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NARRA EMERSON

Habían pasado unas dos horas y aún no teníamos noticias. Berenice estaba muy nerviosa y la comprendía. Estaban en juego dos vidas. Aunque no debíamos ser pesimistas, el miedo estaba latente.

—¿Cuánto más tardarán? —preguntó por enésima vez mi novia.

—No lo sé, cariño —contesté llevando a mi boca al cuarto vaso de café de la madrugada —o mañana mejor dicho—. Iré a llamar a Michael —avisé y asintió.

Marqué el número de mi tío y, una vez que me comuniqué con él, le avisé que me iba a ausentar en la empresa al menos a la mañana; por la tarde tendría que ir, ya que debía arreglar el asunto con Eleazar y necesitaba hacerlo personalmente. Michael, tan comprensible como siempre, no tuvo ninguna objeción y deseó la mejor de la suerte para la Rosario y su bebé en camino.

Una vez que terminé la breve llamada, volví junto a mi ángel, sentándome al lado de ella tomándola de su cintura, rápidamente colocó su cabeza en mi hombro.

Estuvimos en la misma posición unos quince minutos
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