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Capítulo 2 - Mi esposo de mentira

Salí hospital hasta llegar a la avenida. Esperé impaciente a un taxi libre, rápidamente para mi suerte apareció uno por la esquina, le hice seña para que frenase, pero al momento de acercarme a para abrir la puerta, alguien o algo me empujó en el hombro. No tuve tiempo de reaccionar, porque el golpe duro e inesperado me hizo trastabillar y caer de rodillas al duro cemento. Cuando levanté mi rostro completamente rojo y miré hacia el taxi para comprender qué había pasado, vi que un muchacho joven, vestido de traje se adelantó a entrar al taxi. Me observó desde su privilegio de estar dentro del vehículo con los ojos entrecerrados y una mirada celeste fulminante, ni siquiera fue capaz de disculparme por su atrevimiento.

-¡Ey!- Grité levantándome del suelo y  conmigo mi orgullo- ¡Era mío!

El joven, que todavía no se había dignado a decir nada, movió sus orbes como mares de arriba hacia abajo sobre mi cuerpo con una expresión de superioridad que me hizo hervir la sangre.

-Bajate que estoy apurada- ordené

El muy hijo de puta no dijo nada, simplemente volvió a girar sus ojos celestes de niño rico hacia adelante y largó una risita burlona. Descubrí en su pómulo un tatuaje completamente fuera de lugar con su atuendo, una daga.

Me quedé con las palabras en la boca, porque el taxi aceleró y en el momento en que la rueda chirrió contra el asfalto una explosión de agua amarronada salpicó todo mi cuerpo manchando la camisa blanca recién comprada, para impresionar en la entrevista y todo mi rostro que estaba perfectamente maquillado.

Quizás fue un poco por estar cegada por la cólera de que ese insolente me haya pasado por encima de esa manera, que saqué mi celular y marqué el número de la tarjeta de esa mujer.

-¡Hola! ¿Si? Habla Carla. ¿Podemos vernos cuanto antes? Bien, en media hora estoy.

Corté el teléfono y me dispuse a caminar hacia el Café donde iba a concretar el encuentro con la mujer que iba a solucionar todos mis problemas

-Bien, tenemos un trato, voy a casarme con ese idiota, pero solo con una condición- ordené sintiendo que manejaba la situación.

-Dime- encendió un cigarrillo.

-Necesito estar segura de que realmente me vas a dar el dinero de la cirugía, quiero la mitad de los dólares ahora.

-Eso no va a poder ser- Respondió con tranquilidad liberando el humo, quise toser pero me lo aguanté-

-Entonces no pienso casarme- protesté y le clavé mi mirada aguda

-Está bien - se levantó y apagó su cigarrillo en su café - Hay muchas otras chicas igual o más de desesperadas que vos que lo harían por menos dinero, suerte con lo de tu hijo, espero que tus decisiones no lo perjudiquen a él-

-¡Espera!- vociferé espantada

-¿Si?

-Esta bien- bajé la cabeza con resignación- ¿puedo confiar en que una vez que me case me vas a dar el dinero?

-Dalo por hecho- sonrió de una manera que sentí como falsa, pero no tenía más opción que creerle.

-Entonces que sea pronto la boda-

-Ya tengo a mis mejores hombres preparando la ceremonia para este sábado

¿Este sábado?, pensé para mí misma, no esperaba que fuera tan pronto, no creo tener tiempo de asimilar esto.

-Está bien- Respondí ocultando mi desconcierto, en menos de una semana me iba a convertir en “la mujer de…”

-Solo hay una cosa más- exclamó imperturbable.

Oh dios, ¿Qué más?, agonice en mi mente.  Por favor que no sea otra cosa loca de ricos. Recé dentro mío.

-No podés decirle a Nicolás que tenes un hijo- amenazó con hostilidad.

-¿Y eso porque?

-Si lo saben, el matrimonio no tendrá validez. No es necesario que se lo digas por el momento, él no tiene porqué saberlo-

-De todas formas, no pienso dejar que ese maleante se acerque a mi hijo- gruñí dejando salir mi personalidad maternal.

-Lo que digas, el sábado a primera hora van a pasar a buscarte por tu casa para prepararte para la boda, ah y no te olvides que estás sustituyendo a mi hija, que no se te escape nada.

-Sí señora- respondí con sarcasmo.

El sábado llegó más pronto de lo que hubiese deseado, me encontraba caminando hacia el altar con mi vestido blanco y virginal y un velo tapando mi rostro. La música nupcial me daba náuseas y la figura frente a mí al final de mi pasarela que estaba esperando a que llegara al lado suyo, me hacía temblar de miedo. ¡Ese rufián que tenía mala fama iba a ser mi marido!

Finalmente llegué a su lado. Las palabras del pastor me parecieron confusas e inentendibles, solo oía un pitido agudo y mi propio corazón golpeando con fuerza mi pecho. Cuando el hombre terminó de hablar, el joven y mi futuro marido, tomó con sus manos tatuadas de dibujos extraños que hasta ese momento no había notado, la tela del velo y la levantó, no pude evitar abrir los ojos grandes y fruncir el ceño con desprecio al darme cuenta de que era el mismo idiota con el tatuaje de la daga en su rostro que me había empujado en la calle. Él también pareció notarlo, pero a diferencia mía dibujó una leve sonrisa en su rostro, como si gozara de verme sufrir. Ya lo odiaba y todavía ni siquiera estábamos casados.

La fiesta después de la boda fue bastante incómoda, yo hice lo posible por parecer una novia feliz, pero mi marido no ayudaba, se mostraba indiferente y hasta harto de tener que hablar con los invitados. Yo por lo menos dibujé una forzada sonrisa en mi rostro y asentí como un robot a todo lo que me decían.

En un momento, y bajo mi sorpresa, el joven tomó mi brazo con su mano áspera y sus nudillos lastimados y me arrastró fuera del salón.

-¡Suéltame!- Grité y liberé mi brazo de su agarre cuando ya estábamos fuera y lejos de las miradas curiosas- ¿A dónde vamos?- Pregunté, pero él no fue capaz de contestarme. Quise mandarlo a la m****a, pero recordé porqué hacía todo esto. Él entró a su auto y no tuve más remedio que seguirlo.

Finalmente, cuando estuvimos solos en el silencio de la noche, se volteó hacia mí con su mirada felina y depredadora y dijo:

-No me importa quien seas, ni me importa satisfacer tus necesidades como esposa. Solo hice esto por mi abuelo, para cumplir su promesa- Exclamó con crueldad.

Me quedé pasmada, sin poder articular una palabra, yo tampoco quería casarme con él, pero su trato era inhumano, era una m****a de persona y yo tenía que soportarlo.

Lo miré en silencio, apreciando su rostro detalladamente por primera vez. Sus ojos celestes casi grises mantenían una mirada penetrante con las pupilas tan pequeñas que me impactaba, su cabello negro muy corto por los costados y un poco más largo arriba, llevado hacia atrás con gel, la nariz recta que marcaba perfectamente su rostro de piel cobriza por haber tomado sol y sus labios, ni muy finos ni muy gruesos que estaban apretados por el disgusto.

-Eres un idiota- Exclamé esfumando pensamientos incontrolables que preferí ignorar.

-Lo sé- Respondió con soberbia- solo no te metas en mi vida

-No sé cómo quieres que haga eso si somos marido y mujer

-Escucha niña- Exclamó con dureza oscureciendo su voz-  vas a vivir en mi casa, ahí vas a tener todas las comodidades, solo tenemos que fingir que tenemos intimidad y todo va a estar bien.

Tomó el volante con fuerza, pude ver en sus manos llenas de tinta como sus venas se hinchaban. Aceleró y no dijo más nada.

Hubiese querido protestar y decirle que ni en sueños me acostaría con un sádico como él, pero me contuve, tenía que recordar que estaba sustituyendo a otra persona y no podía dejar que sospeche

-Lo que digas.

Por la noche, luego de instalarse en la casa de Nicolás y por suerte en una pieza para mi sola como se me prometió, el hambre vino a mí, no había comido nada en todo el día por la angustia de convertirme en una mujer trofeo.

Me levanté sin poder dormir, pensando en cómo estaría mi hijo y camine hasta la cocina, abrí la heladera y me encontré con una cantidad alevosa de aperitivos exóticos, todo me pareció muy ostentoso, yo solo quería tomar un té con alguna galleta sin sabor, de las que solía comer cuando no llegaba a fin de mes.

Me preparé un té sin leche y busqué hasta encontrar un frasco con unas galletas de agua

En ese mismo momento Nicolás se despertó alerta al oír ruidos en la cocina, asustado de que fuera uno de los hombres de su enemigo viniendo a saldar cuentas pendientes, se levantó sigiloso y agarró su arma del cajón. Caminó descalzo con la pistola frente a él, apuntando con el seguro liberado por si aparecían de desprovisto.

El ruido venía de la cocina, asomó primero el arma y luego el rostro, se encontró con que su nueva esposa que estaba tratando de alcanzar un frasco de la alacena. Se quedó hipnotizado viendo la escena, la muchacha estaba vestida con un camisón largo y ancho que la hacía ver más pequeña, estaba parada de puntas de pie y con los dedos intentaba llegar al frasco. Pero el joven sabía que no lo lograría, la escena le causó ternura y tuvo la necesidad de ir a su rescate. Guardó el arma en la parte de atrás de su pantalón y caminó con sigilo hasta llegar más cerca de ella

-¿te ayudo?- dijo lo más amable que pudo.

Lo que no esperaba es que la joven diera un alarido asustada y se tropezara hacia atrás, solo que él fue más rápido y la sostuvo de la cintura quedando ambos frente a frente abrazadas.

Nicolás se quedó tieso mirando al rostro de mi esposa, era bastante más pequeña de lo que pensó, al ver cómo le ganaba dos cabezas de altura. La joven levantó su rostro y cruzaron miradas. El joven no se había dado cuenta de lo hermosa que era hasta ese momento. Y pensó que una mujer con una belleza natural como ella y con la inocencia de querer comer algo a la madrugada como si de una niña se tratase no podía ser una mujer que quisiera aprovecharse de su dinero, quizás también estaba obligada a casarse. Él podría intentar que las cosas sean menos tensas.

-¿Estás bien?- Preguntó mientras aún escaneaba el rostro de su mujer. Su piel de un color tostado era tan tersa a simple vista que deseó pasar su pulgar sobre ella, su cabello castaño largo y lacio estaba despeinado, dándole un tono más jovial, sus ojos marrones igual que su cabello brillaba en la oscura habitación, como si tuvieran brillo propio, su pequeña nariz salpicada de pecas era tan pequeña que se parecía a un botón. Bajó un poco más y se encontró con sus labios, rosados, redondos y acolchonados. Deseó poder apretar los suyos contra los de su esposa y confirmar lo suaves que eran.

-Si gracias- Respondió secamente

Nicolás se sintió mal, en ese momento se dio cuenta de lo duro que había sido con la mujer desde el primer momento.

-Escucha.- Dijo llamando la atención de Carla- Lamento lo de hoy, yo no pedí esto

-yo tampoco

Nicolás la miró y supo que esa dulce mujer que se mostraba enojada merecía algo más de él

-Somos marido y mujer, ¿no?

-Cierto- respondió con sospecha.

-Sé que es falso, pero si en algún momento necesitas no se…. Satisfacer alguna necesidad, sabes donde es mi cuarto. Yo podía satisfacer tus deseos.

La muchacha no dijo nada, simplemente le dirigió una última mirada fría inyectada de sangre y lágrimas que no salieron y salió, despavorida a su habitación, con el frasco entre sus manos

El joven se quedó mirando cómo corría como una niñita y no pudo evitar sonreír ante la escena.

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