Ya no tengo compasión.

En el salón se podían observar pedazos de jarrones rotos esparcidos, junto a otros adornos de cristales, que estaban destrozados; convirtiendo ese lugar tan elegante en una escena caótica y desordenada. En solo unos minutos los muebles estaban volcados y el ambiente era de total destrucción.

La primera en llegar corriendo fue Aylin, quien se percató que la persona que encabezaba ese desastre era Mauro, junto a unos amigos que parecían vándalos y sin temor alguno, se acercó a él furiosa.

—¡¿Qué rayos haces aquí?! ¿Cómo entraste sin que los guardias te detuvieran?

Mauro acortó la distancia entre ellos, y la miró directamente a los ojos.

—Los simples perros lambiscones que le sirven a mi tío no pueden detenerme. No tienen derecho. Yo también soy un Zadoglu, y como tal soy uno de los dueños de este lugar, aunque ese maldit⁰ incapacitado diga lo contrario.

Aylin se sintió indignada de que Mauro se refiriera así a Damián y le gritó.

— ¡Imbécil!

Como respuesta, Mauro le propinó una bofetada.
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