Capítulo 3

William hizo gestos con una mano, no podía darle una fecha exacta, no sabía en qué momento el contrato no iba a concluir. Podían ser meses, o tal vez un año o dos.

—Todo dependerá de si necesito una esposa y no he encontrado esa mujer que me haga replantearme una vida con ella —continuó diciendo él—, pero serás recompensada. Pagaré las facturas médicas de tu madre. Y por cada mes que estemos juntos, tendrás otros pagos. Te daré dinero para tus gastos personales.

Ella lo sopesó, se escuchaba bien lo que él decía. Pero, no estaba segura de que fuera a cumplir con el trato. ¿Y si la engañaba?

—¿Qué me aseguras que pagarás? —inquirió ella—, ¿Qué no me usarás en tu beneficio y te olvidarás de la promesa de pagar el tratamiento de mi madre?

—Hablaré con mi abogado, él preparará un contrato prenupcial. Ahí dejará claro lo que cada uno de nosotros tiene que cumplir con este matrimonio —respondió él.

—¿Se puede poner en un acuerdo así, pagar gastos médicos?, ¿es legal? —Verónica tenía dudas sobre eso.

—No tengo idea —respondió él con sinceridad—, mi abogado se encargará de los trámites. Si no se puede, entonces pediré que incluya algún beneficio económico para que puedas cuidar de tu madre.

Verónica lo pensó con calma, ahora tenía más claro cómo sería. Un acuerdo prenupcial firmado ante notario era vinculante. No tenía dinero para una demanda si él no cumplía, pero al menos, era un seguro que no sería fraude.

Caminó de regreso hasta la cama. Se sentó sobre ella y le pidió revisar el acuerdo. William pagaría los gastos médicos de la madre de Verónica, y ella sería su esposa hasta que él encontrara el verdadero amor. O al menos estarían juntos hasta que él no la necesitara para dar una imagen a los socios prejuiciosos, si la mujer de sus sueños no llegaba a su vida.

—¿No es mejor sincero?, sería tonto romper un acuerdo comercial solo porque no estés casado.

—No me quiero arriesgar, ellos quieren una imagen y se las voy a dar —respondió él encogiéndose de hombros.

—Pero solo seremos esposos en un papel, ¿verdad?, ¿no vas a exigir que cumpla mi papel de esposa? —interrogó ella, eran preguntas que quería dejar claras.

—Seremos marido y mujer, solo en papel —respondió él. Luego, con una sonrisa pícara y bromeando, le recordó—: anoche lo pasamos muy bien, no nos irá mal si queremos consumar el matrimonio.

Ella se sonrojó hasta la raíz del cabello y de un salto se puso de pie.

—Estaba borracha, no recuerdo lo que hice —las mejillas de Verónica estaban al rojo vivo.

William quería bromear al respecto, pero le dio un poco de pena, ella se veía avergonzada. Ya no lo estaba mirando de frente, rehuía su mirada.

—No te preocupes, no te obligaré a nada. Nunca he tenido que imponerme a una mujer, no comenzaré a hacerlo ahora.

Verónica asintió con la cabeza, contenta con esa cláusula. Miró la hora y al ver que se le hacía tarde, le dictó su número de teléfono para mantenerse en contacto.

—Espera, deja tomar mi teléfono para anotarlo —dijo él poniéndose de pie y dejando caer la sábana.

Los ojos de ella se abrieron muy grandes cuando lo vio sin nada de ropa sobre su cuerpo. William caminó como si estuviera vestido de pies a cabeza.

Cuando él tomó el dispositivo en la mano, ella le volvió a dictar el número y nada más terminar, se fue casi corriendo a su casa. La risa de él la escuchó al salir al pasillo del hotel, en ese momento supo, que lo había hecho a propósito.

Al llegar a su casa, se cambió de ropa y se dirigió al hospital para visitar a su madre.

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Nada más llegar al hospital, Verónica llamó a Hillary, quería saber cómo estaba su madre. Prepararse antes de verla.

—Ella está conectada a algunos equipos —respondió Hillary cuando se encontraron—, se ve vulnerable entre tantos cables. Pero debes ser fuerte, Nicki. Ella no puede sufrir ningún tipo de estrés en este momento.

—Entonces no te apartes de mi lado, Hillary. Yo… haré todo lo posible para actuar lo más tranquila posible. Pero necesitaré tu apoyo ahí dentro. Es posible que llore al verla.

—Toma una respiración profunda, inhala, exhala, y repite hasta llegar junto a ella —aconsejó Hillary.

Verónica tomó el consejo y cuando entró a la habitación donde estaba Mildred, se alejó de escuchar a la vieja amiga de su madre. Su garganta se atoró por las lágrimas. Los ojos le picaban por el deseo de llorar. Respiró profundo, retuvo el aire, y luego exhaló despacio.

—Hola, mamá. ¿Cómo te sientes? —se sentó en un sillón que estaba al lado de la cama y le tomó una mano a su madre entre las suyas.

—Cómo si un tren me hubiese pasado por encima —respondió Mildred haciendo el esfuerzo de bromear y poner una sonrisa para su hija.

—Vas a estar bien. Te vamos a operar y pronto estaremos en casa, juntas. No me voy a separar de ti —prometió Verónica.

—Sé que estarás ahí para mí. Sin embargo, no quiero que tengas problemas en el trabajo y tampoco con tu novio.

Verónica le pidió que no se preocupara por ninguna de esas dos cosas. Podía pedir una licencia en el trabajo y Gustavo no diría nada si se muda a juntas para ayudarla con su recuperación. No quería decirle en ese momento, que Gustavo ya no era su pareja por infiel. Mildred se iba a molestar, y podía afectar su salud.

—Te tuve en mi vientre por nueve meses. Te conozco muy bien, ¿qué me estás ocultando? —interrogó Mildred.

El novio de su hija no era tan comprensivo, algo sucedía si Verónica decía que no tenían que preocuparse por él. Cuando escuchó que se habían separado, sonrió feliz.

—Ese hombre no te merecía, hiciste muy bien en echarlo. Es un vividor, un parásito —comentó Mildred.

—Si pensabas eso de él, ¿por qué nunca me lo dijiste? —preguntó Verónica.

—Nicki, cuando una mujer está enamorada, no va a escuchar que se hable mal de su ser amado. —respondió Mildred—, Estuve pendiente de esa relación y no detecte violencia hacia ti. No lo hizo, ¿verdad?

—No, nunca fue violento —No lo decía para proteger a su madre. Era cierto, Gustavo fue infiel, pero no la violentaba.

—Debí pensar en cuidarte de una enfermedad venérea —Mildred arrugó la nariz ante esa posibilidad.

Hillary y Verónica se apresuraron a asegurar que esa posibilidad tampoco había ocurrido. Y ahora que no estaban juntos, menos iba a ocurrir.

Después de estar un tiempo largo en el hospital con su madre. Verónica regresó a su casa, tenía mucho trabajo que hacer.

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En el hotel, cuando Verónica salía por la puerta de la habitación, William no pudo evitar reír. Su intención no había sido pararse desnudo frente a ella. Seguía le había olvidado que debajo de las sábanas, no traía nada. Disfrutó del sonrojo de las mejillas de su futura falsa esposa, no era común en los tiempos que corrían, avergonzar a una mujer por la desnudez, era algo natural. Cuando se quedó solo, regresó a la cama y durmió un poco más. Era casi mediodía, cuando llamó a su chófer para que lo llevara a la casa familiar.

Como casi todos los fines de semana, la familia estaba reunida en el comedor.

—William, que bueno que nos deleitas con tu presencia, pensé que te habías olvidado de esta anciana mujer —dijo Hope Tanner cuando lo vio llegar.

Él rodó los ojos mientras el resto de los presentes reía. Su abuela podía verlo a diario y durante un día completo, haría ese mismo comentario. Él la entendía, estuvo fuera del país muchos años, y para Hope había sido muy triste no verlo durante periodos largos de tiempo.

—No podía faltar, tengo noticias que compartir con ustedes —dijo William acercándose a la anciana para darle un beso en la cima de la cabeza. Luego se sentó junto a su familia.

—Espero que no sea que quieres irte a otro país —Hope tenía muchas esperanzas de que no fuera eso lo que iba a competir con ellos.

—No es eso, abuela, es algo que te va a alegrar —dijo William.

Todos dejaron de comer y se quedaron mirándolo, a la expectativa.

—Conocí a una chica. —comenzó diciendo él.

Sonrió al ver el rostro de los presentes, lo miraban preguntándose qué tenía eso de especial. William conocía mujer todo el tiempo.

—He decidido casarme con ella —soltó él de golpe.

La mandíbula de muchos casi cae al piso, no esperaban que él les diera esa noticia. Ni siquiera sabían que salía con alguien, menos que fuera una relación formal como para pensar en matrimonio.

—¿Estás seguro?, ¿lo pensaste bien? —Hope estaba preocupada por su nieto. Quería hacerle las preguntas adecuadas, pero no que sonaran como si estuviera juzgando esa decisión.

—Estoy seguro, abuela, no estuviera aquí diciéndolo, si no fuera algo que no hubiera pensado —respondió él tratando de escucharse creíble—, estoy enamorado de ella y quiero que sea mi esposa.

Una sonrisa dividió los labios de Hope, estaba feliz por su nieto. Esperaba que, al morir, tuviera una familia.

—Quiero conocerla cuanto antes. Tráela para que hable con tu vieja abuela.

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