Mi destino eres Tú
Mi destino eres Tú
Por: Krissñtall
#1:

—Maldita nieve...

Kevin redujo a segunda, aminoró la velocidad del todoterreno a veinticuatro kilómetros por hora, soltó un juramento y forzó la vista al máximo; sin embargo, lo único que podía verse más allá del frenético vaivén de los limpiaparabrisas era una pared blanca. Aquella no era una ventisca invernal de cuento de hadas, y los copos de nieve que caían parecían tan grandes y amenazadores como un puño.

Sería inútil pararse a esperar a que la tormenta escampara, se dijo mientras tomaba la siguiente curva lentamente. Después de seis meses conocía a la perfección aquella angosta y serpenteante carretera y podía conducir por ella casi con los ojos cerrados, así que podía considerarse afortunado, pero un recién llegado se habría encontrado indefenso. Incluso con aquella ventaja, tenía los hombros y la parte posterior del cuello completamente tensos. Las nevadas en Colorado podían ser tan peligrosas en primavera como en pleno invierno, y durar una hora o un día; además, aquella había tomado por sorpresa a todo el mundo… tanto a los residentes como a los turistas y al Servicio Nacional de Meteorología.

Sólo ocho kilómetros más y podría descargar las provisiones, encender el fuego y disfrutar de la ventisca de abril en el acogedor interior de su cabaña, con una taza de café caliente o una cerveza fría.

El todoterreno fue ascendiendo por la cuesta como un tanque, y se sintió agradecido por su resistencia y su solidez. Aunque tardara tres veces más en recorrer los treinta y dos kilómetros hasta su casa, por lo menos conseguiría llegar.

Los limpiaparabrisas trabajaban incansables, pero lo único que se apreciaba entre los segundos de falta de visibilidad total era una cortina blanca. Si no amainaba, al anochecer la nieve tendría más de medio metro de altura. Él intentó animarse diciéndose que para entonces ya habría llegado a casa, pero sus imprecaciones resonaron en el interior del vehículo. Si no hubiera perdido la noción del tiempo el día anterior, habría podido comprar antes las provisiones y el mal tiempo no le habría afectado lo más mínimo.

La carretera serpenteó en una curva perezosa, y Kevin la tomó con sumo cuidado. Le resultaba muy difícil conducir lentamente, pero a lo largo del invierno había adquirido un sano respeto por las montañas y por las carreteras que las atravesaban. La valla de seguridad era muy sólida, pero al otro lado esperaban unos barrancos escarpados que no perdonaban un error. Aunque tenía confianza en sí mismo y en la fiabilidad del todoterreno, tenía que tener en cuenta la posibilidad de que hubiera algún coche a un lado o en medio de la carretera. Sólo cuatro kilómetros y medio más.

Sintió que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. No había visto un solo coche en más de veinte minutos, y era dudoso que se encontrara con alguno a aquellas alturas, ya que cualquiera con la más mínima sensatez habría buscado refugio. A su lado, la radio no dejaba de hablar de carreteras cortadas y eventos cancelados.

Siempre lo había sorprendido que la gente planeara tantas fiestas, cenas, recitales y representaciones para un mismo día, aunque suponía que esa era l naturaleza humana. Siempre planeando reuniones para juntarse unos con otros, aunque sólo fuera para vender un puñado de pasteles y galletas.

 Él prefería estar solo.

Al menos de momento; de no ser así, no habría comprado la cabaña ni habría permanecido enclaustrado en ella durante los últimos seis meses. 

La soledad le proporcionaba libertad para pensar, para trabajar, para curarse, y había logrado las tres cosas en cierta medida. Estuvo a punto de suspirar aliviado al ver… bueno, al notar… que el coche volvía a tomar una pendiente, ya que sabía que aquella era la última cuesta antes de su desviación. Ya sólo quedaba un kilómetro y medio. Su cara, que había estado tensa de concentración, empezó a relajarse. Era un rostro demasiado delgado y angular para resultar meramente atractivo; además, tenía la nariz ligeramente desviada a causa de un acalorado desacuerdo que había tenido con su hermano menor en la adolescencia, pero Kevin no le había guardado rencor por ello.

Se le había olvidado ponerse un sombrero, y su largo pelo rubio oscuro le enmarcaba la cara y le llegaba hasta el cuello del anorak con aspecto desgreñado, ya que se lo había peinado con dedos apresurados horas antes. Sus ojos, de un cristalino tono verde oscuro, empezaban a escocerle después de estar tanto tiempo hijos en la nieve.

Mientras los neumáticos se deslizaban por el asfalto acolchado, echó un vistazo cuentakilómetros, y levantó la vista de nuevo tras comprobar que sólo faltaba dio kilómetro. Entonces fue cuando vio el coche que se acercaba hacia él, fuera de control.

Sin tiempo ni para soltar una palabrota, viró bruscamente hacia la derecha justo cuando el otro coche pareció derrapar. El todoterreno patinó en la nieve, y se balanceó peligrosamente antes de que las ruedas consiguieran aferrarse a la carretera para obtener algo de tracción. Por un instante Kevin creyó que iba a dar una vuelta de campana, pero cuando su vehículo se estabilizó no pudo hacer otra cosa que permanecer allí sentado, mirando con la esperanza de que el otro conductor tuviera tanta suerte como él.

El coche descendía ladeado a toda velocidad, y aunque todo estaba ocurriendo en cuestión de segundos, Kevin tuvo tiempo de pensar en lo fuerte que sería el impacto cuando diera de lleno contra el todoterreno; sin embargo, en el último momento el conductor consiguió enderezar el vehículo, viró bruscamente para evitar la colisión, y empezó a deslizarse sin remedio hacia la valla de seguridad.

Él puso el freno de mano, y salió del todoterreno justo cuando el otro coche chocaba contra el metal.

Estuvo a punto de caerse de cabeza, pero gracias a sus botas de montaña consiguió mantener el equilibrio mientras corría por la nieve hacia el vehículo accidentado. Era un coche pequeño y compacto… aún más después del impacto, ya que la parte derecha había quedado metida hacia dentro y el capó parecía un acordeón por el lado del pasajero. En un instante de lucidez, se horrorizó al pensar en lo que podría haber pasado si el coche hubiera golpeado por el lado del conductor.

Cuando consiguió llegar al coche a través de la nieve, vio una figura desplomada sobre el volante e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Con el corazón en la garganta, empezó a aporrear la ventanilla.

La figura se movió, y al ver la espesa cabellera rubia que caía sobre los hombros de un abrigo oscuro se dio cuenta de que era una mujer. En ese momento, ella se quitó el gorro de esquí que llevaba, se volvió hacia la ventanilla y fijó la vista en él.

Estaba muy pálida, blanca como el mármol, e incluso sus labios parecían demacrados. Tenía unos ojos enormes y oscuros, con los iris casi negros debido a la conmoción… y era hermosa, tan increíblemente hermosa que quitaba el aliento.

Como artista vio las posibilidades en aquel rostro con forma de diamante, en los pómulos prominentes y en el carnoso labio inferior, pero como hombre apartó de su mente aquellos pensamientos y volvió a golpear en la ventanilla.

Ella parpadeó y sacudió la cabeza, como si estuviera intentando despejársela, y Kevin vio que sus ojos eran de un tono azul medianoche cuando la conmoción en ellos empezó a desvanecerse y dejó paso a una expresión preocupada.

La mujer se apresuró a bajar la ventanilla, y le preguntó antes de que él pudiera articular palabra:

—¿Está herido?, ¿le he dado?

—No, ha dado contra la valla de seguridad.

—Gracias a Dios —dijo ella, antes de apoyar la cabeza en el respaldo de su asiento por unos segundos. Tenía la boca seca, y aunque luchaba por controlarlo, el corazón parecía martillearle en la garganta—. El coche empezó a resbalar al empezar a bajar por la cuesta, y creí que a lo mejor podría recuperar el control, pero entonces vi su todoterreno y pensé que iba a darle de lleno.

—Lo habría hecho, si no hubiera girado hacia la valla.

 Miró de nuevo el capó del coche, consciente de que el daño podría haber sido mucho mayor. Si ella hubiera ido a más velocidad… pero no tenía sentido perderse en especulaciones inútiles, así que se volvió hacia ella de nuevo e intentó ver algún signo de trauma en su rostro.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, creo que sí —ella volvió a abrir los ojos, mientras intentaba esbozar una sonrisa—. Lo siento, debo de haberle dado un buen susto.

—Y que lo diga —pero el sobresalto ya había pasado, y estaba a menos de medio kilómetro de su casa, varado en la nieve con una desconocida que no iba a poder sacar su coche de allí en varios días—. ¿Qué demonios está haciendo aquí?

Ella ignoró la brusquedad de sus palabras mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad; había estado respirando hondo para intentar serenarse, y ya se encontraba mucho mejor.

—Debo de haberme equivocado de dirección por la tormenta, porque estaba intentando llegar a Lonesome Ridge para esperar a que amainara. Según el mapa, es la población más cercana, y tenía miedo de pararme en el arcén… bueno, en el en pequeño margen que hay —miró hacia la valla de seguridad, y se estremeció—. Supongo que no voy a poder sacar mi coche de aquí.

—No, esta noche no.

Con expresión ceñuda, él se metió las manos en los bolsillos. La nieve seguía cayendo y la carretera estaba desierta, así que si la dejaba sola era posible que muriera congelada antes de que apareciera por allí un vehículo de emergencia o una máquina quitanieves. Por mucho que quisiera desentenderse de aquella responsabilidad, no podía dejar a una mujer varada en medio de aquella tormenta.

—Lo único que puedo hacer por usted es llevarla a mi casa.

Su voz era seca, carente de amabilidad, pero ella no se sorprendió por ello. Era normal que estuviera enfadado e impaciente, ya que casi había chocado con él y

Además iba a tener que seguir ayudándola.

—Lo siento.

Él movió ligeramente los hombros, consciente de que había sido muy grosero.

—El desvío que lleva a mi casa está en la cima de la colina, tendrá que dejar aquí su coche y venir conmigo en el todoterreno.

—Muchas gracias —dijo ella. Con el motor apagado y la ventanilla abierta, el

Frío estaba empezando a calar en su ropa—. Perdone las molestias, señor…

—Braxton, Kevin Braxton

—Yo me llamo Laurent —acabó de quitarse el cinturón de seguridad que había

Evitado que sufriera alguna herida grave, y añadió—: Llevo una maleta en la parte de atrás, ¿le importaría echarme una mano con ella?

Kevin agarró las llaves y fue a regañadientes a buscarla, pensando que si se hubiera puesto en marcha una hora antes ya estaría en casa, y solo.

La maleta no era muy grande, y distaba mucho de estar nueva; al parecer, la mujer sin apellido viajaba ligera de equipaje. Mientras la sacaba del coche, se dijo que no era justo enfadarse ni mostrarse tan descortés; al fin y al cabo, si ella no hubiera conseguido virar y lo hubiera esquivado, a esas alturas necesitarían un médico en vez de una taza de café y de algo para calentarse los pies.

Él decidió mostrarse un poco más civilizado, y se volvió hacia ella para decirle que fuera al todoterreno. La mujer había salido de su coche y estaba de pie mirándolo, con la nieve cayéndole sobre el pelo suelto, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no sólo era muy hermosa, sino que además estaba evidentemente embarazada.

—Madre de Dios —susurró.

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