¡Que intenso!

Los escoltas parados frente a Damián parecían presas ante un depredador, a pesar de ser hombres altos, y tan o más fornidos que Damián, su sola mirada asesina los hacía sentir pequeños.

Lo veían moverse de un lado a otro con un andar rígido y metódico, con la respiración agitada, con la frente brillosa, con una fina capa de sudor y el ceño fruncido que albergaba una ira que apenas contenía. Y de vez en cuando, ladeaba la cabeza y clavaba su mirada en los escoltas, pero continuaba su andar, tocándose el mentón pensativo y marcando repetidamente el número de Aylin en su teléfono.

“El número que usted ha marcado se encuentra fuera de servicio”. Esa vocecilla lo estaba sacando de quicio.

—¡¡Put@ máquina!!—, gruñó histérico.

—¿Cómo rayos mi mujer pudo irse con mi hijo y sus equipajes? ¡Y ustedes, recua de inútiles, me dicen que no pudieron darse cuenta! —, les vociferó, con la vena en su cuello, palpitando con cada palabra, y los escoltas bajaron la cabeza, avergonzados. Son profesionale
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