CAPÍTULO 2: Déjà Vu

RONAN

Diez Minutos Antes…

Observo con molestia y aburrimiento, la hora en mí Rolex, no soy completo fan de las reuniones sorpresa, mucho menos de tener que resolver los asuntos que mi incompetente primo menor, no puede hacer por pasar su tiempo de juega en juerga. El dolor punzante en mi cabeza acelera mis ansias por cortarle su extremidad favorita, estoy seguro de que eso le haría un favor a la humanidad. 

—Tienes mala cara —se jacta Liam. 

Un castaño de ojos verdes que resulta ser mi guardaespaldas y mi único mejor amigo, es hijo de María, una mujer que trabajó hace años para nosotros como ama de llaves, y que falleció hace cinco años. 

—¿Tú crees? —ironizo, buscando en mi interior un poco de paciencia. 

—Vamos, hombre, no es tan malo como parece. 

Me giro lentamente y le miro. 

—Tú no eres el heredero de una de las familias más importantes del sistema jurídico del país, no me jodas con eso —mi sangre hierve. 

—Si lo pones de ese modo, creo que sí, estás bien jodido —encoge los hombros. 

Mi rabia no es contra de él, lo sabe, sino, de lo que me dijo mi madre esta mañana al despertar, su llamada solo podía significar dos cosas, una, que el viejo de mi padre se estuviera muriendo, o dos, que mi primo Arsene, tuviera el trasero metido de nuevo en otro problema de faldas, esos que implica a un ex o a un esposo celoso queriéndole romper la cara, por meterse con su mujer o chica. El problema es que no fue ni una, ni otra. 

Cada miembro de mi familia tiene relación con las leyes, en su mayoría somos abogados o jueces, el patriarca de los Moretti, Lucas, mi padre, al parecer no ha querido esperar a la cena que tenía planeada esta noche, para lanzarme su nuevo ataque. 

—No puede ser tan malo conseguir esposa —añade Liam y considero el tener que sacarle los ojos. 

—No, por supuesto que no —miento. 

Justo mi móvil comienza a timbrar, observo el nombre que parpadea en la pantalla y el genio se me pudre. 

—Hablando del diablo —Liam me sigue con la mirada en silencio. 

No tengo el ánimo para lidiar con mi padre, no obstante, sé que si no atiendo, no me dejará en paz. 

—Padre. 

—Ronan, supongo que vas en camino a la empresa Anderson. 

—Así es. 

—Bueno, lo que tengo que decirte preferiría que fuera en persona, pero tengo un trato con un socio en Alemania, por lo que tendrá que ser por teléfono —carraspea—. Me parece que ya debes tener una idea de lo que se trata, ya que es un tema en el que he estado insistiendo demasiado tiempo. 

Me quedo callado, el silencio siempre empuja a las personas a romperlo, ya sea por incomodidad, o porque se esfuerzan en llenar esos vacíos. 

—Necesitas una esposa, casarte con una mujer hará más fácil la entrega de tu herencia como mi hijo —confiesa lento—. Ya te hemos esperado lo suficiente, Blaine ya no está, tienes que seguir adelante. 

Los recuerdos golpean con fuerza descomunal mi caja torácica. Sabe tan bien como el resto de la familia que es un tema que es intocable. 

—Tengo que colgar —anuncio. 

—Hijo, tienes que superarla, y el tener tu mente y ojos en otra mujer, hará las cosas más fáciles para todos, solo date la oportunidad, si no lo haces, la herencia no podrá ser tuya y hasta que te cases, es tu primo Arsene, quien tendrá que hacerse cargo de la herencia familiar… 

Más de lo mismo, dejo de escuchar las excusas que me pone para no darme lo que me corresponde, cuelgo sin darle la oportunidad de que me siga jodiendo. 

—Sí que te pone de mal humor —bromea Liam.

—No tienes idea —rechino los molares. 

Blaine es la única mujer de la que me he enamorado, la única a la que pienso adorar hasta el día en el que me reúna con ella, amenazarme con darle todo a Arsene, es una jugada peligrosa, mi padre ya debería de saberlo mejor que nadie. Entrando a la empresa, no me tomo la molestia de registrarme en recepción, todos aquí saben quién soy, entro a uno de los elevadores vacíos, las dos personas adentro salen de inmediato, saben que odio estar rodeado de gente. 

Las puertas están a nada de cerrarse, cuando entra una mujer agitada, no le veo el rostro bien, la luz es tenue y ella trae una espantosa gorra con el logo de la empresa de correos, su atuendo es un desastre, jeans azul cielo, unas converse que en algún momento fueron blancas y que están desgastadas, y una camisa con el mismo logo de la empresa. Ella pierde el equilibrio, teniendo la mala fortuna de caerme encima. 

Por inercia, la sostengo de los brazos para alejarla, huele a miseria, a desastre, además de que está invadiendo mi espacio personal. El contacto que tengo con su piel desnuda me regresa de golpe a la realidad y la suelto. 

—Vete —exijo. 

Me inclino hacia el tablero y presiono el botón para que el elevador se detenga y ella salga, el olor a su perfume comienza a invadir mi oxígeno y a ponerme de mal humor. Solo que ella tiene la audacia de presionar de nuevo el botón que hace seguir subiendo el elevador. 

—Lo siento, señor, pero no puedo irme, tengo que entregar… 

En estos momentos que me da la espalda, esperando paciente delante de mí, clavando su vista en el cambio de los números, hace que la comience a ver como el blanco perfecto de algún mutilamiento medieval. 

—Estoy por reunirme con alguien de esta empresa, no voy a permitir que gente como tú, lo arruine —escupo sin escrúpulos. 

Intento volver a presionar el botón, pero esta mujer me lo impide interponiendo su cuerpo, en ese instante miro con furia a Liam, descubriendo que trata de disimular una sonrisa socarrona. 

—Haz algo —demando. 

Liam blanquea los ojos, suelta un suspiro largo y cansado, para después acercarse, forcejear con esa chica, presionar el botón y echarla del elevador pese a los gritos y maldiciones que se atreve a lanzarme. 

—¡No, espere, por favor! —grita llena de rabia. 

Las puertas se cierran y el silencio vuelve a reinar en el interior, a excepción de que un olor a vainilla inunda mis fosas nasales. Liam no me dice nada, somos amigos, pero también sabe cuál es su lugar, acomodo mi corbata como si estuviera mal colocada, hasta que las puertas se vuelven a abrir. 

Doy un paso a las afueras y ya tengo sobre mí a Luke Anderson, un canoso regordete de ojos más oscuros que mi propia alma, se le nota enfadado, humor que se le borra del rostro al verme, ahora sonríe nervioso. 

—Se…  Señor Moretti —balbucea nervioso. 

Enarco una ceja con incredulidad hacia él. 

—¿Y bien? —rompo el pequeño silencio incómodo que nos rodea—. ¿En dónde están los documentos contractuales para la adquisición? 

Ahora él está sudando. 

—Señor, Moretti, yo… bueno… verá… es que… 

Intenta acercarse a mí, el mundo entero sabe que no deben tocarme si no lo pido. Liam, al notar lo que intenta hacer, se coloca atrás de mí, su sola presencia puede hacer que un gorila se orine, Luke detiene su paso al instante, mirándonos de hito en hito. 

—Mi tiempo es valioso, y estás haciendo que lo pierda —digo tajante—. Los documentos, ahora. 

Estiro mi mano en su dirección, esperando a terminar con esto lo más pronto posible, pero oh, sorpresa, no tiene nada que darme. 

—¿De verdad? —inclino mi cabeza hacia un lado, tratando de descifrar en qué momento va a orinar en sus pantalones. 

—Verá, no… no los tengo conmigo mismo ahora —el sudor en su rostro se hace más visible y eso aumenta mi deseo por hacerlo temer, más y más. Así de retorcido soy. 

—Así que no los tiene. 

—Señor Moretti, por favor, espere dos minutos más —su voz es un desastre lleno de nervios explotando en sus cuerdas vocales—. El contrato llegará pronto, solo ha sido una pequeña modificación la que se le hizo. 

Agarro el puente de mi nariz con desesperación. 

—¡Suficiente, basta de excusas! —bramo—. ¿Usted cree que es el único bufete que espera a que lo adquiera? Me niego a hacer tratos con personas incompetentes. 

Luke Anderson palidece en cuanto procesa el significado de mis palabras. 

—Señor Moretti, por favor, solo pido que espere un poco más… —comienza a perder la poca dignidad que le queda al pobre hombre. 

Niego con la cabeza, estoy a nada de irme de esta pocilga, cuando llega jadeante la misma mujer del elevador, extendiendo su mano hacia Anderson, entregando un par de documentos. 

—Siento la tardanza —se queda sin aliento—. Tuve que correr por las escaleras de emergencia. 

Sigo sin poderle ver bien el rostro, debido a la gorra que porta. 

—Aquí está todo, tal y como lo pidió, siento mucho llegar dos minutos tarde —la mujer se esfuerza por respirar. 

—¡Mierda, m*****a zorra, no se puede confiar en las mujer hoy en día! —Anderson le arrebata los documentos—. ¡Eres una inepta, lenta y no sirves para entregar ni siquiera un jodido documento! Por tu culpa estoy perdiendo un importante trato.

Casi siento pena por la mujer, aunque ese “casi” se convierte en nada. 

—Señor Moretti —Anderson se dirige hacia mí—. Aquí están los contratos, puede leerlos, solo fue un pequeño retraso de dos minutos. 

—No pienso repetir lo que dije, es un no, rotundo —espeto con más dureza que la de costumbre. 

—Pero… 

Le lanzo una mirada cargada de advertencias antes de que siga queriendo intentar coaccionarme para que firme el contrato que haría su empresa, una más de nuestra propiedad de enormes bufetes del país. Él tiene un rostro de derrota que saboreo, aun cuando estoy dándome la vuelta para salir de este sitio que enferma como el cáncer. 

Mientras lo hago, escucho las palabras que le suelta a la mujer. 

—¡Juro que te voy a destruir, sucia zorra! ¡Voy a presentar una denuncia contra ti! ¡Te haré pagar por todos los daños! —grita colérico. 

No es mi problema, entro al elevador hasta que sus voces se pierden al cerrarse las puertas. 

—¿No te sientes mal? 

Observo a Liam. 

—¿Por perder mi tiempo? 

—No, porque estén maltratando verbalmente a esa mujer por tu culpa. 

Ahora soy yo quien parece sorprendido.  

—¿Mi culpa? 

—No te hagas el nocente, fuiste tú quien la echó del elevador —hay cierto brillo malicioso en su mirada. 

—Hasta donde sé, fuiste tú. 

—Siguiendo tus órdenes —finaliza con simpleza. 

Sello mis labios, sabe que no me gusta hablar de temas o de personas que no considero importantes en mi vida, y en estos instantes es Anderson y esa mujer. Una vez saliendo al vestíbulo principal de la empresa, a través de las enormes puertas de cristal, veo que ya está un auto esperando por mí, cuatro guardaespaldas a un costado, al verme, uno de ellos me abre la puerta. 

Estoy a solo un metro de llegar, pero alguien grita a mis espaldas. 

—¡Señor Moretti! 

Miro por encima de mi hombro, es la misma mujer, sigo mi camino y la ignoro, gente rara en el mundo no es digna de que siquiera le preste atención. Tiran de mi brazo y eso detiene mi andar. 

—¡Por favor, por favor, tiene que leer el contrato! —me ruega la mujer. 

Desciendo la mirada hasta donde sus dedos se clavan en mi brazo, enfurezco. 

—Suélteme —me la quito sin esfuerzo. 

Le doy la espalda. 

—¡No puedes abandonarme a mí y a tu hijo, así! 

Me detengo, a nuestro alrededor la gente comienza a rodearnos, espectadores de su circo mediático. Furioso, chasqueo los dedos y en un segundo dos de mis hombres ya la tienen inmovilizada, me acerco sin cautela, le quito la gorra liberando un hermoso y sedoso cabello rubio, el color verde intenso de sus ojos me absorbe y me congelo al instante en el que la veo, es ella… ella es… 

—Blaine —susurro.   

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