Todos los sentimientos de venganza se desvanecieron cuando llegó hasta la sala donde Sara esperaba, al atravesar las puertas se encontró con que ella dormía en una silla. Su exesposa estaba acurrucada contra la pared, se veía tan indefensa, como si se hubiese rendido y no tuviera nadie que la apoyara. Frenó sus pasos por la sorpresa y la enfermera que venía detrás de él lo increpó.
―¿Y que esperaba? Trabaja casi toda la noche limpiando oficinas, duerme tres horas y luego viene aquí para estar con su hijo y ayudar en lo que pueda como voluntaria; de esa manera puede quedarse fuera de las horas de visita y estar pendiente del niño.
―Yo no lo sabía ―expuso ante la mirada reprendedora de la enfermera, se pasó la mano por el cabello despeinándose―. No sabía que tenía un hijo. ¿Quién podría ser tan desalmado de abandonar a su suerte a su mujer y a su hijo? Desprecio al tipo de hombres que lo hace, me lamenta que existan mujeres y niños tengan que pasar por esa situación. Y hoy me entero de que tengo un hijo, ¡un hijo enfermo!, que me necesitaba y se me negó estar allí para él. Un niño que debió sentirse desamparado ―explicó con voz rota.
Molesto por haber compartido sus pensamientos y darle explicaciones a la enfermera, se alejó hasta llegar donde estaba Sara, ajena a todo su debate. Los ojos de Mildred perdieron su dureza ante la confesión. Rashad logró recuperar la compostura y se acercó de nuevo al mostrador.
―¿Qué hago?, ¿la despierto? ―preguntó a la enfermera.
―Déjela dormir unos minutos y se despertará como nueva. Mientras tanto vaya a la cafetería y tráigale un café y un bocadillo; haga que se lo coma, esa chica necesita de alguien que la cuide ―ordenó con un tono de voz más amable.
―Gracias. Si despierta, por favor, dígale que me espere ―respondió Rashad.
―Seguro, tardará un rato en despertar, no se preocupe ―dijo la enfermera.
Rashad agradeció a la enfermera que le diera algo que hacer, no soportaba la espera y la tensión que sentía por conocer a su hijo y por los resultados de los exámenes.
***
Un agradable aroma a café se metió por sus fosas nasales, trayéndola poco a poco a la conciencia. ¡Tenía tanto sueño! Sus párpados comenzaban a levantarse y se cerraban de inmediato en su lucha diaria por despertarse, se frotó los ojos para tratar de espabilarse. ¡Demonios, estaba tan cansada! Se había vuelto a dormir en el hospital, en los últimos días le pasaba mucho, si estaba inactiva podía dormirse hasta de pie. Cuando pudo enfocar la mirada se encontró con que Rashad estaba a su lado, sosteniendo un café y una bolsa con un bocadillo caliente. El olor inundó su nariz y su estómago respondió con un rugido parecido al de un león herido. Tenía hambre, no comía desde el día anterior y ya era media tarde. Avergonzada se levantó de un salto.
―Lo lamento, me quedé dormida. Vamos para que conozcas a Asad ―habló con prisas, tratando de ocultar que se sentía un poco avergonzada.
―No, iremos después de que te comas el bocadillo y bebas el café ―respondió el hombre con firmeza.
―Estoy bien, solo un poco cansada, y no empieces a comportarte como si tuvieras derecho a tomar mis decisiones ―replicó Sara desafiante.
―Sara, no tengo derecho a interferir en tu vida, ni quiero hacerlo, pero nuestro hijo necesita una madre fuerte, no una que parezca a punto de desmayarse. Come, por favor, necesitas reponer fuerzas.
Sara decidió no discutir más y tomó el bocadillo. Desde que se enteró de la existencia de Asad era el primer gesto amable y sereno de Rashad. Quizás era una ofrenda de paz, y si era así la aceptaba con gusto, porque debía tratar de llevarse bien con él en beneficio de su hijo; además de que tenía mucha hambre. Abrió la bolsa con manos temblorosas y se dio cuenta de que no era comida de la cafetería del hospital, era de un lujoso restaurante que había visto en una publicidad. Se preguntó cuánto tiempo había dormido para que le diera tiempo de ir y volver.
―Come con calma, aún falta media hora para la hora de la visita ―comentó Rashad.
―Pensé que había dormido más, ya que te dio tiempo de ir a comprar la comida y volver ―dijo ella entre un mordisco y otro.
―El dueño del restaurante es mi amigo, lo llamé, le pedí que me prepararan un emparedado con premura y el chófer lo fue a buscar; dormiste cerca de cuarenta minutos ―explicó él.
―Está buenísimo, no me había dado cuenta del hambre que tenía ―exclamó ella antes del último bocado.
Al terminar, Rashad le pasó una botella de agua, ahora que había calmado su apetito, se movió inquieta ante la intensidad de su mirada. Le recordó cuando, en los primeros días después de la boda, él la miraba como si quisiera descubrir todos sus secretos. Si en dos años que estuvieron casados no descubrió lo que ella ocultaba, en ese momento menos posibilidades tenía. No cuando los secretos que escondía eran más íntimos y dolorosos que los anteriores. Con prisa terminó su café antes de levantarse, con la excusa de tirar los restos en la papelera la basura, y romper así con su escrutinio.
―Gracias por la comida ―dijo girándose a mirarlo,
―De nada ―respondió Rashad.
―¿Le diste tus datos a Mildred? Ella te llamará si eres compatible ―preguntó inquieta, no sabía de qué hablar con él.
―Sí, mientras dormías llenó mi ficha de donante.
―Muy bien. Entonces, si hemos terminado por aquí, vámonos. Asad debe estar impaciente porque hoy no me ha visto ―dijo y caminó con prisa hasta la puerta, se despidió con la mano de Mildred.
Al verla salir del lugar pensó que al fin había llegado el momento de conocer a su hijo.
Rashad siguió a Sara a través de largos pasillos que ella parecía conocer a la perfección, llegaron a un ascensor y subieron en él. Su exesposa marcó el número de piso y el silencio se hizo pesado hasta que fue roto por la mujer.
―Antes de entrar a la habitación, debemos lavarnos las manos y ponernos una ropa esterilizada; el sistema inmunológico de los niños que reciben quimioterapia es débil, por lo que es necesario tomar las precauciones. Te registraré como padre para que siempre puedas tener acceso a la habitación, si no lo hago no te dejaran entrar ―informó Sara―. No estás resfriado, con gripe o malestar en estos días, ¿no? ―preguntó de repente.
―No, estoy sano ―contesto Rashad.
Llegaron al mostrador de enfermeras, donde Sara fue saludada de nuevo con mucho cariño. Registró a Rashad como padre, ganándose él otra mirada desaprobadora de la enfermera de turno que le hizo apretar los dientes. Pasaron a la sala a lavarse y cambiarse.
―Déjame entrar primero y hablar con él, como no sabía que vendrías conmigo, no lo preparé para conocerte; prefiero decírselo a solas, no contigo allí ―explicó Sara.
¿Cómo podía Sara dudar de que fuera de inmediato a conocer a su hijo?, pensó Rashad con rencor, respiró profundo para no decir nada. No quería pelear en ese momento, no cuando iba a conocer a su hijo. Además, no quería que Sara entrara en la habitación de mal ánimo, así que asintió con rigidez
Al cabo de unos minutos Sara salió de la habitación. Rashad se encontraba en el otro extremo del pasillo había estado caminado en un intento por calmar los nervios, al verla trotó hasta llegar frente a ella, lo que evidenciaba su nerviosismo.
―Pasa, tu hijo te espera ―dijo Sara con una sonrisa alentadora.
―Espera, Sara, ¿qué le diré? No sé qué le has dicho tú, ni qué excusas darle por no estar presente en su vida. ¿Y si me rechaza?, ¿y si no quiere saber nada de mí porque piensa que os abandoné? ―preguntó Rashad exponiendo todas las dudas que lo atormentaban.
―Rashad, todo estará bien, él no preguntará nada porque en el transcurso de los años siempre he justificado tu ausencia. No le hagas esperar que él está impaciente por verte, más adelante te contaré lo que le he dicho, pero en este momento deberías entrar, todo saldrá bien ―dijo Sara.
Pocas veces en su vida Rashad sintió miedo, pero en ese momento el temor a ser rechazado superó a las anteriores. Sus piernas temblaban mientras caminaba los pocos pasos que lo acercaban a su hijo. El cuarto estaba en penumbras, sus ojos recorrieron las camas que había en la habitación, varios chicos con la cabeza rapada lo miraron con curiosidad. Todos estaban acompañados por adultos que imaginó que eran sus familiares, todos menos el que estaba sentado en la segunda cama a la derecha, uno que lo miraba con unos ojos verdes iguales a los suyos. Se quedó inmóvil sin atreverse ni a respirar, esperó el rechazo del niño, rezó para que no sucediese. Su corazón dio un vuelco cuando su hijo sonrió.
―Hola, papá.
Rashad respiró profundo, y dejó salir el aire en un suspiro que expresaba lo aliviado que se sintió de que su hijo lo llamara papá; no esperaba su inmediata aceptación por lo que estaba muy conmovido. Se acercó con lentitud al chico en pijama que lo esperaba con una sonrisa. Su piel era aceitunada, no tenía cabello, cejas, ni pestañas, pero sí unos ojos verdes que lo miraban con firmeza y que eran iguales a suyos y a los de su abuelo, el viejo jeque. La impresión lo dejó inmóvil a medio camino, no podía moverse. Estaba sorprendido y agobiado por la mezcla de emociones que sintió en ese instante de reconocimiento. Era el más intenso amor que había experimentado en su vida. Unido al sentido de pertenencia que explotó al darse cuenta de que ese niño era suyo.
Aún sin poder moverse, tragó fuerte para tratar de disolver el nudo de emociones que atenazaba su garganta, tenía ganas de llorar al ver a su hijo, no estaba preparado para ver los estragos que la enfermedad que padecía había dejado en su cuerpo. Estaba muy delgado, pero sus mejillas inflamadas daban la impresión de una gordura que no existía, y que era producto de todos los esteroides que debieron colocarle para sobrellevar mejor los efectos de la quimioterapia. «Debo controlarme y ser fuerte, Asad me necesita», pensó con tristeza.
Agradeció el leve empujón que Sara le dio para hacerlo reaccionar, sus pies se movieron de nuevo con dirección a la cama. En ningún momento pudo romper el contacto visual con el niño.
―Hola, hijo.
Tuvo que forzar a su boca a pronunciar las palabras, sin embargo, su voz fue solo un susurro roto que fue percibido por el niño más como una visión que como un sonido, lo que provocó una sonrisa en Asad al darse cuenta de que su padre estaba muy emocionado.A medida que se acercaba, Rashad pudo constatar que el rostro de Asad podía ser el de cualquiera de sus hermanos o de sus primos. Este reconocimiento filial arrancó de su pecho una exclamación que confundió al niño.―¿Mamá? ―preguntó inseguro el chico.―No pasa nada, hijo ―respondió Rashad―. Solo es que te pareces tanto a mis hermanos y primos que me sorprendió.La respuesta que obtuvo fue una radiante sonrisa del pequeño, un gesto curioso pasó por su rostro.―Creo que también me parezco a ti ―afirmó Asad titubeante.―Sí, te pareces mucho a mí ―respondió Rashad.Estaba tan contento de que al final tuviera un papá, y al mismo tiempo aliviado porque su mamá ya no estaría sola, que sus brazos rodearon la cintura de su padre. Rashad si
Rashad se obligó a seguir escuchando a su hermano, de seguro lo que le decía era muy importante.―Por el momento voy a usar mis influencias y bajar al laboratorio para apresurar los resultados de las pruebas. Si no eres compatible examinaremos a cada miembro de la familia hasta encontrar a alguien, ahora la donación es mucho más sencilla y sin riesgos para el donante.―Entiendo. Gracias, hermano ―dijo Rashad.―¿Sabes que en varias ocasiones lo visité sin ser mi paciente? Algo me hacía venir a esta habitación, ahora sé que era la sangre llamándome, incluso me hice las pruebas para ver si podía ser donante solo por él.―Gracias por haber estado a su lado, no sabes lo que eso significa para mí. Hoy reuniré a la familia para hablarles de Asad y pedirles que vengan mañana a examinarse ―comento Rashad.―Déjame hacer esto por ti, hermano, debemos ahorrar tiempo, llamaré a Khaliq y a todos nuestros primos para hacer esa prueba hoy. En la noche podrás reunirte con el resto de la familia y expl
El tiempo de espera consiguió calmarlo, también le dio la oportunidad de pensar y planificar algunas acciones que le permitirían cumplir todas las promesas que le hizo a Asad. Llamó a Ebrahim, su asistente, para que despejara su agenda, cancelara compromisos y llamara a todos sus gerentes para una reunión virtual; necesitaba delegar por tiempo indeterminado sus funciones dentro del hotel para dedicarse a cuidar de su hijo enfermo.Las dos horas pasaron con lentitud, pero su determinación a esperar estaba intacta. Si Sara pensaba que se marcharía después de la visita, se llevaría una sorpresa al darse cuenta de que la esperaba en la puerta.Dos horas y treinta minutos después, tarde, ella salió del hospital y caminó apresurada hacía la parada de autobuses, el coche arrancó y avanzó a poca velocidad hasta alcanzarla.―Sara ―llamó Rashad a través de la ventanilla del coche.―¿Qué quieres, Rashad? ―preguntó sorprendida de verlo aún allí.―Sube, debemos hablar ―ordenó con arrogancia.―No p
Un par de horas después, Sara estaba acostada en la cama matrimonial de la habitación del hotel comiendo una barra de chocolate que tomó de la neverita que había en el dormitorio. La habitación era como un pequeño apartamento con cocina y comedor.Sonrió cuando recordó la mueca de Rashad al ver la habitación, estaba segura de que era demasiado femenina y poco elegante para su gusto, pero para Sara era magnifica; sobre todo después de los sitios en los que le tocó vivir. Aunque se había criado en el lujo y la opulencia, aquella vida le parecía tan lejana que a veces pensaba que le pertenecía a otra persona.Cuando tocaron la puerta de su habitación. Se levantó de la cama de un salto y frunció el ceño, recelosa. Desde su ataque siempre estaba a la defensiva, había cerrado con seguro y puesto la cadena. Se acercó a la puerta y pegó su cabeza a la madera.―¿Quién es? ―preguntó cautelosa.―Rashad ―respondió su exesposo.«¿Qué hace aquí?», se preguntó. Se habían despedido hacía menos de una
―¡No! ―Las palabras brotaron de la boca de Sara antes de que terminara de hablar. ―Ni siquiera has escuchado mi propuesta. ―No necesito escucharla, no me casaré contigo de nuevo, no seré tu mujer, ni jugaremos otra vez a las casitas. ―No es eso lo que te estoy proponiendo… ―¿No? ―preguntó ella con sarcasmo. ―¡No! Te ofrezco un matrimonio contractual, hasta que Asad cumpla los dieciocho años y se vaya a la universidad, será solo de papel, nuestro hijo merece tener mi apellido legítimo y una familia convencional y es lo que te estoy ofreciendo, protección, seguridad y apoyo, nada más. Sara lo miraba estupefacta, no sabía si sentirse ofendida por el rechazo hacia ella o agradecer su falta de interés. ―¿Y pondremos esas condiciones en un contrato escrito? ¿Podré ser libre en siete años? ―Sí y con una gran remuneración económica, pagaré de nuevo tu dote para que no tengas que sufrir necesidades en un futuro, aunque de más está decirte que si te casas conmigo siempre contarás con mi
Eran las tres de la madrugada y Rashad no podía dormir, la preocupación le impedía conciliar el sueño, a pesar de la buena noticia de que su hermano Khaliq era compatible con Asad sentía un pesimismo impropio de él. Tenía miedo, de ese que no te permitía respirar con normalidad. Nunca pensó que podría sentir algo así, nunca pensó que podía llegar a amar a alguien tan rápido, que le doliera su dolor, que temiera su muerte. Se levantó de la cama, tomó su móvil y salió a la terraza de su casa, el frío lo recibió y distrajo su atención. Moría por un cigarrillo, pero había echado a la basura todas las cajas que tenía, debía estar sano y no poner en riesgo su salud. Asad lo necesitaba, además había aceptado ser el donante de otro niño con el cual resultó compatible. Inquieto, regresó a su habitación, era muy reservado, pero necesitaba sacar de su pecho esa opresión desconocida que lo ahogada.No sabía a quién llamar, no tenía amigos íntimos, su padre estaba muerto y, aunque estuviera vivo,
Después de que Khaliq se marchara, Rashad durmió un par de horas, debía llegar al hospital muy temprano en la mañana para la consulta que tendrían con el doctor Evans. Samir había hablado con el médico y este había aceptado atenderlos a él y a Khaliq en la misma consulta. No había tenido tiempo de investigar qué significaba ser donante por lo que estaba un poco nervioso. Llamó a Sara para decirle que iba en camino y pasaría por ella para llegar juntos al hospital, estaba seguro de que ella conocía todo el procedimiento, pero Sara se había marchado muy temprano y estaba en el consultorio hablando con el doctor. En la recepción preguntó por Samir y una enfermera le dijo que estaba haciendo la ronda a sus pacientes. Impaciente llamó a Khaliq que estaba bajándose del coche en la puerta del hospital, unos minutos después entró acompañado de su guardaespaldas.La noche anterior se había emocionado mucho cuando, a los minutos de que Sara recibiera la llamada para informarle que se había enco
Cuando Rashad entró en la habitación de Asad, su hijo miraba con admiración a Khaliq y reía de una de sus anécdotas y para él fue lo mejor que le había pasado ese día. Su hermano inventaba historias sobres el desierto y tenía absorto en su relato a todos los que estaban en la habitación, sin embargo, los ojos de Asad se iluminaron cuando vio a su padre entrar.—¡Papá!, al fin viniste. Tío Khaliq me estaba contando historias. ¿Sabes que él será mi donante? ¿Viste cuánto nos parecemos? Tenemos los mismos ojos, papá —dijo el niño en un torrente de palabras que lo hicieron sonreír.—Lamento la tardanza, hijo, voy a ser el donante de Salma y fui con tu tío Samir a decírselo.—Salma es mi amiga , me alegra que seas su donante, así ambos nos curaremos. Nos gustan los mismos videojuegos y ambos tenemos la misma Nintendo Switch[1] que nos regaló el tío Samir en Navidad, antes de saber que era mi tío —dijo Asad—. ¿Sabes que ella no tiene mamá ni papá? Por eso mi mamá también pasa tiempo con ell