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La semana transcurre y Karely ni siquiera le dirige la palabra a su marido. Por más que él trata de llevarse bien con ella, le pide que hablen para aclarar cualquier malentendido. Él no puede aceptar que ella no esté enamorada de él.

La única noche que hicieron el amor, ella le demostró que lo amaba. Ahora él no entiende qué pudo haber pasado para que ella tenga ese cambio radical de la noche a la mañana.

—Tristán, he encontrado un nuevo lugar donde vivir. Iré a tu casa y sacaré mi ropa. —Le informó.

—Karely, por favor, no te vayas. Prometí que te protegería y quiero cumplir mi palabra.

—Ya lo has hecho, no te preocupes. Estoy tan agradecida que no podría seguir dándote problemas si me quedo a tu lado.

—Pequeña…

—Por favor, agiliza el trámite para nuestro divorcio. Si no lo haces tú, lo haré yo con un abogado particular.

—¿Estás segura de que me quieres dejar?

—Sí, estoy segura. No te quiero como hombre, solo seamos jefe y empleada.

—Está bien. Si ya lo has decidido, no me interpondré más; lo que menos quiero es hacerte daño.

Verla todos los días siendo su asistente y no poder abrazarla o platicar más que no sea de trabajo, es una odisea para el gran Tristán Morotova. En ocasiones se siente no poder más sin su amada. Juntos se graduaron e iniciaron a trabajar en la empresa y ahora ella lo hace a un lado.

Cierto día, hubo una reunión fuera de la ciudad y ambos tuvieron que asistir. Al finalizar la reunión, Tristán invitó a cenar a los representantes y por ley tomaron unas copas.

En la sala la única mujer era Karely. Hubo un hombre que, desde el primer minuto en que la miró, llamó su atención; nadie sabe que el esposo de ella está presente.

—Tu asistente está muy hermosa, amigo. ¿Cuánto le pagas de salario al mes? Yo le puedo ofrecer aún más que eso y ni siquiera será necesario que se presente a trabajar. Su trabajo será de satisfacerme en la cama.

Karely lo escucha en silencio, la comida le ha sentado mal y ánimos de discutir con un imbécil no tiene. Mientras tanto, Tristán lo reta con una mirada matadora, ese maldito se atrevió a desear a su mujer en su propia cara.

—Te exijo respeto para ella. En mi empresa es bien tratada y no creo que quiera irse con tu oferta.

—Dejemos que sea ella la que tome una decisión.

—Señores, no me importan sus pláticas. Yo me retiro, disculpen si les parece inadecuada mi salida. —Dijo ella.

Esa noche dormirán en el hotel donde se encuentran. Ella, siendo la asistente, reservó dos habitaciones. Ya estaba en la suya cuando entró una llamada en su teléfono; era Tristán.

—¿Qué quieres? —respondió.

—¡Ah! ¿Así es como le respondes a tu jefe, señorita? —Cuestionó una voz de hombre.

—¿Quién eres? —preguntó ella frunciendo el ceño al desconocer aquella voz.

—Soy uno de los inversionistas, tu jefe ha tomado demasiado y no recuerda cuál es el número de su habitación.

—¡Ah, qué torpe! —se quejó Karely. Ella abrió su cartera para comprobar en la factura, justo entonces se dio cuenta de que había dos llaves y precisamente una pertenecía a la habitación de su marido.

—Dile que su habitación está en el cuarto piso, es la trescientos.

—¿Cómo crees que este hombre llegará hasta allá? Ven a llevarlo tú, es tu responsabilidad por ser su asistente. —Exigió el hombre.

Karely colgó la llamada. Se vistió nuevamente y bajó hasta el bar. No sabe en qué momento él guardó la llave en su cartera, o quizá fue que ella no se la entregó. Anteriormente, pensó esperarlo en el pasillo para entregarle la llave; sin embargo, aquel hombre le metió miedo diciendo que si algo le pasa al jefe es su culpa.

Ella bajó, estaba molesta por lo irresponsable que había sido. Iba dispuesta a darle una buena regañada a su todavía esposo por emborracharse sin tener a su chofer en ese momento.

Cuando se iba acercando a la mesa donde habían quedado cuando ella se fue. Logró visualizar a su marido; sin embargo, no estaba solo. La m*****a amante lo estaba ayudando a levantarse y lo estaba llevando a algún lugar.

—¿Qué hace esa mujer aquí? —se preguntó, quedándose paralizada. —Es obvio que el infiel la ha traído para que lo acompañe como pareja, considerándome a mí su empleada. —Lamentó y se fue nuevamente a la habitación, al parecer aquella llave ya no la necesitaba el dueño.

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