Me estoy empezando a sentir como en casa. No en el sentido literal, claro, porque aún estoy acostumbrándome a cada rincón de este apartamento, pero sí en lo que respecta al trabajo. En poco tiempo, me he integrado en el equipo, y aunque todavía soy la nueva, no me siento como una intrusa. Hay algo reconfortante en esta rutina de llegar temprano, sentarme frente a mi escritorio y empezar a trabajar. Por fin algo en mi vida tiene orden. Algo que no depende de decisiones impulsivas ni de emociones desbordadas.
Pero siempre hay algo. Algo que no puedo evitar notar, como una sombra en la esquina de la habitación que parece moverse sin que nadie lo vea.
—¿Has oído lo de Adrián? —pregunta Laura en voz baja, como si no quisiera que nadie más escuchara.
Parece que el nombre de Adrián se menciona a menudo en la oficina. Lo repiten como si fuera una palabra maldita, como si algo tan simple como pronunciarlo pudiera traer mala suerte. Y lo curioso es que no me ha hablado aún. Lo he oído nombrar en reuniones, en pasillos, en charlas informales. “Adrián es implacable”, “Adrián no tiene tolerancia para errores”, “Adrián es un hombre difícil”. Nadie parece tener algo bueno que decir de él.
Cada vez que escucho su nombre, siento como si una parte de mí se apretara, como si fuera un secreto aún por descubrir, una historia por desvelar. Y lo peor es que nadie se atreve a hablar de él en detalle. La gente prefiere guardarse las opiniones para sí misma, o murmuran por lo bajo. Hay algo en su nombre, algo en la forma en que se menciona, que me hace pensar que no es solo un jefe como cualquier otro.
Una mañana, cuando estoy en medio de una tarea, Laura se acerca con una sonrisa que no llega a los ojos.
—¿Estás lista para conocerlo? —pregunta, y en su tono hay una mezcla de curiosidad y temor.
No respondo de inmediato. Mi cerebro intenta procesar la pregunta, pero siento cómo mi cuerpo reacciona involuntariamente. El ambiente en la oficina se vuelve más denso, las palabras de Laura caen sobre mí como un presagio. ¿Conocerlo? ¿Quién es este tipo que infunde tanto respeto y miedo a la vez? ¿Es tan malo como dicen?
Antes de que pueda articular una respuesta, mi teléfono vibra sobre la mesa. Es un correo electrónico de Laura.
Reunión urgente con la directiva. Adrián estará presente.
Todo en mí se tensa al leer esas palabras. La sensación de nerviosismo me recorre como un escalofrío. ¿Por qué se ha convocado una reunión tan importante de repente? ¿Qué espera él de mí, o de todos nosotros? ¿Y por qué tiene que estar presente él?
Mis dedos tocan la pantalla del teléfono con una rapidez que ni siquiera intento disimular, y al cerrar el correo, mi mente comienza a acelerarse. Algo en el aire ha cambiado, como si todo estuviera apuntando a este momento.
La oficina se llena de susurros. Las conversaciones se vuelven más bajas, las miradas más furtivas. La gente se prepara para la reunión. Lo que podría ser una charla aburrida sobre proyectos se transforma en algo mucho más grande. Y es que todos saben que la presencia de Adrián cambiará la dinámica por completo.
Pasan los minutos y el ambiente se espesa, cargado de una tensión palpable. Mi estómago da vueltas, pero me obligo a mantener la calma. Estoy aquí porque lo decidí. Esta es mi nueva vida. Estoy aquí para hacer lo que no pude hacer antes: tomar control. Pero algo en el aire sigue presionando sobre mí, apretándome el pecho, como si estuviera a punto de enfrentarme a algo mucho más grande de lo que puedo imaginar.
Finalmente, la puerta de la sala de reuniones se abre.
Es como si el tiempo se detuviera. Todos nos callamos al unísono. La sala, llena de gente, de repente se queda en silencio. Y es entonces cuando lo veo por primera vez.
Adrián.
La figura que todos mencionan pero nunca describen, ahora está aquí, de pie en la puerta. Su presencia llena todo el espacio. No es alto, ni descomunalmente grande, pero la manera en que se planta en la entrada, con la mirada fija y confiada, es suficiente para hacer que todos en la sala contengan la respiración. El aire parece volverse más denso, como si un peso invisible cayera sobre todos nosotros.
Él no sonríe. No hay amabilidad en su rostro, solo una calma que podría ser peligrosa. Cada paso que da es firme, seguro, y algo en sus ojos me hace sentir como si estuviera viendo a través de mí, como si ya supiera todo lo que pienso, todo lo que soy. No hay lugar para dudas. Este hombre está acostumbrado a ser el centro de atención, y se nota en cada detalle de su postura, en la forma en que se mueve, en la forma en que su mirada recorre a cada uno de los presentes.
Me doy cuenta de que me estoy quedando allí, observándolo como una idiota, mi respiración ralentizándose.
Cuando sus ojos se posan en mí por un breve instante, el aire entre nosotros se vuelve eléctrico. Hay algo en su mirada que me hace sentir pequeña, vulnerable, pero también… atraída. Es un juego peligroso, pero soy lo suficientemente consciente como para no dejar que se note. No voy a ser otra más. No voy a dejar que esa intensidad me desarme.
El silencio es absoluto. Nadie dice una palabra. Adrián se mueve con calma hacia la cabecera de la mesa y se sienta, pero no antes de lanzar una última mirada alrededor de la sala, como si estuviera midiendo a cada uno de nosotros, evaluándonos en un solo vistazo.
Finalmente, alguien habla. Una voz que se atreve a romper el silencio. No sé quién, pero su tono vacilante me hace sentir aún más consciente de lo que está pasando en la sala. Todos están esperando que él diga algo, que hable, que imponga su voluntad. Y yo… estoy esperando algo más. Algo que no puedo identificar. Algo que me inquieta, pero me atrae con la misma fuerza.
Me siento en el borde de mi asiento, mis nervios están a flor de piel, y aunque intento mantenerme estoica, puedo sentir el palpitar acelerado de mi corazón. Este es el hombre del que todos hablan, y aunque no sé mucho de él, ya puedo sentir que mi vida aquí no será tan sencilla como pensaba.
Adrián acaba de entrar en mi vida. Y aunque no lo sepa aún, ha dejado una marca. Una marca que no va a desaparecer fácilmente.
Adrián se acomoda en su silla, su presencia sigue colmando la sala, aunque ya no esté de pie. Las miradas se dirigen hacia él, todos esperan que diga algo. Y, por un instante, hay algo inquietante en el hecho de que no haya dicho ni una palabra. No se trata de una actitud de autoridad simple; es una calma profunda, peligrosa, como un tigre esperando el momento adecuado para atacar. De alguna manera, es lo que me hace sentir más incómoda, más vulnerable, que si me estuviera mirando fijamente.
Es raro, porque en situaciones normales podría pensar que alguien así sería imposible de abordar. Pero él no parece tener la necesidad de imponerse. Lo hace de una manera tan natural, tan sutil, que la misma habitación lo obedece.
La conversación comienza, pero Adrián no parece participar mucho al principio. Solo observa, se toma su tiempo. No es arrogante, no es altanero, pero sí algo distante. Me siento fuera de lugar. A su lado, yo soy solo un fantasma que observa desde las sombras. Intento no llamarle la atención, pero su mirada, aunque fugaz, se cruza conmigo de nuevo. La chispa de su observación me recorre como una corriente eléctrica, desconcertante y casi… peligrosa.
La reunión avanza, y aunque intento centrarme en lo que dicen los demás, es difícil. No dejo de pensar en ese momento, en ese cruce fugaz de miradas que, de alguna forma, lo cambió todo. La tensión que siento ahora es más pesada que cualquier documento que pueda leer. Hay algo en su presencia que desafía mi capacidad para mantenerme enfocada.
Una vez que la reunión termina, todos se levantan rápidamente, como si Adrián tuviera el poder de apretar un botón y provocar que todos actúen al mismo tiempo. Y yo, como el resto, me levanto sin pensarlo demasiado. Camino hacia la puerta, sintiendo la mirada de Adrián sobre mí de nuevo. La puerta se cierra con un clic tras de mí, y por un momento, el ruido de la oficina se desvanece, dejándome sola con mis pensamientos.
¿Quién es este hombre?
Mi mente da vueltas. No lo entiendo. No comprendo por qué algo tan simple como su presencia pueda alterarme tanto. ¿Es solo su actitud? ¿O es más? ¿Hay algo más que no estoy viendo, algo que todavía no he comprendido?
Intento sacudírmelo, empujar esos pensamientos fuera de mi mente. “Es solo tu jefe, Helena. Solo es tu jefe”, me repito a mí misma, como un mantra. No me va a afectar. No puedo permitírmelo. No cuando ya he pasado por tanto. No cuando he decidido hacer las cosas a mi manera, de nuevo.
Pero hay algo inquietante, algo que no puedo dejar de notar. La forma en que se mueve, la forma en que su mirada recorre a la gente… Hay algo en él que parece entender las entrañas de las personas, que sabe exactamente qué hacer para que los demás caigan en sus redes sin siquiera tener que levantarse de su asiento. Y yo… yo soy solo una pieza más en su tablero.
De alguna manera, esta idea me molesta. La simple posibilidad de ser solo una más en el mar de personas que se inclinan ante su autoridad me revoluciona por dentro. No quiero ser esa persona. No quiero ser solo una cara más en la oficina, alguien que pasa desapercibido. Quiero ser más. Quiero que mi vida valga algo más que un trabajo. Y no sé por qué, pero una parte de mí siente que Adrián puede ser la clave. O tal vez, él es todo lo que debería evitar.
Vuelvo a mi escritorio, con la mente revuelta, y no puedo dejar de pensar en él. No puedo dejar de recordar cómo esa mirada suya no me dejó ir, cómo algo en mi pecho se comprimió cuando cruzó su mirada conmigo.
La tarde transcurre con una lentitud agonizante. Cada tarea que realizo parece arrastrarse más que la anterior. La mente no para de repetirme la misma pregunta: ¿por qué me siento así?
Lo único que me detiene de caer en el torbellino de pensamientos sobre él es la tarea que tengo entre manos. Pero incluso aquí, me encuentro mirando el reloj, esperando que el día termine para poder volver a casa y apagar mi mente, aunque sé que eso no sucederá. Esa mirada sigue flotando en mi mente.
Finalmente, la jornada laboral llega a su fin, pero el día no se acaba para mí. Camino hacia mi apartamento, sumida en pensamientos que no sé cómo ordenar. ¿Es miedo lo que siento o algo más? ¿Y por qué me molesta tanto el hecho de no tener respuestas?
Me detengo frente a un escaparate en la calle, observando mi reflejo. La imagen de una mujer cansada, con los ojos algo apagados, que no logra encontrar su lugar. ¿Realmente he cambiado tanto desde que me fui de mi antigua vida? ¿O solo estoy corriendo sin dirección, sin saber qué quiero realmente?
Alzo la vista y me encuentro con una pareja caminando cerca de mí. Sus risas me llegan como una corriente fría. La sensación me golpea de inmediato, una punzada de nostalgia. La facilidad con la que interactúan, la complicidad que parece tan natural. Recuerdo cuando Diego y yo éramos así, cuando me sentía completa. Pero ese tiempo ha quedado atrás, y la verdad es que ahora me molesta más que me duele. La imagen de esa pareja se desvanece rápidamente cuando cierro los ojos y tomo una respiración profunda.
Estoy aquí, sola, pero no por mucho tiempo. No quiero que la nostalgia me defina. No quiero que mi pasado me retenga en un lugar del que ya me he alejado. La mujer frente al espejo, esa soy yo, y esta vez voy a hacer que esta segunda vez valga la pena.
Sigo caminando, con los hombros rectos y la cabeza en alto. Un paso más. Un paso más cerca de ser la mujer que quiero ser.
Firmar un papel nunca había pesado tanto.Miro el bolígrafo entre mis dedos y el documento sobre la mesa. Solo es tinta sobre papel, pero siento que al estampar mi firma estaré enterrando seis años de mi vida.—Cuando estés lista —dice el abogado con voz neutra.Lista. Qué palabra tan absurda. ¿Cómo se supone que una mujer está lista para firmar el fin de su matrimonio a los 24 años?Diego está sentado frente a mí. Su postura es perfecta, como si estuviera en una reunión de trabajo, con ese aire de arrogancia que siempre me hizo sentir pequeña. Su camisa blanca impoluta, el reloj caro en su muñeca, la expresión de alguien que solo quiere acabar con esto. Ni siquiera me mira.Aprieto los dientes. Esto es lo que quería, ¿no? Luchar por un matrimonio en el que yo era la única que ponía esfuerzo fue agotador. Me convencí a mí misma de que Diego cambiaría, que un día despertaría y vería todo lo que yo hacía por él. Pero no. Nunca cambió. Y yo, como una ilusa, seguí esperando. Hasta que un
Abro la puerta de mi apartamento y el vacío me golpea en la cara.Es ridículo, porque técnicamente nada ha cambiado. La misma sala, la misma mesa, los mismos muebles. Pero hay un peso en el aire que antes no estaba. O tal vez siempre estuvo ahí y simplemente me acostumbré.Camino hasta el sofá y dejo caer mi bolso. Miro alrededor. Falta algo. O mejor dicho, falta alguien.Antes, cuando Diego aún vivía aquí, su chaqueta solía estar sobre la silla, su perfume impregnaba el aire y su laptop siempre estaba en la mesa de centro. Ahora, solo hay silencio.Suspiro y me paso una mano por el cabello. Esto es lo que quería, ¿no? Un nuevo comienzo. Libertad. Independencia.Sí, claro. Se siente tan liberador que lo único que quiero hacer es meterme en la cama y dormir durante un mes entero.Pero la vida tiene otros planes.El timbre suena con insistencia, como si al otro lado de la puerta hubiera alguien que no piensa aceptar un "no" como respuesta.—¡Abre, bruja! —grita una voz familiar.Sonrío
Pasé la noche en vela, con los ojos fijos en el techo de mi habitación medio vacía. No quedaba rastro de Diego en este espacio que alguna vez compartimos, pero su sombra aún flotaba en el aire, en los recuerdos que se aferraban a mí como un perfume que no se va, por más que lo intente.A mi lado, la pantalla de la laptop brillaba con una búsqueda que había comenzado impulsivamente y que ahora parecía una decisión inevitable. Opciones de alquiler en otras ciudades, posibilidades de traslado en mi trabajo, boletos de avión. Cada pestaña abierta era un recordatorio de que irme ya no era solo una idea… era un plan en marcha.Pero entonces llegaba el miedo. Ese molesto, insistente nudo en el estómago que me hacía cuestionarlo todo.¿Realmente podía empezar de cero?¿Realmente quería hacerlo?Mi teléfono vibró sobre la mesita de noche, sacándome de mi enredo mental. Miré la pantalla: un mensaje de Sofía."¿Ya lo decidiste? Porque si no, voy a ir a tu casa a empacarte yo misma."Reí por lo b
El sonido del altavoz anunciando el aterrizaje me sacó de mi letargo. Parpadeé, como si solo en ese instante mi cerebro comprendiera realmente lo que estaba pasando.Nueva ciudad. Nueva vida.Mi pecho se expandió con una mezcla de emoción y miedo cuando el avión tocó tierra. Miré por la ventanilla: la vista era diferente, los edificios, el cielo, incluso la luz del atardecer tenía un tono distinto.No había vuelta atrás.Tomé mi equipaje de mano con manos temblorosas y me mezclé con los demás pasajeros. Algunos volvían a casa. Otros, como yo, llegaban sin saber exactamente qué esperar.El aeropuerto era un caos de maletas, anuncios y voces en diferentes tonos. Me abrí paso hasta la zona de taxis y di la dirección de mi nuevo apartamento.A medida que el auto avanzaba, observé la ciudad con ojos de forastera. No era como mi antigua casa. Aquí, nadie me conocía. Nadie sabía que había sido la esposa de alguien que apenas me miraba. Nadie tenía expectativas sobre mí.Por primera vez en mu
Las puertas del ascensor se cerraron con un sonido seco, atrapándome en un cubículo de acero y nerviosismo.Respiré hondo.Era solo un primer día de trabajo. No era el fin del mundo.Mis manos estaban frías y sudorosas, a pesar de que llevaba una chaqueta ligera sobre mi blusa de seda. Ajusté el bolso en mi hombro y miré la pantalla donde los números ascendían lentamente.Piso 7.Piso 8.Piso 9.Vamos, Helena, no es la primera vez que comienzas un trabajo.Pero sí
El sonido del teléfono vibrando sobre la mesa interrumpió mi momento de paz.Suspiré, con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, y estiré la mano para verlo sin mucho interés. Pero en cuanto mis ojos se posaron en la pantalla, el aire pareció congelarse a mi alrededor.Diego.Mi estómago se contrajo.Por un segundo, mi primer instinto fue dejar que sonara hasta que se detuviera. Ignorarlo. Fingir que no existía.Pero algo dentro de mí, una parte testaruda y masoquista, deslizó el dedo sobre la pantalla y respondió.—¿Hola?