En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada… como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Kevin.
Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.
Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.
Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la niebla empezó a oscurecerse hasta convertirse en un gris oscuro y amenazador. El aire perdió toda calidez, y el frío la golpeó y la heló hasta los huesos.
El llanto parecía venir de todas partes y de ninguna, el eco reverberaba a su alrededor mientras buscaba frenética al niño. Jadeante, intentando respirar, luchó por avanzar entre aquella niebla que iba envolviéndola y espesándose.
El llanto se fue haciendo más fuerte, más desesperado, y Laurent sintió que el corazón le martilleaba en el pecho, que su respiración se volvía entrecortada y que sus manos temblaban.
Entonces vio la hermosa cuna blanca, con encajes rosados y volantes color azul, y sintió un alivio tan grande que le flaquearon las rodillas.
—No pasa nada —murmuró al levantar al bebé en sus brazos—. No pasa nada, estoy aquí.
Laurent sintió el cálido aliento del pequeño en su mejilla, el peso en sus brazos mientras lo acunaba y lo arrullaba. La rodeó el dulce aroma de los polvos de talco mientras lo mecía, murmurando y calmándolo, y empezó a apartar la mantita que ocultaba el pequeño rostro.
Y de repente, descubrió que lo único que sostenía en sus brazos era una manta vacía.
Kevin estaba sentado en la mesa donde habían comido, esbozando la cara de Laurent y pensando en ella, cuando la oyó gritar. El sonido fue tan desgarrado, tan cargado de desesperación, que rompió el lápiz en dos antes de levantarse de un salto y salir corriendo hacia el dormitorio.
—Oye, ya está —la tomó por los hombros sin saber qué hacer, pero cuando ella empezó a sacudirse con fuerza, tuvo que luchar por controlar su propio pánico.
—Tranquila, ¿te duele algo?, ¿es el niño?, por favor, dime lo que pasa.
—¡Me han quitado a mi hijo! —su voz rebosaba histeria, pero entrelazada con furia—. ¡Ayúdame!, ¡me han quitado a mi hijo!
—Nadie te ha quitado a tu hijo —ella seguía luchando contra él con una fuerza sorprendente, y de forma instintiva la rodeó con los brazos.
—. Ha sido un sueño, tu hijo está bien, mira —la agarró por la muñeca, donde el pulso latía desbocado, y la obligó a poner la mano sobre su vientre—. Los dos estáis a salvo, relájate antes de que te hagas daño.
Cuando sintió la vida que latía bajo su mano, ella se derrumbó contra él. Su bebé estaba seguro en su interior, donde nadie podía tocarlo.
—Lo siento, he tenido una pesadilla.
—No pasa nada —sin ser consciente de ello, él empezó a acariciarle el cabello, a acunarla como ella había hecho con el niño de sus sueños, a mecerla con ternura en un movimiento ancestral de consuelo.
—Haznos un favor a los dos, y tranquilízate.
Ella asintió, sintiéndose protegida y abrigada, algo que había experimentado en escasas ocasiones a lo largo de sus veinticinco años de vida.
—Estoy bien, de verdad. Supongo que es el trauma del accidente.
Él se apartó de ella, enfadado consigo mismo al darse cuenta de que quería continuar abrazándola, amparándola. Cuando ella le había pedido ayuda, había sabido que haría lo que fuera por protegerla, aunque no había entendido por qué. Era como si hubiera estado inmerso en su propio sueño, o como si de alguna forma hubiera entrado a formar parte del de ella.
En el exterior seguía cayendo una cortina de nieve, y la única luz en el dormitorio era la que entraba desde la sala de estar. Era tenue y ligeramente amarillenta, pero aun así podía ver a Laurent con claridad, y sabía que ella también podía verlo. Quería respuestas, y las quería en ese mismo momento.
—No me mientas. En circunstancias normales no me metería en tus asuntos personales, pero sólo Dios sabe por cuánto tiempo vas a tener que estar bajo mi techo.
—No te estoy mintiendo —dijo ella, con voz tan calmada y firme, que habría sido muy fácil creerle—. Perdona si te he alarmado.
—¿De quién estás huyendo, hmm?
Ella se quedó mirándolo con aquellos enormes ojos azules sin decir palabra. Él se levantó de golpe y empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación, pero ella permaneció inalterable; sin embargo, cuando él volvió a sentarse en la cama con un gesto brusco y le tomó la barbilla, ella se quedó tan inmóvil que él habría jurado que por unos segundos había dejado de respirar. Aunque la idea era ridícula, tuvo la sensación de que estaba preparándose para recibir un golpe.
—Sé que tienes algún problema, y quiero saber cuan grave que es. ¿Quién te persigue, y por qué?
Ella permaneció muda, pero movió una mano instintivamente para proteger al bebé que llevaba en su seno. Como era obvio que el bebé era la clave del asunto, éll decidió empezar por allí.
—Tu hijo tiene un padre —dijo con lentitud—. ¿Estás escapando de él?
Ella negó con la cabeza.
—Entonces, ¿de quién?
—Es algo complicado.
Él enarcó una ceja, y señaló con la cabeza hacia la ventana.
—Tenemos un montón de tiempo. Si el clima sigue así, puede que pase una mana hasta que vuelvan a abrirse las carreteras.
—Me iré en cuanto esté despejado. Cuanto menos sepas, mejor será para los dos.
—No me vengas con esas —Gabe permaneció unos segundos en silencio, mientras intentaba aclararse las ideas—. Creo que el bebé es muy importante para ti.
—No hay nada que sea o pueda serlo más.
—¿Crees que la ansiedad que llevas encima es buena para él?
Él vio el instantáneo brillo de dolor en sus ojos, la preocupación, y la forma casi imperceptible en que pareció cerrarse en sí misma.
—Algunas cosas no pueden cambiarse —Laura respiró hondo, y añadió:
—La verdad es que tienes derecho a preguntarme.
—Pero tú no piensas responderme, ¿verdad?
—No te conozco de nada, pero no tengo más remedio que confiar en ti hasta cierto punto, y sólo puedo pedirte que tú hagas lo mismo conmigo.
Él apartó la mano de su barbilla y dijo:
—¿Cómo sé que puedo hacerlo?
Laura apretó los labios, consciente de que él tenía razón; sin embargo, estar en lo cierto a veces no bastaba.
—No he cometido ningún crimen, y no me persigue la policía. No tengo familia, ni marido que me busque. ¿Te parece suficiente?
—No. Lo aceptaré por esta noche porque tienes que dormir, pero hablaremos por la mañana.
Era un respiro… uno corto, pero Laura había aprendido a agradecer los pequeños regalos de la vida. Asintió y esperó a que él saliera de la habitación, y cuando la puerta se cerró tras él y la envolvió la oscuridad, volvió a tumbarse en la cama. Sin embargo, tardó mucho, mucho tiempo en poder volver a quedarse dormida.
Se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios diferentes, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar. Entonces lo recordó todo…Kevin Braxton , la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse. Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todos y a salvo. Pero el bebé que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, asíque se levantó y
La vio apretar las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.—No tengo por qué contarte nada.—Tienes razón.Kevin siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción que ella le provocaba, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:—Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que confieses de una vez.Él era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella.Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.—¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.Él había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritarlez porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su aso
El sabía que debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Liberó una maldición, porque sabía que de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, sus problemas habían pasado a ser asunto suyo. —¿Tienes dinero? —Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al bebé. Él vsabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras intentaba convercerse de no interferir. —Quiero pintarte —dijo con tono brusco—. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida. —No puedo aceptar tu dinero. —¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado. —No he querido decir eso —dijo ella, sonrojada de vergüenza. Él hizo un gesto con la mano, como si aquello careciera
—Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida —añadió él.Los dedos de Kevin le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Ella se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.—Estoy un poco cansada —dijo, mientras intentaba mantener la voz firme—.Creo que me iré a dormir.Kevin no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.—Buenas noches, señor Braxton.—Buenas noches.Él se qued
—Tienes un rostro completamente femenino —dijo él, más para sí que para ella—. Atrayente a la vez que sereno, y suave a pesar de la forma pronunciada de los pómulos. Tus rasgos no son amenazadores, pero resultan increíblemente impactantes. Esto invita al sexo —dijo, mientras su dedo recorría con naturalidad su labio inferior—, pero tus ojos prometen amor y devoción. Y el hecho de que estés madura…—¿Madura? —dijo ella, riendo. Sus manos, que había apretado con fuerza en su regazo cuando él había empezado a hablar, se relajaron un poco.—Me refiero a tu embarazo, que aumenta aún más la fascinación que despiertas. Una mujer en estado refleja una promesa, una plenitud, y a pesar de la educación y del progreso de hoy día, un misterio irresistible. Igual que un ángel.—¿Qué quieres decir?Él empezó a hacer pruebas con su pelo, se lo echó hacia atrás, lo apiló sobre su cabeza y finalmente lo dejó caer de nuevo.—Vemos a los ángeles como seres etéreos y místicos, por encima de los deseos y l
—¿Cuánto tiempo llevas sola?—No estoy sola —posó una mano sobre su vientre, y su sonrisa se ensanchó al sentir un movimiento. Tomó una mano de él , y la apretó contra su vientre—. ¿Sientes eso? Es increíble, ¿verdad? Aquí dentro hay alguien.Él sintió el suave movimiento bajo su mano, y se sorprendió al notar un fuerte golpe. Sin darse cuenta, se acercó aún más.—Eso ha parecido un puñetazo, es como si estuviera luchando por salir —conocía perfectamente bien aquella sensación de impaciencia, la frustración al sentirse atrapado en un mundo mientrasse anhelaba estar en otro—. ¿Qué sientes tú?—Me siento viva —riendo, ella colocó las manos sobre las suyas—. En Dallas me pusieron un monitor, y pude oír el latido de su corazón. Sonaba rápido,impaciente, y fue lo más maravilloso del mundo. Creo…En ese momento, se dio cuenta de que él tenía la vista fija en ella. Sus manos seguían unidas y sus cuerpos se rozaban, y mientras la vida que llevaba en su interior le daba otra patada, sintió que
—¿Te refieres a si veo algo que hiera mi vanidad? No te preocupes por eso, no soy presumida.—Todas las mujeres hermosas son presumidas, es normal.—Una persona sólo es presumida si le importa su apariencia.Entonces fue él quien se echó a reír, aunque con cinismo. Dejó el pincel, y dijo con incredulidad:—¿Me estás diciendo que a ti te trae sin cuidado tu aspecto físico?—No he hecho nada para ganármelo, ¿no? Fue un accidente del destino, o un golpe de suerte. Si fuera increíblemente inteligente o tuviera talento para algo, supongo que me molestaría mi apariencia, porque la gente no suele ver nada más allá —se encogió de hombros, y volvió a colocarse en la pose perfecta—, pero como no tengo nada más, he aprendido a aceptar que mi imagen es… no sé, una especie de regalo que suple otras carencias.—¿Cambiarías tu belleza por algo?—Por un montón de cosas, pero si cambiara una cosa por otra tampoco me la habría ganado, así que seguiría sin tener importancia. ¿Puedo preguntarte algo?—S
Permitir aquello era una locura, y desearlo aún peor, pero incluso antes de que la boca de él se posara sobre la suya, Laurent sintió que se rendía.Hizo acopio de valor, preguntándose adónde iba a conducirles todo aquello.Su primer y único pensamiento cuando la boca de él se posó sobre la suya fue que parecía el primer beso de toda su vida. Nadie la había besado así. Había experimentado pasión, el rápido y casi doloroso deseo derivado del frenesí ardiente; había experimentado exigencias que había podido satisfacer, y otras que no; había experimentado el deseo hambriento y la furia que un hombre podía sentir por una mujer, pero jamás había experimentado, ni siquiera había podido imaginar, aquel tipo de devoción.Y sin embargo, a pesar de todo, intuía en él necesidades más desenfrenadas firmemente reprimidas, que hacían que aquel abrazo fuera más excitante, más avasallador que ningún otro. Las manos de Kevin estaban enterradas en su pelo,explorando, acariciando, mientrassuslabiosse m