CAPÍTULO 3: PRISIÓN

CAPÍTULO 3: PRISIÓN

Si creía que la carceleta de la comisaría era horrible, es porque nunca había visto una verdadera prisión de cerca. Mientras el oficial me lleva hacia el complejo gris y lleno de rejas, púas y guardias con armas enormes, solo tengo unas enormes ganas de salir corriendo.

Las otras mujeres a mi alrededor parecen peligrosas y agresivas, tengo mucho miedo y solo quiero llorar hasta morirme. ¿Qué hice en la vida para merecer esto? Solo le dediqué mi amor y mi devoción al idiota de Leonardo, y lo peor de todo es que todavía me duele porque sigo queriéndolo a pesar de lo que ha sucedido.

El camino hacia mi celda es como caminar por el pasillo de uno de los infiernos de Dante. Las otras reclusas me miran como carne fresca, tendré suerte si sobrevivo una semana en este lugar.

Me asignan el número 713 y me arrojan a la celda que ya está ocupada por otra chica. No parece más grande que yo, pero puedo ver en sus ojos que ha vivido mil vidas.

—Ey, yo no pedí compañera —le grita a la guardia.

—Esto no es un resort cariño, tu celda está libre para una más, así que es mejor que se vayan conociendo —le dice la guardia y se va.

La chica me mira de arriba abajo, se acerca a mí con actitud agresiva hasta que hace un movimiento que me obliga a pegar un grito y cubrirme la cara. En ese momento ella suelta una carcajada.

—Hola, soy Rebecca Olivo, ¿y tú?

Me descubro para ver que está extendiendo su mano hacia mí.

—Isabella… Montenegro.

Resultó que Rebecca es una gran persona. Nos hicimos amigas casi al instante. Descubrí que estaba ahí por posesión de dr0gas, ya que tiene un problema de adicción; y no me equivoqué con su edad. Es a penas un año menor que yo.

Rebecca me ayudó a adaptarme y al menos logré sobrevivir las primeras dos semanas. Sin embargo, todo cambia una noche en la que siento un horrible retorcijón en el estómago. Rebecca llama a los guardias y me llevan de prisa a la enfermería.

Siento que el dolor me va a matar, me agarro el vientre con fuerza hasta que la enfermera me da una pastilla. Ni siquiera pregunto qué es. Después de un rato, regresa con unos resultados de sangre que me tomaron.

—Bueno, señora Isabella, estás embarazada, por esos los dolores.

—¡¿Qué?! —grito, sentándome en la camilla—. Eso no puede ser.

—Los resultados no mienten, pero te puedo hacer un ultrasonido si quieres. Tienes doce semanas de embarazo, o sea tres meses.

De nuevo, siento que un mareo se apodera de mi cabeza y las ganas de vomitar se abren paso en mi garganta. Tres meses… las cuentas son muy claras en mi cabeza.

Hace tres meses, antes de que todo esto pasara, Leonardo me había hecho suya una noche en que llegó borracho. Aunque, yo no diría que fue muy consensuado.

Estaba dormida y de pronto él se arrojó sobre mí, me tomó de los brazos con fuerza bruta y empezó a besarme sin control. Pensé que finalmente me estaba demostrando que me quería. Arrancó mi ropa y no me dejó moverme mientras se introducía en mí con fuerza. Esa noche me había desgarrado y sangré un poco en la cama. A la mañana siguiente cuando me vio a su lado, solo pudo insultarme. De put4 para abajo me rebajó. Dijo que me había confundido con alguien más y que lo olvidara.

Me sentí usada, violad4, esa noche. No pensé que hubiese consecuencias. Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas.

—Un hijo de Leonardo….

*

Un mes después de haberme enterado de mi embarazo, ya lo he asimilado con más calma. Mi barriga ha estado creciendo y a pesar de que es un hijo con él, nunca le diré de su existencia. Es mío, solo mío.

—Montenegro, tienes una visita.

—¿Quién es?

—Una mujer, Camila Rivera.

Mi cuerpo se tensa sin que lo pueda controlar. No quiero ver a esa mujer, pero si está aquí debe ser por algo importante. No sé por qué mi estúpido corazón sigue esperando una disculpa genuina de su parte, aunque eso no serviría de nada.

Cuando llego a la sala de visitas, ella ya está ahí sentada, con las piernas cruzadas y llevando ropa de marca y un bolso de Dior.

—Aquí estoy, ¿qué quieres? —espeto sin piedad.

—¿Todavía sigues así de alzada? Parece que un mes en la cárcel no ha sido suficiente para ti.

—¿Qué es lo que quieres Camila?

Ella pone sus manos sobre la mesa, enseñándome de nuevo el costoso anillo de compromiso que brilla en su dedo.

—Leonardo y yo nos vamos a casar, así que, como es obvio, tienes que firmarle el divorcio.

—Con gusto se lo firmaré, no quiero tener nada que ver con ese hombre, mucho menos contigo.

—Bien, porque… —Ella se detiene en seco cuando sus ojos se dirigen a mi vientre. La camisa es holgada, pero si me siento, mi abdomen se marca más—… ¿estás embarazada?

—Ese no es tu problema.

—Respóndeme perr4 inmunda, ¿estás embarazada?

Hiervo de ira al escuchar sus insultos.

—Si así fuera, ¿qué? No es tu problema.

—No me sorprendería que te hubieses acostado con algún guardia para conseguir algo —se burla exponiendo sus dientes blancos—, ¿o es que es de Leonardo? —pregunta directamente.

Me tenso, si ella se entera se lo dirá.

—Por su puesto que no, pero ese no es tu problema —respondo ocultando mi nerviosismo. No sé si ella se compra mi mentira, pero se yergue y sonríe.

—Bien, espera los papeles del divorcio, fírmalos y sal de nuestras vidas para siempre.

Antes de que se vaya, le digo:

—¿Alguna vez fuimos amigas de verdad? ¿O siempre fuiste así de falsa?

Ella voltea la cabeza de medio lado.

—Tú siempre fuiste así de ingenua.

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