Laurent siempre prefería buscar el lado bueno de las cosas cuando no le quedaba otro remedio, así que le dio vueltas a la idea de que a lo mejor la tormenta había sido una bendición. Nadie podría seguirle la pista con aquel tiempo, y dudaba que a alguien se le pasara por la cabeza buscarla en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas.
Allí podía sentirse más o menos segura, y decidió aferrarse a ello.
Oyó que el se movía en la habitación de al lado, el ruido de sus pasos en el suelo de madera, y el sonido de un tronco en la chimenea. Después de tantos meses de soledad, incluso el mero sonido de otro ser humano la reconfortaba.
—Señor Braxton… ¿Kevin? —se asomó por la puerta, y lo vio colocando bien la pantalla protectora que había delante del fuego—. ¿Podrías despejar una mesa?
—¿Para qué?
—Para que podamos comer… sentados.
—Ah, sí.
Ella volvió a meterse en la cocina, mientras él intentaba pensar en lo que iba a hacer con las pinturas, los pinceles y demás objetos que cubrían en total desorden la mesa que en su día se había utilizado para comer. Irritado por tener que renunciar a su espacio, fue dejando las cosas por la habitación.
—También he preparado unos bocadillos —dijo ella, al volver de la cocina con platos, vasos y cubiertos sobre una bandeja metálica de horno un poco torcida.
Avergonzado y algo nervioso, él fue hacia ella y se la quitó de las manos.
—No deberías cargar tanto peso —dijo con tono brusco.
Ella enarcó las cejas. Primero sintió sorpresa, ya que nadie la había mimado nunca, y aunque su vida nunca había sido fácil, en los últimos siete meses se había vuelto bastante dura. Después sintió gratitud, y lo miró con una sonrisa.
—Gracias, pero soy muy cuidadosa.
—Si eso fuera verdad, estarías en tu cama con las piernas en alto, y no atrapada en la nieve conmigo.
—Es importante hacer ejercicio —dijo, aunque se sentó y dejó que él pusiera la mesa—. Y también lo es comer —cerró los ojos, y disfrutó del aroma simple y fortificante de la comida.
—.Espero no haber gastado demasiadas cosas, pero una vez que he empezado, no he podido parar.
—No pasa nada —dijo él, al agarrar medio bocadillo de queso, beicon y rodajas se tomate. La verdad era que se había acostumbrado a comer de pie en la cocina, y aquella comida caliente preparada sin prisas; se saboreaba mejor sentado y con un plato.
—Quiero pagarte por la comida y el alojamiento.
—No hace falta — él tomó una cucharada de sopa de pescado mientras la observaba. La forma en que ella levantaba la barbilla revelaba su orgullo y su fuerza de voluntad, y creaba un interesante contraste con su piel cremosa y su cuello esbelto.
—Te lo agradezco, pero prefiero pagar por lo que recibo.
—Esto no es el hotel Hilton — él se dio cuenta de que ella no llevaba ninguna joya, ni siquiera un anillo— Tú has cocinado, así que estamos en Paz.
Laurent quiso protestar, su orgullo se lo exigía, pero lo cierto era que tenía poco dinero, aparte de los ahorros para el cuidado del bebé que había guardado en el forro de la maleta.
—Muchas gracias —tomó un sorbo de leche, aunque no le gustaba nada, mientras inhalaba el delicioso y prohibido aroma del café—. ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí, en Colorado?
—Unos seis meses… no, siete.
Aquello le dio algo de esperanza. Por el aspecto de la cabaña, no creía que él pasara demasiado tiempo leyendo el periódico, y no había visto televisión en la cabaña.
—Debe de ser un sitio fantástico para pintar.
—De momento sí.
—Cuando he entrado no podía creerlo, he reconocido tu trabajo enseguida. Siempre lo he admirado, de hecho mi… un conocido mío, compró varias obras tuyas. Una de ellas era una enorme selva, parecía como si uno pudiera perderse en ella y estar completamente solo.
Él recordaba el cuadro, y por extraño que pareciera, le había transmitido la misma sensación. No estaba seguro, pero creía que lo había comprado alguien del este… de Nueva York o Boston, quizás de Washington. Si la curiosidad que sentía por aquella mujer no se desvanecía, una simple llamada a su agente bastaría para refrescarle la memoria.
—No has mencionado de dónde vienes.
—No —se limitó a contestar ella.
Aunque su apetito había desaparecido, siguió comiendo.
¿Cómo había podido ser tan tonta como para describirle el cuadro? El comprador había sido Terry, quien simplemente había chasqueado los dedos y había hecho que sus abogados lo compraran en su nombre, porque a ella le había gustado.
—Llevo un tiempo en Dallas —admitió al fin. Había vivido allí dos meses, hasta que se había enterado de que los detectives contratados por los Conningwood estaban investigando discretamente sobre su paradero.
—No tienes acento tejano —comentó él.
—No, supongo que no. Debe de ser porque he vivido por todo el país —aquello era cierto, y ella consiguió sonreír de nuevo—. Tú no eres de Colorado.
—San Francisco.
—Sí, recuerdo haberlo leído en un artículo sobre tu trabajo y tu vida —decidió que lo mejor sería que hablarán sobre él. Por experiencia, sabía que los hombres se distraían fácilmente si eran el centro de la conversación—. Siempre he querido visitar San Francisco, parece una ciudad preciosa con la bahía, las casas antiguas… —soltó un suspiro sofocado, y se tocó el vientre.
—¿Qué pasa?
—Nada, el niño está un poco inquieto.
Aunque ella volvió a sonreír, Kevin notó que sus ojos tenían sombras de cansancio y que había palidecido otra vez.
—Mira, no tengo ni idea de embarazos, pero mi sentido común me dice que deberías estar acostada.
—La verdad es que estoy cansada. Si no te importa, me gustaría descansar un rato.
—La cama está allí —él se levantó, y como no sabía si ella podría hacerlo por sí sola, le ofreció una mano.
—Lavaré los platos después, si… —su voz se apagó cuando le flaquearon las piernas.
—Espera — él la rodeó con los brazos, y experimentó la extraña y apabullante sensación de notar cómo el bebé se movía contra él.
—Lo siento. Ha sido un día muy largo, y supongo que me he excedido un poco — Laurent sabía que debería apartarse de él, pero había algo delicioso en poder apoyarse en el duro y sólido cuerpo de un hombre—. Estaré bien después de tomar una siesta.
No se rompió en mil pedazos, como él había creído al principio, pero parecía tan suave y delicada que Kevin se la imaginó disolviéndose en sus manos. Habría querido reconfortarla, seguir abrazándola y sentirla apoyada contra él, confiando en él, necesitándolo. Se dijo que era un tonto por pensar así, y la alzó en brazos.
Ella empezó a protestar, pero se sintió aliviada al poder descansar los pies.
—Debo de pesar una tonelada.
—Eso esperaba, pero la verdad es que no.
Ella se echó a reír, a pesar de lo exhausta que estaba.
—Eres todo un galán, Kevin.
Él sintió que su incomodidad se iba desvaneciendo mientras la llevaba al dormitorio.
—No suelo flirtear con mujeres embarazadas.
—No te preocupes, te has redimido al salvar a esta de una tormenta de nieve . — Con los ojos cerrados, sintió que la dejaba sobre una cama. Quizás no fuera más que un colchón y una sábana arrugada, pero se sintió en el paraíso.
—Muchas gracias.
—Estás diciendo eso cada cinco minutos —la cubrió con un edredón que había visto tiempos mejores, y añadió—: Si de verdad quieres darme las gracias, duérmete y no te pongas de parto.
—Vale. ¿Kevin…?
—¿Qué?
—¿Seguirás comprobando si ha vuelto la línea del teléfono?
—Sí —ella estaba casi dormida, y él sintió una punzada de culpabilidad por presionarla estando tan vulnerable, ya que en ese momento no parecía capaz ni de espantar a una mosca, pero aun así no pudo evitar preguntarle :
—¿Quieres que llame a alguien por ti?, ¿a tu marido tal vez?
Ella abrió los ojos. Aunque estaban nublados de cansancio, lo miró con expresión seria y él se dio cuenta de que aún seguía más que alerta.
—No estoy casada ni tengo familia. —dijo ella con claridad. —No hay nadie a quien llamar.
En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada… como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Kevin.Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la nie
Se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios diferentes, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar. Entonces lo recordó todo…Kevin Braxton , la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse. Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todos y a salvo. Pero el bebé que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, asíque se levantó y
La vio apretar las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.—No tengo por qué contarte nada.—Tienes razón.Kevin siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción que ella le provocaba, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:—Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que confieses de una vez.Él era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella.Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.—¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.Él había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritarlez porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su aso
El sabía que debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Liberó una maldición, porque sabía que de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, sus problemas habían pasado a ser asunto suyo. —¿Tienes dinero? —Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al bebé. Él vsabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras intentaba convercerse de no interferir. —Quiero pintarte —dijo con tono brusco—. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida. —No puedo aceptar tu dinero. —¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado. —No he querido decir eso —dijo ella, sonrojada de vergüenza. Él hizo un gesto con la mano, como si aquello careciera
—Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida —añadió él.Los dedos de Kevin le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Ella se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.—Estoy un poco cansada —dijo, mientras intentaba mantener la voz firme—.Creo que me iré a dormir.Kevin no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.—Buenas noches, señor Braxton.—Buenas noches.Él se qued
—Tienes un rostro completamente femenino —dijo él, más para sí que para ella—. Atrayente a la vez que sereno, y suave a pesar de la forma pronunciada de los pómulos. Tus rasgos no son amenazadores, pero resultan increíblemente impactantes. Esto invita al sexo —dijo, mientras su dedo recorría con naturalidad su labio inferior—, pero tus ojos prometen amor y devoción. Y el hecho de que estés madura…—¿Madura? —dijo ella, riendo. Sus manos, que había apretado con fuerza en su regazo cuando él había empezado a hablar, se relajaron un poco.—Me refiero a tu embarazo, que aumenta aún más la fascinación que despiertas. Una mujer en estado refleja una promesa, una plenitud, y a pesar de la educación y del progreso de hoy día, un misterio irresistible. Igual que un ángel.—¿Qué quieres decir?Él empezó a hacer pruebas con su pelo, se lo echó hacia atrás, lo apiló sobre su cabeza y finalmente lo dejó caer de nuevo.—Vemos a los ángeles como seres etéreos y místicos, por encima de los deseos y l
—¿Cuánto tiempo llevas sola?—No estoy sola —posó una mano sobre su vientre, y su sonrisa se ensanchó al sentir un movimiento. Tomó una mano de él , y la apretó contra su vientre—. ¿Sientes eso? Es increíble, ¿verdad? Aquí dentro hay alguien.Él sintió el suave movimiento bajo su mano, y se sorprendió al notar un fuerte golpe. Sin darse cuenta, se acercó aún más.—Eso ha parecido un puñetazo, es como si estuviera luchando por salir —conocía perfectamente bien aquella sensación de impaciencia, la frustración al sentirse atrapado en un mundo mientrasse anhelaba estar en otro—. ¿Qué sientes tú?—Me siento viva —riendo, ella colocó las manos sobre las suyas—. En Dallas me pusieron un monitor, y pude oír el latido de su corazón. Sonaba rápido,impaciente, y fue lo más maravilloso del mundo. Creo…En ese momento, se dio cuenta de que él tenía la vista fija en ella. Sus manos seguían unidas y sus cuerpos se rozaban, y mientras la vida que llevaba en su interior le daba otra patada, sintió que
—¿Te refieres a si veo algo que hiera mi vanidad? No te preocupes por eso, no soy presumida.—Todas las mujeres hermosas son presumidas, es normal.—Una persona sólo es presumida si le importa su apariencia.Entonces fue él quien se echó a reír, aunque con cinismo. Dejó el pincel, y dijo con incredulidad:—¿Me estás diciendo que a ti te trae sin cuidado tu aspecto físico?—No he hecho nada para ganármelo, ¿no? Fue un accidente del destino, o un golpe de suerte. Si fuera increíblemente inteligente o tuviera talento para algo, supongo que me molestaría mi apariencia, porque la gente no suele ver nada más allá —se encogió de hombros, y volvió a colocarse en la pose perfecta—, pero como no tengo nada más, he aprendido a aceptar que mi imagen es… no sé, una especie de regalo que suple otras carencias.—¿Cambiarías tu belleza por algo?—Por un montón de cosas, pero si cambiara una cosa por otra tampoco me la habría ganado, así que seguiría sin tener importancia. ¿Puedo preguntarte algo?—S