cierto es que la madre de Amir tenía numerosas crisis llenas de angustia, autolesión y encierros semanales en su habitación sin querer ver absolutamente a nadie.Tal vez Irina era su excusa, pero sin duda algo no estaba bien en ella, posiblemente mucho antes de que Asad trajera a Irina a la casa.A pesar de que Asad nunca demostraba sus sentimientos y había escondido estos tras unas gafas de sol y un gesto lleno de frialdad.Irina estaba segura de que esa noche la cuidadora que se dedicaba a acompañar a la esposa de Asad a todas horas, debido al empeoramiento de sus brotes psicóticos, no llegaría a ver salir el sol un día más.Quizá no tanto por la muerte de su esposa, sino porque al fin le habría proporcionado la manera de librarse de ella.—Sabes que no deja que nadie lo abandone —respondió Irina, sentándose al lado de Amir.—Yo lo haré algún día y tú, deberías hacerlo también —advirtió Amir, levantando el rostro para mirarla.—Pero sus normas...—A la mierda con sus normas, yo me marcharé de aquí algún día y tú deberías hacer lo mismo, Irina. Hazlo antes de tu fiesta, parece un cumpleaños, pero es solo la presentación al mundo de su obra, la mujer perfecta creada para conseguirle lo inimaginable. Es un maldito enfermo —aseguró Amir, observándola con una intensidad que era capaz de parar la respiración de Irina.En poco más de una semana, Irina cumpliría 18 años y Asad insistía en presentarla a la alta sociedad de Turquía. Ni siquiera, tras la muerte de su primera esposa, había anulado los planes para dicha ceremonia.—Pero yo no puedo decepcionarlo, le debo mucho a Asad —dijo Irina.—¿Entiendes para lo que te ha estado preparando todos estos años, verdad? Dime que no eres tan inocente como para no comprenderlo —preguntó Amir.—Para ser su arma y ayudarle a terminar con sus enemigos —respondió ella.—¿Y tienes idea de cómo quiere que lo hagas? —Amir tomó una respiración profunda y la observó de nuevo. —Ni
—Me estás pidiendo demasiado esta vez, Padre —dijo Irina, después de enterarse de cuál era el trabajo que debía hacer. Estaba casi segura de que no sería capaz; todo tenía un límite y ella acababa de descubrir el suyo justo en el momento en que Asad le mostró la fotografía de su siguiente objetivo.—Será el último, te lo prometí. ¿Alguna vez he roto una promesa? —preguntó Asad.Irina negó, mientras él la llevaba hasta la ventana de su despacho. Desde allí se veía todo el salón de fiestas al completo. Desde fuera, solo se podía observar un enorme espejo en una de las paredes, que no daba sospechas de que hubiera alguien observando detrás.Asad señaló a un hombre que en ese instante recibía una copa de champán de uno de los camareros. Era norteamericano, alto, guapo, rubio, de entre treinta y cinco y cuarenta años, pero sin desperdicio alguno.—Haz lo que haga falta para traerme lo que quiero —dijo Asad. No era la primera vez que decía esas palabras; casi parecía un mantra que repe
—Debió ser la cabeza de Asad la que pintara con sus sesos esa pared, él es el verdadero culpable —murmuró Amir al pasar por el lado de Irina sin detenerse. Ella iba a contestarle, pero él ya se encontraba demasiado lejos como para seguir aquella conversación con la certeza de que nadie los escucharía. Y aún, siete años después, si cerraba los ojos, Irina podía volver a aquel primer baile y a la seguridad de unos brazos que siempre la hicieron sentir a salvo.—Es usted sin duda la mujer más hermosa que hay en este lugar —murmuró una voz masculina a su espalda con ese acento americano que hizo voltear y sonreír a Irina al ver que su presa había venido a ella sin siquiera tener que hacer nada.—Con certeza le aseguro entonces, que es usted el hombre más atrevido —contestó Irina sonriendo amablemente, con una dulzura fingida que sin duda tenía muy ensayada y aprendida.—Yo diría que más bien sincero —respondió el hombre.—Soy Irina —se presentó ella.—William —dijo él.Terminar en su ho
Irina no podía creer que estuviera en ese jet privado, propiedad de William, saliendo del país, hubiera resultado tan fácil. Se emocionaba con la idea de alejarse por fin de la seguridad de Asad y sus hombres. Pero le producía cierta ansiedad pensar que jamás, desde que fue comprada en aquella subasta cuando era apenas una adolescente, había salido a ningún lado sin vigilancia. Siempre había al menos un hombre de Asad para, según él, protegerla, aunque ella sabía que la verdadera misión de esos hombres era vigilarla.¿Sería capaz de moverse sola en un país diferente al que había sido su hogar durante tantos años? ¿Podría encontrar a Amir? Y lo que quizás más le preocupaba: ¿todavía seguiría sintiendo lo mismo por ella que años atrás? Porque si cualquiera de las respuestas a esas preguntas era negativa, su esperanza de vida, en el mejor de los casos, sería de unos meses, lo que tardarían los hombres de Asad en encontrarla y eliminarla por traición, por haber hecho lo único que él
William reveló algo que dejó a Irina sorprendida, sin entender cómo había logrado esa información. —Sé mucho más de ti y de todos los miembros de tu familia de lo que podrías imaginar —aseguró, acomodándose en el sofá. —Tienes razón, si quiero algo de ti —confesó, observándola sin ningún recato mientras ella se vestía. —Lo descubrirás mañana en esa fiesta a la que voy a llevarte. Tú eres la llave para conseguir lo que más anhelo y tú también recibirás como pago eso que tanto deseas.—¿Y qué es lo que un hombre como tú puede desear que no pueda conseguir solo? —Irina había terminado de vestirse, así que decidió sentarse a su lado. —Eres muy rico, muy guapo y parece que podrías conseguir cualquier cosa que te propusieras sin ayuda de nadie. ¿Por qué me necesitas a mí para eso?—¿Eso crees? —preguntó William, observándola de un modo que solo sirvió para alimentar más su curiosidad. —Lo único que no se puede conseguir con dinero y nos hace cometer cualquier locura que vuelva posible lo i
Irina despertó al escuchar varias voces conversando fuera de la habitación, abrió los ojos y observó todo a su alrededor, tardó unos segundos en recordar dónde estaba al darse cuenta de que aquella no era su cama. Se levantó y caminó hasta el salón donde varias personas conversaban alegremente, había dos mujeres y un hombre hablando con William sin ser conscientes de su presencia durante unos segundos, hasta que una de las mujeres se giró y le sonrió con amabilidad.— Vaya, si que es hermosa, tenías mucha razón William. De repente el anfitrión de la casa y las otras dos personas se giraron también, los tres a la vez examinando a irina en un gesto casi idéntico que la hizo querer desaparecer por un instante.— Ya me gustaría a mí verme así recién levantada — aseguró la otra mujer mientras caminaba en su dirección, la tomaba de la mano y la hacía acercarse al resto del grupo, allí pudo comprobar que el lugar estaba lleno de cosas, varios percheros tapados que, por supuesto, contenían
El guardia la observó de arriba a bajo y asintió apartándose de la puerta e invitándolos a pasar, pero justo cuando caminaban a su lado, agarró a William del brazo haciendo que él lo observara con cierto desdén por haberse atrevido a tocarlo.— No puede pasar de la recepción, esto es algo fuera de lo común, así que voy a avisarle y deben esperar hasta que reciba instrucciones.El asintió y el guardia le soltó el brazo para que prosiguieran con su camino.— Tranquila, esto estaba en mis planes, llamar su atención desde el principio.No habían pasado ni cinco minutos cuando uno de los guardias que estaban discretamente vigilando en los extremos del lugar, se les acercó y les pidió que lo siguiersn haciéndolos entrar en un despacho en el que un hombre elegantemente vestido con de riguroso negro permanecía de pie dándoles la espalda mientras observaba algo por un ventanal. Sólo cuando el vigilante se marchó, fue que aquel hombre se giró y caminó hasta ellos con un andar imponente que hi
Ella se sentó tal y como el hombre le había perdido y él destapó los platos que había servidos sobre la mesa haciendo que se inquietara todavía más. Porque cada una de las cosas que iba destapando le gustaba más que la anterior, en la mesa estaban todos los platos favoritos de Irina. Sushi, raviolis de gambas, la variedad de cus cus que más le gustaba, sus tacos favoritos, patés y quesos franceses y varios platos más, cada uno de distinto país, todos de su gusto.— Es una combinación de cómidas de todos los continentes.— Aclaró el enmascarado.— Claro, supongo que en esta extraña fiesta a la que no puedo asistir acude gente de cualquier lugar del mundo.— Estás en lo cierto, la élite de todo el mundo acude a mis fiesta cada año y todos mis invitados son estudiados exhaustivamente y se comprometen a no revelar absolutamente nada de lo que aquí sucede, obviamente con su correspondiente contrato de confidencialidad, por eso no podía dejarla pasar, primero no sé quién es usted y segundo,