La mansión Bourousis se alzaba majestuoso bajo el cielo despejado de nubes. Los jardines, decorados con flores y cintas de seda, contrastaban con el sombrío ambiente que reinaba tanto dentro como fuera de la propiedad.
En una de las habitaciones principales, Hayley contemplaba su reflejo en el espejo de cuerpo entero, fijado en la pared. Sus ojos azules, brillaban con lágrimas contenidas mientras sus dedos temblorosos acariciaban el delicado encaje de su vestido de novia. Sin duda era precioso, a pesar de ser usado en una boda que no significaba nada para ella. La joven observó con detenimiento cada detalle de su apariencia, buscando cualquier imperfección que la delatara. Su cabello castaño estaba recogido en un elegante moño con algunos mechones suelto sobre su frente, enmarcando su rostro que, aunque hermoso, carecía de la alegría que debería que caracterizaba a una novia en su día especial. Una lágrima resbaló por su mejilla, pero la secó con cuidado para no estropear su maquillaje. Se sentía cansada, y las ojeras bajo sus ojos evidenciaban las noches en vela, sintiéndose culpable por ocupar el lugar de alguien más. Aquella mentira amenazaba con asfixiarla. A su mente llegaron los recuerdos de la carta que le había dejado su hermana escondida en su libro preferido. Las palabras escritas en aquel papel arrugado se repetían una y otra vez en su mente, como un eco interminable que se negaba a abandonarla. “Perdóname, Hayley. Soy consciente de la responsabilidad tan grande que te he dejado. Pero espero que comprendas que no podía sacrificar mi vida por los errores de nuestro padre. Sé que es cobarde de mi parte huir así, sin haberte dicho y debes odiarme por abandonarte. Pero tengo mis razones y si lo he hecho es para protegernos.” De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos al reparar en la presencia de su padre. —¿Estás lista? —preguntó, sin detenerse a mirarla, como si su belleza no importaba en el gran esquema de sus planes. Un nudo se formó en la garganta de Hayley. La angustia la invadió mientras se atrevía a cuestionar a su padre, intentando aferrarse a la última chispa de esperanza que le quedaba de hacerlo cambiar de parecer. —¿De verdad no te importa entregarme a esa familia que ni siquiera conozco? Jacob chasqueó su lengua, visiblemente exasperado. —Por favor, no empieces. Son una buena familia y créeme que estarás en buenas manos. Además, podrías enamorarte de tu esposo y aprovechar su fortuna —dijo, esbozando una sonrisa que, para Hayley, resultaba malintencionada. —No haré tal cosa. No deseo nada de esa familia, y mucho menos seré una aprovechada —respondió, su voz temblando de frustración y rabia. —Haz lo que te plazca, pero no arruinarás esta boda. Mantendrás esta farsa hasta que te puedas librar de mí. La decepción y el odio hacia su padre hervían en su interior. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero Hayley se obligó a mantenerse firme, negándose a darle el placer de verla quebrada. Mientras tanto, en una habitación contigua, Evan se encontraba de pie frente al espejo, ajustándose el nudo de su corbata con una precisión casi mecánica. La idea de casarse no le provocaba emoción alguna, era simplemente un paso más para poder reclamar la herencia de su abuelo. Recordaba sus palabras antes de perderlo, a pesar de estar postrado en cama y muriendo, su mirada se mantuvo firme y su voz autoritaria. “Debes casarte y asegurar el futuro de la familia con un heredero” Evan sabía que no había forma de escapar de esa obligación. Aunque ya su abuelo no estaba, se había asegurado de no olvidar escribir ese detalle en el testamento. La voz de su madre, Eleonor, irrumpió en sus pensamientos, resonando con un tono de preocupación. —¿Estás nervioso? —preguntó, su mirada fija en él, como si esperaba un destello de emoción que nunca llegó. Evan soltó una risa irónica, un gesto que reflejaba su desdén por la situación. —No, madre. Esto no es más que un matrimonio arreglado por mi padre y ese señor —emitió, y finalmente terminó de anudarse la corbata—. Por cierto, has hecho una buena elección con el traje, es perfecto. —No es nada, cariño —dijo su madre, resignada a convencerlo de cambiar su sombrío guardarropa—. Pero sigo creyendo que te sentaría mejor otros colores. Toda tu ropa es deprimente, ¿No has considerado usar algo diferente? Evan suspiró, sintiendo que la conversación volvía a girar en torno a su vestimenta. Su madre siempre aprovechaba cualquier oportunidad de reprobar su preferencia por lo oscuro. —Sabes que no me harás cambiar de estilo —se acercó a su madre y le besó la frente, un gesto que la hizo resoplar con renuncia—. ¿Nos vamos? Tenemos una boda que celebrar. Ella asintió y aceptó el brazo de su hijo, ambos abandonaron la habitación y se encaminaron al jardín. Allí saludó a todos los presentes con una sonrisa que apenas ocultaba su desdén. El lugar estaba decorado con elegancia, pero el ambiente carecía de la calidez que se esperaba en una celebración tan significativa. No había muchos invitados; solo se encontraban los más cercanos a su familia, amigos y conocidos de su padre que, en su mayoría, intercambiaban miradas de satisfacción y murmullos de aprobación. Para ellos, la boda representaba un hermoso vínculo entre dos almas enamoradas. Sin embargo, esa percepción se alejaba de la cruda realidad que Evan conocía. De pronto, la melodía del piano comenzó a llenar el espacio. Pero apenas pudo seguir el ritmo cuando avistó la figura de Hayley tomada del brazo de su padre, avanzando con gracia por la alfombra llena de pétalos. Evan sintió como el aire se volvía más denso, y su corazón, aunque apático hacia la situación, latía con una expectación que no podía controlar. Su belleza era innegable, y el silencio que llenaba la sala era testimonio del profundo efecto que causaba en quienes la contemplaban. Sus ojos se encontraron por un breve instante, y en ese momento, él pudo vislumbrar el miedo y la confusión ocultos tras su mirada endurecida. No era para menos; estaba atrapada en un matrimonio que no deseaba. Sin embargo, ninguno de los dos podía hacer nada para cambiar aquel importante paso que estaban a punto de dar.Horas más tarde, Hayley y Evan se despidieron de los pocos familiares y amigos presentes en la ceremonia, dejando atrás un ambiente lleno de falsa felicidad todos, siendo parte de un guión forzado. Y allí estaba ella, interpretando un papel que odiaba mientras que él, actuaba tan bien que parecía que se le daba genuino.Se subieron al auto que los estaba esperando, y el chófer puso en marcha el coche dirigiéndose al nuevo hogar de los recién casados. Los Bourousis eran dueños de varias propiedades, y una de ellas era una ostentosa residencia situada en una de las mejores zonas de la ciudad.Al llegar, Hayley fue recibida de manera inesperada por un peludo amigo de cuatro patas. Un perro de pelaje blanco y suave, con ojos brillantes y una cola rizada que se movía con entusiasmo, comenzó a olfatearla con curiosidad. Su euforia al notar la presencia de Evan era evidente, como si el tiempo de separación hubiera sido una eternidad. La joven, sorprendida por la alegría del animal, se sintió
Al día siguiente, Hayley despertó al sentir los suaves rayos del sol colarse a través de la ventana. Sus ojos se abrieron lentamente, tratando de acostumbrarse a la luz que inundaba la habitación. Desorientada, se sentó en la cama, mirando a su alrededor, sin poder recordar dónde se encontraba hasta que la realidad la golpeó con fuerza. Un sonoro suspiro escapó de sus labios.Se dio cuenta de que aún llevaba puesto el vestido de la noche anterior y, confundida, reparó en la manta que le cubría parcialmente el cuerpo. No recordaba haberse arropado. “¿Quién había sido?” se preguntó, extrañada.De repente, sus ojos se abrieron de par en par al pensar en la única persona que invadía su mente; Evan. Era el único que vivía en aquella mansión, y la idea de que él había entrado en su habitación mientras ella dormía provocó un ligero sonrojo en sus mejillas. Se sintió avergonzada por lo atento que había sido aquel hombre.Incorporándose de la cama, arrastró los pies por el suelo frío y se dir
Ese día el cielo grisáceo parecía estar presagiando la tormenta que se avecinaba para la familia Hamilton. En la oficina de su prestamista, Jacob se encontraba en un estado de desesperación palpable provocando que el ambiente se volviera tenso. Su rostro, surcado por arrugas de preocupación que se acentuaban cada vez más ante su expresión de desasosiego debido a la delicada situación en la que estaba, evidenciaba la angustia que sentía al pensar en las deudas que ahogaban a su familia. Jacob siempre había sido un hombre de sueños y ambiciones. Decidió invertir el dinero que le había prestado uno de los magnates más importantes de la ciudad, Stephen Bourousis, en una serie de negocios prometedores. Confiado en su juicio, se dejó llevar por las promesas de un grupo de hombres carismáticos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había caído en una trampa. Aquellos supuestos socios eran estafadores que desaparecieron con su dinero. La incredulidad lo abrumó al enterarse de que no solo
La cena se llevó a cabo en un salón elegante, adornado con flores blancas y doradas. Hayley, vestida con un sencillo vestido negro tomado del armario de su hermana, se sentía completamente fuera de lugar en aquella mansión. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría contemplado todo con emoción; sin embargo, en ese momento, solo deseaba despertar de aquella pesadilla.—Cambia esa expresión, ¿quieres? —ordenó su padre en un susurro para que nadie más los escuchara—. Te presentaré al señor Bourousis y su hijo. Deberías verte feliz, niña.Ella lo miró, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar nuevamente. Pero las apartartó con rapidez. No lloraría, se negaba a hacerlo y rogaba que estas no la traicionaran.—No tengo elección, ¿verdad? —respondió en voz baja y él negó con la cabeza.—Deberías estar agradecida con tu hermana. Si no hubiera huido, no estarías aquí a pocos minutos de conocer al heredero más codiciado de la ciudad —comentó su padre, intentando convencerla