02

La cena se llevó a cabo en un salón elegante, adornado con flores blancas y doradas. Hayley, vestida con un sencillo vestido negro tomado del armario de su hermana, se sentía completamente fuera de lugar en aquella mansión. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría contemplado todo con emoción; sin embargo, en ese momento, solo deseaba despertar de aquella pesadilla.

—Cambia esa expresión, ¿quieres? —ordenó su padre en un susurro para que nadie más los escuchara—. Te presentaré al señor Bourousis y su hijo. Deberías verte feliz, niña.

Ella lo miró, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar nuevamente. Pero las apartartó con rapidez. No lloraría, se negaba a hacerlo y rogaba que estas no la traicionaran.

—No tengo elección, ¿verdad? —respondió en voz baja y él negó con la cabeza.

—Deberías estar agradecida con tu hermana. Si no hubiera huido, no estarías aquí a pocos minutos de conocer al heredero más codiciado de la ciudad —comentó su padre, intentando convencerla de que debía sentirse afortunada.

Pero a Hayley no le importaba si se trataba del mismísimo miembro de la realeza; le seguía pareciendo una terrible idea casarse con alguien que no conocía. Aún no podía creer lo que su hermana le había hecho, le había dejado todo el cargo de responsabilidad a ella y ni siquiera parecía importarle en lo más mínimo.

“Se suponía que eran unidas y se apoyaban en todo” dijo en su interior, resentida y decepcionada.

Cada paso que daba hacia los hombres reunidos en la mesa se sentía más pesado, y en ese instante, Hayley comprendió que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Por otro lado, Evan se veía igualmente distante, con la mirada perdida en algún rincón del lugar, como si también él estuviera atrapado en las decisiones de su padre. No quería estar allí; se había rehusado a casarse, pero su padre insistía en que era lo mejor para el negocio.

De pronto, escuchó la voz de un hombre y, al levantar la vista, se encontró con el señor Hamilton junto a su hija. La muchacha parecía estar allí a la fuerza. La observó por un instante, sintiendo que detrás de su apariencia había una tormenta de emociones que la mantenía cautiva.

—Buenas noches —dijo Jacob, dirigiéndose hacia los dos hombres presentes.

—Buenas noches —imitó Stephen, posando su atención en la joven que parecía muy diferente a la que recordaba—. Y tú debes ser Hanna, ¿no?

La escudriñó de pies a cabeza. No se trataba de la rubia alta y de rostro angelical; en su lugar, había una castaña más joven y de buen parecer, aunque había algo en su rostro que la hacía distinta a la que había conocido antes. Pensó que tal vez estaba confundido y que aquel día no la había observado bien debido a que no llevaba gafas.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la había llamado por el nombre de su hermana. Al ver que su hija no respondía, Jacob le dio un ligero golpe para que reaccionara.

—Oh. Lo siento, es un gusto conocerlo, señor. Soy Ha...

—Sí, ella es Hanna. La menor, desafortunadamente, no pudo venir con nosotros —interrumpió su padre, y ella frunció el ceño al escucharle.

No entendía por qué su padre quería mentir descaradamente. Podía simplemente explicar la situación y listo. Pero no, prefería engañar a todos.

—Bueno, será en otra ocasión —dijo Stephen, haciendo un mohín que restaba importancia al asunto y señalando al hombre sentado a su derecha—. Hanna, este es Evan, mi hijo.

Los ojos de la joven se posaron en el mencionado, un hombre de no más de treinta años, aunque tal vez la barba le hacía lucir mucha más mayor. Era pelinegro, con rostro simétrico y rasgos marcados. Pero lo que más llamó su atención fue su intensa mirada que la hizo sentir nerviosa. Evan extendió la mano para estrecharla con la de ella, enviando una corriente eléctrica por todo su cuerpo que la hizo soltarla de inmediato.

Era extremadamente apuesto y eso intensificó su nerviosismo e incomodidad.

—Es un placer —dijo él con voz grave, notando que su futura esposa era mucho más hermosa a como la había descrito su padre.

—Lo mismo digo —respondió ella, limitándose a desviar la mirada de la suya. Ambos parecían incómodos ante la extraña sensación.

Stephen los invitó a sentarse en la mesa y, haciendo sonar una campanita, avisó a los empleados que les sirvieran la comida. La cena transcurrió entre las conversaciones de ambos padres, mientras tanto, Evan se dedicó a observar a la joven. Notó que, a pesar de su juventud, poseía una hermosa apariencia, desde sus pómulos prominentes y una mandíbula delicada que le conferían un aire de fragilidad. Sus ojos azules, grandes y expresivos, reflejaban un profundo desasosiego, probablemente apagados por la carga emocional que enfrentaba ante aquella situación.

No podía juzgarla, él tampoco estaba contento con aquella decisión. Pero no quería contradecir a su padre, no después de todo lo que había hecho por él.

—¿Y a qué te dedicas, Hanna? —preguntó Stephen, provocando que la joven alzara la vista de su comida, aún intacta, y lo mirara.

En ese instante, Evan notó que ella se esforzaba por mantener el hilo de la conversación; apenas había probado bocado, como si cada cucharada representara un esfuerzo monumental. La tensión en el aire era palpable, y su incomodidad se hacía evidente.

Hayley deseaba aclarar que no se llamaba Hanna, pero decidió no molestarse en corregirlo y respondió sinceramente.

—No me dedico a nada, señor.

Stephen frunció el ceño, confundido por la respuesta.

—¿Ah, no? Pero tu padre mencionó que trabajabas como secretaria en una empresa —dijo, y Jacob interfirió en defensa de su hija.

—¡Claro que sí! Es solo que Hanna entendió mal la pregunta; ella piensa que dedicarse a algo significa haber estudiado una carrera. Ya le he explicado que su trabajo no tiene nada de malo, pero se siente un poco menospreciada —mintió Jacob, tratando de enmendar la situación—. De todos modos, piensa renunciar, ahora que deberá atender a su esposo.

Hayley se sintió asqueada; no podía creer que su padre estuviera fingiendo delante de todos algo que no era cierto y la involucrara en su farsa. La decepción la invadió, y su mirada se tornó dura.

—Oh, eso me parece muy considerado de su parte, Hanna —comentó Stephen, sonriendo con amabilidad y ella solo se limitó a asentir.

“¿Qué tanto le había mentido su padre al señor Bourousis? Además, parecía que solo le había hablado de Hanna, puesto que todo lo que mencionaba lo hacía refiriéndose a su hermana,” pensó Hayley, sintiendo que la verdad ardía en su garganta.

Se sintió impulsada a contarle la verdad y desmentir todo, pero su padre, consciente de sus intenciones, le dedicó una mirada amenazante que la hizo sentir atrapada. En ese momento, no solo estaba usando la identidad de su hermana, sino que también se encontraba enredada en una maraña de mentiras que la envolvían cada vez más. La presión de la situación la mantenía en un estado de ansiedad, mientras la conversación continuaba, ajena a su tormento interno.

Hayley comenzó a preguntarse cuánto tiempo podría seguir con esta impostura.

Al concluir la cena, Evan consideró que era el momento adecuado para tener una conversación a solas con Hayley. Había ciertas cosas que debían discutirse, especialmente las reglas que regirían su futuro matrimonio. Esperaba que ella no resultara ser una joven problemática.

—Si me permiten, hablaré un momento con Hanna —anunció antes de levantarse de la mesa y abandonar el comedor junto a la muchacha.

Cruzaron la estancia hacia la sala. Evan le indicó el sofá para que tomara asiento, pero ella se negó, prefiriendo mantenerse de pie.

—Cualquier cosa que tengas que decirme podrías haberla expresado delante de nuestros padres. Después de todo, son ellos quienes desean llevar a cabo este maldito matrimonio —su voz reflejaba desdén, evidenciando el enfado que había estado ocultando todo este tiempo.

No solía ser grosera, pero en ese momento se sentía enfada con su padre y con su hermana por meterla en ese lío.

—Me resulta tan desagradable como a ti esta situación, pero acepté por la importancia que tiene la empresa para mí. En cambio, tú no tienes nada que perder; de hecho, te beneficiarás mientras seas mi esposa, y espero que sepas aprovechar eso —no pretendía sonar arrogante, pero Hayley estaba lo suficientemente molesta como para captar lo que él intentaba transmitirle.

—¿Que no tengo nada que perder? —una risa irónica brotó de su garganta. Lo miró con desdén, sintiendo que él era el hombre más petulante que había conocido—. ¿Acaso crees que esto es un juego? Para mí, esto es mucho más que una simple transacción. No solo estoy poniendo en riesgo mi futuro, sino también mi dignidad. Así que, si esperas que me sienta agradecida por la oportunidad que me ofreces, te sugiero que reconsideres.

—Lamento informarte que no puedo hacer nada; al parecer, nuestros padres ya han decidido por nosotros, bonita —le dijo, dedicándole una sonrisa victoriosa —. Y te guste o no, vas a escucharme.

Esto solo logró enfurecer a Hayley, quien apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. No podía permitir que nadie le dictara lo que debía hacer; necesitaba idear un plan para liberarse de ese estúpido matrimonio arreglado.

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