#2:

—De verdad que siento causarle tantos problemas, y le agradezco muchísimo que quiera ayudarme —empezó a decir Laurent.— Si puedo llamar desde su casa y conseguir que venga alguien a remolcar mi coche, a lo mejor arreglaremos esto rápidamente.

Kevin no oyó ni una palabra de lo que le estaba diciendo, incapaz de apartar la vista del bulto cubierto por su abrigo oscuro.

—¿Está segura de que está bien?, no sabía que estaba… ¿necesita un médico?

—No, no hay problema —su rostro, que había recuperado el color gracias al frío, se iluminó con una amplia sonrisa—. El niño está perfectamente, aunque por las patadas que me está dando, yo diría que se ha molestado un poco con todo este revuelo. No hemos chocado con la valla, más bien nos hemos deslizado contra ella, así que apenas hemos notado el impacto.

—Puede que haya… —sin saber demasiado bien cómo seguir, Kevin optó por decir:

 Que la sacudida le haya… dañado algo.

—Estoy bien —repitió ella—. Tenía puesto el cinturón de seguridad, y la nieve amortiguó el golpe —al darse cuenta de que él no parecía demasiado convencido, se echó atrás el pelo con algo de impaciencia. Aunque llevaba unos guantes de cuero ribeteados en seda, los dedos estaban empezando a entumecérsele—. Le prometo que no voy a ponerme de parto… a menos que nos quedemos aquí plantados durante las próximas semanas.

La mujer tenía razón… o al menos, eso esperaba Kevin; además, empezaba a sentirse como un idiota bajo el peso de la sonrisa con que lo miraba. Tras unos segundos se dio por vencido, y alargó una mano hacia ella.

—Deje que la ayude.

Laurent sintió que aquellas palabras tan sencillas le daban de lleno en el corazón, ya que podía contar con los dedos de una mano las veces en que alguien le había dicho algo así.

Él no sabía cómo había que comportarse con las mujeres embarazadas, y se preguntó si serían muy frágiles. Siempre había pensado que debía de ser todo lo contrario, teniendo en cuenta por lo que tenían que pasar, pero en ese momento en que se encontraba frente a frente con una, tenía miedo de que se rompiera en mil pedazos al tocarla.

Temerosa de resbalarse en la nieve, Laurent se aferró con fuerza a su brazo mientras iban hacia el todo terreno.

—Este sitio es precioso, pero la verdad es que voy a disfrutar más de la nieve cuando esté a cubierto —comentó cuando llegaron al vehículo. Al ver el escalón

Bastante alto que había bajo la puerta, añadió—: Me parece que va a tener que

Ayudarme a entrar, no estoy tan ágil como antes.

Kevin metió la maleta primero, mientras se planteaba por dónde podía agarrarla.

Mascullando entre dientes, le puso una mano bajo el codo y otra en la cadera, y Laurent consiguió entrar en el todoterreno con una facilidad que lo sorprendió.

—Gracias.

Él gruñó su respuesta mientras cerraba la puerta de golpe. Tras rodear el vehículo, se puso al volante y consiguió reincorporarse a la carretera sin demasiado esfuerzo.

Mientras el sólido vehículo subía lentamente la cuesta, Laurent estiró las manos y vio que por fin habían dejado de temblar.

—Si hubiera sabido que había casas por la zona, habría pedido cobijo hace rato. No me esperaba que hubiera una nevada en abril.

—Por aquí puede nevar en cualquier fecha —dijo él, y se quedó callado por un

Largo momento. Respetaba la privacidad ajena tanto como la suya propia, pero las

Circunstancias en que se encontraban se salían de lo común—. ¿Viaja sola?

—Sí.—¿No es un poco peligroso en su condición?

—Había planeado estar en Denver en un par de días —posó una mano sobre

Su vientre, y afirmó—: No salgo de cuentas hasta dentro de seis semanas —respiró

Hondo, consciente de que no tenía otra opción que confiar en él, aunque fuera

Arriesgado—. ¿Vive solo, señor Braxton?

—Sí…

Se volvió un poco para poder verlo con claridad mientras él enfilaba por un camino lateral bastante estrecho… o lo que ella supuso que sería un camino, ya que estaba totalmente enterrado bajo la nieve. Su rostro tenía una cierta dureza, aunque era demasiado fino para resultar tosco. Era un rostro esculpido con frialdad, como el de algún mítico jefe guerrero de antaño.

Laurent recordó su expresión de asombrada impotencia al darse cuenta de que estaba embarazada, y supo instintivamente que estaba segura con él. Y de todos modos tenía que creer que era así, ya que no le quedaba otra opción.

Él notó su mirada y pareció leerle el pensamiento, porque dijo con voz calmada:

—No soy un maníaco peligroso.

—Me alegro —Ella esbozó una sonrisa, y se volvió de nuevo hacia delante.

La cabaña era apenas visible a través de la nieve, incluso cuando se detuvieron justo delante de ella; sin embargo, a Laurent le encantó lo poco que consiguió vislumbrar. Era un rectángulo achaparrado de madera con un porche cubierto, ventanas de paneles cuadrados y humo saliendo por la chimenea.

Aunque estaba casi totalmente enterrado bajo la nieve, había un camino de piedras planas que llevaba hasta los escalones de entrada, y los lados de la casa estaban flanqueados por árboles de hoja perenne. Nada le había dado en su vida la sensación de calidez y seguridad que le transmitió aquella pequeña cabaña en medio de las montañas.

—Es preciosa, debe de ser muy feliz viviendo aquí.

—Es práctico.

Él rodeó el todoterreno para ayudarla a bajar, y al inhalar su aroma pensó que olía a nieve… o a agua, aquel agua pura y virginal que descendía por las montañas en primavera. Consciente de que tanto su reacción como sus comparaciones eran absurdas, le dijo con voz algo brusca:

—Yo la entraré, dentro de nada podrá calentarse frente a la chimenea —la llevó hasta la casa, y al llegar a la puerta la dejó con cuidado de pie y abrió para que entrara—. Pase, yo traeré sus cosas.

Y sin más regresó al todoterreno y la dejó allí sola, con la nieve derretida de su abrigo mojando la alfombra del recibidor.

Ella levantó la mirada, y se quedó boquiabierta al ver los cuadros. Cubrían las paredes, estaban amontonados en cada rincón y sobre las mesas, y aunque sólo unos cuantos estaban enmarcados, lo cierto era que no necesitaban ningún tipo de adorno. Algunos estaban a medio acabar, como si el artista hubiera perdido el interés o la motivación. Había óleos de colores vividos y llamativos, y acuarelas en tonos suaves y etéreos que parecían sacados de un sueño. Laurent se quitó el abrigo y se acercó para verlos más de cerca.

Uno mostraba una escena de París, el Bois de Boulogne, un parque que reconoció porque lo había visitado en su luna de miel. Al contemplarlo se le inundaron los ojos de lágrimas y todo su cuerpo se tensó, pero respiró hondo y se obligó a mirarlo hasta que sus emociones se estabilizaron.

Había un caballete debajo de una ventana, donde la luz podía dar de lleno sobre el lienzo, y aunque tuvo la tentación de ir a echar un vistazo, se contuvo porque ya tenía la sensación de estar invadiendo la intimidad de aquel hombre.

Sintiéndose perdida, enlazó las manos con fuerza mientras la invadía un profundo desespero. Se había metido en un atolladero, tenía el coche destrozado,apenas le quedaba dinero, y el bebé… el bebé no iba a esperar hasta que las cosas se solucionaran.

Si la encontraban en ese momento…

No, no iban a encontrarla, se dijo mientras separaba las manos con un gesto decidido. Había llegado hasta allí y nadie iba a quitarle a su hijo, ni en ese momento ni nunca.

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