03

La mansión Bourousis se alzaba majestuoso bajo el cielo despejado de nubes. Los jardines, decorados con flores y cintas de seda, contrastaban con el sombrío ambiente que reinaba tanto dentro como fuera de la propiedad.

En una de las habitaciones principales, Hayley contemplaba su reflejo en el espejo de cuerpo entero, fijado en la pared. Sus ojos azules, brillaban con lágrimas contenidas mientras sus dedos temblorosos acariciaban el delicado encaje de su vestido de novia. Sin duda era precioso, a pesar de ser usado en una boda que no significaba nada para ella.

La joven observó con detenimiento cada detalle de su apariencia, buscando cualquier imperfección que la delatara. Su cabello castaño estaba recogido en un elegante moño con algunos mechones suelto sobre su frente, enmarcando su rostro que, aunque hermoso, carecía de la alegría que debería que caracterizaba a una novia en su día especial.

Una lágrima resbaló por su mejilla, pero la secó con cuidado para no estropear su maquillaje. Se sentía cansada, y las ojeras bajo sus ojos evidenciaban las noches en vela, sintiéndose culpable por ocupar el lugar de alguien más. Aquella mentira amenazaba con asfixiarla.

A su mente llegaron los recuerdos de la carta que le había dejado su hermana escondida en su libro preferido. Las palabras escritas en aquel papel arrugado se repetían una y otra vez en su mente, como un eco interminable que se negaba a abandonarla.

“Perdóname, Hayley. Soy consciente de la responsabilidad tan grande que te he dejado. Pero espero que comprendas que no podía sacrificar mi vida por los errores de nuestro padre. Sé que es cobarde de mi parte huir así, sin haberte dicho y debes odiarme por abandonarte. Pero tengo mis razones y si lo he hecho es para protegernos.”

De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos al reparar en la presencia de su padre.

—¿Estás lista? —preguntó, sin detenerse a mirarla, como si su belleza no importaba en el gran esquema de sus planes.

Un nudo se formó en la garganta de Hayley. La angustia la invadió mientras se atrevía a cuestionar a su padre, intentando aferrarse a la última chispa de esperanza que le quedaba de hacerlo cambiar de parecer.

—¿De verdad no te importa entregarme a esa familia que ni siquiera conozco?

Jacob chasqueó su lengua, visiblemente exasperado.

—Por favor, no empieces. Son una buena familia y créeme que estarás en buenas manos. Además, podrías enamorarte de tu esposo y aprovechar su fortuna —dijo, esbozando una sonrisa que, para Hayley, resultaba malintencionada.

—No haré tal cosa. No deseo nada de esa familia, y mucho menos seré una aprovechada —respondió, su voz temblando de frustración y rabia.

—Haz lo que te plazca, pero no arruinarás esta boda. Mantendrás esta farsa hasta que te puedas librar de mí.

La decepción y el odio hacia su padre hervían en su interior. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero Hayley se obligó a mantenerse firme, negándose a darle el placer de verla quebrada.

Mientras tanto, en una habitación contigua, Evan se encontraba de pie frente al espejo, ajustándose el nudo de su corbata con una precisión casi mecánica. La idea de casarse no le provocaba emoción alguna, era simplemente un paso más para poder reclamar la herencia de su abuelo.

Recordaba sus palabras antes de perderlo, a pesar de estar postrado en cama y muriendo, su mirada se mantuvo firme y su voz autoritaria.

“Debes casarte y asegurar el futuro de la familia con un heredero”

Evan sabía que no había forma de escapar de esa obligación. Aunque ya su abuelo no estaba, se había asegurado de no olvidar escribir ese detalle en el testamento.

La voz de su madre, Eleonor, irrumpió en sus pensamientos, resonando con un tono de preocupación.

—¿Estás nervioso? —preguntó, su mirada fija en él, como si esperaba un destello de emoción que nunca llegó.

Evan soltó una risa irónica, un gesto que reflejaba su desdén por la situación.

—No, madre. Esto no es más que un matrimonio arreglado por mi padre y ese señor —emitió, y finalmente terminó de anudarse la corbata—. Por cierto, has hecho una buena elección con el traje, es perfecto.

—No es nada, cariño —dijo su madre, resignada a convencerlo de cambiar su sombrío guardarropa—. Pero sigo creyendo que te sentaría mejor otros colores. Toda tu ropa es deprimente, ¿No has considerado usar algo diferente?

Evan suspiró, sintiendo que la conversación volvía a girar en torno a su vestimenta. Su madre siempre aprovechaba cualquier oportunidad de reprobar su preferencia por lo oscuro.

—Sabes que no me harás cambiar de estilo —se acercó a su madre y le besó la frente, un gesto que la hizo resoplar con renuncia—. ¿Nos vamos? Tenemos una boda que celebrar.

Ella asintió y aceptó el brazo de su hijo, ambos abandonaron la habitación y se encaminaron al jardín. Allí saludó a todos los presentes con una sonrisa que apenas ocultaba su desdén.

El lugar estaba decorado con elegancia, pero el ambiente carecía de la calidez que se esperaba en una celebración tan significativa. No había muchos invitados; solo se encontraban los más cercanos a su familia, amigos y conocidos de su padre que, en su mayoría, intercambiaban miradas de satisfacción y murmullos de aprobación. Para ellos, la boda representaba un hermoso vínculo entre dos almas enamoradas. Sin embargo, esa percepción se alejaba de la cruda realidad que Evan conocía.

De pronto, la melodía del piano comenzó a llenar el espacio. Pero apenas pudo seguir el ritmo cuando avistó la figura de Hayley tomada del brazo de su padre, avanzando con gracia por la alfombra llena de pétalos. Evan sintió como el aire se volvía más denso, y su corazón, aunque apático hacia la situación, latía con una expectación que no podía controlar.

Su belleza era innegable, y el silencio que llenaba la sala era testimonio del profundo efecto que causaba en quienes la contemplaban. Sus ojos se encontraron por un breve instante, y en ese momento, él pudo vislumbrar el miedo y la confusión ocultos tras su mirada endurecida.

No era para menos; estaba atrapada en un matrimonio que no deseaba. Sin embargo, ninguno de los dos podía hacer nada para cambiar aquel importante paso que estaban a punto de dar.

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