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El dolor de la traición

Maruja, al notar que el joven se mostraba cada vez más alterado, le dijo con firmeza para evitar que Rogelio se diera cuenta de la situación:

 

—      Por favor, basta, no te permito hacer una escena aquí en la clínica. Lo mejor es que te retires de inmediato.

 

—      Con todo respeto, señora Maruja, no me moveré de aquí hasta que Emperatriz me explique con sus propias palabras qué está sucediendo. Por favor, dime: ¿es cierto lo que acaba de decir tu madre?

 

 

Emperatriz permaneció en silencio, mientras Guillermo, incapaz de soportar la incertidumbre y la impotencia, exclamó:

 

—      Si no piensas decírmelo tú, me imagino que este señor podrá darme una explicación, y en este momento lo voy a confrontar.

 

—      ¡No, Guillermo, por favor! No es necesario que hables con el señor Rogelio. Estoy dispuesta a decirte toda la verdad.

 

 

Guillermo, lleno de rabia y dolor, con los ojos rojos y llenos de lágrimas, le exigió:

 

—      ¡Habla! ¡Dime la verdad de una vez!

 

Emperatriz, armándose de valor, le respondió entre sollozos:

 

—      Está bien, Guillermo… te diré la verdad. Es cierto, me voy a casar con Rogelio Salinas.

 

Guillermo se quedó impactado. Esta vez, era Emperatriz quien se lo decía, y no podía creer que esto estuviera sucediendo. Habían compartido años juntos desde la adolescencia y siempre habían soñado con formar una familia. Ahora, todos sus sueños parecían desvanecerse, y no entendía por qué Emperatriz había tomado esa decisión.

 

Con lágrimas en el rostro, Guillermo le preguntó:

 

—      ¿Por qué, Emperatriz? ¿Por qué me haces esto?

 

—      Lo siento mucho, pero debo casarme con el señor Rogelio Salinas. Es la única forma de salvar la vida de mi padre. Sabes bien nuestra situación económica; no tenemos dinero para pagar la deuda de la clínica, y mi padre está siendo operado de emergencia, gracias a que el señor Rogelio ha cubierto los costos.

 

 

—      ¿Estás diciendo que te casas con ese hombre por dinero? ¿Es eso lo que estás tratando de decirme, Emperatriz? No puedo creerlo, te estás vendiendo como una vulgar…

 

Emperatriz, llena de dolor y cansancio por todo lo que estaba viviendo, lo interrumpió, mirándolo fijamente:

 

—      ¡Cállate! No te atrevas a ofenderme. Las cosas no son como las ves. Sabes quién soy y cuáles son mis valores. Estoy haciendo esto porque la vida de mi padre es lo más importante, y no voy a permitir que muera sin intentar salvarlo.

 

—      Pero, por favor, Emperatriz, ¿no te das cuenta de que lo que estás haciendo es prostituirte?

 

 

Rogelio, al observar la tensión, se acercó a Emperatriz y le preguntó con tono autoritario:

 

—      ¿Qué sucede, Emperatriz? ¿Este joven te está molestando?

 

—      Todo está bien, señor Salinas. De hecho, el joven se iba, ¿verdad? —dijo ella, mirando a Guillermo con la esperanza de que se calmara. Sin embargo, Guillermo, lleno de rabia, se volvió hacia Rogelio y le respondió con desafío:

 

 

—      Sí, hay un problema, señor. Soy el prometido de Emperatriz, y pronto nos casaremos.

 

—      No me importa quién eres o quién fuiste en la vida de Emperatriz. Debes entender que yo soy el hombre con el que ella se va a casar. Te invito a que te retires de la clínica y no vuelvas a molestarla, porque a partir de este momento, ella me pertenece por completo. ¿Me entiendes o debo explicártelo de otra manera?

 

 

Guillermo lo miraba fijamente, deseando confrontarlo. Cuando intentó acercarse para golpearlo, los guardaespaldas de Rogelio se interpusieron rápidamente para evitar cualquier confrontación.

 

Emperatriz, alarmada, gritó:

 

—      ¡No! Por favor, Guillermo, no lo hagas.

 

En el fondo, Emperatriz temía no solo por lo que Guillermo pudiera hacer, sino también por la reacción de Rogelio si la situación se intensificaba.

 

 

 

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