#3:

Se volvió cuando sintió que la puerta de la cabaña se abría, y vio que Kevin dejaba un montón de bolsas apiladas en el suelo antes de quitarse el abrigo y colgarlo en una percha que había junto a la entrada.

Estaba tan delgado como había supuesto por su cara, y aunque debía de medir poco menos de un metro ochenta, gracias a su complexión fuerte y poderosa parecía mucho más alto. Mientras veía cómo se sacudía la nieve de las botas, pensó que tenía más pinta de boxeador que de artista, que aquel hombre parecía encajar mejor al aire libre que en suntuosas mansiones.

A pesar de la ascendencia aristocrática que sabía que él tenía, la ropa de franela y pana que llevaba conjuntaba a la perfección con aquella rústica cabaña. Ella provenía de un ambiente mucho más modesto, y sin embargo se sentía fuera de lugar en su voluminoso jersey de punto irlandés y su falda de lana hecha a medida.

—Kevin Braxton —dijo, mientras señalaba con un gesto las paredes—. El golpe debe de haberme dejado confundida antes, porque no he hecho la conexión hasta ahora. Me encanta su trabajo.

—Gracias —dijo él, antes de levantar dos de las bolsas que había entrado en la casa.

—Deje que le ayu…

—No.

Kevin fue a la cocina sin añadir nada más, y ella se quedó mordiéndose el labio. Sabía que él no estaba precisamente encantado de tener compañía, pero no había nada que ella pudiera hacer al respecto, y se iría en cuanto fuera razonablemente seguro hacerlo. Hasta entonces… bueno, hasta entonces Kevin era el artista más importante de la década, tendría que aguantarse.

Estuvo tentada de sentarse y mantenerse apartada de su camino pasivamente, y en el pasado eso era lo que habría hecho, pero las circunstancias la habían cambiado. Lo siguió hasta la cocina, que era tan diminuta que pareció quedar abarrotada.

—Al menos deje que le prepare algo para beber —la vieja cocina con dos fogones no parecía demasiado fiable, pero Laurent estaba decidida a ser útil.

Kevin se volvió, y cuando el movimiento hizo que rozara el abultado vientre de la mujer, se sorprendió por la oleada de incomodidad que lo recorrió… y por la punzada de fascinación que sintió.

—Aquí tiene el café —masculló, mientras le daba un paquete aún sin empezar.

—¿Tiene una cafetera?

El trasto estaba en el fregadero, que estaba lleno de un agua que en su momento había sido espumosa. Lo había dejado en remojo, para intentar quitar las manchas que habían quedado la última vez que lo había usado. Fue a sacarlo, pero al volver a toparse con Lauren retrocedió un paso.

—¿Por qué no deja que me ocupe yo? —sugirió ella—. Colocaré la compra y podré la cafetera, y mientras usted puede llamar para que venga alguien a remolcar mi coche.

—Vale. También hay leche fresca.

—Supongo que no tiene té, ¿no? —sonrió ella.

—No.

—Entonces tomaré un poco de leche, gracias.

Cuando él salió de la habitación, Laurent empezó a colocar la comida. El espacio era muy reducido, así que no tuvo problemas para decidir dónde iba cada cosa ; de hecho, pudo utilizar su propio sistema de organización, ya que al parecer Kevin no tenía ninguno.

Él apareció en la puerta cuando sólo había vaciado una de las bolsas, y comentó:

—No hay teléfono.

—¿Qué?

—No hay línea, suele pasar cuando hay tormenta.

—Vaya. ¿Suele tardar mucho en arreglarse? —dijo ella, que se había quedado inmóvil con una lata de sopa en la mano.

—Depende. A veces tarda horas, y a veces una semana.

Laurent enarcó una ceja, pero entonces se dio cuenta de que él estaba hablando en serio.

—Supongo que eso me deja en sus manos, señor Braxton.

Él metió los pulgares en los bolsillos delanteros de sus pantalones, y dijo con calma:

—Entonces, será mejor que me llames Kevin.

Laurent frunció el ceño y bajó la mirada hacia la lata que seguía sosteniendo; cuando las cosas se torcían, uno tenía que intentar mirar el lado positivo.

—¿Quieres un poco de sopa?

—Sí. Iré a… dejar tus cosas en el dormitorio.

Aquella mujer era de armas tomar, decidió Kevin mientras llevaba la maleta de ella a su habitación. Aunque él no era ningún experto en el sexo femenino, tampoco podía considerarse un completo novato, y había notado que ella ni siquiera había parpadeado al saber que no había teléfono y que se había quedado incomunicada del resto del mundo junto a él.

Él se miró en el espejo que había sobre su viejo tocador. Que él supiera, nadie lo había considerado inofensivo hasta ese momento. Esbozó una sonrisa traviesa; de hecho, no siempre había sido exactamente inofensivo.

Pero aquella situación era por completo diferente, claro.

Bajo otras circunstancias, seguramente habría disfrutado de algunas saludables fantasías sobre su inesperada invitada. Aquella cara… había algo especial e indefinible en su increíble belleza, y cuando un hombre la miraba, automáticamente empezaba a imaginarse cosas; sin embargo, aunque no hubiera estado embarazada, las fantasías no habrían ido más allá. Nunca había sido hombre de aventuras ni de líos de una noche, y en ese momento no estaba preparado para tener una relación. Se había mantenido célibe durante los últimos meses, ya que el deseo de pintar lo había vuelto a seducir por fin y no necesitaba nada más.

Pero desde un punto de vista práctico, lo cierto era que tenía una invitada, una mujer sola y embarazada, además de muy enigmática. No se le había escapado el hecho de que no había mencionado su apellido, ni le había dado información alguna sobre su identidad o las razones por las que viajaba. Como dudaba que hubiera atracado un banco o que fuera una espía internacional, decidió no presionarla demasiado de momento para conseguir información. Pero teniendo en cuenta la violencia de la tormenta y lo aislada que estaba la cabaña, lo más probable era que tuvieran que pasar varios días juntos, así que se prometió descubrir más cosas sobre la serena y misteriosa Laurent

Mientras contemplaba su propio reflejo difuso en el plato que sostenía en la mano, ella se preguntó de nuevo qué iba a hacer en aquellas circunstancias.

Estaba atrapada sin poder llegar a Denver, Los Ángeles o a alguna enorme ciudad, lo suficientemente lejos de Boston donde poder desaparecer. Si no hubiera sentido l necesidad imperiosa de ponerse en marcha esa misma mañana, si se hubiera quedado en la habitación de aquel pequeño motel otro día más, quizás a esas horas seguiría teniendo algo de control sobre la situación.

Pero no había sido así, y en ese momento se encontraba en aquella cabaña, con un perfecto desconocido. Y además no era un hombre cualquiera, sino Kevin Braxton, un artista adinerado y respetado que provenía de una familia igualmente adinerada y respetada. Estaba segura de que no la había reconocido, al menos de momento, y se preguntó lo que pasaría cuando él se diera cuenta de quién era ella y de quién estaba huyendo.

 Era posible que los Conningwood fueran amigos de los Braxton, y la sola idea hizo que su mano se posara sobre su vientre en un gesto instinto y protector.

No le quitarían a su hijo. 

Sin importar el dinero que tuvieran ni lo poderosos que fueran, no iban a poder arrebatárselo, y si estaba en sus manos, jamás lograrían encontrarlos, ni a ella ni a su bebé.

Laurent dejó el plato y se volvió hacia la ventana. Era extraño mirar hacia fuera y no ver nada, y la reconfortaba la idea de que nadie pudiera verla desde el exterior.

Estaba escondida tras una cortina de nieve del mundo entero… o casi, se corrigió al ensar de nuevo en Kevin.

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