CAPÍTULO 55

Roxanne Meyers

Leí cada mensaje que Salvatore envió a mi teléfono. Cada uno me confundía más, porque, aunque deseaba estar con él, su maldita profesión de mafioso y sus manos manchadas de sangre no eran lo que quería para mi vida, y mucho menos para mi hijo.

Entonces llegué a una conclusión: Roxanne Meyers debía desaparecer, de cualquier manera, en cualquier forma, desde cualquier lugar.

Desde la mecedora que había comprado para mi casa, observaba todos los días a aquel hombre misterioso que llevaba dos meses pintando la acera de enfrente. Era una mecedora como la que tenía en la casa de Salvatore, y cada vez que me sentaba en ella, sentía una brisa que me relajaba, como si acariciarme el vientre se hubiera convertido en un acto casi religioso.

Esa mañana, el sol brillaba con fuerza y apenas quedaban provisiones en la despensa. Sin embargo, ya había organizado todo para desaparecer. Sabía que aquel hombre que no dejaba de vigilar mi casa y cada uno de mis movimientos no era más que un
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