Capítulo 6

La inconformidad que sentía Verónica por la actitud de William, le hizo tensar el cuello mientras fruncía el ceño y mandíbula se apretaba con fuerza. Ella volvió a hacerle la pregunta, pero él se negó a responder, miró hacia un lado como si ya estuviera aburrido de la conversación.

—Bien, no respondas nada. Estás siendo irracional, no puedes prohibirme relacionarme con mis compañeros de trabajo. Para poder realizar el mío, tengo que interactuar con ellos. —Ella solo recibió una mirada irritada de su falso esposo por sus palabras.

Sin embargo, él todavía estaba sorprendido por su arrebato celoso, no quiso decir algo más que lo llevara a decir otra tontería. Ella malinterpretó su silencio, creyendo que continuaba decidido a cumplir la tonta amenaza, movió la cabeza de un lado al otro y se marchó de la oficina de William, dejándolo reflexionando su actitud.

Varias horas después, cuando concluyó el horario laboral, un torrencial de agua impedía que muchos empleados de la compañía se pudieran ir. Verónica se paró en la puerta de salida del edificio y miró hacia arriba donde estaban las nubes negras. Ni siquiera había mirado el parte meteorológico antes de salir a trabajar, no tomó una sombrilla por ese motivo, cuando salió de la casa parecía estar despejado. Estaba pensando en regresar al departamento donde trabajaba, cuando le pareció escuchar el nombre de William, miró en varias direcciones buscándolo y cuando lo vio acercarse a uno de los directivos de la empresa, sin importarle si se mojaba, se aventuró a la calle. En menos de nada, mientras esperaba por un taxi, se empapó hasta los huesos. Sin embargo, por su estado, ninguno quería parra en su carro. Se estaba lamentando de su mala suerte, cuando un auto se detuvo frente a ella y al mirar con una sonrisa para agradecer al taxista, el automóvil que vio fue el de William.

—Sube, te llevaré a casa —le dijo él después de bajar la ventanilla.

—Mojaré tu lujoso auto, esperaré un taxi —respondió ella y dejó de mirarlo.

—No seas tonta, Nicki, nadie va a parar con esta lluvia, mi auto lo secarán y limpiarán en cuanto yo deje de usarlo. Ven, sube —insistió él.

Ella quería hacerse la digna y rechazar su oferta, pero sabía que tenía razón. Subió al automóvil y se sentó lo más alejada posible de él.

—Si te sientas más allá, es posible que te caigas cuando se abra la puerta de tanto empujarla —William sonrió, le resultó divertido que ella se alejara de él como si tuviera una enfermedad contagiosa.

—Me necesitas viva, más te vale que no se abra la puerta —le dijo ella mirando por la ventanilla hacia fuera del vehículo.

—Si soy viudo, quizás me dejen en paz por un tiempo mientras paso mi duelo —bromeó él.

Ella lo miró enojada, pero al ver el rostro sonriente con una sonrisa hermosa que dividía sus labios, Verónica rio con él.

—Ya quisiera, pero tendrás que soportarme por mucho tiempo.

Estaban llegando a la casa, cuando ella le dio las gracias por llevarla, aunque podía estropear el auto de lujo. Él le quitó importancia con un gesto de la mano y cuando iba a hacer un chiste al respecto, su abuela, Hope, llamó.

—Quiere que vayamos a cenar con ella, nos está esperando —le informó a Verónica, dos minutos después.

—Me cambiaré rápido de ropa y nos vamos a cenar con Hope, estaba deseando visitarla, me cayó muy bien —dijo ella mientras se pasaba una mano por el cabello mojado para quitarse algunas hebras del rostro.

—Tengo una habitación en la casa de mi abuela, puedes cambiarte allí —le dijo él.

—¿Y qué ropa me pondré? —preguntó ella con ironía.

—Ya encontraremos algo que te sirva —respondió él y le ordenó al chófer que cambiara la dirección de destino.

En cuanto llegaron a la mansión familiar de los Tanner, Hope se escandalizó por verla empapada y le ordenó a su nieto que la llevara a la habitación que él tenía allí, para que Verónica pudiera quitarse las huellas de la lluvia.

—Kara tiene ropa en la habitación de tu primo, que le puede servir a tu mujer, no creo que se moleste si la usan —dijo Hope cuando William regresó a su lado después de dejar a Verónica en su antigua habitación.

—Le daré tiempo a que se dé una ducha, entonces se la llevaré, no creo que me quiera ahí en este momento —respondió él.

—¿Por qué no? —inquirió Hope—, es tu esposa, ¿Qué puedes ver de ella, que no hayas visto ya?

—¿Uh?, tienes razón, mejor se lo llevo ahora, no quiero que Nicki piense que la dejaré andar desnuda por toda la casa —respondió él y subió las escaleras con pasos apresurados antes de que su abuela se diera cuenta de que estaba mintiendo con respecto a su matrimonio.

Esperó, el tiempo que supuso que ella emplearía para ducharse y entro al baño para entregarle la ropa que tomo de la mujer de su primo, antes de entrar en su propia habitación.

—¿Nicki?, aquí tienes tu ropa —informó sin abrir la puerta del baño.

El silencio fue la respuesta. Intentó, una vez más, con el mismo resultado.

—Voy a abrir la puerta para dejar la ropa dentro y puedas usarla —siguió sin recibir respuesta.

Un grito de Verónica fue el recibimiento que tuvo. Ella no lo había escuchado hablarle y se asustó. Dejó caer la toalla con la cual se secaba el cuerpo mientras se iba hacia atrás para caer al piso.  Los reflejos de William se activaron y pasándole las manos por la cintura, evitó que se diera un golpe en el piso. Ella apoyó las manos en el pecho de él y él apretó más su cintura.

Verónica levantó la mirada para agradecerle por no dejarla caer, pero cuando lo miró, él recorría su cuerpo como si fuera lo más delicioso que hubiese visto. Luego levantó los ojos y se quedaron mirando frente a frente. No podían apartar la mirada, el deseo de seguir acercándose era intenso, electrizante. Las mejillas de ella se colorearon con un rubor intenso y las pupilas de William se dilataron mientras sentía un cosquilleo en la nuca.  

—Un beso… —susurró él, pasándole una mano detrás de la nuca de ella y acercándola a él.

Ella estaba dentro de una bruma, escuchó las palabras de él, pero no las interpretó. Cuando William posó sus labios sobre los de ella, todo pensamiento voló de su cabeza. El dulce sabor que sintió fue tan intenso, que saboreo su boca entera. Recorrió con sus manos el cuerpo desnudo de Verónica y con desespero entrelazó su lengua con la de ella. El beso se volvió más carnal y aunque se estaban quedando sin aire, ninguno quería detenerse. Sin embargo, segundos después, William se apartó con reticencia para quitarse la camisa, mientras lo hacía, la observó sin perderse ni al mínimo detalle, y lo que vio fue, a una hermosa mujer con los labios hinchados por sus besos. Dejó caer la camina al piso y la volvió a tomar entre sus brazos. Y cuando sus cuerpos desnudos se tocaron, un suspiro escapó de ambos. Sus labios volvieron a chocar y los besos fueron más calientes, húmedos y cargados de deseo.

William la levanto en sus brazos, le ordenó que lo rodeara con las piernas y cuando ella obedeció la sacó del baño y la llevó a la cama.

 Los besos continuaron mientras se acariciaban con fervor.  Ella pasó sus manos en una suave caricia por los hombros, por el cuello hasta llegar al cabello, donde enredó sus dedos con las hebras gruesas.

El sonido de un teléfono se escuchaba a lo lejos, pero ellos no lo escuchaban perdidos entre los brazos del otro. Pero el teléfono insistió tanto, que la pareja no pudo ignorarlo.

—No respondas —pidió ella e intentó acercarlo.

—No puedo, estoy esperando una llamada muy importante desde el otro lado del mundo —respondió él dejando caer los hombros.

Ella desenredó las piernas del cuerpo de William y lo dejó ir.

Él se puso de pie y se pasó una mano por el cabello con frustración, se estaba sintiendo bien, estaba disfrutando.

Ella abandonó la cama antes de que él tomara el teléfono entre sus manos y corrió a entrar al baño.  Cerró la puerta y se paró frente al espejo empañado. Pasó una mano por el cristal para eliminar el vaho y se quedó mirando fijo, el reflejo que le devolvía. Se preguntó qué pasaría a partir de ahora, cómo serían las cosas entre ella y su falso esposo. ¿Cambiaría algo entre ellos dos, o todo continuaría como hasta ahora? No tenía una respuesta, tampoco tenía el valor suficiente para preguntarle a él. Con un suspiro se apartó del espejo, tomó la ropa que él le llevó y comenzó a vestirse.

En la recámara, William estaba sorprendido mirando la pantalla del teléfono. El identificador de llamadas no mostraba a quién llevaba esperando casi todo el día. No era el socio comercial que quería atraer. En cambio, mostraba a alguien que llamó en el momento menos inoportuno.

—Hola —saludó mientras se aclaraba la garganta.

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