Nada es lo que parece.

Aylin se acomodó en el lujoso coche que Damián había enviado y aunque dudaba si había tomado la decisión correcta al aceptar ir con él, estaba preparada para enfrentarlo en caso de que intentara jugarle una trampa. Con el niño acostado en su regazo, se negaba a acercarlo a Damián, pero no tenía otra opción, ya que no encontró con quien dejarlo.

Mientras avanzaban, el conductor permaneció en silencio, sin pronunciar una palabra y cuando finalmente, llegaron al estacionamiento de un glamoroso edificio, Aylin preguntó: 

—¿Ya hemos llegado?

—Sí señora, es aquí —, respondió el hombre. 

Luego, subieron al séptimo piso y él ingresó un código para abrir una puerta que prometía revelar el lujo que se encontraba detrás. Al entrar al enorme lugar, Aylin confirmó que tenía razón, ya que cada mueble y decoración desbordaba elegancia y derroche.

—Por favor, sígame—, le pidió el hombre, guiándola por un pasillo. Desconfiada y con sospechas, lo siguió.

 En cuanto, el hombre se detuvo frente a una puerta doble, con un gesto le indicó que podía pasar.

Aylin se quedó boquiabierta cuando vio a Damián acostado en una enorme cama, y a pesar de la distancia, pudo ver que estaba empapado en sudor y con semblante pálido.

—¿Qué le pasa? —indagó, pero no obtuvo respuesta.

—Si me necesita, solo llámeme por el intercomunicador —, le indicó el conductor antes de retirarse con rostro sereno.

—Espere, ¿me dejará sola con él? 

 Aylin se quedó estupefacta, sin poder creer cómo ese hombre se había ido con tanta calma mientras que su jefe estaba tirado en la cama, aparentemente mal.

Sin embargo, el hecho de que Damián estuviera en cama no apaciguaba en ella la incómoda sensación de saberse a solas con un hombre con el torso desnudo y, no obstante, eso, sino con uno tan dominante como lo es Damián.

—Es tan frívolo como su jefe. Supongo que eso se contagia con el tiempo trabajando para alguien tan apático—, murmuró refiriéndose al empleado, aún de pie en la entrada del enorme aposento que podría ser del tamaño del departamento en donde vive. Y todavía con recelo lo veía sin planes de romper la distancia.

Sin embargo, en ese momento, el pequeño Christopher se soltó de su agarre y, como si estuviera manejado por un instinto, corrió hasta la cama donde estaba Damián. Esto dejó a Aylin aún más aturdida cuando vio que él se colocó al lado de Damián y comenzó a tocarle el abdomen con su manita.

—Tío, ¿te duele mucho? —, le preguntó el niño, mientras lo miraba con gesto preocupado. Sin haber escuchado palabras, el niño sabía que algo no estaba bien.

—Puedes decirme papá —, le pidió con voz débil, y Christopher abrió mucho los ojos, mirándolo con una mezcla de emoción y sorpresa.  

—¿Sí puedo? —, le respondió con voz dulce, aún incrédulo por la autorización dada, era una dicha para el infante poder al fin tener una figura paterna, pero Aylin interrumpió al niño, gritando horrorizada: 

—¡No puedes!

Aylin se apresuró a apartar al niño de Damián, tomándolo en brazos y alejándolo de la cama. Su rostro reflejaba molestia y enojo por haberle pedido al niño que lo llamara «papá», sin embargo, a pesar de su furia, Damián sonrió entre el intenso dolor que lo aquejaba.

—Creo que eres la cura para mi enfermedad, porque eres tan irritante que logras que me olvide del dolor —, le dijo Damián, provocando una mezcla de incredulidad y enfado en Aylin. 

—Lo mismo causas en mí —, replicó furiosa, y apretando los dientes.

Pero Damián no estaba dispuesto a ceder. 

—¿Vas a seguir escupiendo cuánto me odias, ¿o me vas a ayudar? Acuesta al niño a mi lado — le pidió con voz entrecortada.

Su rostro reflejaba urgencia y rigidez, como si no se atreviera a moverse por el intenso dolor que lo agobiaba.

Aylin, todavía dudando y preocupada por la enfermedad desconocida que afecta a Damián, murmuró: 

—No sé qué enfermedad tienes y si es contagiosa. 

Abrazando al niño con gesto protector, se acercó a la cama y con cuidado lo colocó a un lado.

El pequeño, con su inocencia infantil, posó su mirada en Damián y preguntó con ternura: 

—¿Estás muy enfermo, papá?. 

Damián asintió débilmente y con sus ojos encontrándose con los del niño. 

—Sí, lo estoy —, respondió con voz suave.

Mientras Aylin se debatía internamente, Christopher extendió su manita y la colocó con delicadeza sobre el rostro sudoroso de Damián. 

—No te preocupes, papá. Estaré aquí contigo —, le dijo con una dulzura que conmovió a Aylin.

Esas palabras resonaron en el corazón de Aylin, quien sintió que algo dentro de ella se ablandaba, a pesar de su desconfianza y resentimiento hacia él. 

Ver la conexión entre ellos despertó una chispa de comprensión en su interior, sin embargo, sacudió la cabeza e internamente se dijo:

«Aylin no olvides que este hombre solo busca jugar con tu hijo». Después de ese pensamiento le alejó la mano al niño.

—Esto no me agrada, eres un vil calculador.

La risa de Damián resonó en la habitación, amarga y llena de rabia contenida. Quería decir tantas cosas, pero se encontraba demasiado agotado para verbalizarlas. 

—¿Tienes una televisión? —, le preguntó Aylin, rompiendo el momento tenso.

Él levantó la vista hacia el techo, con un gesto desesperado en su rostro.

 —¿Piensas ver una película mientras me revuelco de dolor? —, le regañó con voz llena de histeria, en cambio, Aylin se mantuvo impasible. 

—No, pero sin importar que te estés explotando, mi prioridad es acomodar a mi hijo —, manifestó con un tono cortante. 

Damián, rendido, señaló hacia una mesita donde varios controles remotos estaban organizados meticulosamente. 

—En el más grande pulsas el botón de encendido—, le instruyó.

Aylin, sin embargo, tomó el control y se lo pasó a él. Una pantalla grande y moderna emergió de la pared frente a ellos y Christopher, la miró con asombro.

—Mamá, esa televisión es muy bonita, ¿puedes comprarme una? — le preguntó con inocencia. 

Y ella, que apenas tiene suficiente dinero para comprar un caramelo, le respondió con una sonrisa forzada. 

—Claro que sí, cariño. Luego compraré una para ti.

—Ponle un programa infantil —, le solicitó sin mucha amabilidad.

Damián obedeció, y después de que Aylin acomodó a Christopher en un amplio sofá, se paró al lado de él, y aunque no era su propósito no pudo evitar recorrer con la mirada la apariencia imponente de Damián, notando que él tiene un cuerpo atlético y tonificado, que enloquecería a cualquier mujer. Manos delicadas. Cabello sedoso y suave que se enmarca a su rostro de manera elegante. Sus rasgos son definidos y resaltan su masculinidad. 

«Este hombre es un adonis, pero de que le vale ser tan guapo,  si su personalidad malhumorada lo afea», reconoció Aylin para sí misma, como si estuviera recitando y calificando las perfecciones e imperfecciones de Damián.

 Cuando salió de su contemplación Aylin se aclaró la garganta y desvió la mirada con rostro ruborizado.

 —¿Dime qué quieres? 

—Que tomes tu licencia de médico y compres para mí el analgésico más fuerte que conozcas, algo que me alivie este dolor —, le ordenó con voz autoritaria, y en vez de enfadarse como normalmente lo haría, Aylin se sonrió de medio lado. 

—¿Y qué te hace pensar que sin ser tu doctora te voy a medicar? Lo siento mucho, pero no haré tal cosa.

Aylin clavó la vista en un frasco de un poderoso analgésico que estaba sobre la cama. 

—Esos son buenos. Debes tomar la medicación indicada por tu doctor y podrás estar bien en unas horas.

Damián, con un gesto agresivo, lanzó el frasco al suelo. 

—¡Eso no sirve!, ¡¡y no te pedí que me dieras sermones!!, solo quiero un analgésico que sí funcione. 

Aylin movió la cabeza, cruzando sus brazos sobre su pecho.

—Entonces no me eres de ayuda. ¡Lárgate! —Le gritó y cumpliendo con su mandato ella se alejó, tomando a Christopher en brazos con planes de irse, pero Damián la detuvo con sus palabras. 

—Soy un enfermo y tú eres doctora. Es tu deber ayudarme, ¿no? Tu juramento hipocrático te compromete a priorizar la salud de un paciente —comenzó a decir con voz llena de desesperación. 

Y ella se detuvo en seco, volviéndose para enfrentarlo. 

—Mi juramento hipocrático no me obliga a recetarte medicamentos sin tener tu evaluación médica o información sobre tu condición. No sé ni siquiera cuál es tu enfermedad para poder medicarte.  

—Soy un puto tullido, ¿no me ves? Dependo de estas malditas pastillas para poder caminar más lento que una jodida tortuga. ¿Eso es lo que querías escuchar? ¿Te satisface verme así? Si no vas a ayudarme, ¡lárgate! —, le gritó con voz ronca por la frustración y el dolor. 

Aylin frunció el ceño. 

—Ya veo, eres un adicto. Y quieres utilizar mi licencia médica porque tu doctor no quiso indicarte nada más, quién iba a decir que el déspota Damián Zadoglu tiene debilidades.

Damián resopló, y su ira era palpable. 

—¿Desde cuándo eres psicóloga? —, espetó furioso y resoplando como toro bravo.

Aylin no respondió a su sarcasmo, sino que, en su lugar, salió de la habitación y él pensó que la había asustado, pero minutos después, volvió con un balde de agua caliente y unas toallas blancas al hombro. 

Gruñó, pero Aylin lo ignoró y lo ayudó a girarse hasta que quedó boca abajo, a pesar de sus protestas. 

Con toques suaves, comenzó a aplicarle paños calientes y a darle un masaje, mientras tarareaba una melodía, como si estuviera atendiendo a un niño y aunque al principio él ponía los ojos en blanco por lo ridículo que le parecía todo aquello, no supo en qué momento el canturreo le empezó a gustar tanto que el dolor desapareció y se quedó dormido. 

Al despertar, la buscó con la mirada, llamándola en voz alta. 

Arrastrándose, llegó hasta el salón y llamó a su chofer.

— ¿Dónde está Aylin? —le preguntó con un tono de miedo en su voz, como un niño cuando es abandonado por su madre.

—La señora Aylin decidió irse cuando usted se quedó dormido —, le respondió con calma.

Damián soltó una risa carente de humor e inhaló profundamente, quedando pensativo. 

—¿Cómo puede ser tan desalmada? —refunfuñó para sí mismo y sin razón porque ella alivió su dolor. 

Después de dos años tomando analgésicos de manera excesiva, unos simples masajes le calmaron.  

Se volvió hacia su chofer. —Ve a buscarla y tráela aquí —, le ordenó.

Su chofer se quedó inmóvil.

 —Señor, no sea impulsivo. Deje que sea ella quien lo busque. Usted mismo aseguró que la señora Aylin vendrá por cuenta propia —, le recordó y Damián se quedó abismado.

 «Y si no lo hace, tendré que buscar la manera», se propuso internamente.

####

Por su parte, Aylin se encontraba preparando el desayuno para su hijo mientras su mente se inundaba con pensamientos sobre Damián. Sentía que su llegada a su vida había sido demasiado brusca y no sabía qué esperar de él. 

Mientras untaba mantequilla en una rebanada de pan, recordó que Kevin es amigo de Damián y decidió llamarlo para obtener más información.

Marcó el número y esperó impaciente a que contestara.

📞 Hola, Kevin. ¿Cómo estás? —saludó intentando sonar tranquila.

📞 Muy bien, ¿y tú? — le respondió Kevin con tono amistoso.

📞 Bien, gracias por preguntar —Aylin hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.

📞 Kevin, te estoy llamando porque, en realidad... necesito saber quién es Damián. Es decir, él ha llegado a mi vida y no lo conozco bien, tengo dudas sobre él. Mmm, no sé si me entiendes.

Aylin tartamudeaba un poco y sentía cierta vergüenza al expresarles sus inseguridades a Kevin; sin embargo, sentía la necesidad de obtener más información.

Kevin permaneció en silencio por un momento, procesando la pregunta.

📞 Bueno, Aylin, te puedo decir que Damián es un hombre lamentable. No te hará daño, pero no puedo darte más detalles. Lo siento — le dijo con cierto tono de misterio en su voz.

Las palabras de Kevin la desconcertaron aún más, y la curiosidad y la incertidumbre se apoderaron de ella.

 «¿Qué se trae este hombre que el misterio le rodea? ¿Por qué que presiento que su cercanía cambiará mi mundo?» 

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