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Todo tiene un precio

El médico se dirigió a ellos con franqueza:

— Entiendo su preocupación por su padre, pero debo ser claro: no puedo realizar la operación en solitario. Puedo colaborar exonerando mis honorarios médicos, pero lamentablemente no puedo eliminar los demás gastos de la clínica. Estamos hablando de una suma considerable de dinero y, si no toman una decisión a tiempo, lamentablemente tendremos que solicitar que retiren al paciente de la clínica, asumiendo el riesgo de que su vida corra peligro en cualquier momento.

Emperatriz comenzó a llorar amargamente, exclamando entre sollozos:

— ¡No! ¡Mi papá no puede morirse! ¡No puedo aceptar esto! Por Dios, la desesperación que siento es abrumadora.

— Señor Rogelio, esta fue la razón por la que me atreví a llamarlo, por encima de mi marido. Basándome en una propuesta que usted le hizo antes de esta tragedia, deseo que lleguemos a un acuerdo. Estoy dispuesta a aceptar lo que usted disponga.

— Comprendo su angustia, señora Cimarro. Sin embargo, he discutido muchos temas con mi querido amigo Miguel y no sé a qué propuesta se refiere —respondió Rogelio, simulando ignorancia sobre el motivo de su llamada, buscando claridad sobre sus expectativas.

— Según tengo entendido, usted le propuso a mi esposo casarse con nuestra hija Emperatriz a cambio de saldar la deuda hipotecaria de la fábrica y nuestra mansión. Ahora se suma la deuda de la clínica, ya que no esperábamos que Miguel sufriera un infarto de esta magnitud. Como ya escuchó al doctor Sierralta, Miguel necesita una operación de emergencia o, de lo contrario, lo perderemos.

Al ver que Emperatriz salió corriendo, Maruja, visiblemente molesta, intentó llamarla de regreso:

— ¡Emperatriz! ¡Emperatriz! ¿A dónde vas? Por favor, regresa en este instante.

Rogelio intervino:

— Por favor, señora Cimarro, déjela tranquila un momento. Entiendo que no debe ser fácil para ella lo que acaba de escuchar, y no quiero atormentarla más de lo que ya está por la enfermedad de su padre. Así como usted debe estar preocupada por la salud de Miguel, ¿no es así?

— Por supuesto que estoy tan atormentada como mi hija Emperatriz. Esta situación ha sido una tragedia inesperada. De no ser por la vida de mi querido esposo, no sería capaz de aceptar su propuesta realizada horas antes de su infarto. Sin embargo, considerando la emergencia, debemos tomar una decisión lo más pronto posible, ¿no le parece, señor Salinas?

— Efectivamente, señora Cimarro. Debemos decidir de inmediato. En realidad, estoy interesado en casarme con Emperatriz; es una mujer fascinante y desde la primera vez que la vi, quedé impresionado por su belleza. No quiero perder más tiempo, ya que mientras más esperamos, más riesgo corre la vida de Miguel, y creo que nuestros intereses están claros.

— Perfecto, señor Rogelio. No hay más que discutir. Le entrego a mi hija Emperatriz en matrimonio a cambio de su ayuda económica.

Rogelio observó a Maruja y pensó: “Esta mujer es cínica, más peligrosa de lo que imaginaba. No le importa el dolor de su hija con tal de mantener el estatus al que Miguel la tenía acostumbrada. Sin embargo, su actitud puede serme útil para conquistar a Emperatriz”.

Una hora después, el acuerdo estaba listo. Emperatriz había aceptado forzosamente casarse con Rogelio para salvar la vida de su padre. Aún se encontraban en la sala de espera cuando notaron la presencia de un joven apuesto, de aproximadamente la misma edad que Emperatriz, vestido modestamente con un pantalón de mezclilla azul y una camisa de manga corta que parecía bastante usada. A pesar de su apariencia sencilla, se percibía que era una persona decente.

El joven se acercó a Emperatriz, quien lo abrazó fuertemente y comenzó a llorar inconsolablemente. Maruja reconoció de inmediato a Guillermo, el novio de Emperatriz. Rogelio lo observó con desdén, frunciendo el ceño.

— ¿Puede decirme quién es el joven que está al lado de Emperatriz? —preguntó Rogelio a Maruja.

Maruja, nerviosa, respondió:

— Ah, sí, se refiere al chico que acaba de llegar.

— Por supuesto que me refiero a él. ¿Acaso hay otra persona cerca de ella? No soy ingenuo, necesito saber quién es y qué está haciendo abrazando a Emperatriz.

— Por favor, señor Salinas, no se altere. Creo que el chico estudia con ella en la universidad. No lo conozco bien, pero supongo que vino a ofrecerle apoyo tras lo que ocurrió con su padre.

Maruja se acercó a Emperatriz sin saludar al joven, quien, al ver a Maruja, se levantó y le extendió la mano:

— ¿Cómo está, señora Maruja?

Ella lo miró con desprecio y, dirigiéndose a Emperatriz, preguntó:

— ¿Qué hace este joven aquí?

Guillermo se sintió incómodo ante la indiferencia de Maruja, pero se sintió intrigado por la presencia de Rogelio, quien no dejaba de observarlo.

— ¿Quién es ese hombre que no me quita la mirada desde que llegué? —preguntó Guillermo.

Maruja, sarcástica, respondió:

— Emperatriz, ¿no piensas presentarle a tu amigo quién es Rogelio Salinas?

Guillermo miró a Emperatriz, confundido. No comprendía la situación. Sabía de las dificultades económicas por las que atravesaban sus padres, pero jamás imaginó lo que Maruja pretendía hacer.

— ¿Por qué no respondes, Emperatriz? ¿Qué está pasando? ¿Quién es ese señor? —preguntó Guillermo, visiblemente preocupado.

Maruja observaba a Emperatriz con expectativa, pero ella mantenía la mirada en el suelo, evitando el contacto visual con Guillermo.

— Mi hija no tiene el valor de decirte la verdad, así que lo haré yo. Y créeme, te lo agradecerás toda la vida.

Emperatriz, angustiada, suplicó a su madre:

— ¡Mamá, por favor, cállate! No lo hagas, te lo pido.

Guillermo, desconcertado, miraba a Emperatriz, sin entender su angustia. Rogelio, desde el otro extremo de la sala, observaba la escena con interés.

— ¡Por favor, basta! No entiendo nada. Emperatriz, dime qué está pasando. Mereces darme una explicación. Solo vine tras enterarme de lo de tu padre, y jamás imaginé que encontraría esta situación.

— Te diré lo que ocurre: Emperatriz se va a casar en unos días con Rogelio Salinas.

— ¿Cómo? No comprendo. ¿Te casas pronto? Pero tenemos un compromiso. Ni siquiera te has graduado de enfermera; habíamos planeado casarnos después de graduarnos. No entiendo lo que dice tu madre.

Emperatriz, entre lágrimas, no podía articular palabra, sintiendo que la vida de su padre era más importante que su propia felicidad. Maruja, de manera fría, le dijo a Guillermo:

— No es difícil de entender. Mi hija ya no desea mantener ninguna relación contigo, porque está comprometida para casarse con Rogelio Salinas, el hombre que está sentado allá. ¿Te queda claro?

— ¿Qué está diciendo, señora Maruja? Eso no puede ser. Emperatriz es mi novia y nos vamos a casar. Díselo, Emperatriz, por Dios, no te quedes callada. Habla, di algo, lo que sea —exclamó Guillermo, con lágrimas en los ojos.

Emperatriz continuaba llorando, sintiéndose atrapada entre su deber y su amor.

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