05

Al día siguiente, Hayley despertó al sentir los suaves rayos del sol colarse a través de la ventana. Sus ojos se abrieron lentamente, tratando de acostumbrarse a la luz que inundaba la habitación. Desorientada, se sentó en la cama, mirando a su alrededor, sin poder recordar dónde se encontraba hasta que la realidad la golpeó con fuerza. Un sonoro suspiro escapó de sus labios.

Se dio cuenta de que aún llevaba puesto el vestido de la noche anterior y, confundida, reparó en la manta que le cubría parcialmente el cuerpo. No recordaba haberse arropado.

“¿Quién había sido?” se preguntó, extrañada.

De repente, sus ojos se abrieron de par en par al pensar en la única persona que invadía su mente; Evan. Era el único que vivía en aquella mansión, y la idea de que él había entrado en su habitación mientras ella dormía provocó un ligero sonrojo en sus mejillas. Se sintió avergonzada por lo atento que había sido aquel hombre.

Incorporándose de la cama, arrastró los pies por el suelo frío y se dirigió al baño, un lugar que la dejó boquiabierta.

El baño, un verdadero refugio de elegancia, contaba con paredes de mármol blanco y un suelo de cerámica brillante que reflejaba la luz. Una bañera moderna ocupaba el centro, rodeada de lujosos productos de baño de alta calidad.

Hayley no pudo evitar sentirse sorprendida. Evan se había asegurado de que todo estuviera perfecto para ella, a pesar de no estar obligado a hacerlo. Después de todo, seguía siendo una completa desconocida para él.

El baño estaba repleto de toallas suaves y esponjosas, jabones aromáticos y aceites esenciales, creando un espacio donde podría relajarse durante horas. Aquel gesto hizo que sintiera la necesidad de agradecerle por ello. No era algo que podía permitirse siempre, pero se encargaría de dejarle claro que no aceptaría nada de gratis. Se aseguraría de pagarle, una vez que consiguiera un empleo.

Decidió meterse en la bañera, pero primero se deshizo del vestido, quedando solo en ropa interior, dudando si era correcto bañarse de esa manera. La verdad era que se sentía incómoda al estar desnuda, sabiendo que no estaba sola en aquella casa. Aun así, decidió que no podía dejar que su incomodidad la dominara.

Minutos después, envuelta en una de las suaves toallas, regresó a la habitación. Sin embargo, recordó que no había traído nada de sus pertenencias. Se suponía que su padre las traería ese día.

“Pero mientras tanto, ¿qué me pondré?” pensó, mordiendo su pulgar con ansiedad.

Se acercó a la cama y se sentó en el borde, debatiéndose mentalmente sobre qué hacer. No podía salir así y permitir que Evan la viera solo con la toalla alrededor de su cuerpo, pero tampoco podía quedarse encerrada en la habitación y morir de hambre y sed.

Cubrió su rostro en un gesto de exasperación. Levantándose de la cama, comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de encontrar la solución más sensata a su situación.

—A ver, algo se me debe ocurrir... —murmuró para sí misma, desesperada.

De pronto, un golpe en la puerta la hizo detenerse abruptamente. Miró en dirección a la puerta y, titubeante, se acercó sin saber muy bien qué hacer.

“¿Debo abrir?” se preguntó, insegura.

Sin más opción, giró el pomo y entreabrió la puerta, escondiendo gran parte de su cuerpo detrás de ella.

Sus ojos se encontraron con los de Evan, pero rápidamente los desvió hacia la maleta que yacía en el suelo.

¡Eran sus pertenencias! Un alivio inmediato se apoderó de su rostro, y dejó escapar un suspiro profundo.

—Buenos días —saludó él, rompiendo el silencio—. Tu padre ha pasado por aquí para dejarte esto.

—Oh, gracias —murmuró, agarrando rápidamente la maleta. Al ver que el pelinegro no parecía tener intención de marcharse, inquirió—. ¿Tienes algo más que decirme?

—Sí, más tarde quisiera conversar contigo de algo importante —respondió, su tono reflejando la seriedad del asunto.

—Bien —asintió ella, cerrando la puerta al verlo alejarse por el pasillo.

Después de colocarse un vestido sencillo de tirantes finos y unas zapatillas blancas, decidió sacar sus pertenencias de la maleta para guardarlas ordenadamente en el armario. Sin embargo, se llevó una grata sorpresa al descubrir que todas las perchas estaban ocupadas por una variedad de prendas que parecían ser nuevas.

Las etiquetas aún colgaban de las ropas, lo que la llevó a pensar que aquel gesto también había sido obra de Evan. Era un hombre que no dejaba escapar ni el más mínimo detalle, y aquello, lejos de emocionarla, la irritó.

Era cierto que nadie se había mostrado tan atento con ella anteriormente, pero no quería ser ingenua. Sabía que este interés probablemente tenía un trasfondo; era evidente que buscaba impresionarla con la esperanza de obtener algo a cambio más adelante.

Tras terminar de organizar sus pertenencias, salió de la habitación y descendió a la segunda planta. La elegante escalera de mármol la hacía sentir como si formara parte de una película, ante la majestuosidad de lo que sus ojos contemplaban. El aroma a tocino la envolvió al llegar a la planta baja, impregnando cada rincón de la casa y despertando sus sentidos.

Esta vez, se dedicó a contemplar todo minuciosamente, deslumbrada por la amplitud del espacio. Las paredes pintadas de un blanco marfil, estaban adornadas con cuadros enmarcados que capturaban cada momento de la vida de Evan junto a su familia.

Avanzó con cautela hacia lo que parecía ser la sala. El ambiente, cálido y acogedor, era iluminado por grandes ventanales de vidrio que dejaban entrar la luz del sol. Había varios sofás de terciopelo en tonos oscuros que estaban dispuestos en un círculo, rodeados de una mesa de centro de cristal.

Su escrutinio fue interrumpido por la aparición repentina de Evan, quien la hizo sobresaltarse. Su cuerpo reaccionó de manera automática al verlo, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de sus hombros, como si estuviera en estado de alerta, lista para responder ante cualquier peligro.

Quizás estaba exagerando, pero era prudente mantener la guardia. Después de todo, no se encontraba en su hogar ni con su familia, sino con un desconocido con el que estaba casada.

—El desayuno está listo. Si lo deseas, puedes servirte lo que quieras —le dijo él, esforzándose por ser lo más amable posible.

Sin embargo, había algo que le indicaba que sus intentos por romper el hielo con la joven le llevarían mucho más tiempo del que había anticipado. Ella continuaba mostrándose desconfiada y mantenía reservas ante él, como si temiera sus intenciones.

—Gracias —respondió Hayley, y una sonrisa fugaz apareció en su rostro, pero se desvaneció casi de inmediato—. También agradezco lo que has hecho, aunque no era necesario que te molestaras en comprar todo eso.

—No ha sido nada, descuida —hizo un mohín restándole importancia, pero percibió que ella no parecía estar de acuerdo.

—Para mí sí lo es, Evan. Y no puedo aceptarlo. Lo último que quiero es sentirme en deuda contigo y tu familia. Bastante es vivir aquí sin costo alguno. No pretendo aprovecharme de tu dinero ni sacar beneficio de esta situación, así que me las arreglaré por mi cuenta.

El rostro de Evan se mantuvo inexpresivo, aunque, por dentro, le incomodaba el orgullo que ella mostraba. Decidió no comentar al respecto y, fingiendo indiferencia, asintió con la cabeza.

—Como prefieras —respondió, dejando entrever un leve desdén en su tono. No tenía intención de convencerla de nada, ella era libre de creer lo que quisiera. Pero jamás había pensado que era una aprovechada—. Espero que no sea un problema para ti comer sola. Ah, y si necesitas algo, puedes pedirle a Noelia que te ayude. Ella se encarga del servicio de limpieza y de la comida.

Sin darle tiempo a replicar, se alejó de ella, dirigiéndose hacia la puerta y marchándose a su trabajo.

(***)

El resto del día, Hayley había pasado parte de su mañana encerrada en su habitación, revisando su móvil en busca de empleo. A causa de su falta de experiencia, había sido rechazada en tres ocasiones; ni siquiera le habían brindado la oportunidad de demostrar su valía. Frustrada, decidió escribir en un grupo de lectoras empedernidas al que pertenecía desde hacía algún tiempo.

No habían transcurrido cinco minutos cuando las integrantes del grupo comenzaron a recomendarle varios lugares donde necesitaban personal. El alivio se reflejó en su rostro; se sentía profundamente agradecida con las chicas que, al igual que ella, anhelaban cumplir sus sueños, aunque eso implicara trabajar arduamente.

Era consciente de que, para lograrlo, necesitaba un empleo que le permitiera sostener algunas necesidades básicas para poder escribir. Lo poco que tenía, como aquellas guías prácticas que solía utilizar para mejorar su escritura, su padre se había deshecho de ellas a pesar de sus súplicas. También había desechado su laptop.

Según él, era una pérdida de tiempo y un completo desperdicio.

De repente, recibió una notificación que apareció en la pantalla de su celular, sacándola de sus pensamientos. Al revisarla, se sorprendió al ver que era un mensaje de la joven que atendía un pequeño local, una cafetería que también funcionaba como librería.

No esperaba recibir su respuesta tan pronto.

Jade: Estaremos encantados de recibirte en nuestro equipo, Hayley. Puedes comenzar mañana mismo si te parece bien.

Aquello la emocionó; no podía creer que finalmente había conseguido empleo. Se apresuró a responder, asegurándole que estaría allí mañana temprano.

Por otro lado, ajeno a los planes de la joven, Evan conducía de regreso a casa, sintiéndose presionado por tener que finalizar el diseño de construcción esa misma semana. Debía tenerlo listo antes de lo acordado.

Al llegar a su residencia, descendió del auto y entró a su hogar, donde fue recibido por su perro.

—Hey, ¿Cómo te has portado, Copito? —se agachó para cargarlo entre sus brazos y lo llevó consigo a su despacho, dejando sus pertenencias en el escritorio.

Regresó a la sala y se dirigió a la cocina, donde encontró a Noelia sirviendo la merienda que solía comer Evan después de llegar del trabajo.

—Buenas tardes, señor. He preparado la tarta que pidió —anunció la mujer, una señora de baja estatura y mirada dulce que le recordaba a su abuela paterna.

—Muchas gracias, Noe, seguro que está deliciosa —respondió, y le sonrió, un gesto que pocos tenían la fortuna de apreciar en él—. Por cierto, ¿ha comido ya?

No fue necesario especificar a quién se refería; Noelia negó con la cabeza.

—No la he visto desde que tomó el desayuno —emitió, sirviéndole una generosa porción del postre.

Él asintió y se dedicó a devorar la tarta de arándanos que disfrutó en poco tiempo. Se incorporó del taburete y se acercó al lavavajillas, pero recibió una mirada de reproche por parte de su empleada.

—También puedo hacerlo, no te preocupes. Se te hará tarde, deberías irte antes de que anochezca —le sugirió con suavidad, tratando de convencerla esta vez.

—De acuerdo, me pondré en marcha. Hasta luego, señor —se despidió Noelia, y él hizo lo mismo.

—Que tengas un buen fin de semana, descansa —le deseó Evan, secándose las manos.

Después de despedirse de su empleada, decidió subir a su habitación para tomar un baño. Sin embargo, recordó que tenía que hablar de un asunto importante con Hayley. Se detuvo frente a su puerta, y justo cuando estaba a punto de golpear con los nudillos en la madera, esta se abrió abruptamente, revelando a Hayley. Sus ojos se encontraron; ella lo miraba entre confundida e intrigada.

A juzgar por su expresión, tal vez le parecía extraño verlo allí.

—Hola —murmuró, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos—. ¿Podemos hablar un momento?

—Sí —afirmó ella.

—Vamos a mi despacho —sin querer sonar autoritario, Evan se dio cuenta de que había sonado de esa manera—. Bueno, ¿te parece bien? No quiero que te sientas presionada.

Ella asintió, mostrando que no tenía ningún problema. Ambos se dirigieron al despacho de Evan; el lugar se encontraba en la primera planta, y al entrar, se toparon con un impresionante acuario que albergaba peces de diferentes especies. Hayley no podía creer que cada día se sorprendía más de aquel hombre; parecía que siempre tenía algo nuevo que mostrar.

—¿Qué es eso tan importante que necesitas hablar conmigo? —le preguntó sin rodeos.

Evan percibió la impaciencia en la joven; parecía querer marcharse lo antes posible.

—Consideré conveniente para ambos establecer algunas reglas de convivencia. Al menos para que este matrimonio funcione, no de manera romántica, pero sí en un ámbito de amistad, tal vez —señaló, siendo lo suficientemente claro en su discurso—. La primera regla es, tienes la obligación de acompañarme a todos los eventos familiares y sociales. Es importante que mantengamos las apariencias.

Ella asintió, sintiendo que esa regla era razonable. En un matrimonio de conveniencia, lo menos que podían hacer era intentar llevar a la situación con dignidad.

—Segundo, seré yo quien se hará cargo de todo, esto incluye mantenerte. Entiendo si deseas tener un empleo, no te lo impediré. Pero como mi esposa debes aceptar que compre cosas para ti —continuó él, y Hayley abrió la boca para protestar pero habló antes que ella—. Aún no termino. La tercera regla pero no menos importante es la lealtad. No podremos tener una aventura o salir con otras personas.

Frunció el ceño, disconforme, pero al menos no le había prohibido trabajar. Así que acabó asintiendo con la cabeza.

—De acuerdo, ¿Y cuál es la cuarta? —inquirió, curiosa.

Evan se tomó unos segundos para pensar las palabras adecuadas que debía pronunciar, sabía que lo que estaba a punto de decir sería como una bomba para ella.

—Y, por último —comenzó Evan, visiblemente incómodo—. Debes darme un hijo.

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