—Maldita nieve...
Kevin redujo a segunda, aminoró la velocidad del todoterreno a veinticuatro kilómetros por hora, soltó un juramento y forzó la vista al máximo; sin embargo, lo único que podía verse más allá del frenético vaivén de los limpiaparabrisas era una pared blanca. Aquella no era una ventisca invernal de cuento de hadas, y los copos de nieve que caían parecían tan grandes y amenazadores como un puño.
Sería inútil pararse a esperar a que la tormenta escampara, se dijo mientras tomaba la siguiente curva lentamente. Después de seis meses conocía a la perfección aquella angosta y serpenteante carretera y podía conducir por ella casi con los ojos cerrados, así que podía considerarse afortunado, pero un recién llegado se habría encontrado indefenso. Incluso con aquella ventaja, tenía los hombros y la parte posterior del cuello completamente tensos. Las nevadas en Colorado podían ser tan peligrosas en primavera como en pleno invierno, y durar una hora o un día; además, aquella había tomado por sorpresa a todo el mundo… tanto a los residentes como a los turistas y al Servicio Nacional de Meteorología.
Sólo ocho kilómetros más y podría descargar las provisiones, encender el fuego y disfrutar de la ventisca de abril en el acogedor interior de su cabaña, con una taza de café caliente o una cerveza fría.
El todoterreno fue ascendiendo por la cuesta como un tanque, y se sintió agradecido por su resistencia y su solidez. Aunque tardara tres veces más en recorrer los treinta y dos kilómetros hasta su casa, por lo menos conseguiría llegar.
Los limpiaparabrisas trabajaban incansables, pero lo único que se apreciaba entre los segundos de falta de visibilidad total era una cortina blanca. Si no amainaba, al anochecer la nieve tendría más de medio metro de altura. Él intentó animarse diciéndose que para entonces ya habría llegado a casa, pero sus imprecaciones resonaron en el interior del vehículo. Si no hubiera perdido la noción del tiempo el día anterior, habría podido comprar antes las provisiones y el mal tiempo no le habría afectado lo más mínimo.
La carretera serpenteó en una curva perezosa, y Kevin la tomó con sumo cuidado. Le resultaba muy difícil conducir lentamente, pero a lo largo del invierno había adquirido un sano respeto por las montañas y por las carreteras que las atravesaban. La valla de seguridad era muy sólida, pero al otro lado esperaban unos barrancos escarpados que no perdonaban un error. Aunque tenía confianza en sí mismo y en la fiabilidad del todoterreno, tenía que tener en cuenta la posibilidad de que hubiera algún coche a un lado o en medio de la carretera. Sólo cuatro kilómetros y medio más.
Sintió que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. No había visto un solo coche en más de veinte minutos, y era dudoso que se encontrara con alguno a aquellas alturas, ya que cualquiera con la más mínima sensatez habría buscado refugio. A su lado, la radio no dejaba de hablar de carreteras cortadas y eventos cancelados.
Siempre lo había sorprendido que la gente planeara tantas fiestas, cenas, recitales y representaciones para un mismo día, aunque suponía que esa era l naturaleza humana. Siempre planeando reuniones para juntarse unos con otros, aunque sólo fuera para vender un puñado de pasteles y galletas.
Él prefería estar solo.
Al menos de momento; de no ser así, no habría comprado la cabaña ni habría permanecido enclaustrado en ella durante los últimos seis meses.
La soledad le proporcionaba libertad para pensar, para trabajar, para curarse, y había logrado las tres cosas en cierta medida. Estuvo a punto de suspirar aliviado al ver… bueno, al notar… que el coche volvía a tomar una pendiente, ya que sabía que aquella era la última cuesta antes de su desviación. Ya sólo quedaba un kilómetro y medio. Su cara, que había estado tensa de concentración, empezó a relajarse. Era un rostro demasiado delgado y angular para resultar meramente atractivo; además, tenía la nariz ligeramente desviada a causa de un acalorado desacuerdo que había tenido con su hermano menor en la adolescencia, pero Kevin no le había guardado rencor por ello.
Se le había olvidado ponerse un sombrero, y su largo pelo rubio oscuro le enmarcaba la cara y le llegaba hasta el cuello del anorak con aspecto desgreñado, ya que se lo había peinado con dedos apresurados horas antes. Sus ojos, de un cristalino tono verde oscuro, empezaban a escocerle después de estar tanto tiempo hijos en la nieve.
Mientras los neumáticos se deslizaban por el asfalto acolchado, echó un vistazo cuentakilómetros, y levantó la vista de nuevo tras comprobar que sólo faltaba dio kilómetro. Entonces fue cuando vio el coche que se acercaba hacia él, fuera de control.
Sin tiempo ni para soltar una palabrota, viró bruscamente hacia la derecha justo cuando el otro coche pareció derrapar. El todoterreno patinó en la nieve, y se balanceó peligrosamente antes de que las ruedas consiguieran aferrarse a la carretera para obtener algo de tracción. Por un instante Kevin creyó que iba a dar una vuelta de campana, pero cuando su vehículo se estabilizó no pudo hacer otra cosa que permanecer allí sentado, mirando con la esperanza de que el otro conductor tuviera tanta suerte como él.
El coche descendía ladeado a toda velocidad, y aunque todo estaba ocurriendo en cuestión de segundos, Kevin tuvo tiempo de pensar en lo fuerte que sería el impacto cuando diera de lleno contra el todoterreno; sin embargo, en el último momento el conductor consiguió enderezar el vehículo, viró bruscamente para evitar la colisión, y empezó a deslizarse sin remedio hacia la valla de seguridad.
Él puso el freno de mano, y salió del todoterreno justo cuando el otro coche chocaba contra el metal.
Estuvo a punto de caerse de cabeza, pero gracias a sus botas de montaña consiguió mantener el equilibrio mientras corría por la nieve hacia el vehículo accidentado. Era un coche pequeño y compacto… aún más después del impacto, ya que la parte derecha había quedado metida hacia dentro y el capó parecía un acordeón por el lado del pasajero. En un instante de lucidez, se horrorizó al pensar en lo que podría haber pasado si el coche hubiera golpeado por el lado del conductor.
Cuando consiguió llegar al coche a través de la nieve, vio una figura desplomada sobre el volante e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Con el corazón en la garganta, empezó a aporrear la ventanilla.
La figura se movió, y al ver la espesa cabellera rubia que caía sobre los hombros de un abrigo oscuro se dio cuenta de que era una mujer. En ese momento, ella se quitó el gorro de esquí que llevaba, se volvió hacia la ventanilla y fijó la vista en él.
Estaba muy pálida, blanca como el mármol, e incluso sus labios parecían demacrados. Tenía unos ojos enormes y oscuros, con los iris casi negros debido a la conmoción… y era hermosa, tan increíblemente hermosa que quitaba el aliento.
Como artista vio las posibilidades en aquel rostro con forma de diamante, en los pómulos prominentes y en el carnoso labio inferior, pero como hombre apartó de su mente aquellos pensamientos y volvió a golpear en la ventanilla.
Ella parpadeó y sacudió la cabeza, como si estuviera intentando despejársela, y Kevin vio que sus ojos eran de un tono azul medianoche cuando la conmoción en ellos empezó a desvanecerse y dejó paso a una expresión preocupada.
La mujer se apresuró a bajar la ventanilla, y le preguntó antes de que él pudiera articular palabra:
—¿Está herido?, ¿le he dado?
—No, ha dado contra la valla de seguridad.
—Gracias a Dios —dijo ella, antes de apoyar la cabeza en el respaldo de su asiento por unos segundos. Tenía la boca seca, y aunque luchaba por controlarlo, el corazón parecía martillearle en la garganta—. El coche empezó a resbalar al empezar a bajar por la cuesta, y creí que a lo mejor podría recuperar el control, pero entonces vi su todoterreno y pensé que iba a darle de lleno.
—Lo habría hecho, si no hubiera girado hacia la valla.
Miró de nuevo el capó del coche, consciente de que el daño podría haber sido mucho mayor. Si ella hubiera ido a más velocidad… pero no tenía sentido perderse en especulaciones inútiles, así que se volvió hacia ella de nuevo e intentó ver algún signo de trauma en su rostro.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, creo que sí —ella volvió a abrir los ojos, mientras intentaba esbozar una sonrisa—. Lo siento, debo de haberle dado un buen susto.
—Y que lo diga —pero el sobresalto ya había pasado, y estaba a menos de medio kilómetro de su casa, varado en la nieve con una desconocida que no iba a poder sacar su coche de allí en varios días—. ¿Qué demonios está haciendo aquí?
Ella ignoró la brusquedad de sus palabras mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad; había estado respirando hondo para intentar serenarse, y ya se encontraba mucho mejor.
—Debo de haberme equivocado de dirección por la tormenta, porque estaba intentando llegar a Lonesome Ridge para esperar a que amainara. Según el mapa, es la población más cercana, y tenía miedo de pararme en el arcén… bueno, en el en pequeño margen que hay —miró hacia la valla de seguridad, y se estremeció—. Supongo que no voy a poder sacar mi coche de aquí.
—No, esta noche no.
Con expresión ceñuda, él se metió las manos en los bolsillos. La nieve seguía cayendo y la carretera estaba desierta, así que si la dejaba sola era posible que muriera congelada antes de que apareciera por allí un vehículo de emergencia o una máquina quitanieves. Por mucho que quisiera desentenderse de aquella responsabilidad, no podía dejar a una mujer varada en medio de aquella tormenta.
—Lo único que puedo hacer por usted es llevarla a mi casa.
Su voz era seca, carente de amabilidad, pero ella no se sorprendió por ello. Era normal que estuviera enfadado e impaciente, ya que casi había chocado con él y
Además iba a tener que seguir ayudándola.
—Lo siento.
Él movió ligeramente los hombros, consciente de que había sido muy grosero.
—El desvío que lleva a mi casa está en la cima de la colina, tendrá que dejar aquí su coche y venir conmigo en el todoterreno.
—Muchas gracias —dijo ella. Con el motor apagado y la ventanilla abierta, el
Frío estaba empezando a calar en su ropa—. Perdone las molestias, señor…
—Braxton, Kevin Braxton
—Yo me llamo Laurent —acabó de quitarse el cinturón de seguridad que había
Evitado que sufriera alguna herida grave, y añadió—: Llevo una maleta en la parte de atrás, ¿le importaría echarme una mano con ella?
Kevin agarró las llaves y fue a regañadientes a buscarla, pensando que si se hubiera puesto en marcha una hora antes ya estaría en casa, y solo.
La maleta no era muy grande, y distaba mucho de estar nueva; al parecer, la mujer sin apellido viajaba ligera de equipaje. Mientras la sacaba del coche, se dijo que no era justo enfadarse ni mostrarse tan descortés; al fin y al cabo, si ella no hubiera conseguido virar y lo hubiera esquivado, a esas alturas necesitarían un médico en vez de una taza de café y de algo para calentarse los pies.
Él decidió mostrarse un poco más civilizado, y se volvió hacia ella para decirle que fuera al todoterreno. La mujer había salido de su coche y estaba de pie mirándolo, con la nieve cayéndole sobre el pelo suelto, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no sólo era muy hermosa, sino que además estaba evidentemente embarazada.
—Madre de Dios —susurró.
—De verdad que siento causarle tantos problemas, y le agradezco muchísimo que quiera ayudarme —empezó a decir Laurent.— Si puedo llamar desde su casa y conseguir que venga alguien a remolcar mi coche, a lo mejor arreglaremos esto rápidamente.Kevin no oyó ni una palabra de lo que le estaba diciendo, incapaz de apartar la vista del bulto cubierto por su abrigo oscuro.—¿Está segura de que está bien?, no sabía que estaba… ¿necesita un médico?—No, no hay problema —su rostro, que había recuperado el color gracias al frío, se iluminó con una amplia sonrisa—. El niño está perfectamente, aunque por las patadas que me está dando, yo diría que se ha molestado un poco con todo este revuelo. No hemos chocado con la valla, más bien nos hemos deslizado contra ella, así que apenas hemos notado el impacto.—Puede que haya… —sin saber demasiado bien cómo seguir, Kevin optó por decir: Que la sacudida le haya… dañado algo.—Estoy bien —repitió ella—. Tenía puesto el cinturón de seguridad, y la nieve
Se volvió cuando sintió que la puerta de la cabaña se abría, y vio que Kevin dejaba un montón de bolsas apiladas en el suelo antes de quitarse el abrigo y colgarlo en una percha que había junto a la entrada.Estaba tan delgado como había supuesto por su cara, y aunque debía de medir poco menos de un metro ochenta, gracias a su complexión fuerte y poderosa parecía mucho más alto. Mientras veía cómo se sacudía la nieve de las botas, pensó que tenía más pinta de boxeador que de artista, que aquel hombre parecía encajar mejor al aire libre que en suntuosas mansiones.A pesar de la ascendencia aristocrática que sabía que él tenía, la ropa de franela y pana que llevaba conjuntaba a la perfección con aquella rústica cabaña. Ella provenía de un ambiente mucho más modesto, y sin embargo se sentía fuera de lugar en su voluminoso jersey de punto irlandés y su falda de lana hecha a medida.—Kevin Braxton —dijo, mientras señalaba con un gesto las paredes—. El golpe debe de haberme dejado confundid
Laurent siempre prefería buscar el lado bueno de las cosas cuando no le quedaba otro remedio, así que le dio vueltas a la idea de que a lo mejor la tormenta había sido una bendición. Nadie podría seguirle la pista con aquel tiempo, y dudaba que a alguien se le pasara por la cabeza buscarla en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas. Allí podía sentirse más o menos segura, y decidió aferrarse a ello.Oyó que el se movía en la habitación de al lado, el ruido de sus pasos en el suelo de madera, y el sonido de un tronco en la chimenea. Después de tantos meses de soledad, incluso el mero sonido de otro ser humano la reconfortaba.—Señor Braxton… ¿Kevin? —se asomó por la puerta, y lo vio colocando bien la pantalla protectora que había delante del fuego—. ¿Podrías despejar una mesa?—¿Para qué?—Para que podamos comer… sentados.—Ah, sí.Ella volvió a meterse en la cocina, mientras él intentaba pensar en lo que iba a hacer con las pinturas, los pinceles y demás objetos que cubrí
En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada… como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Kevin.Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la nie
Se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios diferentes, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar. Entonces lo recordó todo…Kevin Braxton , la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse. Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todos y a salvo. Pero el bebé que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, asíque se levantó y
La vio apretar las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.—No tengo por qué contarte nada.—Tienes razón.Kevin siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción que ella le provocaba, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:—Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que confieses de una vez.Él era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella.Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.—¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.Él había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritarlez porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su aso
El sabía que debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Liberó una maldición, porque sabía que de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, sus problemas habían pasado a ser asunto suyo. —¿Tienes dinero? —Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al bebé. Él vsabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras intentaba convercerse de no interferir. —Quiero pintarte —dijo con tono brusco—. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida. —No puedo aceptar tu dinero. —¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado. —No he querido decir eso —dijo ella, sonrojada de vergüenza. Él hizo un gesto con la mano, como si aquello careciera
—Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida —añadió él.Los dedos de Kevin le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Ella se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.—Estoy un poco cansada —dijo, mientras intentaba mantener la voz firme—.Creo que me iré a dormir.Kevin no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.—Buenas noches, señor Braxton.—Buenas noches.Él se qued