El sol de la tarde doraba suavemente la terraza de la mansión Petrova. Anna y Mikhail, ya con el paso del tiempo reflejado en sus cabellos plateados y en las suaves arrugas que adornaban sus rostros, compartían su ritual cotidiano: el té de la tarde. La brisa marina acariciaba las hojas de los árboles que los rodeaban, y todo el mundo parecía en calma, tal como ellos habían soñado durante años.Mikhail se apoyaba en Anna, su fiel compañera, mientras miraban el horizonte. Aunque ya no caminaba con la misma facilidad de antes, Anna era su sostén, tanto físico como emocional. Ella, con una sonrisa de satisfacción, lo miraba con amor, recordando todo lo que habían pasado y superado juntos.De repente, el teléfono de Anna sonó, interrumpiendo la serenidad del momento. Era su tercera hija, una joven de 20 años, quien con emoción y un tono misterioso le pidió que acudieran al faro que les había enviado en una ubicación por mensaje.—“No dejen de venir, por favor, mamá, y trae a papá contigo
—¿Estás seguro de que esa chica es la hija de mi difunto esposo y su amante? —preguntó la señora Petrov a su asistente personal, que estaba de pie a su lado, con la cabeza inclinada en señal de respeto. —Sí, señora, estoy 100% seguro. El investigador fue muy preciso con el reporte. Anna Ivanova es la hija ilegítima del finado señor Petrov —afirmó el asistente con seguridad. La señora Petrov frunció el ceño, sintiendo un nudo en el estómago. —Si mi hijo no saca a esa mujer de su vida, tendremos que buscar una manera de deshacernos de ella. Sabes muy bien que no me conviene que esa mujer descubra que es la heredera de toda la fortuna Petrov. No dejaré que nadie me quite todo por lo que luché. Todo me pertenece —gritaba la mujer, con su expresión transformándose en una máscara de furia. —Señora, si ella descubre la verdad, ¿representará un problema el testamento falso que usted elaboró? —preguntó su asistente con preocupación. Ella giró hacia él, con una mirada dura y fría.
—¡Mikhail, no podemos continuar de esta manera! —exclamó la señora Petrova, sin dejar lugar a réplicas, al entrar en la sala adornada con arte costoso y muebles antiguos que evidenciaban una riqueza que era incapaz de llenar el vacío interior de Mikhail.—La gente ya comienza a cuestionarse por qué aún no te has casado.Mikhail alzó la mirada de su taza de té, mostrando las ojeras profundas y la palidez de su piel. —Madre, ya hemos discutido esto. No deseo una esposa. —¡Eso es absurdo! —protestó ella, cruzándose de brazos. — Eres un hombre de éxito, con una carrera destacada. ¿Cómo es que no deseas una buena mujer a tu lado?Mikhail, frustrado, soltó un suspiro y bajó la vista hacia sus piernas. —El éxito en mi carrera no implica que pueda brindar amor a una mujer. No quiero involucrar a alguien en mi vida sabiendo que no puedo hacerla feliz.—¿Y qué hay de mi reputación? ¿De la reputación de nuestra familia? —insistió la señora Petrova, acercándose. — He dedicado mi vida a pr
El corazón de Anna se sobresaltó. Aunque estaba en shock y no podía creer que Mikhail estuviera paralítico, pero a pesar de su incredulidad, evitó su mirada. Necesitaba llevarse a su hijo de allí; no quería que Mikhail estuviera cerca de Lucas.La sala de espera del hospital estaba repleta, pero para Anna, el mundo se reducía a un pequeño espacio donde solo existían ella, su hijo y el hombre que había amado.—Cariño, el doctor nos espera, tenemos que irnos —dijo Anna, sujetando la mano de Lucas con una urgencia apenas contenida.—Mamá, tengo que despedirme de papá —insistió el niño, con los ojos llenos de confusión y una leve tristeza.—No, ese hombre no es tu papá, no digas eso —reprendió Anna, poniendo su mano en el hombro del pequeño y casi obligándolo a caminar, fingiendo no haber visto a Mikhail.Anna sentía temblar sus rodillas por los nervios. Temía que Mikhail descubriera que Lucas era su hijo y quisiera quitárselo aunque era consciente de que ese encuentro iba suceder al vis
—Caballeros, ¿podrían decirle a su director que no quiero ir a hablar con él? —replicó Anna, con irritación. Uno de los agentes movió la cabeza de un lado a otro, evitando su mirada con un gesto contenedor de paciencia. —Disculpe, señora, pero debemos cumplir con lo que se nos ordenó. Por favor, acompáñenos. A regañadientes, Anna se vio obligada a seguirlos por los fríos y amplios pasillos del hospital hasta la oficina del director. Al llegar, la puerta se cerró tras ella con un chasquido seco, y sintió que el espacio se reducía hasta aplastarla. La familiaridad amarga de su último recuerdo en ese lugar la invadió de repente, formando un nudo en su garganta. «Nunca hice planes contigo», esas palabras se repitieron en su mente como un mantra doloroso. Mikhail estaba detrás de su escritorio de caoba, con su mirada verde intenso fija en ella. —Ven por el niño —pidió, pulsando el intercomunicador con dedos tensos. Anna se aferró a la mano de Lucas. —No, Lucas se queda con
Anna se removió desesperada entre los brazos de los guardias de seguridad, sintiendo como su corazón latía a mil por hora, y su vista nublada por el pánico. —¡Suéltenme, miserables desgraciados! —gritó como una fiera enloquecida. Mikhail, viendo con espanto cómo el pequeño cuerpo de Lucas se sacudía y los ojos se viraban, giró su silla hacia los agentes con una expresión de autoridad que no admitía discusión.—¡Deténganse! —ordenó firme y glacial—. Libérenla, ¡ahora!Anna no fue capaz de pensar en nada más, sino que su instinto de madre y su formación médica la impulsaron a actuar. Se arrodilló junto a su hijo y aunque trataba de mantener la calma, sus manos no dejaban de temblar. —¡No, por favor! ¡Lucas, respira! ¡Vamos, mi amor, respira! —suplicó, comenzando la reanimación cardiopulmonar, e ignorando todo a su alrededor.—Por favor, ese niño está actuando— murmuró la prometida de Mikhail, con los ojos encendidos de celos.—¡Mikhail, no puedes estar en serio! Ella está aquí para c
Invadida por la ira, María, se volvió hacia Anna, con una furia contenida que prometía tormentas.—Oh, mira quién ha vuelto. La gran perra aprovechada —soltó sarcásticamente, con un tono que parecía gotas de veneno letal —. Solo vine a decirte que no te saldrás con la tuya. Sé lo que estás haciendo. Tratas de usar a ese niño enfermo para volver a enganchar a Mikhail.Anna la miró con incredulidad y furia, pero sus ojos recorrieron la habitación, buscando algún indicio de la trampa que le tenía preparada, aquella mujer nefasta que, en el pasado, se valió de engaños para destrozar su vida.—Eso no es cierto. Nunca haría algo así —alegó con indignación, sintiendo cómo la rabia le quemaba por dentro—. Ahora, vete antes de que llame a seguridad.La prometida de Mikhail dio un paso adelante, con una sonrisa maliciosa y altanera que hizo que la piel de Anna se erizara.—¿Sacarme a mí? —se carcajeó con un aire de arrogancia tan espeso que casi se podía cortar—. Soy la futura dueña de todo est
Anna se mordió el labio inferior con fuerza. Pensar que era muy egoísta de su parte sacrificar a su hijo por miedo a que lo alejaran de su lado la hizo levantarse de la cama de un salto.—Lo intentaré —dijo en apenas un susurro, como si se respondiera a sí misma—. Haré todo lo que pueda para convencerlo.El doctor asintió.—Haré los preparativos necesarios en cuanto el señor Petrov acepte. Por favor, hable con él lo antes posible.Anna asintió, sintiendo un peso agotador sobre sus hombros.Cuando el médico salió de la habitación, ella se acercó a la cama de su hijo y le acarició la mejilla suavemente.—Voy a hacer todo lo posible, mi amor. Te lo prometo —murmuró, sintiendo cómo sus lágrimas comenzaban a brotar.Mientras tanto, en su oficina, Mikhail abrió el primer cajón de su escritorio y sacó los resultados del último estudio que se realizó, notando debajo de estos su arma.«Anna, no puedo morir sin que vivas en mi infierno», pensó, recordando las ideas suicidas que habían pasado po