06

Las palabras flotaron en el aire, pesadas, aumentando la tensión en el ambiente. Mientras su corazón se aceleraba y su mente se llenaba de confusión y rabia, Hayley lo miró con incredulidad.

“¿Un hijo?” repitió en su interior, aún procesando lo que él había dicho. La idea la dejó contrariada.

—¿Es una broma, verdad? —su voz reflejaba aturdimiento—. Porque es lo más descabellado que me han dicho.

Evan se pasó una mano por el cabello, sintiendo el peso de la herencia familiar sobre sus hombros. No había sido fácil para él expresar aquella última exigencia, pero no podía esperar más, sabiendo que los hermanos de su padre tenían intenciones de arrebatarle el puesto. Para poder dirigir la empresa, debía cumplir con las condiciones impuestas por su abuelo y así continuar con el legado familiar.

—Es parte del acuerdo; necesito un heredero que mantenga el apellido de mi familia. ¿Acaso tu padre no te lo dijo?

Perpleja, ella lo miró desconcertada. Por supuesto, su padre le había ocultado aquel detalle. Solo le importaba librarse de su deuda, y lo que menos le interesaba era lo que harían con ella. El enojo comenzó a burbujear en su interior, y la decepción la invadió.

“¿Cómo podía ser tan egoísta?”, pensó, sintiéndose utilizada.

Por otro lado, la idea de que su valor se redujera a ser simplemente una madre para garantizar la herencia de Evan le parecía humillante.

—No, no me lo dijo. ¿Y qué te hace pensar que estoy obligada a darte un hijo solo porque sea parte de este estúpido acuerdo? —expresó con frialdad, dejando claro que no cedería.

—No estás en libertad de decidir; al negarte, estarías incumpliendo lo acordado con tu padre —intentó sonar convincente.

Una risa irónica brotó de Hayley, quien se encontraba al límite de su paciencia.

—¿Mi padre? ¡Yo no tengo nada que ver con ese hombre! —su voz se había elevado ligeramente, alterada por la situación en la que la había metido aquel hombre que se hacía llamar su padre—. Estoy harta de asumir las consecuencias de sus malas decisiones como si tuviera culpa. Así que lo repetiré una vez más; no te daré un hijo. No hay amor entre nosotros. Esto es solo una obligación.

—Debes entender que esto no se trata de mí; no es un deseo personal, sino una necesidad —insistió Evan, manteniendo la calma. Lo último que quería era discutir sobre este asunto—. Sin un hijo, todo lo que mi familia ha construido podría desaparecer. Y si está en mis manos evitarlo, lo haré.

A medida que sus palabras se asentaban, el enojo crecía en el interior de Hayley. Una oleada de ofensa la recorrió.

¿Necesidad? Se sentía como si la estuvieran usando, tratando sin respeto, y su dignidad estaba siendo pisoteada.

—Esto es injusto y egoísta de tu parte —murmuró, mientras una presión aumentaba en su pecho—. No estoy lista para ser madre, y menos en estas circunstancias.

Él la miró, sus ojos reflejando la exasperación que sentía. Se acercó a Hayley, su altura haciéndolo ver intimidante; sin embargo, ella no se dejaría amedrentar.

—No solo es mi legado; es el legado de mi abuelo y de mi padre. Necesito que comprendas la magnitud de esto.

—Y tú debes entender que esto no es lo que quiero. No puedo ser una incubadora para tus deseos familiares. Tu legado no debería depender de mí —replicó, y su voz se tornó más firme; estaba indignada.

Frustrado, Evan decidió que no aceptaría un no por respuesta. Era su obligación darle un heredero, y no tenía derecho de oponerse.

—Es suficiente. Eres mi esposa y harás lo que te ordene —su voz autoritaria resonó en el despacho.

En un arrebato de ira, Hayley levantó la mano, lista para bofetearlo, pero él la alcanzó en el aire, impidiéndoselo. La fuerza con la que la sujetó la sorprendió; se sintió diminuta en comparación con él. Evan la acercó a su cuerpo a pesar de la resistencia que ella ofrecía, luchando por zafarse.

—¡Suéltame! —gritó, mientras luchaba contra su agarre y lo miraba furiosa—. Estás siendo un imbécil...

—Y tú, una cría malcriada —replicó el pelinegro, soltándola de repente y dejándola tambalear hacia atrás—. Hablaremos mejor cuando te calmes.

Sin pensarlo dos veces, ella salió del despacho, su corazón latiendo con fuerza y la ira ardiendo en su interior como un fuego voraz. Subió las escaleras dando zancadas y, al entrar en su habitación, cerró la puerta de un portazo.

En ese instante, la rabia que sentía se desbordó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, que cayeron en su rostro sin control, mezclándose con la impotencia que la consumía. Su respiración se volvió rápida y entrecortada, mientras sus manos temblaban, apretadas en puños.

Evan, lleno de remordimientos por su comportamiento, decidió que era momento de disculparse y buscar un entendimiento. Sin embargo, optó por concederle un respiro. Sin duda, lo último que ella deseaba era cruzarse con él, y no era para menos. Apenas llevaban unos pocos días de casados y ya había logrado ganarse su desprecio.

“Y aun así creía que podría convivir con ella”, reflexionó, soltando un suspiro de frustración.

Aislado en su despacho, se dispuso a terminar las tareas pendientes que había dejado, esforzándose por olvidar lo sucedido minutos antes. Se sentía mal por la situación que le generaba una profunda inquietud, tanto que le era imposible concentrarse en su trabajo.

Pasándose la mano por la cabeza, agobiado, se levantó de la silla y se dirigió a su habitación, donde su perro lo recibió con una alegría desbordante, rodeándolo con su cola.

—Quizás he sido demasiado severo con ella, Copito. ¿Debería averiguar si se encuentra bien? —preguntó, recibiendo un ladrido de su perro como respuesta—. Tienes razón, en este momento seguramente no querrá hablar conmigo.

Sin embargo, se comprometió a hacerlo al día siguiente; esta vez, le presentaría una propuesta que no podría rechazar. Era cierto que Hayley le había dejado claro que no deseaba ser madre, y él entendía su decisión. No obstante, sabía que al igual que todos, debía existir algo que ella anhelaba, y estaba decidido a descubrir de qué se trataba.

Le propondría que le diera un heredero, y a cambio, ella obtendría lo que deseara.

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