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**Capítulo 2** ”Reencuentro Doloroso”

 

El corazón de Anna se sobresaltó. Aunque estaba en shock y no podía creer que Mikhail estuviera paralítico, pero a pesar de su incredulidad, evitó su mirada.

 Necesitaba llevarse a su hijo de allí; no quería que Mikhail estuviera cerca de Lucas.

 

La sala de espera del hospital estaba repleta, pero para Anna, el mundo se reducía a un pequeño espacio donde solo existían ella, su hijo y el hombre que había amado.

 

—Cariño, el doctor nos espera, tenemos que irnos —dijo Anna, sujetando la mano de Lucas con una urgencia apenas contenida.

 

—Mamá, tengo que despedirme de papá —insistió el niño, con los ojos llenos de confusión y una leve tristeza.

 

—No, ese hombre no es tu papá, no digas eso —reprendió Anna, poniendo su mano en el hombro del pequeño y casi obligándolo a caminar, fingiendo no haber visto a Mikhail.

 

Anna sentía temblar sus rodillas por los nervios. Temía que Mikhail descubriera que Lucas era su hijo y quisiera quitárselo aunque era consciente de que ese encuentro iba suceder al visitar ese lugar.

Un sudor frío le recorría la nuca y su respiración se hacía cada vez más agitada.

 

Mikhail también volteó el rostro, apretando los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos, y sus ojos, oscuros y penetrantes, se entrecerraron con dolor y furia. Fingió no notar a Anna, pero un rencor profundo ardía en su interior.

 Odiaba verla, recordaba con amargura cómo había quedado paralítico por salvarla y cómo ella había desaparecido del hospital sin siquiera agradecerle.

 

Anna se acercó al ascensor. Presionó el botón con impaciencia, anhelando que las puertas se abrieran rápidamente para evitar cualquier encuentro con Mikhail.

 

Sin embargo, para su desdicha, él llegó a tiempo y entró al ascensor tras ellos.

 

El sonido de la puerta cerrándose retumbó como un redoble de tambores en los oídos de Anna.

 

El ambiente se volvió tenso. Lucas, ajeno a la tensión, miraba a Mikhail con curiosidad, fascinación e inocencia, intentando alcanzar con sus dedos una de las ruedas de su silla.

 

—¿Qué sucede, Lucas? —preguntó Mikhail con voz grave.

 

Antes de que el niño pudiera contestar, Mikhail interrumpió.

 

—Entonces, ¿él es tu hijo? —inquirió con sarcasmo, levantando una ceja y fijando su mirada en Anna.

 

Anna tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta que le dificultaba respirar.

 

—Sí, él es mi hijo —contestó sin mirarle, fijando su atención en el botón del ascensor como si fuera su única escapatoria.

 

La risa seca y cortante de Mikhail resonó, llenando el reducido espacio.

 

—¿Y quién es el afortunado padre? ¿Un hombre rico al que le quitaste su fortuna?

 

Anna lo miró furiosa.

 

—¡No tienes derecho a hablarme así!

 

Él la miró con desprecio y empezó a chasquear la lengua con gesto burlón. Su mandíbula estaba tensa y su postura rígida, casi desafiando la incomodidad de la silla.

 

—Tengo derecho a muchas cosas, Anna, porque me arruinaste la vida. Aunque has cambiado, sigues siendo la misma cazafortunas de siempre.

 

A pesar de sentirse herida, Anna enderezó los hombros y alzó la barbilla, decidida a no mostrar debilidad.

 

—No sabes nada de mi vida, Mikhail. No tienes idea por lo que he pasado.

 

—¿Y qué? ¿Esperas que te compadezca? Conozco a las de tu tipo, Anna. No importa cuántos hombres ricos atrapes, siempre serás una mujer pobre. Y ahora, parece que crías a tu hijo sola.

 

Anna apretó los dientes y su mirada se endureció.

 

—Mi vida y las decisiones que he tomado no te conciernen. Tú no sabes nada. Ni tienes la calidad moral para señalarme; tú también arruinaste mi vida. No te victimices. Me utilizaste y, cuando te serviste de mí, me sacaste de tu vida como si fuera una toalla desechable.

 

Lucas, temeroso, tiró del brazo de su madre, mirando preocupado con sus grandes ojos llenos de preguntas que no se atrevía a formular.

 

—Mamá…

 

Anna acarició suavemente su cabeza, tratando de transmitirle una calma que ella misma no sentía.

 

El ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron. Anna y Lucas salieron rápidamente. Mientras Mikhail observaba cómo se alejaban, sintió una punzada de duda que lo paralizó por un instante.

 

Giró la cara hacia su asistente, quien había permanecido en silencio.

 

—Investiga qué busca Anna Ivanova en mi hospital —demandó con tono autoritario.

 

—Sí, señor —respondió el asistente, sacando su teléfono con manos rápidas y eficaces.

 

Por su parte, Anna entró en la sala de consulta con paso firme. La preocupación se dibujaba en su rostro, y la rabia apenas contenida la impulsaba a moverse.

 

—Por favor, tome asiento —le indicó el Dr. Ricci, que estaba revisando los informes médicos de Lucas.

 

—Señora, tras revisar los resultados, es evidente que su hijo requiere una operación urgente. El cirujano cardiovascular más destacado, con altas probabilidades de éxito en salvar la vida de su hijo, es…

 

La puerta de la oficina se abrió bruscamente. Mikhail hizo su entrada con una presencia dominante, fijando su mirada en Lucas al instante.

 

La inesperada aparición hizo que el Dr. Ricci levantara la vista, asombrado, pues Mikhail, en su rol de dueño y director, jamás había ejercido su autoridad para interrumpir una consulta.

 

—¿Cuál es el problema aquí? —preguntó Mikhail con autoridad.

 

Anna lo miró con ojos centelleantes de desconfianza. Se levantó del asiento, interponiéndose entre Mikhail y su hijo.

 

—¿Qué estás haciendo aquí? —replicó Anna con indignación—. ¿Acaso piensas que no queremos pagar? ¿Qué he venido aquí para robarte? ¡No necesito de tu dinero!

 

El Dr. Ricci intentó interceder, levantando una mano en señal de calma.

 

—Señora, estoy seguro de que el Dr. Mikhail solo quiere ayudar. Su experiencia podría ser crucial para Lucas.

 

Pero Anna no estaba dispuesta a escuchar. Con un gesto enfático, agarró la mano de Lucas con más fuerza, sintiendo el temblor en los dedos de su hijo.

 

—No quiero su ayuda. No necesitamos a un director entrometido que solo se preocupa por sus beneficios —espetó, y antes de que alguien pudiera detenerla, salió de la consulta con Lucas a rastras.

 

Mientras caminaba por el pasillo, sus pasos resonaban con la furia contenida y los cuadros de las paredes parecían burlarse de su desesperación; sin embargo, dos agentes de seguridad del hospital se le acercaron con cautela.

 

—Señora, el director ha solicitado verla en su oficina —le informó uno de ellos con respeto.

 

—¿Ahora quiere hablar conmigo en privado? —respondió Anna, soltando unas carcajadas secas—. ¡No se siente conforme con todas las cosas insultantes que me dijo!

 

 

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