—Pareces agotada —comentó Amanda al entrar en la casa. —A Michael le están saliendo los dientes —la excusa era lo suficientemente válida, aunque el nerviosismo del niño no era lo único que mantenía a Laurent despierta—. Lleva durmiendo diez minutos, con un poco de suerte no se despertará por lo menos en una hora. —Entonces, ¿por qué no estás acostada? Amanda entró en el salón, y ella la siguió. —Porque me has llamado para decirme que venías. —Vaya, es verdad —Amanda esbozó una sonrisa, se sentó y dejó su bolso encima de la mesa—. No te entretendré demasiado. ¿Kevin no está? —No, me ha dicho que tenía que salir a hacer algo —Laurent se sentó en una butaca frente a su suegra, y apoyó la cabeza en el respaldo. A veces, los pequeños placeres parecían un regalo divino—. ¿Quieres algo para beber?, ¿un café? —Por tu aspecto, me sorprendería que pudieras levantarte de esa butaca. No, no quiero nada. ¿Cómo está Kevin? —Tan cansado como yo, ninguno de los dos hemos podido descansar dema
Kevin permaneció callado durante tanto tiempo, que Laurent estuvo a punto de decirle que se olvidara del asunto, que no tenía importancia; sin embargo, tenía demasiada. Estaba segura de que la muerte de su hermano había sido lo que le había impulsado a irse a Colorado, y lo que le impedía, incluso en ese momento, organizar una exposición con sus obras.—Kev —dijo, al posar una mano sobre su brazo—: Me pediste que me casara contigo para poder hacerte cargo de mis problemas. Querías que confiara en ti y lo hice, pero hasta que tú hagas lo mismo, seguiremos siendo como desconocidos.—Tú y yo dejamos de ser desconocidos desde el primer momento en que nos vimos, Laurent. Te habría pedido que te casaras conmigo aunque no hubieras tenido ningún problema.Ella se quedó muda de sorpresa, y sintió una punzada de esperanza.—¿Lo dices en serio?Kevin se puso al bebé contra el hombro.—No siempre digo todo lo que quiero, pero siempre hablo en serio —cuando Michael empezó a gimotear, se levantó pa
—Sí, es verdad —dijo él, divertido. Aunque ella hubiera hecho las maletas, no habría llegado ni al recibidor—. Entonces, ¿qué problema hay?—No hay ningún problema.—Preferiría no tener que preguntárselo a Marion.—Lo mismo digo —Laurent levantó la barbilla, y le dijo con voz firme—: Kevin, no insistas. Y no me presiones.—Vaya, vaya —le puso las manos en los hombros, y a continuación hizo un gesto afirmativo con la cabeza—. He visto muy pocas veces esa expresión en tu cara, y siempre me despierta un deseo incontenible de tumbarte en el suelo y hacer el amor contigo apasionadamente —al ver que ella se ruborizaba, se echó a reír y la abrazó con fuerza.—No te rías de mí — ella quiso apartarte de él, pero él no se lo permitió.—Lo siento. No me estaba riendo de ti, sino de la situación —pensó que a lo.mejor debería mostrar algo más de delicadeza, pero rechazó la idea—. ¿Es que tienes ganas de pelea?—Ahora no.—Si no puedes mentir mejor, vas a tener que mantenerte alejada de las partida
—Quiero enseñarte algo, y después podrías dormir una siesta mientras Michael y yo jugamos —dijo él, mientras le acariciaba la mandíbula con el pulgar.Con ella ,había descubierto que el olor del jabón y los polvos de talco podía ser excitante—Cuando hayas descansado, podremos tener nuestra propia celebración privada.—Ahora mismo me voy a dormir.Kevin se echó a reír, y la agarró del brazo antes de que pudiera empezar a subir las escaleras.—Antes, quiero que veas una cosa.—Vale, estoy demasiado débil para ponerme a discutir.—Lo tendré en cuenta para después —con un brazo alrededor de Laurent y el niño en el otro, fue hacia el salón.No era la primera vez que ella veía aquel cuadro; de hecho, había presenciado desde la primera pincelada hasta la última de su creación. Sin embargo, parecía diferente allí, colgado encima de la chimenea. En la galería, lo había visto como una hermosa obra de arte, como algo que podrían contemplar los estudiantes de arte y los coleccionistas, como algo
—Maldita nieve...Kevin redujo a segunda, aminoró la velocidad del todoterreno a veinticuatro kilómetros por hora, soltó un juramento y forzó la vista al máximo; sin embargo, lo único que podía verse más allá del frenético vaivén de los limpiaparabrisas era una pared blanca. Aquella no era una ventisca invernal de cuento de hadas, y los copos de nieve que caían parecían tan grandes y amenazadores como un puño.Sería inútil pararse a esperar a que la tormenta escampara, se dijo mientras tomaba la siguiente curva lentamente. Después de seis meses conocía a la perfección aquella angosta y serpenteante carretera y podía conducir por ella casi con los ojos cerrados, así que podía considerarse afortunado, pero un recién llegado se habría encontrado indefenso. Incluso con aquella ventaja, tenía los hombros y la parte posterior del cuello completamente tensos. Las nevadas en Colorado podían ser tan peligrosas en primavera como en pleno invierno, y durar una hora o un día; además, aquella habí
—De verdad que siento causarle tantos problemas, y le agradezco muchísimo que quiera ayudarme —empezó a decir Laurent.— Si puedo llamar desde su casa y conseguir que venga alguien a remolcar mi coche, a lo mejor arreglaremos esto rápidamente.Kevin no oyó ni una palabra de lo que le estaba diciendo, incapaz de apartar la vista del bulto cubierto por su abrigo oscuro.—¿Está segura de que está bien?, no sabía que estaba… ¿necesita un médico?—No, no hay problema —su rostro, que había recuperado el color gracias al frío, se iluminó con una amplia sonrisa—. El niño está perfectamente, aunque por las patadas que me está dando, yo diría que se ha molestado un poco con todo este revuelo. No hemos chocado con la valla, más bien nos hemos deslizado contra ella, así que apenas hemos notado el impacto.—Puede que haya… —sin saber demasiado bien cómo seguir, Kevin optó por decir: Que la sacudida le haya… dañado algo.—Estoy bien —repitió ella—. Tenía puesto el cinturón de seguridad, y la nieve
Se volvió cuando sintió que la puerta de la cabaña se abría, y vio que Kevin dejaba un montón de bolsas apiladas en el suelo antes de quitarse el abrigo y colgarlo en una percha que había junto a la entrada.Estaba tan delgado como había supuesto por su cara, y aunque debía de medir poco menos de un metro ochenta, gracias a su complexión fuerte y poderosa parecía mucho más alto. Mientras veía cómo se sacudía la nieve de las botas, pensó que tenía más pinta de boxeador que de artista, que aquel hombre parecía encajar mejor al aire libre que en suntuosas mansiones.A pesar de la ascendencia aristocrática que sabía que él tenía, la ropa de franela y pana que llevaba conjuntaba a la perfección con aquella rústica cabaña. Ella provenía de un ambiente mucho más modesto, y sin embargo se sentía fuera de lugar en su voluminoso jersey de punto irlandés y su falda de lana hecha a medida.—Kevin Braxton —dijo, mientras señalaba con un gesto las paredes—. El golpe debe de haberme dejado confundid
Laurent siempre prefería buscar el lado bueno de las cosas cuando no le quedaba otro remedio, así que le dio vueltas a la idea de que a lo mejor la tormenta había sido una bendición. Nadie podría seguirle la pista con aquel tiempo, y dudaba que a alguien se le pasara por la cabeza buscarla en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas. Allí podía sentirse más o menos segura, y decidió aferrarse a ello.Oyó que el se movía en la habitación de al lado, el ruido de sus pasos en el suelo de madera, y el sonido de un tronco en la chimenea. Después de tantos meses de soledad, incluso el mero sonido de otro ser humano la reconfortaba.—Señor Braxton… ¿Kevin? —se asomó por la puerta, y lo vio colocando bien la pantalla protectora que había delante del fuego—. ¿Podrías despejar una mesa?—¿Para qué?—Para que podamos comer… sentados.—Ah, sí.Ella volvió a meterse en la cocina, mientras él intentaba pensar en lo que iba a hacer con las pinturas, los pinceles y demás objetos que cubrí