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CAPÍTULO 4: Propuesta Inesperada

REGINA

Mala suerte. 

Eso es lo primero que se cruza por mi mente cuando llegué a mi departamento y mi casero prácticamente me echó, ahora estaba sin empleo y sin hogar, con los pocos ahorros que me quedaban, hambrienta y con demasiado frío. Recojo mis pertenencias, las cuales caben en una sola maleta. 

Un par de ojos sin vida se anclan en mí, estirando su mano en mi dirección y esperando a que le devuelva las llaves del departamento en el que había vivido antes con mi padre, luego de mudarme a California para estudiar, regresando al mismo sitio, ahora, me tenía que volver a ir. 

—Podría esperarme un par de días más —mi voz es penosa y apenas audible—. Yo solo tengo que… 

—¿Me estás diciendo que quieres volver a vivir aquí? —suelta una risa que no tiene ni una sola nota de gracia—. ¿Cómo te atreves a decirme eso? ¡Me debes más de tres meses de renta! ¡Si crees que por tu cara bonita y trasero apretado, voy a dejarte vivir aquí sin pagar, estás equivocada! 

—Yo no quise decir eso —aprieto los puños con tanta rabia, que me clavo las uñas en las palmas de mis manos. 

—¡No dejaré que abuses más de mi amabilidad! —estalla—. ¡Llévate tu miseria de este sitio, ahora!

Si estuviera en otra situación, ya me hubiera ido desde hace mucho tiempo, el problema es que a esta hora de la noche me costará encontrar un sitio en el cual quedarme, sin contar que toda esta zona es demasiado peligrosa, aquí han ocurrido hasta asesinatos. 

—Entiendo su punto de vista —corro tras él tirando de su brazo—. Me iré, lo prometo, solo deje que pase esta noche aquí, es peligroso. 

—¡Ese no es mi problema, ahora, largo de mi propiedad antes de que llame a la policía! 

Se suelta de un tirón brusco y se marcha, las manos me tiemblan, extraño a mi padre, a mi madre no la recuerdo, puesto que murió cuando era demasiado niña, él era mi fuerza, mi todo, no comprendo qué le pudo haber pasado para desaparecer de la nada y abandonarme, cuando él nunca dejó de repetir que yo era su princesa. 

Sorbo mi nariz, empujando el dolor y las lágrimas que se me atoran en el pecho y los ojos. Agarro mi maleta y camino por los sinuosos corredores, el sonido de las llantas hace que el miedo se acreciente más y más en mi interior. 

No tengo amigos que me puedan ayudar, y los pocos con los que forjé un lazo, viven demasiado lejos como para ayudarme, trato de mantener la calma, de pensar con la cabeza fría, no puedo, al final, saliendo del enorme edificio, se me encoge el estómago al darme cuenta de que de noche, las calles parecen ser un enorme monstruo que se prepara para devorar a mujeres solas como yo.  

Me espero un par de minutos a las afueras, deseando que nada malo me suceda, cuando la voz cantarina de la recepcionista, golpea mis espaldas. 

—Venus, el dueño quiere que te vayas ya, dice que solo ahuyentas a los posibles inquilinos. 

Miro por encima de mi hombro, el casero está de brazos cruzados con la amenaza en su mirada de cumplir con llamar a la policía, asiento en silencio y salgo, alejándome del sitio que alguna vez consideré un hogar. 

Conforme voy caminando, el miedo sigue invadiendo mi sistema, intento no parecer una llorica, sé en dónde queda el hotel más cercano de la zona, así que deseando poder encontrar una habitación disponible, me dirijo hacia allá, el miedo debería ir desapareciendo conforme me encuentro a algunas personas conviviendo. 

No es el caso, siento un escalofrío que recorre mi espina dorsal y que no me abandona, termino por detenerme al otro lado de la acera, al darme cuenta de que la calle permanece sumida en la oscuridad, trago grueso, me armo de valor de nueva cuenta y camino a prisa, el problema, es que justo cuando pienso que estaré a salvo de todo peligro por hoy, de las sombras, salen cinco chicos, todos ellos encapuchados, dos de ellos sostienen botellas de licor, uno una navaja y otro más, un b**e, mientras que el quinto, me mira con ojos inyectados en sangre.

—Pero miren qué tenemos aquí —el que supongo es el líder, se lame los labios y me produce náuseas—. ¿Estás perdida, nena? 

El corazón se me astilla al darme cuenta de que no hay nadie a mi alrededor. 

—No… —mi voz tiende de un hilo. 

—Parece que sí —merma el espacio entre los dos. 

De soslayo me enfoco en los otros cuatro, quienes me rodean, ahora, no importa que quiera correr, cualquiera de ellos me puede atrapar, además, dudo que alguien me quiera ayudar, la gente de por aquí, prefiere no meterse en problemas, y más si se trata de pandilleros como los que se están acercando a mí. 

—Eres muy hermosa, nena. 

—No se acerquen —miro a todos. 

Todos ellos sueltan a carcajadas. 

—¿O qué nos harás? —se mofa el del b**e.

Es cuestión de segundos para que uno de ellos se me abalance, el líder, el que no trae armas, trato de empujarlo para evitar el contacto físico, pero este, sin embargo, enreda una de sus manos entre las hebras rubias de mi cabello, tirando con fuerza y obligando a que mi cabeza se doble hacia atrás. 

—Hueles demasiado bien —lame mi mejilla. 

—¡No, auxilio, por favor! —hago un nuevo intento por soltarme. 

Cuando llega otro y comienza a tocarme de manera insistente los pechos. 

—Estás muy buena. 

Las lágrimas brotan de mis ojos, no puedo defenderme de estos cinco hombres, no importa lo que haga, un fatal destino se presenta delante de mis ojos y en mis pensamientos siempre está mi padre. 

—Nos vamos a divertir, muñequita —me susurra al oído el que me tiene agarrada. 

Estoy perdida, me llevan arrastrando hasta uno de los callejones sin salida, cuando de pronto, el ruido de un par de llantas rechinando llama mi atención, enseguida, las luces de un Rolls-Royce nos iluminan. Ellos se quedan quietos y están a punto de dejarlo pasar, cuando la ventanilla se baja, no se puede distinguir quienes se encuentran en el interior, pero una mano se asoma por la misma ventanilla, apuntando con un arma. 

—¿Qué m****a? —arguye uno de ellos.

Sintiéndose valiente, comienza a acercarse, cuando se escucha un disparo que va a dar cerca de sus pies. 

—¡Joder, vámonos! —grita el mismo chico. 

Todos se marchan despavoridos, mis rodillas se impactan contra el suelo debido a la impresión, la mano se adentra, la ventanilla se sube y enseguida el auto se aleja, dejándome estupefacta. Congelada en mi sitio. 

[...]

A la mañana siguiente, despierto adolorida por todo lo que me ocurrió en un día, pienso que no hay persona con más mala suerte que yo. 

En tan solo un par de horas, fui denigrada con palabras, casi golpeada por el director general, despedida, enfrentada a Ronan Moretti, echada de mi departamento, y casi abusada por pandilleros, no tengo mucho dinero, empleo ni hogar. Todos esos pensamientos me llevan a una sola persona. 

Aunque quisiera, no tengo más opciones, lo mucho que podría pagar este hotel de paso, son dos noches más, así que rebusco entre mis ropas los pedazos de la tarjeta que me dio el señor Moretti, al encontrarlos, el estómago se me revuelve, pero me convenzo a mí misma que no pierdo nada. Leo la dirección de su empresa, me visto con unos jeans oscuros, una blusa blanca de tirantes, y unas zapatillas converse oscuras y desgastadas. 

No es que tenga mucho que elegir. Todo después de una ducha de agua caliente, me dirijo en metro hacia la empresa bufete Moretti, al llegar, me sienta como patada en el estómago darme cuenta de que esto es una locura. 

—Vamos, no tenemos más opciones —me susurro. 

Todo está flanqueado por policías, demasiada seguridad para mi gusto, pienso que este hombre es un creído y egocéntrico, al entrar al área de recepción, me siento pequeña con todas las mujeres hermosas que se mueven de un lado a otro, llevando documentos, hablando y riendo con sus compañeras, los hombres, van vestidos con perfectos trajes, y lo mejor es que el ambiente laboral aquí huele tan bien, que de pronto miro mi atuendo y me siento como una asquerosa mancha que invade algo reluciente y demasiado blanco. 

Algunas chicas me miran pasar y fruncen el ceño, dirigiendo sus miradas hacia los guardias de seguridad, reconozco esas miradas, ellas me están viendo como una indigente. Evito mirarlas, camino a paso firme hasta la recepcionista que está escribiendo y firmando un par de documentos. 

—Buenos días —hablo—. Quisiera ver al señor Moretti. 

—¿Tiene cita? —me pregunta sin levantar la mirada y verme. 

—No —musito. 

—Entonces me temo que no podrá pasar a verlo, el señor Moretti solo recibe con previa cita —habla demasiado rápido. 

La pelirroja sigue adentrada con lo suyo, me estresa que ni siquiera tenga la decencia o la educación de mirarme a los ojos. 

—Por favor, es importante —insisto una vez más, sintiendo que un nudo se me atora en la garganta—. Él me dio su tarjeta. 

—Sí, sí, todas dicen lo mismo —mueve una mano para restarle importancia—. Si lo que deseas es meterte en la cama del jefe, te aseguro que eso no sucederá, ya muchas lo han intentado con el mismo cuento. 

Tenso el cuerpo. 

Los sonidos a mi alrededor hacen que mi cabeza me duela, mis palpitaciones vayan en aumento y que la boca se me seque con la bilis, en un abrir y cerrar de ojos, le quito los documentos y hago que esta vez me mire. 

—¡Por favor, es importante, él me dio su tarjeta!

Dejo de hablar al darme cuenta de que la mujer palidece como si hubiera visto un fantasma. 

—Señorita Blaine —dice en un susurro apenas audible. 

—¿Qué? 

Espabila. 

—¿Quién es usted? 

—Venus Smith, el señor Moretti me dio ayer su tarjeta y… 

—Enseguida vuelvo —arguye sin darme tiempo de terminar de hablar. 

Pierdo la noción del tiempo hasta que regresa. 

—Puedes pasar, es el último piso, primera puerta a la derecha. 

—Pero… 

—Odia esperar. 

Asiento y me dirijo al elevador, mientras subo, pienso en que esto es mala idea, intento darme la vuelta y salir corriendo como cobarde, pero las puertas del ascensor se abren y salgo, localizo la puerta y llamo. 

—Entra —su voz es dura. 

Al entrar, me recibe el mismo hombre de mirada cruel de ayer, pero esta vez con una sonrisa cálida en los ojos. 

—Me alegra que esté aquí, señorita Smith —siento un tinte de burla cuando dice mi nombre. 

—Yo no estoy muy segura de qué estoy haciendo aquí —confieso lento. 

Ronan Moretti se inclina hacia adelante, después de inspeccionar mi rostro a detalle. 

—Seré directo, me di cuenta de que tienes conocimientos en leyes, ¿puedes hacer una carta de abogado? 

Trago grueso. 

—Puedo ser asistente de un abogado, eso me viene bien, como pasante —me quedo sin aliento. 

Ahora me mira con nítido enojo. Vuelve a ser el mismo hombre frío de antes. Es como si me estuviera poniendo a prueba o quisiera comprobar algo. 

—Aquí exigimos que los asistentes jurídicos tengan un título, de posgrado o superior, ¿tiene uno? 

Tiemblo, mis esperanzas se vienen al suelo. Niego con la cabeza sintiendo que en cualquier momento las lágrimas rodarán por mis mejillas. 

—Entonces solo puedes ser una simple secretaria —agrega con decepción—. La paga son dos mil dólares al mes, eso es suficiente pata pagar un alquiler, ¿cierto, señorita Smith? O tal vez deba llamarla por su verdadero nombre; Regina Lombardi. 

Me congelo. 

—¿Cómo lo sabe? 

—La investigué. 

—¡¿Por qué?! 

—Eso ya no importa, está en mis manos, señorita Lombardi, solo basta una llamada y la policía vendrá por usted, por tomar una identidad que no le corresponde. ¿Toma el puesto de secretaria? 

La rabia bulle en mi sistema. 

—No acepto, señor Moretti, no tiene ningún derecho a coaccionarme para que acepte ser su secretaria, fue un error haber venido aquí. 

Giro sobre mis talones, tomando el pomo de la puerta. 

—Espere, señorita Lombardi. 

Le miro por encima del hombro. 

—¿Ahora qué? 

—Estoy enterado de que su padre lleva tres años desaparecido, puedo ayudarla a encontrarlo. 

La barbilla me tiembla. 

—¿A cambio de qué? 

Entonces él eleva las comisuras de sus labios en dirección al cielo, con maldad. 

—A cambio de que se convierta en mi esposa. 

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