Mi Hijo con el CEO
Mi Hijo con el CEO
Por: Aurora Love
UN CRUCERO DE LUJO

Daphne Foster

—¿Aló? —contesto la llamada del celular que suena por enésima vez. Estoy demasiado ocupada en la oficina como para prestarle atención al número de remitente que me llama, pero el timbre me tiene harta así que decido responder.

Al otro lado de la línea una señorita con voz amable me contesta.

—¿Es usted Daphne Foster?

—Sí, soy yo, ¿qué sucede? ¿quién es?

—La llamamos del banco para recordarle que el fin de mes debe cancelar la deuda de su tarjeta de crédito.

Abro los ojos como platos y llevo una mano a mi cabeza. Había olvidado por completo la fecha límite de pago en la tarjeta. Muerdo con insistencia el lápiz que tengo entre los dedos, presa del pánico.

—Ah… eh… sí, por supuesto, pagaré —tartamudeo con nerviosismo. La realidad es que no tengo para pagar esa deuda, sin embargo, en mi corazón sé que ha valido la pena cada gasto, cada centavo y cada dólar, pues todo lo había invertido en el hombre que amo con locura, el amor de mi vida, mi perfecto novio.

—Muy bien, la esperamos —finaliza la señorita con una voz tan apacible que me provoca escalofríos. Cuelgo la llamada y me arrojo dramática sobre la mesa del escritorio.

No tengo idea de cómo lo haré, pero sé que debo resolver el problema a tiempo.

Mi compañera de trabajo me mira y gira los ojos, entonces me acomodo en el asiento y trato de arreglar el desastre que tengo en la mesa, acomodo mi cabello y mis grandes lentes redondos, que son los únicos que me permiten ver; sin ellos, estoy completamente ciega.

Reviso la hora y me doy cuenta de que es momento de salir. Estoy apurada porque se supone que hoy me veré con él. Observo la foto que tengo en el escritorio y suspiro al mirarlo, es tan guapo que duele.

Recojo mis cosas y apago la computadora. Los demás compañeros también empiezan a organizar sus cosas para irse. Por lo usual, salimos juntos o los espero, pero hoy no será ese día. Me despido de ellos con la mano y una gran sonrisa, y salgo disparada hacia las concurridas calles de Nueva York.

La gran manzana se encuentra llena de luces y bullicio. Camino abriéndome paso entre la gente para poder llegar a la estación de metro. Trabajo en Queens, pero vivo hasta la isla Randall, así que todos los días debo hacer un gran trayecto de ida y vuelta hasta mi casa.

Esta vez no me dirijo allá sino a la cita que mi novio me ha puesto en Central Park. Miro mi reloj una y otra vez, pues tengo miedo de llegar tarde y decepcionarlo. No sé si mi corazón podría aguantar otro desplante amoroso. Todavía recuerdo con pesar y un nudo en mi pecho todas las veces que me han roto el corazón, sin embargo, tengo ya dos años con él y todo parece ir muy bien.

Me apresuro a tomar el tren que me llevará a la estación correspondiente. Como es usual está lleno a esta hora de la tarde, pues todo el mundo sale del trabajo, así que me meto como puedo en el vagón y me agarro muy bien del poste.

Luego de un largo rato, finalmente llego a mi destino y me bajo corriendo para salir a central Park.

La brisa fresca y los árboles que adornan el bellísimo lugar me dan una gran paz. Suspiro y reviso mi reloj, todavía estoy a tiempo, así que camino un rato por el parque mirando a las personas pasear con sus parejas, o a sus perritos. Estoy agotada así que tomo asiento en una de las bancas libres y me quedo allí a esperarlo.

El tiempo pasa y mi novio no se hace presente como espero; me parece raro, pero no tanto como para preocuparme. De pronto, el clima cambia, y varias gotas de lluvia comienzan a caer. No tengo dónde refugiarme, y espero que la lluvia no sea tan fuerte, sin embargo, a medida que pasa el tiempo, se hace más fuerte. Las personas comienzan a correr para resguardarse, así que hago lo mismo y busco un lugar donde cubrirme del agua.

Ya ha pasado mucho tiempo y mi novio no se aparece, así que decido llamarlo para ver si le ha sucedido algo, pues me tiene realmente preocupada.

—Amor, ¿dónde estás? Te estoy esperando —le digo cuando me contesta la llamada.

—Ah, sí, lo siento, no iré.

Mi sonrisa se borra del rostro cuando escucho eso, ¿a qué se refiere?

—¿Qué?

—No quería hacer esto por teléfono, pero no queda otra opción. Daphne, debemos terminar.

Mi corazón late acelerado y siento que me voy a desmayar. No puede ser posible que esto me esté pasando. Siento un nudo en mi pecho y las lágrimas amenazan con inundar mis ojos.

—Pero… ¿por qué? No, por favor, no me dejes —comienzo a rogarle. Sé que soy patética, pero lo necesito, lo amo, no puedo perderlo.

—Ya no puedo continuar más con esta relación.

—No, por favor te lo pido —sollozo—, dame una oportunidad por favor. Te daré lo que quieras, ¿es porque no nos hemos acostado nunca? Déjame solucionarlo, ya estoy lista para hacerlo.

A mis veintidós años, es muy raro que sea una chica que nunca se ha acostado con nadie, pero la verdad es que todavía no había sido capaz de mostrarme así ante un hombre.

—Daphne, no…

—Por favor, amor, déjame probarte que soy digna de ti. Te daré la mejor sorpresa de tu vida. —Escucho un profundo suspiro del otro lado de la línea.

—¿Qué harás?

—Será una sorpresa, cuando esté listo te avisaré.

Cuelgo la llamada y salgo corriendo bajo la lluvia sin importar nada, no puedo perder a mi novio solo por ser una tonta mojigata. Si el quiere una noche conmigo, se la daré. Vuelvo a tomar el metro y luego cruzo el gran puente que conecta a la isla con Manhattan.

La isla Randall tiene a penas habitantes, así que casi todos se conocen en este lugar. Es bastante tranquilo a diferencia del resto de la ciudad. La lluvia ya ha cesado, sin embargo, estoy empapada y comienzo a estornudar como loca.

Siento como la nariz se me congestiona y los ojos se enrojecen. No puede ser que justo ahora pesque un desgraciado resfriado. No importa, nada me detendrá.

En mi pequeña casa solo vivo con mi tío, mi hermana mayor y su esposo; o sea mi cuñado. Todos vivimos apretujados en nuestra humilde morada. Nos faltan muchos lujos y comodidades, mas, somos una familia sencilla y en relativos términos, feliz.

Entro a la casa y me voy directo a mi habitación. Veo a mi tío mirar la tele con una lata de cerveza en la mano. Está escuchando una noticia sobre un nuevo proyecto de construcción que se llevará a cabo en la isla, sin embargo, no le presto demasiada atención, y cierro la puerta con seguro. Me arrojo al colchón y dejo que las lágrimas broten sin control. No puede ser que mi novio quiera dejarme.

Busco en el cajón de mi cómoda unas pastillas para el resfriado, no puedo estar así si quiero recuperarlo. Me tomo un par entre estornudos y me vuelvo a arrojar pensando cómo podría planear la velada perfecta para los dos. Si voy a perder mi castidad con él, debe ser la noche más especial de todas.

De pronto una idea cruza mi mente: un crucero de lujo todo pago por dos noches.

Me siento en la cama con los ánimos renovados, es seguro que eso reconquistará su amor sin lugar a dudas. El problema es que no tengo el dinero para hacer algo así. Tomo una almohada y me la pego en la cara, grito de frustración y vuelvo a echarme para atrás.

—Aunque, podría usar la tarjeta de emergencias.

Casi como si un diablito y un angelito se posaran cada uno en mis hombros, me debato con la idea tan arriesgada que se me ha ocurrido.

“No puedes gastarte los ahorros de toda tu vida en eso”, dice la voz del ángel.

“Pero es tu novio, harías lo que fuera por él”, refuta la voz del diablo.

¿Qué más da sacar unos cientos de dólares en un crucero? No me lo gastaría todo, de todas formas.

Me encojo de hombros y las dos voces de mi conciencia se van. Lo haré, me gastaré lo que sea necesario. Saco la tarjeta del cajón bajo llave donde la tengo escondida, y entro a internet para reservar dos noches en un crucero de lujo por el río Hudson.

Por suerte, la reservación está disponible, así que termino de presionar la tecla de aceptar con nerviosismo y ya está. De inmediato tomo el celular y le escribo un mensaje a mi novio diciéndole la dirección donde deberá estar al día siguiente para tomar el crucero.

Me quedo dormida esperando la respuesta de su mensaje.

A la mañana siguiente veo un “ok” de su parte. Su frialdad me duele; espero que todo se solucione después de este paseo increíble. Llamo al trabajo para reportarme enferma y así poder faltar, aunque no es mentira que estoy resfriada, pues la pastilla poco pudo ayudarme. Guardo mi mejor ropa y trajes reveladores en un bolso. Ya había comprado ropa interior cuando pensé que estaba lista para acostarme con él; ahora, sería muy útil.

Vuelvo a hacer mi gran recorrido hasta el otro lado de Manhattan para llegar al puerto de donde saldrá el crucero. Se supone que debo esperarlo allí antes de abordar. Me quedo todo lo que puedo en el lugar hasta que un hombre de la tripulación avisa que solo quedan cinco minutos para abordar.

“¿Dónde estás?”. Le escribo por mensaje de texto.

“Ya estoy a bordo, te estoy esperando”.

Sonrío y, como puedo; a pesar de tener los ojos rojizos y con picor debido al resfrío; subo el bolso al crucero. El tripulante del barco me da la bienvenida y me indica que debo pasar por la cubierta para llegar a donde dan la charla informativa sobre la seguridad del barco. Me dice que me apresure porque ya casi todo el mundo está reunido allí, así que salgo corriendo sin percatarme de que una persona venía caminando directo hacia mí.

Inevitablemente choco con el hombre y de alguna forma mis anteojos salen volando de mi cara, seguido del crash del cristal al romperse en pedacitos bajo el zapato del hombre.

Él me sostiene rodeándome con sus brazos para evitar mi caída. No puedo verle bien el rostro sin mis lentes, lo único que puedo percibir de él es su delicioso aroma a colonia masculina. En ese momento, fue como si todo se hubiera detenido, ¿quién es este hombre con quien he tropezado? No lo sé, pero en mi trance, de repente me siento como en una de esas películas donde la chica se tropieza con su príncipe azul.

El momento se rompe cuando el guapo hombre que me sujeta (o al menos me pareció guapo entre lo borroso que pude ver), me suelta de la nada, haciéndome a un lado.

—Tenga más cuidado. Y recoja sus lentes del suelo, podría hacer caer a alguien —dice con una voz que me hiela la sangre.

—Lo siento —me disculpo y recojo el armazón de los lentes, de los que ya no queda nada más.

Este crucero no está empezando tan bien como esperaba.

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