Tuvo que forzar a su boca a pronunciar las palabras, sin embargo, su voz fue solo un susurro roto que fue percibido por el niño más como una visión que como un sonido, lo que provocó una sonrisa en Asad al darse cuenta de que su padre estaba muy emocionado.
A medida que se acercaba, Rashad pudo constatar que el rostro de Asad podía ser el de cualquiera de sus hermanos o de sus primos. Este reconocimiento filial arrancó de su pecho una exclamación que confundió al niño.
―¿Mamá? ―preguntó inseguro el chico.
―No pasa nada, hijo ―respondió Rashad―. Solo es que te pareces tanto a mis hermanos y primos que me sorprendió.
La respuesta que obtuvo fue una radiante sonrisa del pequeño, un gesto curioso pasó por su rostro.
―Creo que también me parezco a ti ―afirmó Asad titubeante.
―Sí, te pareces mucho a mí ―respondió Rashad.
Estaba tan contento de que al final tuviera un papá, y al mismo tiempo aliviado porque su mamá ya no estaría sola, que sus brazos rodearon la cintura de su padre. Rashad sintió que la emoción amenazaba con ahogarlo.
―Estoy muy feliz de que mamá te haya encontrado, así no tendrá que trabajar tanto y dejará de llorar siempre que piensa que no la veo ―dijo el niño levantando la cara del pecho de su padre para mirarlo a los ojos.
Rashad sintió que un puñal se le clavaba en el pecho.
―¡Asad! ―exclamó Sara mortificada.
Ambos la ignoraron.
―Me ocuparé de que a ambos no les falte nada y tu mamá no tendrá que trabajar nunca más si es lo que desea, por ahora solo cuidará de ti ―prometió solemne―. Y las mamás tienen la mala costumbre de llorar por todo.
Rashad bromeó en un intento de aligerar el ambiente, no lo consiguió.
―Mamá llora porque a lo mejor me iré y no quiero que se quede sola si eso ocurre, prométeme que cuidarás de ella, aunque yo no esté ―expresó con toda la madurez de un niño que ha estado enfermo mucho tiempo.
Sus palabras lo impactaron porque más que feliz de que su padre al fin estaba en su vida, Asad había pensado en el impacto que eso significaba para su madre y evidenciaba lo preocupado que estaba por ella si él moría. Sus palabras hicieron que el nudo de emoción que había logrado tragar se había vuelto a formar en su garganta. ¿Qué respuesta podía darle que lo tranquilizara y transmitiera la seguridad de que todo estaría bien?
―Te lo prometo, cuidaré de tu mamá siempre, aunque tú no estés. Pero también te pido una promesa de tu parte ―afirmó Rashad.
―¿Cuál, papá? ―preguntó el niño.
―Prométeme que lucharás para vencer esta enfermedad, que harás todo lo que te diga el médico, porque tendremos una maravillosa vida juntos.
―Te lo prometo, papá.
―Sara me dijo que estás sano ahora, y ella y yo haremos todo lo posible para que sigas así. No te puedo prometer que todo pasará porque no lo sé, pero lo que sí te puedo prometer es que haré todo lo que esté en mis manos para encontrarte un donante y para que tengas la mejor atención médica del mundo ―afirmó al fin.
―Está bien, papá, pero nunca le dejes sola, ¿vale? ―insistió el niño.
―Te prometo que nunca más tu mamá estará sola, y yo siempre cumplo lo que prometo ―afirmó Rashad con seriedad.
―Mi mamá me dijo que cuando ustedes se separaron tú no sabías que yo venía en camino y que después ella no te encontró, por favor, no vuelvas a desaparecer.
―Nunca más. Ahora que sé que eres mi hijo, nunca más me iré, esa es otra promesa ―prometió Rashad para darle seguridad a su hijo.
―Son muchas promesas ―dijo Sara.
―No, en esencia es una sola, porque prometí que cuidaría de ambos toda la vida y es lo que haré, solo nos estamos asegurando de entender la dimensión del compromiso ―afirmó Rashad―. Además, yo necesitaba saber que este chico ―dijo dando un ligero apretón en el hombro de Asad― luchará por estar bien.
El niño bostezó profundo, se cansaba rápido y tantas emociones lo dejaron agotado. Su madre se movió enseguida para ayudarle a que se acostara, lo tapó con ternura y besó su frente.
―Asad, es hora de descansar ―ordenó mientras miraba a Rashad.
―Está bien, mamá. ¿Puede quedarse papá hasta que me duerma?
―Por supuesto ―respondió el padre.
Rashad arrastró una silla y la colocó al lado de la cama, se sentó y colocó sus manos sobre las sábanas, al lado del cuerpo de su hijo. No sabía si el niño podría dormir con él mirándolo, pero no había forma de que despegara sus ojos de la cara del pequeño. Los párpados del chico se cerraron poco a poco, su mano buscó a tientas la de su padre como si no quisiera perderlo mientras dormía. Rashad miró sus uñas ennegrecidas, producto de los medicamentos que recibió para sanar, y cerró sus ojos con fuerza, trató de disipar la extraña humedad que se formó detrás de sus párpados. Quería disfrutar de la cercanía de su hijo sin esa angustia que le apretaba el pecho, se sintió impotente al saber que nada de lo que hiciera modificaría el hecho de que Asad podía morir.
―¿Cuánto tiempo tengo antes de que me obliguen a marcharme? ―preguntó a Sara.
―Casi una hora ―respondió la madre de su hijo.
―Me quedaré aquí, después hablaremos con el médico ―dijo Rashad.
―El doctor Evans pasará a revisión en cualquier momento, siempre trata de venir a la hora de la visita para poder hablar con los padres.
Tenía las emociones a flor de piel y no quería derrumbarse delante de extraños. Sacó su móvil y escribió a Samir para preguntarle si estaba en el hospital, pocos minutos después este le respondió afirmativamente. Preguntó a Sara el número de la habitación y se lo pasó a su hermano pidiéndole que fuera hasta allí. Necesitaba hablar con él, quería respuestas, que le explicara qué le sucedía a su hijo, sus probabilidades y qué podía hacer para ayudar. Además, necesitaba a alguien de la familia a su lado.
Él, que siempre había sido fuerte, que como adulto casi nunca había llorado, solo el día en que su padre murió, en ese momento sintió que no podía solo.
Samir cruzó la puerta de la sala de oncología pediatra lleno de curiosidad. La imagen que encontró fue la de su hermano mayor sentado al lado de la cama de uno de los chicos, la situación le hizo fruncir el ceño. ¿Qué hacía Rashad con uno de los niños del área oncológica?
Rashad no se dio cuenta de la llegada de Samir, su mirada permaneció fija en el niño, lo que le permitió a su hermano evaluar la situación. Su expresión de absoluta concentración y su mano cubierta por la del chico. Su asombro fue mayúsculo cuando su mente procesó toda la información del paciente, almacenada en su memoria. El niño se llamaba Asad, tenía once años, su diagnóstico era leucemia linfoblástica aguda, su madre era de origen árabe y se llamaba Sara, como la exesposa de Rashad, y el parecido físico con su propia familia era impresionante. Se había sentido cercano al niño, por eso lo había visitado en varias oportunidades a pesar de que no era su paciente, pero ni en sus más locos sueños imaginó que fuera su sobrino, sin embargo, sintió la atracción. Decían que la sangre llamaba y acababa de comprobar cuán cierto era el dicho.
. Caminó hasta su hermano y puso la mano sobre su hombro. Rashad la cubrió con la suya y levantó la mirada.
―Es tu hijo ―afirmó Samir.
―Sí, no sabía que tenía un hijo, me he enterado hoy ―respondió Rashad―. Y por lo que sé está muy enfermo.
―Lo lamento, hermano, no puedo ni imaginar lo que sientes en este momento. Sin embargo, es importante que entiendas que Asad superó la enfermedad, él sanó con el tratamiento de quimioterapia que recibió. ¿Qué es muy probable que vuelva a enfermar si no recibe un trasplante? Es cierto, pero haremos todo lo posible para encontrar un donante para que sane para siempre. Los pacientes con este tipo de enfermedad tienen un alto índice de recuperación y es muy importante tener una actitud positiva para combatirla. Hoy puedes llorar y lamentarte porque te vas enterando de su situación; sin embargo, mañana y todos los días siguientes, cada vez que entres por esa puerta, debes ponerte una sonrisa para tu hijo. —Rashad asintió a sus palabras.
―Me hicieron las pruebas para ver si soy compatible como donante, estamos en la espera de los resultados, ¿crees que tarden mucho? ―preguntó algo más tranquilo por las palabras de Samir.
―No, a lo sumo algunas horas más, son bastante rápidos.
―Te llamé porque necesitaba respuestas a lo que le sucede, tus palabras me dan aliento, quiero pedirte que lo cuides, que lo ayudes a sanar ―pidió Rashad con voz entrecortada―. No sé lo que haré si no soy compatible ―agregó―, no puedo perderlo ahora que sé que existe.
―No pienses en eso, por favor, debes ser optimista. Si tú no eres compatible alguno de los Abdallah es probable que lo sea, somos una familia muy numerosa, hallaremos a alguien. Contigo aquí y con el respaldo de nuestra familia, Asad tiene muchas más probabilidades de encontrar un donante.
Rashad asintió en respuesta, en ese momento un pensamiento se ancló en su mente, su hijo necesitaba una familia y se juró que la tendría. Se prometió que desde ese momento estaría presente en la vida de su hijo, y no como un padre esporádico o de fines de semana, de alguna lograría convivir con Asad, así tuviera que casarse de nuevo con su madre.
Rashad se obligó a seguir escuchando a su hermano, de seguro lo que le decía era muy importante.―Por el momento voy a usar mis influencias y bajar al laboratorio para apresurar los resultados de las pruebas. Si no eres compatible examinaremos a cada miembro de la familia hasta encontrar a alguien, ahora la donación es mucho más sencilla y sin riesgos para el donante.―Entiendo. Gracias, hermano ―dijo Rashad.―¿Sabes que en varias ocasiones lo visité sin ser mi paciente? Algo me hacía venir a esta habitación, ahora sé que era la sangre llamándome, incluso me hice las pruebas para ver si podía ser donante solo por él.―Gracias por haber estado a su lado, no sabes lo que eso significa para mí. Hoy reuniré a la familia para hablarles de Asad y pedirles que vengan mañana a examinarse ―comento Rashad.―Déjame hacer esto por ti, hermano, debemos ahorrar tiempo, llamaré a Khaliq y a todos nuestros primos para hacer esa prueba hoy. En la noche podrás reunirte con el resto de la familia y expl
El tiempo de espera consiguió calmarlo, también le dio la oportunidad de pensar y planificar algunas acciones que le permitirían cumplir todas las promesas que le hizo a Asad. Llamó a Ebrahim, su asistente, para que despejara su agenda, cancelara compromisos y llamara a todos sus gerentes para una reunión virtual; necesitaba delegar por tiempo indeterminado sus funciones dentro del hotel para dedicarse a cuidar de su hijo enfermo.Las dos horas pasaron con lentitud, pero su determinación a esperar estaba intacta. Si Sara pensaba que se marcharía después de la visita, se llevaría una sorpresa al darse cuenta de que la esperaba en la puerta.Dos horas y treinta minutos después, tarde, ella salió del hospital y caminó apresurada hacía la parada de autobuses, el coche arrancó y avanzó a poca velocidad hasta alcanzarla.―Sara ―llamó Rashad a través de la ventanilla del coche.―¿Qué quieres, Rashad? ―preguntó sorprendida de verlo aún allí.―Sube, debemos hablar ―ordenó con arrogancia.―No p
Un par de horas después, Sara estaba acostada en la cama matrimonial de la habitación del hotel comiendo una barra de chocolate que tomó de la neverita que había en el dormitorio. La habitación era como un pequeño apartamento con cocina y comedor.Sonrió cuando recordó la mueca de Rashad al ver la habitación, estaba segura de que era demasiado femenina y poco elegante para su gusto, pero para Sara era magnifica; sobre todo después de los sitios en los que le tocó vivir. Aunque se había criado en el lujo y la opulencia, aquella vida le parecía tan lejana que a veces pensaba que le pertenecía a otra persona.Cuando tocaron la puerta de su habitación. Se levantó de la cama de un salto y frunció el ceño, recelosa. Desde su ataque siempre estaba a la defensiva, había cerrado con seguro y puesto la cadena. Se acercó a la puerta y pegó su cabeza a la madera.―¿Quién es? ―preguntó cautelosa.―Rashad ―respondió su exesposo.«¿Qué hace aquí?», se preguntó. Se habían despedido hacía menos de una
―¡No! ―Las palabras brotaron de la boca de Sara antes de que terminara de hablar. ―Ni siquiera has escuchado mi propuesta. ―No necesito escucharla, no me casaré contigo de nuevo, no seré tu mujer, ni jugaremos otra vez a las casitas. ―No es eso lo que te estoy proponiendo… ―¿No? ―preguntó ella con sarcasmo. ―¡No! Te ofrezco un matrimonio contractual, hasta que Asad cumpla los dieciocho años y se vaya a la universidad, será solo de papel, nuestro hijo merece tener mi apellido legítimo y una familia convencional y es lo que te estoy ofreciendo, protección, seguridad y apoyo, nada más. Sara lo miraba estupefacta, no sabía si sentirse ofendida por el rechazo hacia ella o agradecer su falta de interés. ―¿Y pondremos esas condiciones en un contrato escrito? ¿Podré ser libre en siete años? ―Sí y con una gran remuneración económica, pagaré de nuevo tu dote para que no tengas que sufrir necesidades en un futuro, aunque de más está decirte que si te casas conmigo siempre contarás con mi
Eran las tres de la madrugada y Rashad no podía dormir, la preocupación le impedía conciliar el sueño, a pesar de la buena noticia de que su hermano Khaliq era compatible con Asad sentía un pesimismo impropio de él. Tenía miedo, de ese que no te permitía respirar con normalidad. Nunca pensó que podría sentir algo así, nunca pensó que podía llegar a amar a alguien tan rápido, que le doliera su dolor, que temiera su muerte. Se levantó de la cama, tomó su móvil y salió a la terraza de su casa, el frío lo recibió y distrajo su atención. Moría por un cigarrillo, pero había echado a la basura todas las cajas que tenía, debía estar sano y no poner en riesgo su salud. Asad lo necesitaba, además había aceptado ser el donante de otro niño con el cual resultó compatible. Inquieto, regresó a su habitación, era muy reservado, pero necesitaba sacar de su pecho esa opresión desconocida que lo ahogada.No sabía a quién llamar, no tenía amigos íntimos, su padre estaba muerto y, aunque estuviera vivo,
Después de que Khaliq se marchara, Rashad durmió un par de horas, debía llegar al hospital muy temprano en la mañana para la consulta que tendrían con el doctor Evans. Samir había hablado con el médico y este había aceptado atenderlos a él y a Khaliq en la misma consulta. No había tenido tiempo de investigar qué significaba ser donante por lo que estaba un poco nervioso. Llamó a Sara para decirle que iba en camino y pasaría por ella para llegar juntos al hospital, estaba seguro de que ella conocía todo el procedimiento, pero Sara se había marchado muy temprano y estaba en el consultorio hablando con el doctor. En la recepción preguntó por Samir y una enfermera le dijo que estaba haciendo la ronda a sus pacientes. Impaciente llamó a Khaliq que estaba bajándose del coche en la puerta del hospital, unos minutos después entró acompañado de su guardaespaldas.La noche anterior se había emocionado mucho cuando, a los minutos de que Sara recibiera la llamada para informarle que se había enco
Cuando Rashad entró en la habitación de Asad, su hijo miraba con admiración a Khaliq y reía de una de sus anécdotas y para él fue lo mejor que le había pasado ese día. Su hermano inventaba historias sobres el desierto y tenía absorto en su relato a todos los que estaban en la habitación, sin embargo, los ojos de Asad se iluminaron cuando vio a su padre entrar.—¡Papá!, al fin viniste. Tío Khaliq me estaba contando historias. ¿Sabes que él será mi donante? ¿Viste cuánto nos parecemos? Tenemos los mismos ojos, papá —dijo el niño en un torrente de palabras que lo hicieron sonreír.—Lamento la tardanza, hijo, voy a ser el donante de Salma y fui con tu tío Samir a decírselo.—Salma es mi amiga , me alegra que seas su donante, así ambos nos curaremos. Nos gustan los mismos videojuegos y ambos tenemos la misma Nintendo Switch[1] que nos regaló el tío Samir en Navidad, antes de saber que era mi tío —dijo Asad—. ¿Sabes que ella no tiene mamá ni papá? Por eso mi mamá también pasa tiempo con ell
A la mañana siguiente, Sara tomaba un café en su habitación pensando en cómo llegar al hospital con las dos maletas de mano y las dos mochilas llenas, cuando recibió una llamada de Rashad. —Te estuve llamando anoche, pero no contestaste mi llamada —dijo Sara al responder el móvil. —Te dije que tenía un compromiso, te dejé otro número por si había una emergencia, ¿la hubo? —preguntó Rashad aparentando indiferencia. Alguien tocó la puerta de la habitación, como estaba hablando por el móvil la abrió sin pensarlo mucho y se encontró a su exesposo con el teléfono pegado en la oreja. Cerró la llamada y le cedió el paso para que entrara. —Sabes que no, te llamé por las cosas que había en mi habitación cuando llegué. No acordamos que me compraras pijamas, cremas, maquillajes y demás cosas superfluas que encontré —replicó ella. —Le dije a Jocelyn que comprara todo lo que necesitaría una mujer, menos ropa y zapatos hasta no haber hablado contigo, por supuesto —respondió Rashad. —Rashad, no