Se volvió cuando sintió que la puerta de la cabaña se abría, y vio que Kevin dejaba un montón de bolsas apiladas en el suelo antes de quitarse el abrigo y colgarlo en una percha que había junto a la entrada.
Estaba tan delgado como había supuesto por su cara, y aunque debía de medir poco menos de un metro ochenta, gracias a su complexión fuerte y poderosa parecía mucho más alto. Mientras veía cómo se sacudía la nieve de las botas, pensó que tenía más pinta de boxeador que de artista, que aquel hombre parecía encajar mejor al aire libre que en suntuosas mansiones.
A pesar de la ascendencia aristocrática que sabía que él tenía, la ropa de franela y pana que llevaba conjuntaba a la perfección con aquella rústica cabaña. Ella provenía de un ambiente mucho más modesto, y sin embargo se sentía fuera de lugar en su voluminoso jersey de punto irlandés y su falda de lana hecha a medida.
—Kevin Braxton —dijo, mientras señalaba con un gesto las paredes—. El golpe debe de haberme dejado confundida antes, porque no he hecho la conexión hasta ahora. Me encanta su trabajo.
—Gracias —dijo él, antes de levantar dos de las bolsas que había entrado en la casa.
—Deje que le ayu…
—No.
Kevin fue a la cocina sin añadir nada más, y ella se quedó mordiéndose el labio. Sabía que él no estaba precisamente encantado de tener compañía, pero no había nada que ella pudiera hacer al respecto, y se iría en cuanto fuera razonablemente seguro hacerlo. Hasta entonces… bueno, hasta entonces Kevin era el artista más importante de la década, tendría que aguantarse.
Estuvo tentada de sentarse y mantenerse apartada de su camino pasivamente, y en el pasado eso era lo que habría hecho, pero las circunstancias la habían cambiado. Lo siguió hasta la cocina, que era tan diminuta que pareció quedar abarrotada.
—Al menos deje que le prepare algo para beber —la vieja cocina con dos fogones no parecía demasiado fiable, pero Laurent estaba decidida a ser útil.
Kevin se volvió, y cuando el movimiento hizo que rozara el abultado vientre de la mujer, se sorprendió por la oleada de incomodidad que lo recorrió… y por la punzada de fascinación que sintió.
—Aquí tiene el café —masculló, mientras le daba un paquete aún sin empezar.
—¿Tiene una cafetera?
El trasto estaba en el fregadero, que estaba lleno de un agua que en su momento había sido espumosa. Lo había dejado en remojo, para intentar quitar las manchas que habían quedado la última vez que lo había usado. Fue a sacarlo, pero al volver a toparse con Lauren retrocedió un paso.
—¿Por qué no deja que me ocupe yo? —sugirió ella—. Colocaré la compra y podré la cafetera, y mientras usted puede llamar para que venga alguien a remolcar mi coche.
—Vale. También hay leche fresca.
—Supongo que no tiene té, ¿no? —sonrió ella.
—No.
—Entonces tomaré un poco de leche, gracias.
Cuando él salió de la habitación, Laurent empezó a colocar la comida. El espacio era muy reducido, así que no tuvo problemas para decidir dónde iba cada cosa ; de hecho, pudo utilizar su propio sistema de organización, ya que al parecer Kevin no tenía ninguno.
Él apareció en la puerta cuando sólo había vaciado una de las bolsas, y comentó:
—No hay teléfono.
—¿Qué?
—No hay línea, suele pasar cuando hay tormenta.
—Vaya. ¿Suele tardar mucho en arreglarse? —dijo ella, que se había quedado inmóvil con una lata de sopa en la mano.
—Depende. A veces tarda horas, y a veces una semana.
Laurent enarcó una ceja, pero entonces se dio cuenta de que él estaba hablando en serio.
—Supongo que eso me deja en sus manos, señor Braxton.
Él metió los pulgares en los bolsillos delanteros de sus pantalones, y dijo con calma:
—Entonces, será mejor que me llames Kevin.
Laurent frunció el ceño y bajó la mirada hacia la lata que seguía sosteniendo; cuando las cosas se torcían, uno tenía que intentar mirar el lado positivo.
—¿Quieres un poco de sopa?
—Sí. Iré a… dejar tus cosas en el dormitorio.
Aquella mujer era de armas tomar, decidió Kevin mientras llevaba la maleta de ella a su habitación. Aunque él no era ningún experto en el sexo femenino, tampoco podía considerarse un completo novato, y había notado que ella ni siquiera había parpadeado al saber que no había teléfono y que se había quedado incomunicada del resto del mundo junto a él.
Él se miró en el espejo que había sobre su viejo tocador. Que él supiera, nadie lo había considerado inofensivo hasta ese momento. Esbozó una sonrisa traviesa; de hecho, no siempre había sido exactamente inofensivo.
Pero aquella situación era por completo diferente, claro.
Bajo otras circunstancias, seguramente habría disfrutado de algunas saludables fantasías sobre su inesperada invitada. Aquella cara… había algo especial e indefinible en su increíble belleza, y cuando un hombre la miraba, automáticamente empezaba a imaginarse cosas; sin embargo, aunque no hubiera estado embarazada, las fantasías no habrían ido más allá. Nunca había sido hombre de aventuras ni de líos de una noche, y en ese momento no estaba preparado para tener una relación. Se había mantenido célibe durante los últimos meses, ya que el deseo de pintar lo había vuelto a seducir por fin y no necesitaba nada más.
Pero desde un punto de vista práctico, lo cierto era que tenía una invitada, una mujer sola y embarazada, además de muy enigmática. No se le había escapado el hecho de que no había mencionado su apellido, ni le había dado información alguna sobre su identidad o las razones por las que viajaba. Como dudaba que hubiera atracado un banco o que fuera una espía internacional, decidió no presionarla demasiado de momento para conseguir información. Pero teniendo en cuenta la violencia de la tormenta y lo aislada que estaba la cabaña, lo más probable era que tuvieran que pasar varios días juntos, así que se prometió descubrir más cosas sobre la serena y misteriosa Laurent
Mientras contemplaba su propio reflejo difuso en el plato que sostenía en la mano, ella se preguntó de nuevo qué iba a hacer en aquellas circunstancias.
Estaba atrapada sin poder llegar a Denver, Los Ángeles o a alguna enorme ciudad, lo suficientemente lejos de Boston donde poder desaparecer. Si no hubiera sentido l necesidad imperiosa de ponerse en marcha esa misma mañana, si se hubiera quedado en la habitación de aquel pequeño motel otro día más, quizás a esas horas seguiría teniendo algo de control sobre la situación.
Pero no había sido así, y en ese momento se encontraba en aquella cabaña, con un perfecto desconocido. Y además no era un hombre cualquiera, sino Kevin Braxton, un artista adinerado y respetado que provenía de una familia igualmente adinerada y respetada. Estaba segura de que no la había reconocido, al menos de momento, y se preguntó lo que pasaría cuando él se diera cuenta de quién era ella y de quién estaba huyendo.
Era posible que los Conningwood fueran amigos de los Braxton, y la sola idea hizo que su mano se posara sobre su vientre en un gesto instinto y protector.
No le quitarían a su hijo.
Sin importar el dinero que tuvieran ni lo poderosos que fueran, no iban a poder arrebatárselo, y si estaba en sus manos, jamás lograrían encontrarlos, ni a ella ni a su bebé.
Laurent dejó el plato y se volvió hacia la ventana. Era extraño mirar hacia fuera y no ver nada, y la reconfortaba la idea de que nadie pudiera verla desde el exterior.
Estaba escondida tras una cortina de nieve del mundo entero… o casi, se corrigió al ensar de nuevo en Kevin.
Laurent siempre prefería buscar el lado bueno de las cosas cuando no le quedaba otro remedio, así que le dio vueltas a la idea de que a lo mejor la tormenta había sido una bendición. Nadie podría seguirle la pista con aquel tiempo, y dudaba que a alguien se le pasara por la cabeza buscarla en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas. Allí podía sentirse más o menos segura, y decidió aferrarse a ello.Oyó que el se movía en la habitación de al lado, el ruido de sus pasos en el suelo de madera, y el sonido de un tronco en la chimenea. Después de tantos meses de soledad, incluso el mero sonido de otro ser humano la reconfortaba.—Señor Braxton… ¿Kevin? —se asomó por la puerta, y lo vio colocando bien la pantalla protectora que había delante del fuego—. ¿Podrías despejar una mesa?—¿Para qué?—Para que podamos comer… sentados.—Ah, sí.Ella volvió a meterse en la cocina, mientras él intentaba pensar en lo que iba a hacer con las pinturas, los pinceles y demás objetos que cubrí
En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada… como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Kevin.Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la nie
Se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios diferentes, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar. Entonces lo recordó todo…Kevin Braxton , la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse. Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todos y a salvo. Pero el bebé que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, asíque se levantó y
La vio apretar las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.—No tengo por qué contarte nada.—Tienes razón.Kevin siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción que ella le provocaba, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:—Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que confieses de una vez.Él era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella.Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.—¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.Él había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritarlez porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su aso
El sabía que debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Liberó una maldición, porque sabía que de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, sus problemas habían pasado a ser asunto suyo. —¿Tienes dinero? —Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al bebé. Él vsabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras intentaba convercerse de no interferir. —Quiero pintarte —dijo con tono brusco—. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida. —No puedo aceptar tu dinero. —¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado. —No he querido decir eso —dijo ella, sonrojada de vergüenza. Él hizo un gesto con la mano, como si aquello careciera
—Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida —añadió él.Los dedos de Kevin le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Ella se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.—Estoy un poco cansada —dijo, mientras intentaba mantener la voz firme—.Creo que me iré a dormir.Kevin no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.—Buenas noches, señor Braxton.—Buenas noches.Él se qued
—Tienes un rostro completamente femenino —dijo él, más para sí que para ella—. Atrayente a la vez que sereno, y suave a pesar de la forma pronunciada de los pómulos. Tus rasgos no son amenazadores, pero resultan increíblemente impactantes. Esto invita al sexo —dijo, mientras su dedo recorría con naturalidad su labio inferior—, pero tus ojos prometen amor y devoción. Y el hecho de que estés madura…—¿Madura? —dijo ella, riendo. Sus manos, que había apretado con fuerza en su regazo cuando él había empezado a hablar, se relajaron un poco.—Me refiero a tu embarazo, que aumenta aún más la fascinación que despiertas. Una mujer en estado refleja una promesa, una plenitud, y a pesar de la educación y del progreso de hoy día, un misterio irresistible. Igual que un ángel.—¿Qué quieres decir?Él empezó a hacer pruebas con su pelo, se lo echó hacia atrás, lo apiló sobre su cabeza y finalmente lo dejó caer de nuevo.—Vemos a los ángeles como seres etéreos y místicos, por encima de los deseos y l
—¿Cuánto tiempo llevas sola?—No estoy sola —posó una mano sobre su vientre, y su sonrisa se ensanchó al sentir un movimiento. Tomó una mano de él , y la apretó contra su vientre—. ¿Sientes eso? Es increíble, ¿verdad? Aquí dentro hay alguien.Él sintió el suave movimiento bajo su mano, y se sorprendió al notar un fuerte golpe. Sin darse cuenta, se acercó aún más.—Eso ha parecido un puñetazo, es como si estuviera luchando por salir —conocía perfectamente bien aquella sensación de impaciencia, la frustración al sentirse atrapado en un mundo mientrasse anhelaba estar en otro—. ¿Qué sientes tú?—Me siento viva —riendo, ella colocó las manos sobre las suyas—. En Dallas me pusieron un monitor, y pude oír el latido de su corazón. Sonaba rápido,impaciente, y fue lo más maravilloso del mundo. Creo…En ese momento, se dio cuenta de que él tenía la vista fija en ella. Sus manos seguían unidas y sus cuerpos se rozaban, y mientras la vida que llevaba en su interior le daba otra patada, sintió que