Capítulo 2

—¿Casarnos? ¿Tú y yo? —preguntó Verónica, aguantando la risa.

—Sí, tú y yo —respondió él. Ante la carcajada que escapó de los labios de ella, William se puso de pie y, dando una vuelta para que ella lo viera bien, bromeó—: Estoy seguro de que soy más guapo que el infiel de tu ex.

Verónica le pidió que diera otra vuelta, pero esta vez un poco más lenta. Quería ver mejor la mercancía, lo que tendría a su lado mientras estuvieran casados. Él obedeció con gusto, aunque estaba bastante ebrio. A pesar de estar bajo los efectos del alcohol, era consciente de que su físico atraía. No tenía problemas para conquistar a una mujer cuando se lo proponía.

Varias bromas y copas después, ella aceptó. Con el juicio nublado por el alcohol, pensó que, si Gustavo regresaba a molestarla, se llevaría una sorpresa al ver a su atractivo esposo. No consideró que era una locura casarse con un extraño, con un hombre que acababa de conocer en el primer bar al que entró.

—Seré la señora… ¿Cómo te apellidas? —Ella ni siquiera conocía su apellido, pero le daría un sí frente a un juez.

—Tanner, William Tanner. ¿No te lo había dicho ya? —respondió él y llevó el vaso de whisky que tenía en una mano a los labios.

—Quizás, no lo recuerdo —Verónica reía mientras hablaba. Le parecía chistoso, aunque no sabía por qué—. Gardener, el mío es Gardener.

Los dos comenzaron a reír. Las personas que todavía estaban sobrias a su alrededor, los miraban con una sonrisa o rodando los ojos. Al bartender le divertía escucharlos, hablar cada vez que les tomaba el pedido.

—¿Cuándo nos vamos a casar? —Ella ya daba por hecho el matrimonio.

—Ahora. Lo haremos esta misma noche —respondió él y la tomó de la mano para llevarla fuera del bar.

Ella lo siguió sin dejar de reír. La situación le resultaba divertida. Cuando William le abrió la puerta trasera de un auto estacionado cerca y le pidió subir, ella no protestó. No dudó, no se preguntó si era buena idea irse con un extraño. Subió al automóvil y se fue con él.

El chófer de William lo vio llegar con la mujer y no hizo preguntas. De vez en cuando su jefe quería beber sin preocuparse de cómo iba a regresar a casa o al hotel donde se hospedaba cuando salía con una conquista. A él le venía bien hacer horas extra, por lo tanto, las preguntas estaban de más.

—Vamos Dexter, no hagamos esperar a la señorita —ordenó William.

Para Dexter, el único lugar al que iban era al hotel más cercano. Creyó que sería igual que siempre. En ningún momento, William le dijo que quería ir a un juzgado para casarse, y tampoco era posible que, por la hora, hubiera alguno en funcionamiento. La pareja tampoco protestó cuando vio el sitio al que llegaron. Se bajaron del auto y, con un brazo de él por encima de los hombros de Verónica, entraron al hotel.

Hacer la reserva no les llevó mucho tiempo, y en cuanto entraron por la puerta de la habitación comenzaron a besarse.

—No deberíamos hacer esto —fue lo único que dijo Verónica cuando la ropa cayó al suelo.

—Lo deseamos desde el primer momento que nos vimos. Deja las dudas fuera, no es momento para reflexionar —dijo él y volvió a besarla.

Verónica se perdió en el beso. Olvidó que tenía dudas y se entregó a él.

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Verónica despertó desorientada, sin saber dónde estaba. Con un ojo medio abierto y el otro cerrado, observó lo que tenía enfrente. Aún no era capaz de reconocer el lugar. Sintió algo pesado que le oprimía el cuerpo y, al bajar la mirada, se percató de que había un brazo masculino sobre su cintura. Poco a poco, giró la cabeza para mirar hacia atrás y descubrir con quién había pasado la noche. En cuanto vio el rostro de su acompañante, recordó la locura de la noche anterior. La mayoría de lo sucedido regresó a sus recuerdos y se sintió avergonzada. En otras circunstancias se habría comportado con decoro. No era de las chicas que se iba con un hombre nada más conocerlo. A Gustavo le había costado llevarla a la cama después de haber iniciado una relación. No era mojigata, solo que no le gustaba mantener relaciones sexuales en una primera cita.

«Anoche ni siquiera fue una cita. Nos encontramos allí por casualidad». Pensó arrugado la nariz.

Como pudo, haciendo lo posible para no despertarlo, le apartó el brazo de su cuerpo. Se levantó de la cama en silencio absoluto, se vistió sin hacer ruido. Tomó los zapatos en una mano, el bolso en la otra y caminó en puntilla de pies hacia la puerta.

—¿A dónde vas? —escuchó que preguntaban a sus espaldas.

Siguió caminando como si no le hubieran hablado.

—Verónica, regresa aquí, todavía es muy temprano —insistió William.

Ella se detuvo, pero no lo miró —Sigue durmiendo. Tengo cosas que hacer, puede que trabaje unas cuantas horas. Nos vemos por ahí.

—Anoche me dijiste que ibas a renunciar; tu jefe inmediato es un idiota —le recordó él.

—Igual tengo que irme —respondió Verónica.

William la observó, con la barbilla apoyada en un brazo y el otro debajo de una almohada. Pensó que, aun estando bajo los efectos del alcohol, pudo reconocer que era la mujer que necesitaba. Era hermosa y estaba seguro de que no tenía nada que ver con su círculo social, y eso era muy importante.

—Cásate conmigo —propuso William.

Verónica se detuvo en la puerta, con una mano en la manija lista para abrirla, y se giró hacia él, negándose.

—Es una locura lo que me pides. Por lo tanto, rechazo tu propuesta. Encuentra otra loca que esté dispuesta a aceptarte.

Ella le dio una última mirada. Desde donde estaba, William se veía muy guapo y sexy. En el momento en que trataba de abrir, su teléfono sonó dentro de su bolso. Iba a dejar que continuara sonando, pero tampoco quería llamar la atención mientras caminaba por el pasillo del hotel. Con las manos ocupadas, sacó como pudo el dispositivo electrónico, pero al responder la llamada sin querer, también pulsó el altavoz.

—¿Nicki?, ¿tienes mucho trabajo? —preguntó Hillary Abram, la mejor amiga de su madre, luego de saludar—. Tenemos que hablar

—¿Qué sucede, señora Abram?, ¿le pasó algo a mi madre? —inquirió ella preocupada, la voz de Hillary se escuchaba asustada.

—Sí, cariño. Está sucediendo hace un tiempo, pero tu madre se negaba a contarte la verdad. —respondió la mujer mayor.

Verónica se quedó congelada en el lugar, Hillary se escuchaba casi aterrada.

—Hace unos meses tu madre tuvo un desmayo, que atribuyó a cansancio. Sin embargo… —Hillary no quería continuar, pero tenía que hacerlo—, Mildred tuvo otro desmayo y tuvo que ser llevada al hospital.

—Está bien, ¿verdad? —El corazón de Verónica se detuvo al escucharla, o al menos esa fue su percepción.

—Está estable, pero se encuentra en cuidados intensivos. —respondió Hillary.

Mildred padecía de aneurisma de la aorta torácica. El diagnóstico se había detectado casi cuando no era posible una cura.

—Tu madre necesita una cirugía a corazón abierto.

Verónica se dejó caer contra la puerta. Fue algo inesperado para ella, su madre se veía muy sana. Escuchó el resto de la explicación de la amiga de su madre, como si estuviera hablando con otra persona. Ella y su madre habían estado muy unidas desde que su padre murió cuando era muy pequeña.

—¿Por qué no supe del primer desmayo?

—No quería preocuparte, me dijo que había sido algo de una sola vez.

Sin embargo, allí estaban, con su madre en el hospital, peligrando su vida.

—Sabes que puedes contar conmigo. No tengo mucho, pero por mi amiga te daré lo que haga falta —aseguró Hillary antes de colgar el teléfono.

William escuchó toda la conversación. A Verónica se le olvidó quitar el altavoz en cuanto escuchó las malas noticias sobre su madre.

—Necesitas ayuda, yo también —Él no podía dejar pasar la oportunidad. Sería beneficioso para los dos.

—No me voy a casar contigo.

—Pagaré la cirugía de tu madre. Los especialistas que llevarás para su cuidado son muy caros —señaló él.

Verónica lo pensó, aunque no quisiera admitirlo, sabía que él tenía razón. Una operación de tal envergadura no podía ser barata. Ella tenía un buen trabajo, pero no creía que fuera suficiente. La recuperación llevaría dinero también.

—¿Qué ganas tú con ese matrimonio? —Inquirió con mucha curiosidad.

—Mi deseo es casarme con una mujer que me ame y yo a ella. Sin embargo, aún no aparece esa mujer que robará mi corazón —respondió él.

—Yo no soy esa mujer, ¿por qué quieres casarte conmigo?

—Voy a asumir la presidencia de la empresa familiar. La mayoría de nuestros socios comerciales son muy tradicionalistas, van a esperar que me case pronto. Contratarte hará que pueda esperar a esa mujer especial sin presión —respondió él.

Ella creía que era una locura, pero no tenía una empresa que dirigir. No obstante, podía curar a su madre enferma.

—¿Qué tiempo tendremos que estar casados? —preguntó antes de arrepentirse.

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