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Capítulo Cuatro: Luna de hiel

Subieron a un jet privado y volaron a Inverness, cenaron en el avión, y luego de casi dos horas, por fin llegaron, bajaron en el aeropuerto y fueron en auto, hasta llegar a aquel lugar, era un bosque de pinos, un lugar maravilloso.

Había una gran cabaña, era propiedad de los Leeman, ese lugar era sagrado para Amy, pues fue ahí donde pasaban los veranos de la infancia, acampando.

Al abrir la puerta de la cabaña, ella estaba nerviosa, fue la primera en llevar las maletas a la habitación, entró al cuarto de baño, se miró en el espejo, estaba ansiosa, tenía algo de temor, y también una sonrisa en sus labios, era su noche de bodas, se entregaría por primera vez a un hombre, por amor.

Se puso su vestido de dormir, se arregló el cabello, se puso perfume y luego, cuando al fin dominó su miedo, salió a la habitación.

Observó a Kenneth, pero él estaba recostado en la cama, ella se preguntó si de verdad se había dormido, se acercó despacio.

Él se recostó en aquel lecho, haciéndose el dormido, no quería verla, no quería enfrentarse a la noche de bodas, era suficiente con todo lo que había hecho, más, no creyó soportar.

Amy se metió entre las mantas calientes

—¿Estás dormido, Kenneth? —dijo y su voz sonó tan dulce, que lo estremeció, él permaneció con los ojos cerrados, era evidente que no dormía, su respiración era irregular, ella se abrazó a su cuerpo, depositó tiernos besos en su mejilla, Kenneth sintió que su cuerpo comenzaba a arder como llama, debía resistir, debía evitarlo.

De pronto, se levantó, alejándose de su alcance, ella le miró atónita.

—¡No me toques! —exclamó con fuerzas

Amy se quedó perpleja, ni en sus peores pesadillas pensó que él le diría eso.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así? Es nuestra luna de miel, hoy es nuestra noche de bodas y se supone que…

—¡Sí! Se supone que es nuestra noche de bodas, se supone que deberíamos celebrar, estar felices, que yo debería hacerte el amor, pero, ¡Eso solo sucederá en tus sueños más salvajes, Amy Lang!

Los ojos de Amy se abrieron enormes, estaba tan impactada, no podía creer lo que él le decía.

—¿Qué dices?

—Lo oyes, sí, nos casamos, conseguiste cumplir tu miserable capricho —espetó y tomó con su mano su barbilla, con tal fuerza que dolió—. ¿Eso te hace feliz? Cumpliste tu meta, ¡Felicidades! ¿Creíste que te amaría? ¿Qué seríamos felices para siempre? —él rio en su cara, su voz era tan cruel, su mirada tan gélida

—¿Qué es lo que está pasando, Kenneth? —exclamó confusa

—¿Qué está pasando, Amy? ¿No lo entiendes, aún? ¡Yo no te amo! ¡Nunca te he amado, nunca te amaré! Te desprecio, va más allá, no me inspiras nada, ¡No te deseo como mujer! La única mujer que estará en el corazón de Kenneth Leeman es Julia Lang, sí, solo la amaré a ella, así que ahora lo sabes —dijo apuntándola con firmeza—. Cada noche que compartamos la cama, solo pensaré en ella, cada vez que me beses, desearé que sea ella quien me besa, siempre la amaré a ella, ¡Ese será tu castigo!

Amy se levantó de la cama, dio un paso atrás, sintió que sus palabras la apuñalaban, destrozándola, él dio la vuelta, salió azotando la puerta, Amy se sentó sobre el colchón, lágrimas de tristeza y frustración corrieron por su rostro, cubrió sus oídos, porque era como si las palabras de Kenneth siguieran haciendo eco en su interior, lloró mucho, y se recostó sobre el suelo alfombrado, mientras aquella luna de miel, se convertía en una luna de hiel.

John estaba afuera, caminó por el bosque, hizo una pequeña fogata y se sentó frente a ella, mientras bebía un poco de vino, necesitaba aclarar su mente, su hermano había muerto, él lo enterró y lo lloró solo, nadie más lo sabía, eso lo torturaba, sabía que estaba causando un gran pesar a la familia ocultando la verdad, pero, él era su único hermano, todo lo que tenía en la vida, y que le fue arrebatado, sus ojos se llenaron de lágrimas y lloró en completo silencio.

Varias horas después, casi al filo del amanecer, John volvió adentro, llegó a la habitación, y la imagen que encontró ante su mirada lo conmovió, ella estaba ahí, Amy estaba tendida sobre la alfombra, parecía haber llorado por largo tiempo, aún tenía el rostro húmedo. John estuvo a punto de dejarla ahí, algo en su alma se lo impedía, era imposible resistirlo, la cargó entre sus brazos, y la recostó sobre el lecho, observó su cara, parecía tan dulce, tan inocente

«Si no supiera quién eres, Amy, si no conociera aquella carta, entonces caería en ti, sería inevitable dejarme llevar por tu belleza, por tus rasgos dulces, y tu mirada cautivadora, por tus labios suaves, podría hacerte mi mujer justo ahora, si no supiera quién eres en realidad, duerme, sueña con el mal hecho, tal vez, solo tal vez, algún día seas perdonada», pensó, la dejó recostada, y la cobijó con una manta.

John se sentó sobre un sofá, podía verla desde ahí, admirar su sueño, escuchar su suave respiración, luego cerró los ojos, él también cayó rendido.

A la mañana siguiente, cuando Amy despertó, observó a Kenneth sobre el sofá, ella lo admiró, incluso en esa posición tan incómoda, lucía adorable, ella tomó una manta, y lo cubrió.

Luego fue al cuarto de baño, lavó su rostro, y boca, se apuró a ir al comedor, y preparó un delicioso desayuno. Escuchó pasos en la escalera, y cuando alzó la vista lo vio.

El olor a dulce y a café invadía su olfato, ella le sirvió una taza de café

—Bebe, te gustará, está preparado tal como te gusta.

Él bebió del café, sabía delicioso. Pero, luego, lanzó la taza al suelo, igual que todos los platos, haciéndolos añicos contra el suelo.

Amy estaba tan asustada ante tal acto, sin entender el porqué de su actuar

—¡Basta, Kenneth! ¿Qué es lo que haces?

—¡Toma todas tus cosas, volvemos a Edimburgo!

Ella le miró como si estuviera enloquecido, se alejó y fue a la alcoba. Amy se echó a llorar, vio entrar a ese hombre en la habitación, estaba silencioso

—¿Qué está pasando, Kenneth? ¿Por qué me tratas así?

Él estaba de espaldas, él se giró a mirarla

—¿Y según tú, como te trato?

—¡Cómo si me odiaras! Yo no merezco esto, ¿Esta es la oportunidad que me darías para enamorarte? Estás haciéndome perder la fe, no sé cuánto voy a resistir.

—¿Qué quieres decir con eso, Amy?

—Es mejor volver a Edimburgo, pero es mejor que al volver, nos separemos.

Él la miró con ojos incrédulos, no esperaba semejante respuesta.

—¡¿Qué dices?!

—¡Qué no permitiré que me trates de esta forma! Te amo, Kenneth, con toda la fuerza de mi corazón, pero nunca permitiré que acabes con mi valor de mujer —sentenció

Ella salió de prisa, bajó la escalera llevaba consigo la maleta, que ni siquiera fue deshecha.

Él la miró impactado, ¿Quién era su mujer? ¿Por qué actuaba con esa dignidad, cuando él estaba seguro de que no tenía amor propio, al separar a dos enamorados con actos tan viles?

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