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Una decisión de fuego

 

 

Emperatriz se encontraba en estado de shock al escuchar las palabras frías y superficiales de su madre. La propuesta de Maruja le generó un horror aún mayor que la situación misma. Miguel, igualmente atónito, no podía creer la falta de consideración de su esposa hacia su propia hija.

 

—¡Maruja, por favor! ¿Te estás escuchando? ¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? Estoy consternado y me siento mal desde que Rogelio me hizo esa propuesta, y tú lo tomas como algo normal, sin pensar en lo que siente nuestra hija.

 

Con lágrimas en los ojos, Emperatriz interrumpió:

 

—Te desconozco, mamá. No puedo creer que, siendo mi madre, no te importe vender a tu propia hija. Eso es lo que pretende ese hombre: comprarme a cambio de pagar las dos hipotecas. Me parece una acción ruin y descarada.

 

—¿Y tú, papá, qué le dijiste? Por favor, háblame.

 

—Por supuesto que no acepté; eso sería aberrante.

 

Maruja, sin inmutarse, contestó:

 

—Por favor, dejen de lado los sentimentalismos. ¿No ven que es una buena oportunidad para salir de esta bancarrota en la que tú mismo nos has metido, Miguel? Además, ¿para qué sirve el divorcio? Sería fácil separarte de él o irte lejos una vez que tengamos nuestro prestigio y estabilidad económica asegurados. Rogelio es un hombre joven, atractivo y dueño de varias propiedades que podrían ser tuyas, Emperatriz. No seas egoísta; piensa en nosotros, que te hemos dado todo y ahora es justo que retribuyas ese amor dándonos la vida que merecemos.

 

—No puedo escuchar lo que estás diciendo, mamá. Es realmente aberrante. ¿Cómo me voy a casar con un hombre que apenas conozco? Estoy enamorada de Guillermo, él es el amor de mi vida y hemos planeado casarnos cuando me gradúe de enfermera, lo cual será en unos meses. No puedo casarme con otro mientras amo a alguien más.

 

—Definitivamente eres igual a tu padre; no piensas antes de actuar. Ese tal Guillermo no tiene nada que ofrecerte. Es un ingeniero sin trabajo fijo y sin aspiraciones. Se necesita dinero para mantener el nivel de vida al que estás acostumbrada, y eso no te lo va a dar Guillermo. ¿Me entiendes?

 

Miguel, angustiado, escuchaba la discusión entre su esposa e hija, sintiéndose impotente. Lo que más le dolía era el sufrimiento de Emperatriz, y sabía que todo era consecuencia de su irresponsabilidad al haber perdido el patrimonio familiar. De repente, un fuerte dolor en el pecho lo hizo caer al suelo, ante las miradas horrorizadas de ambas mujeres, que dejaron de discutir para auxiliarlo.

 

—¡Papá! ¡Papá! Por Dios, ¿qué tienes? ¡Mamá, llama a una ambulancia, mi papá se está muriendo!

 

Maruja salió corriendo a llamar al número de emergencias.

 

Dos horas después...

 

Miguel había sido trasladado a una clínica privada. Cuando Maruja y Emperatriz fueron a verificar el estado del seguro médico, el personal les informó:

 

—Señora, la clave del seguro ha sido negada. ¿Tiene alguna otra forma de pago?

 

—¿Cómo que ha sido negada? Eso no puede ser. Es un seguro que cubre no solo el ingreso de emergencia, sino también la hospitalización de mi esposo. Debe haber un error; no puede ser que mi esposo no tenga seguro.

 

—Lo siento, señora Cimarro, pero la clave ha sido negada por falta de pago. Tienen una deuda considerable con el seguro y, por lo tanto, no pueden aprobar el ingreso. ¿Cuál sería su método de pago?

 

Maruja y Emperatriz se miraron aterradas, conscientes de que no tenían recursos económicos.

 

—¿Mamá, y ahora qué vamos a hacer? —preguntó Emperatriz con angustia.

 

Maruja, llena de resentimiento hacia su esposo por haberlas llevado a esta situación, respondió:

 

—No sé qué decirte. Si no pagamos el ingreso, corremos el riesgo de que lo saquen y quedarnos aún más endeudadas.

 

En ese momento, el médico que atendía a Miguel se acercó a ellas.

 

—Señora Cimarro, tengo noticias sobre su esposo.

 

—¿Cómo está mi marido? ¿Qué tiene?

 

—Su esposo ha sufrido un infarto y necesita una operación de emergencia para colocarle un marcapasos. De lo contrario, su vida corre peligro.

 

Emperatriz y Maruja se quedaron consternadas. La situación se complicaba aún más. No solo estaban al borde de la ruina, sino que también la vida de Miguel pendía de un hilo.

 

Maruja, aprovechando la emergencia, dijo:

 

—Emperatriz, llorar no salvará a tu padre. Hay algo que puedes hacer por él que sí podría salvarlo y sacarnos de esta miseria: casarte con Rogelio Salinas.

 

Emperatriz, llena de horror, no podía creer lo que escuchaba. No quería casarse con un hombre que no conocía, y su corazón pertenecía a otro.

 

—Por Dios, mamá, no es justo. No quiero casarme con Rogelio.

 

—¿Entonces qué prefieres? ¿Que tu padre se muera? La única que puede salvarlo eres tú. Si a tu padre le pasa algo, vivirás con ese remordimiento toda tu vida. El doctor lo acaba de decir, y además tenemos la deuda de esta clínica porque tu padre no tuvo la precaución de seguir pagando el seguro médico.

 

Emperatriz, con lágrimas en el rostro, se quedó pensativa. Sabía que la decisión que debía tomar era crucial...

 

 

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