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NARRA BERENICE

—Eres una pequeñita muy hermosa —dije mirando embelesada a mi sobrina.

—Nos dio un buen susto —respondió mi hermana totalmente adolorida.

La verdad que sí, pero ya los momentos de angustia habían pasado. Ahora todo el esfuerzo que hizo mi hermana mayor le dio sus frutos. La bebé era hermosa, tenía una mata de cabello un poco más claro que el de Rosario, aún sus ojitos de deslumbraban grises, pero quizá… solo quizá había heredado los ojos azules de su padre.

—¿Aún no saben cómo se llamará? —pregunté, me dio una sonrisa brillante.

—A decir verdad ya tiene nombre, pero quiero que Ernest te lo diga; él me lo pidió —contestó, yo sonreí y sentí como mi sobrina se revolvía en mis brazos.

—Creo que tiene hambre —avisé y le entregue a la pequeña criatura. Rosario dejó al descubierto un pecho y la bebé comenzó a succionar su alimento.

Al ver esa imagen tan hermosa, me hizo volver el tiempo unos tres años atrás. Cuando la situación era al revés. Yo estaba dando de amantar a
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