—De verdad que siento causarle tantos problemas, y le agradezco muchísimo que quiera ayudarme —empezó a decir Laurent.— Si puedo llamar desde su casa y conseguir que venga alguien a remolcar mi coche, a lo mejor arreglaremos esto rápidamente.
Kevin no oyó ni una palabra de lo que le estaba diciendo, incapaz de apartar la vista del bulto cubierto por su abrigo oscuro.
—¿Está segura de que está bien?, no sabía que estaba… ¿necesita un médico?
—No, no hay problema —su rostro, que había recuperado el color gracias al frío, se iluminó con una amplia sonrisa—. El niño está perfectamente, aunque por las patadas que me está dando, yo diría que se ha molestado un poco con todo este revuelo. No hemos chocado con la valla, más bien nos hemos deslizado contra ella, así que apenas hemos notado el impacto.
—Puede que haya… —sin saber demasiado bien cómo seguir, Kevin optó por decir:
Que la sacudida le haya… dañado algo.
—Estoy bien —repitió ella—. Tenía puesto el cinturón de seguridad, y la nieve amortiguó el golpe —al darse cuenta de que él no parecía demasiado convencido, se echó atrás el pelo con algo de impaciencia. Aunque llevaba unos guantes de cuero ribeteados en seda, los dedos estaban empezando a entumecérsele—. Le prometo que no voy a ponerme de parto… a menos que nos quedemos aquí plantados durante las próximas semanas.
La mujer tenía razón… o al menos, eso esperaba Kevin; además, empezaba a sentirse como un idiota bajo el peso de la sonrisa con que lo miraba. Tras unos segundos se dio por vencido, y alargó una mano hacia ella.
—Deje que la ayude.
Laurent sintió que aquellas palabras tan sencillas le daban de lleno en el corazón, ya que podía contar con los dedos de una mano las veces en que alguien le había dicho algo así.
Él no sabía cómo había que comportarse con las mujeres embarazadas, y se preguntó si serían muy frágiles. Siempre había pensado que debía de ser todo lo contrario, teniendo en cuenta por lo que tenían que pasar, pero en ese momento en que se encontraba frente a frente con una, tenía miedo de que se rompiera en mil pedazos al tocarla.
Temerosa de resbalarse en la nieve, Laurent se aferró con fuerza a su brazo mientras iban hacia el todo terreno.
—Este sitio es precioso, pero la verdad es que voy a disfrutar más de la nieve cuando esté a cubierto —comentó cuando llegaron al vehículo. Al ver el escalón
Bastante alto que había bajo la puerta, añadió—: Me parece que va a tener que
Ayudarme a entrar, no estoy tan ágil como antes.
Kevin metió la maleta primero, mientras se planteaba por dónde podía agarrarla.
Mascullando entre dientes, le puso una mano bajo el codo y otra en la cadera, y Laurent consiguió entrar en el todoterreno con una facilidad que lo sorprendió.
—Gracias.
Él gruñó su respuesta mientras cerraba la puerta de golpe. Tras rodear el vehículo, se puso al volante y consiguió reincorporarse a la carretera sin demasiado esfuerzo.
Mientras el sólido vehículo subía lentamente la cuesta, Laurent estiró las manos y vio que por fin habían dejado de temblar.
—Si hubiera sabido que había casas por la zona, habría pedido cobijo hace rato. No me esperaba que hubiera una nevada en abril.
—Por aquí puede nevar en cualquier fecha —dijo él, y se quedó callado por un
Largo momento. Respetaba la privacidad ajena tanto como la suya propia, pero las
Circunstancias en que se encontraban se salían de lo común—. ¿Viaja sola?
—Sí.—¿No es un poco peligroso en su condición?
—Había planeado estar en Denver en un par de días —posó una mano sobre
Su vientre, y afirmó—: No salgo de cuentas hasta dentro de seis semanas —respiró
Hondo, consciente de que no tenía otra opción que confiar en él, aunque fuera
Arriesgado—. ¿Vive solo, señor Braxton?
—Sí…
Se volvió un poco para poder verlo con claridad mientras él enfilaba por un camino lateral bastante estrecho… o lo que ella supuso que sería un camino, ya que estaba totalmente enterrado bajo la nieve. Su rostro tenía una cierta dureza, aunque era demasiado fino para resultar tosco. Era un rostro esculpido con frialdad, como el de algún mítico jefe guerrero de antaño.
Laurent recordó su expresión de asombrada impotencia al darse cuenta de que estaba embarazada, y supo instintivamente que estaba segura con él. Y de todos modos tenía que creer que era así, ya que no le quedaba otra opción.
Él notó su mirada y pareció leerle el pensamiento, porque dijo con voz calmada:
—No soy un maníaco peligroso.
—Me alegro —Ella esbozó una sonrisa, y se volvió de nuevo hacia delante.
La cabaña era apenas visible a través de la nieve, incluso cuando se detuvieron justo delante de ella; sin embargo, a Laurent le encantó lo poco que consiguió vislumbrar. Era un rectángulo achaparrado de madera con un porche cubierto, ventanas de paneles cuadrados y humo saliendo por la chimenea.
Aunque estaba casi totalmente enterrado bajo la nieve, había un camino de piedras planas que llevaba hasta los escalones de entrada, y los lados de la casa estaban flanqueados por árboles de hoja perenne. Nada le había dado en su vida la sensación de calidez y seguridad que le transmitió aquella pequeña cabaña en medio de las montañas.
—Es preciosa, debe de ser muy feliz viviendo aquí.
—Es práctico.
Él rodeó el todoterreno para ayudarla a bajar, y al inhalar su aroma pensó que olía a nieve… o a agua, aquel agua pura y virginal que descendía por las montañas en primavera. Consciente de que tanto su reacción como sus comparaciones eran absurdas, le dijo con voz algo brusca:
—Yo la entraré, dentro de nada podrá calentarse frente a la chimenea —la llevó hasta la casa, y al llegar a la puerta la dejó con cuidado de pie y abrió para que entrara—. Pase, yo traeré sus cosas.
Y sin más regresó al todoterreno y la dejó allí sola, con la nieve derretida de su abrigo mojando la alfombra del recibidor.
Ella levantó la mirada, y se quedó boquiabierta al ver los cuadros. Cubrían las paredes, estaban amontonados en cada rincón y sobre las mesas, y aunque sólo unos cuantos estaban enmarcados, lo cierto era que no necesitaban ningún tipo de adorno. Algunos estaban a medio acabar, como si el artista hubiera perdido el interés o la motivación. Había óleos de colores vividos y llamativos, y acuarelas en tonos suaves y etéreos que parecían sacados de un sueño. Laurent se quitó el abrigo y se acercó para verlos más de cerca.
Uno mostraba una escena de París, el Bois de Boulogne, un parque que reconoció porque lo había visitado en su luna de miel. Al contemplarlo se le inundaron los ojos de lágrimas y todo su cuerpo se tensó, pero respiró hondo y se obligó a mirarlo hasta que sus emociones se estabilizaron.
Había un caballete debajo de una ventana, donde la luz podía dar de lleno sobre el lienzo, y aunque tuvo la tentación de ir a echar un vistazo, se contuvo porque ya tenía la sensación de estar invadiendo la intimidad de aquel hombre.
Sintiéndose perdida, enlazó las manos con fuerza mientras la invadía un profundo desespero. Se había metido en un atolladero, tenía el coche destrozado,apenas le quedaba dinero, y el bebé… el bebé no iba a esperar hasta que las cosas se solucionaran.
Si la encontraban en ese momento…
No, no iban a encontrarla, se dijo mientras separaba las manos con un gesto decidido. Había llegado hasta allí y nadie iba a quitarle a su hijo, ni en ese momento ni nunca.
Se volvió cuando sintió que la puerta de la cabaña se abría, y vio que Kevin dejaba un montón de bolsas apiladas en el suelo antes de quitarse el abrigo y colgarlo en una percha que había junto a la entrada.Estaba tan delgado como había supuesto por su cara, y aunque debía de medir poco menos de un metro ochenta, gracias a su complexión fuerte y poderosa parecía mucho más alto. Mientras veía cómo se sacudía la nieve de las botas, pensó que tenía más pinta de boxeador que de artista, que aquel hombre parecía encajar mejor al aire libre que en suntuosas mansiones.A pesar de la ascendencia aristocrática que sabía que él tenía, la ropa de franela y pana que llevaba conjuntaba a la perfección con aquella rústica cabaña. Ella provenía de un ambiente mucho más modesto, y sin embargo se sentía fuera de lugar en su voluminoso jersey de punto irlandés y su falda de lana hecha a medida.—Kevin Braxton —dijo, mientras señalaba con un gesto las paredes—. El golpe debe de haberme dejado confundid
Laurent siempre prefería buscar el lado bueno de las cosas cuando no le quedaba otro remedio, así que le dio vueltas a la idea de que a lo mejor la tormenta había sido una bendición. Nadie podría seguirle la pista con aquel tiempo, y dudaba que a alguien se le pasara por la cabeza buscarla en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas. Allí podía sentirse más o menos segura, y decidió aferrarse a ello.Oyó que el se movía en la habitación de al lado, el ruido de sus pasos en el suelo de madera, y el sonido de un tronco en la chimenea. Después de tantos meses de soledad, incluso el mero sonido de otro ser humano la reconfortaba.—Señor Braxton… ¿Kevin? —se asomó por la puerta, y lo vio colocando bien la pantalla protectora que había delante del fuego—. ¿Podrías despejar una mesa?—¿Para qué?—Para que podamos comer… sentados.—Ah, sí.Ella volvió a meterse en la cocina, mientras él intentaba pensar en lo que iba a hacer con las pinturas, los pinceles y demás objetos que cubrí
En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada… como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Kevin.Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la nie
Se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios diferentes, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar. Entonces lo recordó todo…Kevin Braxton , la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse. Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todos y a salvo. Pero el bebé que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, asíque se levantó y
La vio apretar las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.—No tengo por qué contarte nada.—Tienes razón.Kevin siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción que ella le provocaba, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:—Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que confieses de una vez.Él era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella.Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.—¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.Él había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritarlez porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su aso
El sabía que debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Liberó una maldición, porque sabía que de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, sus problemas habían pasado a ser asunto suyo. —¿Tienes dinero? —Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al bebé. Él vsabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras intentaba convercerse de no interferir. —Quiero pintarte —dijo con tono brusco—. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida. —No puedo aceptar tu dinero. —¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado. —No he querido decir eso —dijo ella, sonrojada de vergüenza. Él hizo un gesto con la mano, como si aquello careciera
—Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida —añadió él.Los dedos de Kevin le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Ella se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.—Estoy un poco cansada —dijo, mientras intentaba mantener la voz firme—.Creo que me iré a dormir.Kevin no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.—Buenas noches, señor Braxton.—Buenas noches.Él se qued
—Tienes un rostro completamente femenino —dijo él, más para sí que para ella—. Atrayente a la vez que sereno, y suave a pesar de la forma pronunciada de los pómulos. Tus rasgos no son amenazadores, pero resultan increíblemente impactantes. Esto invita al sexo —dijo, mientras su dedo recorría con naturalidad su labio inferior—, pero tus ojos prometen amor y devoción. Y el hecho de que estés madura…—¿Madura? —dijo ella, riendo. Sus manos, que había apretado con fuerza en su regazo cuando él había empezado a hablar, se relajaron un poco.—Me refiero a tu embarazo, que aumenta aún más la fascinación que despiertas. Una mujer en estado refleja una promesa, una plenitud, y a pesar de la educación y del progreso de hoy día, un misterio irresistible. Igual que un ángel.—¿Qué quieres decir?Él empezó a hacer pruebas con su pelo, se lo echó hacia atrás, lo apiló sobre su cabeza y finalmente lo dejó caer de nuevo.—Vemos a los ángeles como seres etéreos y místicos, por encima de los deseos y l