04

Horas más tarde, Hayley y Evan se despidieron de los pocos familiares y amigos presentes en la ceremonia, dejando atrás un ambiente lleno de falsa felicidad todos, siendo parte de un guión forzado. Y allí estaba ella, interpretando un papel que odiaba mientras que él, actuaba tan bien que parecía que se le daba genuino.

Se subieron al auto que los estaba esperando, y el chófer puso en marcha el coche dirigiéndose al nuevo hogar de los recién casados. Los Bourousis eran dueños de varias propiedades, y una de ellas era una ostentosa residencia situada en una de las mejores zonas de la ciudad.

Al llegar, Hayley fue recibida de manera inesperada por un peludo amigo de cuatro patas. Un perro de pelaje blanco y suave, con ojos brillantes y una cola rizada que se movía con entusiasmo, comenzó a olfatearla con curiosidad. Su euforia al notar la presencia de Evan era evidente, como si el tiempo de separación hubiera sido una eternidad. La joven, sorprendida por la alegría del animal, se sintió intrigada. Le extrañaba que un hombre como Evan, tan reservado y serio, tuviera una mascota tan cariñosa.

—Hola, campeón. ¿Cómo te has portado, eh? —escuchó decir a Evan, cuya voz se tornó más cálida al dirigirse al perro. Mientras acariciaba su suave pelaje, el perro ladró alegremente, como si comprendiera cada palabra que su dueño pronunciaba—. Copito, tendremos a alguien más en casa. Te presento a Hanna. Sé buen chico con ella.

Señaló hacia la nueva inquilina, y el perro pareció entenderlo, dirigiendo su mirada inquisitiva hacia la nueva llegada.

—Hey, pequeño, qué lindo eres —murmuró Hayley, agachándose para acariciar al perrito. Era un animal pequeño, con un pelaje abundante y esponjoso que parecía un nido de nubes, y su rostro tenía una expresión traviesa que recordaba al de un zorrillo.

A pesar de lo incómoda que se sentía en aquel lugar, la presencia de Copito aligeró un poco el ambiente tenso y le brindó un respiro en medio de la situación. Pasados unos minutos, Evan interrumpió la conexión entre la joven y su mascota.

—Bien, te llevaré a tu habitación —anunció, y Hayley se puso en pie, siguiendo a su esposo mientras ascendían las escaleras que conducían a la segunda planta de la casa.

“Esposo", repitió en su cabeza. Todavía le resultaba extraño aquello, y le costaría acostumbrarse.

No se molestó en curiosear los rincones decorados con obras de arte y muebles de diseño; sintió que habría tiempo para explorar más tarde. La mente de Hayley estaba ocupada con pensamientos sobre su nueva vida, una vida que había comenzado sin que ella realmente lo deseara.

“¿De verdad podía ser capaz de convivir con un desconocido?" se preguntó, llena de incertidumbre.

Caminaron por una largo pasillo iluminado, y se detuvieron frente a una puerta blanca, la cual Hayley intuyó que esa sería la habitación que le correspondería mientras viviera en aquella mansión, que a partir de ese momento sería su hogar. Al abrir la puerta, se encontró con una estancia mucho más espaciosa y elegante que su antiguo dormitorio. Sin embargo, la opulencia la abrumaba; se sentía como una intrusa en un lugar que no le pertenecía.

—Si necesitas algo, mi habitación está justo al lado —informó Evan, y ella asintió para no ser descortés—. Siéntete como en tu casa.

“Ojalá así fuera,” pensó, reprimiendo las palabras en su boca.

Se negaba a recurrir a él por más que necesitara ayuda en algo. Lo que menos quería era deberle nada, no tenía ni un centavo para pagarle en caso de romper cualquier objeto en esa impecable mansión. Así que trataría de ser lo más cuidosa posible y prevenir arruinar alguna cosa.

Al percibir que la castaña parecía desear que se marchara, él decidió retirarse a su habitación para darle privacidad.

Había pasado un día agotador y, además, moría de hambre. La idea de preparar algo de cenar se le antojó un alivio, una forma de distraerse mientras pensaba en cómo sería su vida con la nueva inquilina en su casa. Había estado acostumbrado a estar solo, pero ya nada sería igual. Todo había cambiado, y sus circunstancias no eran las mismas.

Estaba casado, no importaba si se trataba de un matrimonio forzado. Debía compartir su vida con una mujer que no conocía y parecía sentir más desprecio por él de lo que imaginaba.

Haciendo sus pensamientos a un lado, Evan entró a la bañera para darse un merecido baño, relajando su cuerpo en el agua tibia.

Por otro lado, Hayley se permitió un momento para respirar profundamente soltando el aire que llevaba retenido. La soledad de la habitación era abrumadora, pero a la vez, le ofrecía un espacio para aclarar su mente. Con el eco de Copito todavía resonando en su mente, se acercó a la cama y aún con el vestido puesto, se tumbó en el colchón. Sus ojos pesaban y el cansancio parecía hacer mella en su cuerpo, mientras luchaba por mantenerse despierta. Pero sin poder resistirse más, cayó profundamente rendida.

Después de preparar una cena sencilla, Evan subió las escaleras con un plato en mano, extrañado por la ausencia de su compañera. Al llamar a la puerta y no recibir respuesta, dudó si debía entrar, temiendo invadir su privacidad. Sin embargo, luego de debatirse mentalmente decidió abrir.

Al hacerlo, se encontró con una escena que removió algo en su interior, sensación nunca antes experimentado. La castaña estaba dormida en la cama, su cuerpo envuelto en el delicado vestido blanco que había usado para la boda. Su rostro, sereno y pacífico, contrastaba con la frialdad que había percibido en ella durante el día.

Evan sintió una punzada de pena, pensando en lo difícil que debió haber sido para la joven abandonar su hogar y venir a un lugar desconocido junto a un extraño.

Esperaba lograr una buena convivencia mientras duraba su matrimonio, no había necesidad de desarrollar alguna relación sentimental entre ellos, le parecía suficiente una amistad.

Sin querer interrumpir su descanso, se acercó con cuidado y tomó una manta que estaba doblada sobre una silla cercana. Y la cubrió, asegurándose de que la mantuviera cálida protegiéndola del frío. No permaneció más tiempo en la habitación y con un último vistazo a Hayley, que seguía dormida y ajena a su presencia, salió con cuidado, cerrando la puerta tras de sí.

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