Oficina

No pude dormir en toda la noche, atormentada por los besos que me robó Omar. No podía dejar de pensar en él: su aliento, sus labios, la forma en que su mirada penetraba en mí. Era el prometido de mi hermana, y eso lo hacía aún más incorrecto, pero el deseo que despertó en mí era innegable.

A primera hora, me dirigí a desayunar con Livia y Elena. Opté por un vestido corto, uno que destacaba mis curvas y que, a pesar de todo, me hacía sentir poderosa. Sin embargo, al entrar en la cocina, noté la mirada de desaprobación de Livia, mi madrastra.

—Emily, ¿realmente tienes que llevar eso? —dijo, su tono lleno de desdén.

—Es solo un vestido, Livia —respondí, intentando mantener la calma, pero mi voz traicionó un poco mi frustración.

—Podrías mostrar un poco más de respeto por ti misma —replicó ella, cruzando los brazos con una expresión severa.

Pero Livia no se dejó convencer. Su mirada seguía fija en mí, como si esperara que me pusiera algo más conservador. Sin embargo, en ese mome
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