Las palabras flotaron en el aire, pesadas, aumentando la tensión en el ambiente. Mientras su corazón se aceleraba y su mente se llenaba de confusión y rabia, Hayley lo miró con incredulidad.
“¿Un hijo?” repitió en su interior, aún procesando lo que él había dicho. La idea la dejó contrariada. —¿Es una broma, verdad? —su voz reflejaba aturdimiento—. Porque es lo más descabellado que me han dicho. Evan se pasó una mano por el cabello, sintiendo el peso de la herencia familiar sobre sus hombros. No había sido fácil para él expresar aquella última exigencia, pero no podía esperar más, sabiendo que los hermanos de su padre tenían intenciones de arrebatarle el puesto. Para poder dirigir la empresa, debía cumplir con las condiciones impuestas por su abuelo y así continuar con el legado familiar. —Es parte del acuerdo; necesito un heredero que mantenga el apellido de mi familia. ¿Acaso tu padre no te lo dijo? Perpleja, ella lo miró desconcertada. Por supuesto, su padre le había ocultado aquel detalle. Solo le importaba librarse de su deuda, y lo que menos le interesaba era lo que harían con ella. El enojo comenzó a burbujear en su interior, y la decepción la invadió. “¿Cómo podía ser tan egoísta?”, pensó, sintiéndose utilizada. Por otro lado, la idea de que su valor se redujera a ser simplemente una madre para garantizar la herencia de Evan le parecía humillante. —No, no me lo dijo. ¿Y qué te hace pensar que estoy obligada a darte un hijo solo porque sea parte de este estúpido acuerdo? —expresó con frialdad, dejando claro que no cedería. —No estás en libertad de decidir; al negarte, estarías incumpliendo lo acordado con tu padre —intentó sonar convincente. Una risa irónica brotó de Hayley, quien se encontraba al límite de su paciencia. —¿Mi padre? ¡Yo no tengo nada que ver con ese hombre! —su voz se había elevado ligeramente, alterada por la situación en la que la había metido aquel hombre que se hacía llamar su padre—. Estoy harta de asumir las consecuencias de sus malas decisiones como si tuviera culpa. Así que lo repetiré una vez más; no te daré un hijo. No hay amor entre nosotros. Esto es solo una obligación. —Debes entender que esto no se trata de mí; no es un deseo personal, sino una necesidad —insistió Evan, manteniendo la calma. Lo último que quería era discutir sobre este asunto—. Sin un hijo, todo lo que mi familia ha construido podría desaparecer. Y si está en mis manos evitarlo, lo haré. A medida que sus palabras se asentaban, el enojo crecía en el interior de Hayley. Una oleada de ofensa la recorrió. ¿Necesidad? Se sentía como si la estuvieran usando, tratando sin respeto, y su dignidad estaba siendo pisoteada. —Esto es injusto y egoísta de tu parte —murmuró, mientras una presión aumentaba en su pecho—. No estoy lista para ser madre, y menos en estas circunstancias. Él la miró, sus ojos reflejando la exasperación que sentía. Se acercó a Hayley, su altura haciéndolo ver intimidante; sin embargo, ella no se dejaría amedrentar. —No solo es mi legado; es el legado de mi abuelo y de mi padre. Necesito que comprendas la magnitud de esto. —Y tú debes entender que esto no es lo que quiero. No puedo ser una incubadora para tus deseos familiares. Tu legado no debería depender de mí —replicó, y su voz se tornó más firme; estaba indignada. Frustrado, Evan decidió que no aceptaría un no por respuesta. Era su obligación darle un heredero, y no tenía derecho de oponerse. —Es suficiente. Eres mi esposa y harás lo que te ordene —su voz autoritaria resonó en el despacho. En un arrebato de ira, Hayley levantó la mano, lista para bofetearlo, pero él la alcanzó en el aire, impidiéndoselo. La fuerza con la que la sujetó la sorprendió; se sintió diminuta en comparación con él. Evan la acercó a su cuerpo a pesar de la resistencia que ella ofrecía, luchando por zafarse. —¡Suéltame! —gritó, mientras luchaba contra su agarre y lo miraba furiosa—. Estás siendo un imbécil... —Y tú, una cría malcriada —replicó el pelinegro, soltándola de repente y dejándola tambalear hacia atrás—. Hablaremos mejor cuando te calmes. Sin pensarlo dos veces, ella salió del despacho, su corazón latiendo con fuerza y la ira ardiendo en su interior como un fuego voraz. Subió las escaleras dando zancadas y, al entrar en su habitación, cerró la puerta de un portazo. En ese instante, la rabia que sentía se desbordó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, que cayeron en su rostro sin control, mezclándose con la impotencia que la consumía. Su respiración se volvió rápida y entrecortada, mientras sus manos temblaban, apretadas en puños. Evan, lleno de remordimientos por su comportamiento, decidió que era momento de disculparse y buscar un entendimiento. Sin embargo, optó por concederle un respiro. Sin duda, lo último que ella deseaba era cruzarse con él, y no era para menos. Apenas llevaban unos pocos días de casados y ya había logrado ganarse su desprecio. “Y aun así creía que podría convivir con ella”, reflexionó, soltando un suspiro de frustración. Aislado en su despacho, se dispuso a terminar las tareas pendientes que había dejado, esforzándose por olvidar lo sucedido minutos antes. Se sentía mal por la situación que le generaba una profunda inquietud, tanto que le era imposible concentrarse en su trabajo. Pasándose la mano por la cabeza, agobiado, se levantó de la silla y se dirigió a su habitación, donde su perro lo recibió con una alegría desbordante, rodeándolo con su cola. —Quizás he sido demasiado severo con ella, Copito. ¿Debería averiguar si se encuentra bien? —preguntó, recibiendo un ladrido de su perro como respuesta—. Tienes razón, en este momento seguramente no querrá hablar conmigo. Sin embargo, se comprometió a hacerlo al día siguiente; esta vez, le presentaría una propuesta que no podría rechazar. Era cierto que Hayley le había dejado claro que no deseaba ser madre, y él entendía su decisión. No obstante, sabía que al igual que todos, debía existir algo que ella anhelaba, y estaba decidido a descubrir de qué se trataba. Le propondría que le diera un heredero, y a cambio, ella obtendría lo que deseara.Esa mañana, Evan se había levantado temprano para realizar sus ejercicios en el gimnasio que tenía en casa. Dudaba mucho que la joven se hubiera despertado, así que aprovechó el momento para meditar sobre lo que diría al disculparse por su comportamiento del día anterior.Después de reflexionar detenidamente sobre la situación, era consciente de lo mal que había sonado exigirle un hijo a alguien con quien no compartía un vínculo profundo. Aunque estaban casados, no podía obligarla a aceptar una petición de tal magnitud.No era de extrañar que ella hubiera reaccionado de esa manera; él mismo se sentiría ofendido y enojado ante una demanda así. Era cierto que necesitaba un heredero para asegurar el legado familiar, pero debía ser razonable y manejar la situación con cautela y astucia.Tras analizar todo con la mente más despejada, comprendió que si quería proteger y mantener el apellido de su familia, debía considerar dos aspectos fundamentales.Primero, estaba casado con una mujer a la
Había pasado un buen rato y Evan parecía no tener intenciones de moverse de allí. Era consciente de las miradas fulminantes que le dedicaba la castaña; podía percibir su enojo y la incomodidad que provocaba su presencia.Jade, la dueña del local, había presenciado la tensión entre ambos. Aunque no tenía idea de la relación que existía entre ellos, sospechaba que se conocían. Su curiosidad la llevó a preguntar de dónde su nueva empleada conocía a Evan Bourousis, el arquitecto más codiciado y apuesto de la ciudad.—¿Son amigos? No ha dejado de mirarte desde que llegó —comentó la morena, con sus oscuros ojos fijos en Hayley.—Quizás me ha confundido con alguien más —respondió Hayley, intentando evadir el tema de manera evidente.—A mí me parece que te conoce, o quién sabe, tal vez le has llamado la atención —continuó Jade, disimulando una sonrisa en su rostro.Nada le resultaba más entretenido que las historias que comenzaban en su local. Ya había sido testigo de numerosos romances entre
El trabajo había mantenido a Evan ocupado hasta muy tarde. Al llegar a casa a las diez, pensó que la joven que residía con él ya debería estar sumida en un profundo sueño. Su habitación se encontraba justo al lado de la de ella, por lo que no pudo evitar detenerse frente a la puerta y acercar su oreja a la madera, tratando de averiguar si, por casualidad, se encontraba despierta.Sin embargo, no percibió ningún ruido, lo que confirmó su sospecha de que ella ya había caído en el sueño. Entró a su habitación y se dirigió al baño, urgido por la necesidad de sumergirse en la bañera y relajarse en el agua tibia. Se deshizo del traje, dejando un charco de ropa a su alrededor, y sin perder tiempo, se zambulló en la tina.Mientras se dejaba envolver por el calor del agua, su mente divagó hacia Copito, su perro. Le pareció extraño que no hubiera salido a recibirlo. Tal vez estaba con la joven, pensó.Por su parte, Hayley se despertó sobresaltada. Estrujó los ojos mientras soltaba un bostezo y,
Horas más tarde, después de haber cenado en un silencio palpable, Hayley permanecía sentada en aquel vasto comedor, el cual se sentía desolado a pesar de la presencia de ambos. La tensión que flotaba en el aire era casi tangible, y la expresión seria e inescrutable de Evan solo intensificaba su incomodidad. Deseaba levantarse de la silla y escapar a su habitación, donde al menos podía encontrar un refugio de la incomodidad que la envolvía.Sin embargo, no se atrevió a romper el silencio. Esperaba que, en algún momento, él daría el primer paso. Tenían una conversación pendiente, y aunque su instinto le decía que debía evadirla, sabía que Evan no se lo permitiría.—Primero que nada, quiero disculparme contigo por lo de ayer —dijo Evan, su voz revelando un atisbo de conciencia acerca de su comportamiento inadecuado—. No fue mi intención ofenderte o presionarte, ni mucho menos hacerte sentir que tu opinión no importa.“Un completo cretino”, pensó Hayley, sin poder evitar que esa palabra s
Lo que más odiaba Hayley era llegar tarde a algún lugar, y aquella mañana se había despertado con retraso, lo que la hacía llegar tarde al trabajo. Bajó las escaleras a toda prisa, intentando recoger su desordenado cabello en una coleta alta. Atravesó la sala sin poder desviarse hacia la cocina para agarrar algo de comer en el camino, y salió de la casa, obligando a sus piernas a moverse más rápido.Maldijo en voz baja al buscar su móvil y no encontrarlo en el bolsillo de su pantalón; lo había olvidado. Pero no tenía tiempo de regresarse y buscarlo. Sin perder tiempo, se dirigió a la entrada de la residencia, donde el guardia de seguridad le abrió el portón. Sacudió su mano en señal de saludo y se encaminó por la acera.Para su mala suerte, debía caminar varias cuadras hasta llegar a la estación. Cada paso que daba le recordaba que el transporte podría retrasarse, lo que la haría llegar aún más tarde. Era su segundo día de trabajo y lo último que quería era ser irresponsable e impuntu
Descendió las escaleras con cuidado, evitando saltar un escalón. Le resultaba una tarea difícil andar con aquellos tacones de unos cuantos centímetros; apenas podía mantener el equilibrio. Logró llegar a la sala con éxito y suspiró de alivio al estar intacta, sin un miembro de su cuerpo lastimado. Por fortuna, no se había tropezado ni caído, como su mente había reproducido en su cabeza mientras se disponía a bajar. No recordaba cuando había sido la última vez que había usando tacones, pero no pensaba que fueran así de incómodos.Hayley estaba a punto de atravesar la estancia cuando lo vio. Evan se encontraba enfundado en un elegante traje gris, acompañado de una camisa del mismo tono, sin corbata, lo que le daba un aire desenfadado. Los tres primeros botones de su camisa estaban desabrochados, dejando entrever un destello de piel que acentuaba su atractivo. Su cabello, tan oscuro como la noche, estaba cuidadosamente peinado hacia atrás, aunque algunos rebeldes rizos se escapaban, desa
Durante la cena, Hayley sintió la penetrante mirada de Alexander Hughes, quien le dedicaba furtivas observaciones, tratando de disimular, aunque sin mucho éxito, la curiosidad que despertaba en él. Su actitud extraño la desconcertaba, pero decidió ignorarlo y concentrarse en la conversación que mantenían los demás en la mesa.El padre de Evan sostenía una amena charla con el señor de bigotes rojizos, Gregory. La conversación giraba en torno a negocios, cuando la esposa de Gregory intercedió, claramente interesada en la joven.—Y dime, Hanna, ¿cómo les va como recién casados? Debe ser difícil acostumbrarse en los primeros años, pero luego uno se adapta a los cambios —dijo Ágata, interrumpiendo sin ningún tipo de delicadeza la conversación que mantenían los hombres.Los caballeros guardaron silencio, atentos a la atrevida pregunta de la señora, quien parecía más interesada en Evan y Hayley que en lo que discutían los varones.—Supongo que es así. En nuestro caso, nos ha ido bien a pesar
Los días habían transcurrido, y Hayley se reprochaba haber aceptado la invitación de aquellas mujeres que, a su juicio, no compartían nada en común con ella. Sin embargo, no había podido rechazar la propuesta de Kenia, a pesar de que sabía que no había sido idea de la pelirroja, sino más bien de Eleonor, quien le había solicitado el favor de convencerla. Después de la cena, la insistencia de la mujer en incluirla en sus planes había sido tal que, para no parecer grosera, Hayley se vio obligada a aceptar.Según Evan, su madre deseaba que la acompañara en sus próximas reuniones con sus amigas, buscando así pasar más tiempo juntas. Pero, ¿por qué? No era como si su relación de suegra y nuera pudiera cambiar el acuerdo entre su padre y el señor Bourousis, que había forzado a sus hijos a unirse en matrimonio por motivos que a ninguno de ellos concernían.Tanto ella como Evan estaban atrapados en un matrimonio que ninguno había deseado. No existía afecto entre ellos, lo que hacía aún más ex