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CAPÍTULO 3: Miradas Azucaradas

REGINA

No escucho lo que susurra Ronan Moretti, pero lo que sí sé, es que no me gusta la manera en la que me está viendo, su ceño se profundiza, dura segundos, ya que enseguida es como si acabara de despertar de un profundo sueño y ahora me fulmina con una mirada tan dura, que es como un cuchillo. Olvido cómo se respira, olvido todo. Un cosquilleo semejante a una corriente me recorre todo el cuerpo, anclándome en mi sitio. 

No tengo la remota idea de lo que está pensando en estos momentos, pero se siente como si el universo entero acaba de desplomarse encima de mí, dije aquellas palabras en un impulso apresurado por no querer perder mi empleo. El ligero hormigueo de anticipación comienza a expandirse desde mi estómago hasta la punta de los pies. 

Dos de sus guardaespaldas me tienen agarrada de ambos brazos, inmovilizada con ahora un hombre que tiene más el parecido de una bestia hambrienta, llena de odio y confusión, que un CEO, de uno de los bufetes más importantes de todo Estados Unidos. De pronto, sus ojos se quedan fijos en los agarres de sus hombres, un brillo que detona remordimiento aparece en sus pupilas. 

—Suéltenla —demanda manteniendo el mismo tono severo que antes. 

El tono de su voz eriza mi piel, sus hombres me sueltan tan fuerte, que la impresión, la falta de aire, de alimento y todo en general, juegan en mi contra, haciendo que pierda el equilibrio y caiga de bruces, la cabeza me da vueltas durante un par de segundos. 

—Joder —musito por lo bajo. 

Para mi sorpresa, él intenta ayudarme tendiendo mi mano, sin embargo, lo rechazo de inmediato y me pongo de pie por mi cuenta. Soy valiente, soy fuerte, eso es lo que me digo, aunque en el fondo me sienta tan cansada, que ni siquiera me doy cuenta de que las lágrimas acumuladas durante todo el día, se escapan, rápido me las limpio con el dorso de la mano, sopesando lo que acaba de ocurrir, lo que acaba de brotar de mi boca. 

“Si no te firma esos documentos, zorra asquerosa, juro que lo pagarás muy caro, con sangre, sudor y mucho dinero” 

La clara amenaza de Luke Anderson, el director general de la empresa, me cala hasta los huesos, localizo los documentos tirados en el suelo, siento miles de ojos pendientes de cada uno de mis movimientos mientras los levanto. 

—Por favor, lea los contratos —pido recelosa. 

Como era de esperarse, Ronan Moretti, no los acepta, en cambio, sigue escudriñando mi rostro como si deseara descubrir algún secreto no develado. Al no obtener respuesta alguna, recurro al viejo truco de la culpa. 

—Señor Moretti —levanto mi barbilla, pronto me arrepiento al no poder competir con la fuerza magnética y huracanada de sus ojos grises—. Por favor, lea los contratos. 

—¿Por qué debería? —su mirada cambia con fugacidad—. No me gusta repetir lo que dije, señorita… 

—Smith —miento—. Venus Smith. 

—Mi respuesta sigue siendo la misma —sisea. 

—Señor, todos merecemos una segunda oportunidad. 

—Las segundas oportunidades son la excusa para las personas que no se comprometen —sus palabras están tan cargadas de veneno, que trago grueso. 

Nos miramos fijamente el uno al otro, la tensión construyéndose a nuestro alrededor. Su mirada es tan en blanco, como si estuviera de pie, frente a una estatua que ni siquiera inspira emociones o temores. Sus ojos recorren mi cuerpo, no de manera lasciva, sino, como si quisiera tocarme para saber que soy real y no una ilusión, es tan extraño. 

—Señor… 

—Puedo considerar leer el contrato —tan pronto como dice esas palabras, oculta su expresión y sus ojos se vuelven fríos y duros—. Pero antes, tenemos que hablar a solas, me parece que tenemos un asunto pendiente los dos. 

Se me encoge la garganta y el mundo me parece de pronto un lugar demasiado pequeño. Tan pronto como pierdo la compostura, chasquea los dedos y enseguida soy rodeada por varios de sus hombres que no tengo idea de donde salen. 

—Señor Moretti, ¿puedo saber qué hace? —pregunto tratando de mantener mi voz firme. 

—Ya se lo he dicho, señorita Smith, hablaremos. 

—Pero… ¿De qué tenemos qué hablar? —las piernas me tiemblan, su mirada es feroz y llena de resquemor. 

—De ti teniendo a mi bebé, y diciendo que te abandoné —sus puños se aprietan y la tensión de su mandíbula se ve casi dolorosa. 

No sé cómo es que me las arreglo, pero retrocedo dos pasos hacia atrás, ignorando el hecho de que estamos siendo rodeados también, por personas a su paso. 

—Yo… no quise… —balbuceo sin tener un argumento claro para defenderme. 

Su mirada se oscurece y sus pupilas se dilatan. Es lo más parecido a un gladiador preparándose para atacar. 

—Estás dañando mi honor en público —su voz suena hueca—. ¿Qué te hace creer que te dejaré salirte con la tuya? No es muy educado de tu parte difamarme con algo como eso, podría demandarte. 

El aire se comprime en mis pulmones. 

—¿Educado? —resoplo de manera despectiva—. Señor Moretti, es usted quien me empujó del elevador con fines egoístas, es su culpa que yo llegara tarde a entregarle los documentos, así que no me venga con clases de moral, además, lo que está haciendo es un delito de provocación. 

Ahora parece que sí obtengo toda su atención, aunque el brillo que palpita en sus ojos sea maniaco. 

—Según el código civil, usted me empujó, y si tengo alguna clase de lesión o daño, por muy leve que sea, es sospechoso de lesiones intencionadas —exclamo con voz queda y con el corazón golpeando tan duro y rápido en mi pecho, que por un segundo pienso que se saldrá. 

Sus ojos grises, como una fría niebla, me inspeccionan con intensidad, el constante latido de mi corazón me arranca un gemido de sorpresa, cuando él merma el espacio entre los dos, de una larga zancada. Se pasa dos dedos por debajo de su barbilla, procesando cada una de mis palabras. 

—¡Por lo tanto! —elevo mi voz—. Lo que significa que en cuanto llame a la policía, pese a que dudo que le condenen por su apellido, su reputación seguirá quedando manchada pro sus propios actos, ya que un hombre que ordena a empujar a una mujer, no se ve bien. 

El desprecio se sienta en sus ojos profundos y humeantes. 

—¿De verdad estás tan segura de que no llamaré a la policía? —hay filo en cada palabra suya. 

Sello mis labios, mordiendo mi mejilla interna, sabiendo que poco a poco estoy cavando mi propia tumba. Ronan Moretti da un paso más, su pecho casi golpea mis narices, es claramente más alto que yo, su cabello caoba, pese a que podría estar ligeramente alborotado, le sigue dando un aire sofisticado, y sus ojos grises… siguen siendo tan asesinos como al principio. Me pregunto si habrá nacido con esa mirada dura. 

—Me parece que sabe de leyes —una expresión de pocos amigos le atraviesa el rostro—. Eso es interesante, veo en usted el coraje que se necesita en este mundo jurídico, usualmente nunca hago esto, pero me parece que tiene el carácter, así que puedo ofrecerle un mejor empleo que el de mensajería. 

Sus ojos se clavan en los míos y me evalúa, me parece que estoy soñando, porque es decir… esto no me puede estar pasando, se trata de Ronan Moretti, un abogado de renombre, toda su familia lo es, son letales y siempre van a la yugular con sus adversarios, de ahí que nunca han perdido un solo caso. 

—Es broma —mi voz tiende de un hilo. 

Mete ambas manos en sus bolsillos, su rostro sigue siendo ilegible, sin emociones. 

—Yo no bromeo, señorita Smith, no tengo tiempo para hacerlo —esclarece—. En el trabajo que le ofrezco, puede usted ganar hasta cinco mil dólares para empezar, es un estimado. 

Me quedo sin habla, enseguida, me da una de sus tarjetas, nuestros dedos se alcanzan a rozar, son segundos, no obstante, mi aliento se atasca con el contacto y destellos de algo que no sé descifrar, prevalecen en su mirada hacia mí, solo me ve a mí, a nadie más. 

—Piénselo, señorita Smith, pero no lo haga por mucho tiempo, no soy un hombre paciente, quería una segunda oportunidad, aquí la tiene —se apresura a decir sin darme tiempo de cuestionar. 

Observo la tarjeta para saber sí lo dice en serio, lo es, su nombre está sobre letras plateadas, su tarjeta es totalmente negra como el aura pesada que emana de su cuerpo. Abro la boca para despedirme de él cuando lo veo darse la vuelta para meterse al auto, cuando los documentos son arrebatados de mis manos. 

—¡Señor Moretti, por favor, dele una segunda oportunidad al contrato! —Anderson se atreve a tirar de su brazo. 

Ahora él se gira y no parece nada contento, sus ojos son de asco hacia el director general. 

—Aunque lo lea, nada está hecho, los Moretti no hacemos tratos con empresas jurídicas de bajo nivel —arguye con tono despreocupado. 

Acto seguido, arranca de sus manos los contratos y los rompe en mil pedazos frente a sus narices.

—Ya no insista, es vergonzoso para usted. 

Intenta volverse a subir al auto, Anderson se gira hecho una verdadera furia hacia mí, tira de mi brazo con fuerza, tanta, que me hace chillar al instante. 

—¡¿Qué le dijiste zorra?! —me zarandea—. ¡No eres más que basura, todo esto es tu culpa, te lo advertí! 

—¡Púleteme, me lastima! —forcejeo en un intento por deshacerme de su agarre. 

—¡Maldita zorra! ¡Te mataré, desgraciada, juro que lo haré! ¡Perra!

Levanta la mano, solo son dos segundos lo que le toma dirigirla con fuerza hacia mi rostro, cierro los esperando el golpe, no llega, los abro y enseguida tiemblo al ver al señor Ronan Moretti, deteniendo su mano. Hay exclamaciones por todas partes, le tuerce la mano dándole un golpe a un costado en las costillas, Luke Anderson se retuerce del dolor cayendo de rodillas delante de él. 

—Cuida tu lenguaje cuando estés delante de mí, mucho mejor, si me entero de que sigues tratando a una mujer así, juro que te vas a arrepentir, pasando tus días en una cárcel, de eso me puedo encargar —esta vez, de las comisuras de sus labios cuelga una sonrisa siniestra y llena de rencor. 

Voltea hacia mi dirección. El que sus ojos estén de nuevo encima de mí, no me hace feliz. 

—Piénselo, señorita Smith, si quiere seguir siendo mensajera y lidiar con esta clase de escoria, o tomar mi oferta, es su única segunda oportunidad. 

Se sube a su auto y me quedo viendo como desaparece dentro de mi campo de visión. Me voy antes de que Anderson se recupere, subo a la motoneta y me pongo en marcha, para cuando llego a las oficinas de correos, los cuchicheos se hacen más presentes que nunca, solo que esta vez no hay burla, al menos no de los del área de administración, marginados de la sociedad al igual que yo. 

—Fue un gusto verte por última vez, Venus Smith —canturrea la secretaria del supervisor—. El jefe quiere verte.

No hace falta más, hago lo que me pide y entro, enseguida él me grita lanzando mi carta de renuncia. 

—¿Tienes idea de a quién has ofendido con tu incompetencia? —exclama con ojos en llamas—. El señor Luke Anderson ha sido nuestro cliente VIP, por años, y ahora lo has arruinado, insistió en que te despidamos. 

—Yo… 

—¡Nada, estás despedida, recoge tus cosas y no vuelvas, pero antes, tienes que saber que tendrás que pagar cien mil dólares por los daños financieros, por daños a su moral! 

—Pero si yo no tuve la culpa, soy solo una interna… 

—¡Los pasantes también tienen que ser responsables, ahora, largo, no quiero volver a verte nunca! 

Me trago mis lágrimas, firmo mi renuncia, recojo mis cosas y salgo del edificio con el corazón roto, rompiendo la tarjeta que me dio Ronan Moretti, después de todo, es su culpa el que yo no haya entregado los documentos a tiempo. 

—Te odio, Ronan Moretti, te odio —sollozo. 

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